martes, 30 de septiembre de 2014

sábado, 27 de septiembre de 2014

27 DE SEPTIEMBRE DE 1821: EL DÍA MÁS FELIZ DE MÉXICO (UN RELATO HISTÓRICO)

Iturbide era la esperanza del porvenir........................

Por Oscar Lara Salazar*


El 27 de septiembre de 1821 fue el día mas feliz para este México nuestro; cuando el ejército trigarante; esto es, el ejército de las tres garantías, Religión, Unión e Independencia, encabezado por don Agustín de Iturbide, entró a la capital de la República para jurar la carta de la independencia.

Don Juan de Dios Peza, escritor y poeta, logró el testimonio de un viejo militante que fue actor de aquella entrada triunfal. Confiesa que quedó en su memoria como el día más hermoso de su vida, y el más grande para México. Bien vale la pena exhumar esa revelación para volver a vivir aquel momento histórico de luz y de grandeza.

Relato

Me acuerdo de todo como si lo viera –dijo el viejo soldado masticando la colilla de un puro recortado que amenazaba quemarle las blancas y gruesas hebras del bigote– me parece que está sucediendo todavía lo que sucedió entonces.

Ya se sabía en México que iba a entrar por las calles el ejército de las tres garantías, y las gentes estaban ansiosas de ver por primera vez tremolando libre en las manos de los guerreros el pabellón verde, blanco y encarnado.

Se hacían grandes preparativos para recibir al ejército, y como el Ayuntamiento no tenía dinero, un español que era Alcalde, don Juan José de Acha, facilitó 20 mil pesos, sin ningún rédito, a fin de dar brillo a la fiesta.

No ha vuelto a ver regocijo más grande en esta tierra, ni he visto entrar un cuerpo de ejército más numeroso que aquel por estas calles de Dios.

—¿Tú eras de Iturbide?— le preguntó Peza, interrumpiéndolo.

—No, nunca fui de Iturbide: yo -agregó el inválido cuadrándose, dejando correr dos lágrimas y suspirando- fui soldado del gran Morelos y luego me incorporé a las fuerzas del Sur con mi general Guerrero, y con esas fuerzas, que formaron parte del Ejercito Trigarante, entré a México el 27 de septiembre de 1821.

Desde la víspera, obedeciendo la orden dada el día 25, nos habían reunido a todos los cuerpos en Chapultepec para venir en columnas mandados por don Agustín de Iturbide. Como veníamos muchos, sobre todo los verdaderos insurgentes, desnudos y descalzos, nos vistieron con unos uniformes que habían servido al Regimiento del Comercio, y que nos parecieron flamantes, aunque en realidad estaban muy usados.

Por cierto que nos consolábamos repitiendo de memoria las palabras de la proclamación del día 20, en que se nos recomendaba el orden y la compostura para entrar a la capital. “Soldados: no os aflija vuestra pobreza y desnudez: la ropa no da virtud ni esfuerzos, antes bien, así sois mas apreciables, porque tuvisteis más calamidades que vencer para conseguir la libertad de la patria”.

—Háblame de la entrada del ejército trigarante, dime ¿Cómo fue, cómo desfiló, cómo lo recibieron?–persistió Peza.

—Había un sol muy hermoso, era un día claro, brillante, limpio; parecía que los cielos y la tierra estaban tan alegres como nuestros corazones. Y era natural, todos teníamos fe en Iturbide y en el porvenir. No había todavía desengaños, ni tristezas, ni odios ¡ah! ¡Qué hermoso, qué hermoso día 27!…

Al frente de la columna marchaba Iturbide, sin distintivo, montado en gran caballo negro, rodeado de su Estado Mayor, y arrogante como una estatua.

—¿Era muy querido Iturbide?

—¿El día 27 era idolatrado por todos, hasta por los soldados de Hidalgo y Morelos, y la verdad es que en el Plan de Iguala, en su proclama, nos había dicho:

“Esta misma voz que resonó en el pueblo de Dolores el año de 1810… Fijó también la opinión publica de que la unión general entre europeos y americanos, indios y criollos, es la única base sólida en que puede descansar nuestra felicidad”. Decir esto, y solicitar el concurso del general Guerrero, nos hizo a todos obedecerlo, y ¿por qué no decirlo?… ¡Venerarlo!…

Montaba muy bien a caballo y tenía distinción y garbo en sus movimientos. Entramos por la calzada de Chapultepec a la garita de la Piedad, tomando luego el paseo de Bucareli, la Avenida de Corpus Christi hasta la calle de San Francisco donde al frente al convento se levantó un arco de triunfo, debajo del cual esperaba el Ayuntamiento. Al llegar allí, el general Iturbide descendió del caballo y recibió en un azafate de plata y de manos del coronel don José Ignacio Ormaechea, Alcalde de primera elección, unas llaves de oro, que simbolizaban ser las llaves de la ciudad.

Un momento las tuvo entre sus manos Iturbide, y luego se las devolvió al coronel Ormaechea, diciéndole con voz robusta y clara:

Las llaves de la felicidad común cerradas para la irreligión…

—“Estas llaves, que le son de las puertas que únicamente deben de estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas a todo lo que puede hacer felicidad común, las devuelvo a vuestra excelencia, si ando de su celo que procurará el bien público al cual representa”.

Monto de nuevo a caballo, marchando seguido del ayuntamiento a pie, y de las parcialidades de indios de Santiago y San Juan, hasta el palacio sobre el cual ondeaba ya nuestra bandera.

Todas las casas estaban literalmente cubiertas de flores y colgaduras con los colores trigarantes. En los balcones despedían vivísimos rayos los platos y los jarrones de oro, de plata y de porcelana dura, pues las mejores piezas de cada vajilla se ostentaban como adornos distinguidos. Las señoras lucían en sus trajes y en sus peinados los colores verdes, blancos y rojos, y por donde pasaba el primer jefe atronaban el aire las vivas, los aplausos y las exclamaciones de la más intensa alegría.
Iturbide sonreía satisfecho; saludaba con afabilidad y con aristocrática atención a todos, hasta que se perdió de vista al entrar a palacio.

Apareció a pocos instantes en el balcón principal, y entonces desfiló en su presencia todo el ejército.

El viejo inválido dejó rodar de sus ojos otras dos lágrimas, cobrando su serenidad militar, prosiguió entusiasmado:

—Éramos en México más de 16 mil hombres. Después del desfile asistió el General Iturbide a un ”Te Deum” en la catedral, y enseguida escuchó el discurso que pronuncio el doctor Guridi y Alcocer orador de fácil palabra, que había sido diputado a las cortes de Cádiz.

Terminado todo esto, dirigióse el primer jefe del Ejército Trigarante al palacio, donde se efectuó un banquete de doscientos cubiertos.

Después del banquete fue Iturbide al paseo, donde le saludaron con nuevos vivas; volvió al palacio, y ahí el Ayuntamiento le obsequió un refresco. En la noche asistió al teatro. Toda la ciudad estaba profusamente iluminada. En cada corazón se abrigaban las más hermosas ilusiones para lo porvenir, y los verdaderos “Insurgentes”, los que volvíamos de una lucha larga y terrible, pensando en la desgraciada pero gloriosa muerte de nuestros caudillos, nos consolábamos exclamando:
—“Si se ve desde el cielo lo que pasa en la tierra, estarán ya tranquilos y satisfechos todos los mártires de la causa de 1810; ellos, sin más elementos que sus esfuerzos propios, sin más valuarte que sus convicciones, sin otra fuerza que la del derecho y la justicia, derramaron su sangre generosa y hoy el pueblo los bendice al consumar su independencia”.

Al terminar este relato –finaliza diciendo Juan de Dios Peza– el viejo asistente se quedó meditando, y con la vista clavada en el infinito, como si delante de sus ojos desfilaran todos los que habían muerto por la Patria.


-oOo-

En este mes patrio, bien vale la pena arrojar luz sobre testimonios tan importantes y emotivos para refrescarnos la memoria que la Independencia que hoy gozamos no fue obra del destino, fue el resultado de gestas heroicas de hombres muy connotados, pero también, de muchos hombres anónimos como el que nos comparte don Juan de Dios Peza.



*Cronista de Badiraguato. Fuente: La Voz del Norte

miércoles, 24 de septiembre de 2014

EL IMPEDIMENTO DE QUE COMULGUEN LOS DIVORCIADOS DIZQUE VUELTOS A CASAR "LO ESTABLECIÓ JESUCRISTO Y EL PAPA NO LO PUEDE CAMBIAR", DIJO FRANCISCO AL OBISPO DE CÓRDOBA

 Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba. Foto: JUAN MANUEL VACAS, Diario de Córdoba


DIARIO DE CÓRDOBA: - Ya que se habla del tema: ¿qué ocurre con miles de cordobeses separados? Algunos quisieran volver a la Iglesia plenamente.

MONSEÑOR DEMETRIO FERNÁNDEZ: - La Iglesia nos está diciendo continuamente que acojamos, que las personas no se sientan excluidas y siempre podemos ensanchar esas medidas de acogida. Ahora bien, al Papa mismo se lo preguntamos y él nos respondió que una persona casada por la Iglesia, que se haya divorciado y se haya vuelto a casar por lo civil, no puede acceder a los sacramentos. Dijo el Papa que "esto lo estableció Jesucristo y el Papa no lo puede cambiar". Digo esto porque a veces dice la gente que "va a cambiar todo" y hay cosas que no pueden cambiar. La Iglesia se debe a su Señor y su Señor sigue vivo. 

UN GRUPO DE CARDENALES ESCRIBIÓ UN LIBRO CONTRA EL PRETENDIDO SACRILEGIO

Un grupo de cinco cardenales escribieron un libro en el que, contra lo que desean los modernistas encabezados por el cardenal Kasper, demuestran que no se debe levantar la prohibición de comulgar a los católicos divorciados y vueltos a "casar" por lo civil, pues sería contra las enseñanzas de Jesucristo y de toda la doctrina y práctica -desde sus inicios- de la Iglesia Católica.

Los autores son los cardenales Raymond Leo Burke, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica; Gerhard Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; Walter Brandmüller, presidente emérito del Comité Pontificio de Ciencias Históricas; Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia; y Velasio De Polais, presidente emérito de la Prefectura para los Asuntos Económicos de la Santa Sede. La obra también presenta la aportación de cuatro teólogos: Robert Dodaro, John Rist, el jesuita Paul Mankowski y el arzobispo Cyril Vasil.

"Los autores están unidos en sostener que el Nuevo Testamento nos muestra que Cristo prohíbe sin ambigüedades el divorcio y sucesivas nuevas nupcias sobre la base del plan original de Dios sobre el matrimonio dispuesto en el Génesis", indica la introducción, adelantada por el diario italiano Il Corriere della Sera.

Titulado "Permanecer en la verdad de Cristo. Matrimonio y Comunión en la Iglesia Católica", el libro se publicará el 1 de octubre próximo.

Fuente de la entrevista: http://www.diariocordoba.com/noticias/cordobalocal/demetrio-fernandez-la-unidad-espana-es-bien-moral-antes-social-politico_908351.html

lunes, 22 de septiembre de 2014

ACTOS DE DESAGRAVIO Y PROTESTA POR LA CELEBRACIÓN PÚBLICA DE UNA MISA NEGRA EN OKLAHOMA



El domingo 21 de septiembre de 2014, se realizó en Oklahoma una misa negra convocada por el grupo satanista Dakhma de Angra Mainyu, cuyo líder –Adam Daniels, de 35 años de edad y auto denominado como “gran sacerdote”– está registrado en los anales de la policía como un abusador sexual, según informa El Patagónico (21-7-14). El supuesto espectáculo, que resulta, en realidad, un ritual sacrílego que “busca agredir a la Iglesia católica”, tal como lo advirtió el Arzobispo de Oklahoma, monseñor Paul Coackley, fue realizado pese a la inconformidad de creyentes que habían enviado miles de firmas a las autoridades exigiendo su cancelación. El rito satánico comenzó a las 7:00 p.m. (hora local), con tres músicos y Daniels vestido con una túnica negra, quien aseguró que su propósito era destruir el temor por la Iglesia Católica, según informó News 9. Al sacrílego ceremonial asistieron cuarenta personas. Una mujer fue arrestada cuando se arrodilló frente a la entrada y rehusó moverse buscando evitar el acceso de los satanistas al Centro Cívico.

Monseñor Paul Coackley
Monseñor Paul Coackley advirtió –desde que se hizo pública la programación del rito- que éste constituye “una inversión y distorsión satánicas de las creencias más sagradas no sólo de los católicos sino de todos los cristianos” y apuntó: “Es difícil imaginar que el Centro Cívico sea tan permisivo permitiendo a un grupo usar sus instalaciones para quemar un copia del Corán, o para realizar un acto anti-semítico. ¡No lo permitirían!. ¿Por qué esto es diferente? Hay normas comunitarias que respetar”.

Horas antes del sacrílego rito, cientos de católicos asistieron a una Hora Santa y una procesión de reparación presidida por Mons. Paul Coakley en la iglesia de St. Francis. El Arzobispo indicó: “Estamos reunidos como testigos de la esperanza en un tiempo en la que la oscuridad parece estar ganando terreno, tanto aquí como alrededor del mundo”. Y añadió: “¡Sabemos que Cristo es victorioso! Él ha vencido a Satanás. Él ha destruido el reino del pecado y el poder de la muerte a través de su Santa Cruz y su gloriosa Resurrección”. La iglesia estaba abarrotada y la multitud se desbordó en una procesión por la calle. Después, justo en frente del Salón Musical del Centro Cívico de Oklahoma City, donde se perpetró la Misa Negra, se realizó una manifestación pacífica, de oración y de reparación contra esta grave ofensa a Dios. Fieles de todo el país, de diferentes templos y organizaciones católicas, llegaron a consolar a Nuestro Señor y a su Santísima Madre, defendiendo la Eucaristía a través del rezo del rosario y otras oraciones, así como portando carteles y coreando consignas religiosas.


El mal nunca había sido tan descarado: Dios nunca ha sido tan denostado en un lugar público, con la complicidad de funcionarios de la ciudad (en la que también se pretende erigir -en su capitolio- una estatua de Lucifer de dos metros de altura, flanqueada por dos niños) que se negaron a cancelar la misa negra. A todo esto ha llevado el liberal concepto de "libertad religiosa". "Nunca la batalla espiritual entre el bien y el mal había adquirido un lucha tan frontal", dijeron algunos de los asistentes, y otros lo consideran un probable preludio de tiempos peores o quizá apocalípticos, o al menos de duras persecuciones religiosas que ya se iniciaron por diversas partes del mundo.

"Así que no hay que cansarse de pelear la buena batalla. Con San Miguel Arcángel, que ganó la guerra más decisiva en el cielo contra Lucifer, proclamamos: Quis ut Deus! ¿Quién es semejante a Dios?", aseguraron jóvenes de una organización.

Recemos toda esta semana haciendo actos de reparación por tan nefando sacrilegio PÚBLICO autorizado por las autoridades de EUA y oremos a continuación lo siguiente:

ACTO DE DESAGRAVIO COMPUESTO POR S.S. PÍO XI

¡Oh dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos postrados ante vuestro altar, para reparar, con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren vuestro amantísimo Corazón.

Mas recordando que también nosotros alguna vez nos manchamos con tal indignidad de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo, obtener para nuestras almas vuestra divina misericordia, dispuestos a reparar, con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios pecados, sino también los de aquellos que, alejados del camino de la salvación y obstinados en su infidelidad, o no quieren seguiros como a Pastor y Guía, o, conculcando las promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de vuestra ley.

Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la inmodestia y la deshonestidad de la vida y de los vestidos, las innumerables asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las execrables injurias proferidas contra vos y contra vuestros Santos, los insultos dirigidos a vuestro Vicario y al Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es profanado el mismo Sacramento del amor y, en fin, los públicos pecados de las naciones que oponen resistencia a los derechos y al magisterio de la Iglesia por vos fundada.

¡Ojalá que nos fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia sangre! Mas, entretanto, como reparación del honor divino conculcado, uniéndola con la expiación de la Virgen vuestra Madre, de los Santos y de las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción que vos mismo ofrecisteis un día sobre la cruz al Eterno Padre y que diariamente se renueva en nuestros altares, prometiendo de todo corazón que, en cuanto nos sea posible y mediante el auxilio de vuestra gracia, repararemos los pecados propios y ajenos y la indiferencia de las almas hacia vuestro amor, oponiendo la firmeza en la fe, la inocencia de la vida y la observancia perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad, mientras nos esforzamos además por impedir que seáis injuriado y por atraer a cuantos podamos para que vayan en vuestro seguimiento.

¡Oh benignísimo Jesús! Por intercesión de la Santísima Virgen María Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario acto de reparación; concedednos que seamos fieles a vuestros mandatos y a vuestro servicio hasta la muerte y otorgadnos el don de la perseverancia, con el cual lleguemos felizmente a la gloria, donde, en unión del Padre y del Espíritu Santo, vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.


domingo, 21 de septiembre de 2014

DE LA GRAVEDAD DE LOS PECADOS DEL SACERDOTE por San Alfonso María de Ligorio




I. GRAVEDAD DE LOS PECADOS DEL SACERDOTE

Gravísimo es el pecado del sacerdote, porque peca a plena luz, ya que pecando sabe bien lo que hace. Por esto decía Santo Tomás que el pecado de los fieles es más grave que el de los infieles, “precisamente porque conocen la verdad” (...). El sacerdote está de tal modo instruido en la ley, que la enseña a los demás: Pues los labios del sacerdote deben guardar la ciencia, y la doctrina han de buscar su boca [Malaquías 2, 7]. Por esta razón dice San Ambrosio que el pecado de quien conoce la ley es en extremo grande, no tiene la excusa de la ignorancia (...). Los pobres seglares pecan, pero pecan en medio de las tinieblas, del mundo, alejados de los sacramentos, poco instruidos en materia espiritual; sumergidos en los asuntos temporales y con el débil conocimiento de Dios, no se dan cuenta de lo que hacen pecando, pues “flechan entre las sombras” [Sal 10, 3], para hablar con el lenguaje de David. Los sacerdotes, por el contrario están tan llenos de luces, que son antorchas, destinadas a iluminar a los pueblos Vosotros sois la luz del mundo [Mt 5, 14].

A la verdad, los sacerdotes han de estar muy instruidos al cabo de tanto libro leído, de tantas predicaciones oídas, de tantas reflexiones meditadas, de tantas advertencias recibidas de sus superiores; en una palabra, que a los sacerdotes se les ha dado conocer a fondo los divinos misterios [Lc 8, 10]. De aquí que sepan perfectamente cuánto merece Dios ser amado y servido y conozcan toda la malicia del pecado mortal enemigo tan opuesto de Dios, que, si fuera capaz de destrucción, un solo pecado mortal, lo destruiría, según dice San Bernardo: “El pecado tiende a la destrucción de la bondad divina” (...); y en otro lugar; “El pecado aniquila a Dios en cuanto puede” (ib). De modo que como dice el autor de la “Obra imperfecta”, el pecado hace morir a Dios en cuanto depende de su voluntad (...). En efecto, añade el P. Medina “el pecado mortal causa tanta deshonra y disgusto a Dios, que si fuera susceptible a la tristeza, lo haría morir de dolor” (...).

Harto conocido es esto del sacerdote y la obligación que sobre él pesa, como sacerdote, de servirle y amarle, después de tantos favores de Dios recibidos. Por esto, “cuanto mejor conoce la enormidad de la injuria, hecha a Dios por el pecado, tanto crece de punto de gravedad de su culpa”, dice San Gregorio.

Todo pecado del sacerdote es pecado de malicia como lo fue el pecado de los ángeles, que pecaron a plena luz. “Es un ángel del Señor, dice San Bernardo, es pecado contra el cielo (...). Peca en medio de la luz, por lo que su pecado, como se ha dicho, es pecado de malicia, ya que no puede alegar ignorancia, pues conoce el mal del pecado mortal, ni puede alegar flaqueza, pues conoce los medios para fortalecerse, si quiere y si no lo quiere, suya es la culpa [Salmo 35, 4]. “Pecado de malicia, enseña santo Tomás, es el que se comete a sabiendas (...); y en otro lugar afirma que “todo pecado de malicia es pecado contra el Espíritu Santo es pecado contra el Espíritu Santo, dice San Mateo no se (le) perdonará ni en este mundo ni en el venidero [Mt 12, 32]; y quiere con ello significar que tal pecado será difícilmente perdonado, a causa de la ceguera que lleva consigo, por cometerse maliciosamente.

Nuestro Salvador rogó en la cruz por sus perseguidores diciendo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen [Lc 23, 34]; y esta oración no vale a favor de los sacerdote malos, sino que, al contrario, los condena, pues los sacerdotes saben lo que hacen. Se lamentaba Jeremías, exclamando: ¡Ay, como se ha oscurecido el oro, ha degenerado el oro mejor! [Lam. 4, 1]. Este oro degenerado, dice el cardenal Hugo, es precisamente el sacerdote pecador, que tendría que resplandecer de amor divino, y con el pecado se trueca en negro y horrible de ver, hecho objeto de honor hasta el mismo infierno y más odioso a los ojos de Dios que el resto de los pecadores, San Juan Crisóstomo dice que “el Señor nunca es tan ofendido como cuando le ofenden quienes están revestidos de la dignidad sacerdotal” (...).

Lo que aumenta la malicia del pecado del sacerdote es la ingratitud con que paga a Dios después de haberlo exaltado tanto. Enseña Santo Tomas que el pecado crece de peso y proporción de la ingratitud. “Nosotros mismos, dice San Basilio, por ninguna ofensa nos sentimos tan heridos como la que nos infieren nuestros amigos y allegados (...). San Cirilo llama precisamente a los sacerdotes: familiares íntimos de Dios. “¿Cómo pudiera Dios exaltar más al hombre que haciéndolo sacerdote?”, pregunta san Efrén. ¿Qué mayor nobleza, qué mayor honor puede otorgarle de las almas y dispensador de los sacramentos? Dispensadores de la casa real llama San Próspero a los sacerdotes. El Señor eligió al sacerdote, entre tantos hombres, para que fuera su ministro y para que ofreciese sacrificio a su propio Hijo [Eclo 45, 20]. Le dio poder omnímodo sobre el Cuerpo de Jesucristo; le puso en las manos las llaves del paraíso; lo enalteció sobre todos los reyes de la tierra y sobre todos los ángeles del cielo, y, en una palabra, lo hizo Dios en la tierra. Parece que Dios dice solamente al sacerdote: “¿Qué más cabía hacer a mi viña que yo no hiciera con ella?” [Is 5, 4]. Además, ¡qué horrible ingratitud, cuando el sacerdote tan amado de Dios le ofende en su propia casa! ¿Qué significa mi amado en mi casa mientras comete maldades? [Jer 11, 15], pregunta el Señor por boca de Jeremías. Ante esta consideración, se lamenta San Gregorio diciendo: “¡Ah Señor!”, que los primeros en perseguirnos son los que ocupan el primer rango en vuestra Iglesia (...).

Precisamente de los malos sacerdotes parece se queja el Señor cuando clama al cielo y a la tierra para que sean testigos de la ingratitud de sus hijos para con El: Escuchad cielos, y presta oído tierra, pues es Yahveh quien habla; hijos he criado y engrandecido, pero se han rebelado contra mí [1S 1, 2]. ¿Quiénes, en efecto, son estos hijos más que los sacerdotes, que habiendo sido sublimados por Dios a tal altura y alimentados en su mesa con su misma carne, se atrevieron luego a despreciar su amor y su gracia? También de esto se quejó el Señor por boca de David con estas palabras: Si afrentados me hubiera un enemigo yo lo soportaría [Salmo 54, 3]. Si un enemigo mío, un idolatra, un hereje, un seglar, me ofendiera, todavía lo podría soportar; pero ¿cómo habré de poder sufrir el verme ultrajado por ti, sacerdote, amigo mío y mi comensal? Mas fuiste tú el compañero mío, mi amigo y confidente; con quien en dulce amistad me unía [Sal 54, 14.15]. Se lamentaba de esto Jeremías, diciendo: “Quienes comían manjares delicados han perecido por las calles: los llevados envueltos en púrpura abrazaron las basuras [1 Pedro 11, 9; Ex 19, 6]. ¡Qué miseria y qué horror!, exclama el profeta; el que se alimentaba con alimentos celestiales y vestía de púrpura, se vio luego cubierto de un manto manchado por los pecados, alimentándose de basuras estercolares... Y San Juan Crisóstomo, o sea el autor de la “Obra imperfecta”, añade: «Los seglares se corrigen fácilmente, en cuanto que los sacerdotes, si son malos, son a la vez incorregibles»

II. CASTIGOS DEL PECADO DEL SACERDOTE

Consideremos ahora el castigo reservado al sacerdote pecador, castigo que ha de ser proporcionado a la gravedad de su pecado. Mandará lo azoten en su presencia con golpes de número proporcionado a su culpabilidad [Deut 25, 2], dice el Señor en el Deuteronomio. (...) San Juan Crisóstomo: “Si pecas siendo hombre particular, tu castigo será menor, pero si pecas siendo sacerdote estás perdido”. Y a la verdad que son por boca de Jeremías contra los sacerdotes pecadores: Porque incluso el profeta y el sacerdote se han hecho impíos; hasta en mi propia casa he descubierto su maldad, declara Yahveh. Por esto su camino será para ellos resbaladero en tinieblas: serán empujados y caerán en él [Jer. 23, 11-12]. ¿Qué esperanza de vida daríais, sobre un terreno resbaladizo, sin luz para ver donde pone el pie mientras, de vez en cuando, le dieran fuertes empujones para hacerlo despeñar? Tal es el desgraciado estado en que se halla el sacerdote que comete un pecado mortal. Resbaladero en tinieblas: el sacerdote, al pecar pierde la luz y queda ciego: Mejor les fuera, dice San Pedro, no haber conocido el camino de la justicia que, después de haberlo conocido, volverse atrás de la ley santa a ellos enseñada [2 Petr. 2, 21]. Más le valdría al sacerdote que peca ser un sencillo aldeano ignorante que no entendiese de letras. Porque después de tantos sermones oídos y de tantos directores, y de tantas luces recibidas de Dios, el desgraciado, al pecar y hollar bajo sus plantas todas las gracias de Dios recibidas, merece que la luz que le ilustró no sirva más que para cegarlo y perderlo en la propia ruina. Dice San Juan Crisóstomo que “a mayor conocimiento corresponde mayor castigo, añade que por eso el sacerdote las mismas faltas que sus ovejas no recibirá el mismo castigo, sino mucho más duro” (...).

El sacerdote cometerá el mismo pecado que muchos seglares, pero su castigo será mucho mayor y quedará más obcecado que esos seglares, siendo castigado precisamente como lo anuncia el profeta: Escuchad, pero sin comprender, y ved, más sin entender [Lc 8, 10]. Esto es lo que nos enseña la experiencia, dice el autor de la “Obra imperfecta”: “El seglar después del pecado se arrepiente”. En efecto, si asiste a una misión, oye algún sermón fuerte, o medita las verdades eternas acerca de la malicia del pecado, de la certidumbre de la muerte, del rigor del juicio divino o de las penas del infierno, entra fácilmente en sí mismo y vuelve a Dios, porque, como dice el Santo, “esas verdades le conmueven y le aterran como algo nuevo”, al paso que al sacerdote que ha pisoteado la gracia de Dios y todas las gracias de Él recibidas, ¿qué impresión le pueden causar las verdades eternas y las amenazas de las divinas Escrituras? Todo cuanto encierra la Escritura, continúa el mismo autor, todo para él está gastado y sin valor; por lo que concluye que no hay cosa más imposible que esperar la enmienda del que lo sabe todo y, a pesar de ello peca (...). “Muy grande es, dice San Jerónimo, la dignidad del sacerdote, pero muy grande es también su ruina si en semejante estado vuelve la espalda a Dios” (...). “Cuánto mayor es la altura a que le sublimó Dios, dice San Bernardo, tanto mayor será el precipicio” (...). “Quien se cae del mismo suelo, dice san Ambrosio, no se suele hacer mucho daño, pero quien cae de lo alto no se dice que cae, sino que se precipita, y por eso la caída es mortal” (...). Alegrémonos, dice San Jerónimo, nosotros los sacerdotes, al vernos en tal altura, pero temamos por ello tanto más la caída” [In Ez. 44].

Diríase que Dios habla a solos sacerdotes cuando dice por boca de Isaías: Te había colocado en la santa montaña de Dios y te he destruido [Ez. 28, 14. 16]. ¡Oh sacerdote! dice el Señor, yo te había colocado en mi monte santo para que fueras luz del mundo: Vosotros sois la luz del mundo. No puede esconderse una ciudad puesta sobre la cima de un monte [Mt 5, 14]. Sobrada razón, por lo tanto, tenía San Lorenzo Justiniano para afirmar que “cuanto mayor es la gracia concedida por Dios a los sacerdotes, tanto más digno de castigo es su pecado, y que cuanto más alto es el estado a que se le ha sublimado, tanto será más mortal la caída”. “El que se cae al río, tanto más profundo cae cuanto de más arriba fue la caída” (...).

Sacerdote mío, mira que habiéndote Dios exaltado tan alto al estado sacerdotal te ha sublimado hasta el cielo, haciéndote hombre no ya terreno, sino celestial; si pecas caes del cielo, por lo que has de pensar cuán funesta será tu caída, como te lo advierte San Pedro Crisólogo: “¿Qué cosa más alta que el cielo?; pues del cielo cae quien peca entre las cosas celestiales” (...). “Tu caída, dice San Bernardo, será como la del rayo, que se precipita impetuoso” (...); es decir, que tu perdición será irreparable [Jer 21, 12]. Así, desgraciado, se verificará contigo la amenaza con que el Señor conminó a Cafarnaúm. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el infierno serás hundida! [Lc 10, 15]. Tan gran castigo merece el sacerdote pecador por la suma ingratitud con que trata a Dios. “El sacerdote está obligado a ser tanto más agradecido cuanto mayores beneficios ha recibido”, dice San Gregorio (...). “El ingrato merece que se le prive de todos los bienes recibidos”, como observa un sabio autor. Y el propio Jesucristo dijo: A todo el que tiene se le dará y andará sobrado; más al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado [Mt 25, 29]. Quien es agradecido con Dios, obtendrá aún más abundantes gracias; pero el sacerdote que después de tantas luces, tantas comuniones, vuelve la espalda, desprecia todos los favores recibidos de Dios y renuncia a su gracia, será en toda justicia privado de todo. El Señor es liberal con todos, pero no con los ingratos. “La ingratitud, dice San Bernardo, seca la fuente de la bondad divina (...). De aquí nace lo que dice San Jerónimo, que “no hay en el mundo bestia tan cruel como el mal sacerdote, porque no quiere dejarse corregir” (...). Y San Juan Crisóstomo, o sea el autor de la “Obra imperfecta”, añade: “Los seglares se corrigen fácilmente, en cuanto que los sacerdotes, si son malos, son a la vez incorregibles” (...).

A los sacerdotes que pecan se aplican de modo especial, según el parecer de San Pedro Damiano (...), estas palabras del Apóstol: A los que una vez fueron iluminados y fueron hechos participes del Espíritu Santo y gustaron la hermosa palabra de Dios... y recayeron, es imposible renovarlos segunda vez, convirtiéndolos a penitencia cuando ello, cuanto es de su parte, crucifican de nuevo al Hijo de Dios [Hebr 6, 4, 6]. ¿Quién, en efecto, más iluminado que el sacerdote, ni paladeó, como él, los dones celestiales, ni participó tanto del Espíritu Santo? Dice Santo Tomás que los ángeles rebeldes quedaron obstinados en su pecado en plena luz; y así también, añade San Bernardo, será tratado por Dios el sacerdote, hecho como ángel del Señor y, como él, elegido o reprobado” (...).

Reveló el Señor a Santa Brígida que atendía a los paganos y a los judíos, pero que no encontraba nada peor que los sacerdotes, pues su pecado es como el que precipitó a Lucifer (...). Nótense aquí las palabras de Inocencio III: “Muchas cosas que son veniales tratándose de seglares, son mortales entre los eclesiásticos (...).

A los sacerdotes también se aplican estas otras palabras de San Pablo: La tierra que bebe la lluvia que frecuentemente cae sobre ella, si produce plantas provechosas a aquellos por quienes es además labrada, participa de la bendición de parte de Dios; más la que lleva espinas y abrojos es reprobada y cerca de ser maldecida, cuyo paradero es ir a las llamas [Hebr 6, 7.8]. ¡Qué lluvia de gracias ha recibido continuamente el sacerdote de Dios!; y luego, en vez de frutos, produce abrojos y espinas y de recibir maldición final, para ir, en el fuego del infierno. Pero ¿y qué temor tendrá del fuego del infierno el sacerdote que tantas veces volvió las espaldas a Dios? Los sacerdotes pecadores pierden la luz, como hemos visto, y con ella pierden el temor de Dios, como el propio Señor lo da a entender: Y si soy Señor, ¿dónde el temor que me es debido?, dice Yahveh Sebaot a vosotros, sacerdotes, menospreciadores de mi nombre [Mal. 1, 6]. Dice San Bernardo que “los sacerdotes como caen de gran altura, quedan sumergidos en su malicia, pierden el recuerdo de Dios y se vuelven sordos a todas las amenazas de la justicia divina, hasta el punto de que si siquiera el peligro de su condenación llegue a conmoverlos (...). Pero ¿a qué extrañarse de ello? El sacerdote pecador cae al fondo del abismo, donde, privado de luz, llega a despreciarlo todo, aconteciéndole lo que dice el sabio: Cuando llega el mal, viene el desprecio, y con la ignominia el oprobio [Pro. 18. 3]. Este mal es el del sacerdote que peca por malicia, cae en el profundo de la miseria y queda ciego, por lo que desprecia los castigos, las admoniciones, la presencia de Jesucristo, que tiene junto a sí en el altar, y no se avergüenza de ser peor que el traidor Judas, como el Señor se lamentó con Santa Brígida: Tales sacerdotes no son sacerdotes míos, sino verdaderos traidores (...). Sí, porque abusan de la celebración de la misa para ultrajar más cruelmente a Jesucristo con el sacrilegio. Y ¿cuál será, finalmente, el término infeliz de tal sacerdote? Helo aquí: En país cosas de justas cometerá iniquidad, y no verá la Majestad de Yahveh [Is 26, 10]. Su fin será, en una palabra, el abandono de Dios y luego el infierno. -Pero Padre, dirá alguien, este lenguaje es en extremo aterrador ¿Qué? ¿Nos quieres hacer desesperar? Responderé con San Agustín: “Si aterro, es que yo mismo estoy aterrado” (...). Pues dirá el sacerdote que por desgracia hubiera ofendido a Dios en el sacerdocio, ¿ya no habrá para mi esperanza de perdón? No; lejos de mí afirmar esto; hay esperanza si hay arrepentimiento, y se aborrece el mal cometido. Sea este sacerdote sumamente agradecido al Señor si uno se ve asistido de su gracia, y apresúrese a entregarse cuando le llama según aquello de San Agustín: "Oigamos su voz cuando nos llama, no sea que no nos oiga cuando esté pronto a juzgarnos (...)".

III EXHORTACIÓN

Sacerdotes míos, estimemos en adelante nuestra nobleza y, por ser ministros de Dios, avergoncémonos de hacernos esclavos del pecado y del demonio. El sacerdote, dice San Pedro Damiano “debe abundar en nobles sentimientos y avergonzarse, como ministro del Señor, de cambiarse esclavo del pecado (...). No imitemos la locura de los mundanos que no piensan más que en el presente. Está reservado a los hombres morir una sola vez, y tras esto, el juicio [Hebr 9, 27]. Todos hemos de comparecer en este juicio para que reciba cada cual el pago de lo hecho viviendo en el cuerpo [2 Cor 5, 10]. Entonces se nos dirá: Ríndeme cuenta de tu administración [Lc 16, 2], es decir, de tu sacerdocio; cómo lo ejerciste y para qué fines te serviste de él. Sacerdote mío, ¿estarías conmigo si hubieras ahora de ser juzgado?, o ¿tendrías que decir: Cuando inspeccione [Dios], ¿qué le responderé? [Job 31, 14]. Cuando el Señor castiga a un pueblo, el castigo empieza por los sacerdotes, por ser ellos la primera causa de los pecados del pueblo, ya por su mal ejemplo, ya por la negligencia en cultivar la viña encomendada a sus desvelos. De aquí que entonces diga el Señor. Tiempo es de que comience al juicio por la casa de Dios [1 Pedro 4, 17]. En la mortandad descrita por Ezequiel quiso el Señor que los primeros castigados sean los sacerdotes: Y comenzaréis por mi Santuario [Ez 9, 6]; es decir, como lo explica Orígenes, por mis sacerdotes (...). En otro lugar se lee: Los poderosos, poderosamente serán enjuiciados [Sab. 6, 7]. A todo aquel a quien mucho se dio, mucho se le exigirá [Lc. 12, 48]. El autor de la Obra imperfecta dice: “En el día del juicio se verá el seglar con la estola sacerdotal, y al sacerdote pecador, despojado de su dignidad, se le verá entre los fieles e hipócritas” (...). Escuchad esto, ¡oh sacerdotes!... porque a vosotros afecta esta sentencia [Os 5, 1].

Y como el juicio de los sacerdotes será más riguroso, su condenación será también más terrible [Jer. 17, 18]. Un concilio de París, dice que “la dignidad del sacerdote es grande, también su ruina si llega a pecar” [In Ez 44]. Sí, dice San Juan Crisóstomo: “si el sacerdote comete los mismos pecados que sus feligreses, padecerá no el mismo castigo, sino castigo mucho mayor (...). Se le reveló a Santa Brígida que los sacerdotes pecadores serán hundidos en el infierno más profundamente que todos los demonios en el infierno: Todo el infierno se pondrá en movimiento (...). ¿Cómo festejaran los demonios la entrada de un sacerdote, para salir a su encuentro [Is 14, 9]? Todos los príncipes de aquella miserable región se alzarán en primer lugar en los tormentos al sacerdote condenado; y continua diciendo Isaías que en el seol se dirá: También tú te has debilitado como nosotros; a nosotros te has hecho semejante [ Is 14, 11]. ¡Oh sacerdote! Tiempo hubo en que ejerciste dominio sobre nosotros, cuando hiciste bajar tantas veces al Verbo encarnado sobre los altares y libraste a tantas almas del infierno; pero ahora te has hecho semejante a nosotros y estás atormentado como nosotros: has descendido al seol tu resplandor [Is 14, 11]. La soberbia con que despreciaste a Dios es la que por fin te ha traído aquí. Bajo ti hace cama la gusanera y gusanos son tu cobertor [Ib. 11]. Pues bien, dado que eres rey, aquí tienes tu estrado regio y tu vestido de púrpura; mira el fuego y los gusanos que te devorarán continuamente cuerpo y alma. ¡Cómo se burlarán entonces los demonios de las misas, de los sacramentos y de las funciones sagradas del sacerdote! Le miraron sus adversarios y se burlaron de su ruina [Lam. 1, 7].

Mirad sacerdotes míos, que los demonios se esfuerzan por tentar a un sacerdote que se condena arrastra a muchos tras de sí. El Crisóstomo dice: “Quien consigue quitar de en medio al pastor, dispersa todo el rebaño (...); y otro autor dice, con matar más a los jefes que a los soldados (...); por eso añade San Jerónimo que el diablo no busca tanto la pérdida de los infieles y de los que están fuera del santuario, sino que se esfuerza por ejercer sus rapiñas en la Iglesia de Jesucristo, lo que le constituye su manjar predilecto, como dice Habacuc (...). No hay, pues, manjar más delicioso para el demonio que las almas de los eclesiásticos.

(Lo siguiente puede servir para excitar la compunción en el acto de contrición).

Sacerdote mío, figúrate que el Señor te dice lo que al pueblo judío: “Dime qué mal hice, o mejor, que bien dejé de hacerte. Te saqué de en medio del mundo y te elegí entre tantos seglares para hacerte mi sacerdote, ministro mío y mi familiar; y tú, por míseros intereses, por viles placeres, me crucificaste de nuevo; yo, en el desierto de esta tierra te alimenté cada mañana con el maná celestial, es decir, con mi carne y mi sangre divinas, y tú me abofeteaste con aquellas palabras y acciones inmodestas. Yo te elegí por viña que había de formar mis delicias, plantando en ti tantas luces y tantas gracias que me rindiesen frutos suaves y queridos y no coseché de ti más que frutos amargos. Yo te constituí rey y hasta más grande que los reyes de la tierra, y tú me coronaste con la corona de espinas de tus malos pensamientos consentidos. Yo te elevé a la dignidad de vicario mío y te di las llaves del cielo, constituyéndote así como rey de la tierra, y tú, despreciándolo todo, mis gracias y mi amistad, me crucificaste nuevamente”, etc. (...)

San Alfonso María de Ligorio, «La dignidad y santidad sacerdotal».


NOTA DE CATOLICIDAD: Nótese que san Alfonso se refiere fundamentalmente a los pecados personales que pudiera cometer un sacerdote, y no a los pecados contra la FE y contra la misma Iglesia Católica, como los de los modernistas, que son peores y más graves aún porque van contra la institución fundada por Cristo y alejan a las almas de su salvación, al intentar destruir todo lo que tiene de sagrado la Iglesia y corromper la doctrina revelada de la que es custodia. Imaginen qué diría el santo de ellos y de los falsos pastores que así obran.

Haz clic AQUÍ para leer el texto completo de Hugo Wast sobre el sacerdocio

jueves, 18 de septiembre de 2014

ESCANDALOSO SACRILEGIO DE UN SACERDOTE MODERNISTA ARGENTINO: BENDICE UNA RELACIÓN HOMOSEXUAL EN UNA CEREMONIA RELIGIOSA

"Si un varón se acuesta con otro varón como se hace con una mujer, han cometido una abominación". Levítico XX, 13

El padre Sergio Lamberti presidió el sacrílego acto

Un sacerdote modernista celebró una ceremonia "religiosa" en la que bendijo el pecado de sodomía de dos hombres, uno de ellos transexual que antes había recibido de la presidenta Cristina su reconocimiento dizque de "mujer", con su nuevo DNI y su nuevo nombre: Luisa Lucía Paz (ver video abajo), y que el día anterior dizque había contraído "matrimonio" civil con su pareja homosexual con la que ha convivido durante veintinueve años. 

El P. Sergio Lamberti bendijo "la unión" de "Luisa", y José Coria, en la parroquia Espíritu Santo del barrio Ejército Argentino de la ciudad de Santiago del Estero. El sacrílego ministro afirmó: «No estamos celebrando el sacramento del matrimonio católico. Estamos celebrando el amor de Dios entre los hermanos...Estamos reunidos celebrando el amor de Dios en nuestras vidas, un amor que estaba desde el origen de nuestra existencia», y dirigiéndose a "Luisa" y José involucró blasfemamente a Dios, pues los instó a que ese amor de Dios «que los ha sostenido en momentos de dificultades, de alegría, de esfuerzo cotidiano por hacer que la opción de vida que han tomado sea respetada por todos, sea el que los acompañe por el resto de sus vidas». Además sostuvo que «Jesús siempre está presente en el camino que nos toca recorrer y por eso le pedimos que renueven el compromiso de estar juntos, como lo vienen haciendo hace ya 29 años» (haz clic aquí).

Es decir que el sacerdote modernista implícitamente reconoció que no los pudo casar porque la Iglesia prohíbe el matrimonio entre homosexuales, pero realizó una parodia religiosa como si Dios bendijera las uniones civiles homosexuales que dizque se consideran "matrimonios". Y además los instó a permanecer como tales y refrendar su compromiso de convivencia homosexual. Todo dizque en el nombre y con la supuesta bendición de Dios, al que blasfemamente involucró. Por supuesto, muchos han interpretado la sacrílega ceremonia como si se les hubiera casado efectivamente por la Iglesia Católica y hubieran recibido el santo sacramento del matrimonio. Para colmo y mayor confusión, el pade Lamberti escogió el evangelio de las bodas de Caná que se emplea habitualmente en los matrimonios eclesiásticos.

Esta noticia corrió -por todo el mundo- como reguero de pólvora hace cuatro días, mismos que hemos esperado intencionalmente antes de publicar esta nota para ver si se presentaba alguna sanción de monseñor Vicente Bokalic, obispo de Santiago del Estero, al sacrílego sacerdote Sergio Lamberti. ¿Hubo excomunión?. Ninguna. ¿Suspensión a divinis?. Tampoco. ¿Al menos alguna admonición o alguna sanción menor?. Ni por asomo.  ¿Alguna declaración pública?. Sí. El obispo se concretó a señalar que no puede haber matrimonio homosexual, de acuerdo con la doctrina católica y citó el catecismo y el Código de Derecho Canónico (ver aquí). ¿Eso fue todo?. Sí.

Dios los hizo varones.
Se presentaron ataviados como si fuese boda.
Y muchos han tomado como tal esa sacrílega ceremonia.
Esto es, al sacerdote ni se le sancionó, ni se le reconvino, ni siquiera la más ligera llamada de atención por su sacrilegio. No se calificó esa parodia blasfema y sacrílega como tal; vaya ni fue señalada como inconveniente, al menos. Solo el obispo declaró que ahí no hubo ni sacramento ni matrimonio. De lo demás, no había nada que decir. Ni la menor episcopal palabra por parte del excelentísimo señor obispo, ni tocar siquiera al ministro -que traicionó a Cristo- con el más suave pétalo de una rosa. No se fuera incomodar ese sacerdote que se supone está bajo su autoridad. Que su subordinado se haya burlado de la doctrina de Dios es algo irrelevante para el señor obispo, que contraríe la moral católica es asunto de poca monta para Su Excelencia, que haga una parodia religiosa de un santo sacramento instituido por Cristo es un asunto menor, que se escandalice al pueblo y se presente la práctica homosexual como un camino bendecido por Dios ¡nada importa!. El señor obispo cumplió con su conciencia al decir que ahí no hubo matrimonio y dio la vuelta a la hoja de todo este asunto, ¡qué importa el escándalo mundial y la profanación a lo sagrado!, él ya había dejado aclarado el asunto. No había nada más que decir.

Y si el obispo no cumplió con su misión y se cruzó de brazos, dado el escándalo mundial ¿no sería de esperarse alguna intervención de Roma contra el obispo que pecó de omisión y contra el cura sacrílego que profanó el templo con su sacrílego acto? Pues sí, pero hasta ahora no se ha presentado. Cierto que no todo llega a Roma, pero este caso no pudo pasar desapercibido pues corrió como reguero de pólvora a nivel internacional. Cierto, también, que Roma a veces no actúa con premura, pero este caso tuvo tal impacto mundial que al menos merecería una declaración previa y ya luego, si se quiere, tomar las medidas conducentes. Suponemos que esto sería lo conveniente. ¿O estaremos equivocados?. Esperemos, pues, otro poco, aunque sinceramente no con mucha esperanza.

"Luisa", un varón que recibe su documento de identidad (DNI) de dizque "mujer"

El asunto está que el sacrilegio cometido tiene antecedentes, si bien no en caso de parejas homosexuales, sí en los casos de parejas divorciadas vueltas a dizque a casar por el civil a pesar de seguir realmente con el vínculo del matrimonio eclesiástico ante Dios, que permanece hasta que la muerte los separe. En efecto, algunos sacerdotes modernistas, en diversas partes, ya han dado "bendiciones" religiosas a personas divorciadas y a su nueva pareja, durante misas o actos litúrgicos en templos católicos que deberían estar destinados sólo a los verdaderos sacramentos. Hay, en efecto, modernistas que se prestan a esta infamia y a esta parodia, de dizque bendecir uniones, como si Dios autorizara el amasiato que ellos "bendicen". Y poco se ha hecho para evitar estos gravísimos sacrilegios. Y no sólo eso, sino ahora también hay cardenales -como Kasper- que contrariando los preceptos divinos, proponen dar la Sagrada Comunión a las parejas en amasiato que viven permanentemente en pecado mortal. Lo que lamentablemente ya ocurre, también, en algunas partes.

La situación por la que atraviesa la Iglesia es grave, muy grave. La apostasía universal está predicha en la Biblia. Revelaciones privadas como La Sallete y Fátima nos previenen de muchos acontecimientos. Las profecías bíblicas nos hablan -por boca de San Juan- de la ABOMINACIÓN DE LA DESOLACIÓN en el lugar santo. En fin, el modernismo y el mal se van generalizando e infiltrando por toda la Iglesia. Todo esto sacudirá la fe y hará tambalear y caer a muchos. Solo será salvo el que persevere fiel hasta el final. Será la prueba para los elegidos. Aquellos que mantengan íntegra la fe y cumplan los mandamientos. Pidamos a Dios ser de ellos y oremos para desagraviar a Dios de tanto pecados y males, que son mucho más graves cuando los realizan eclesiásticos por tener éstos, como es lógico, muchísima más responsabilidad. 

Finalizamos con las palabras de Santa Catalina de Siena: 
 «..-mi queridísimo pastor, yo os pido que obréis de modo que el día en que la suprema Verdad os juzgue no tenga que deciros esta dura palabra: “Maldito seas, tú que no has dicho nada”. ¡Ah, basta de silencio!, clamad con cien mil lenguas. Yo veo que a fuerza de silencio, el mundo está podrido. La Esposa de Cristo ha perdido su color (cf. Lam 4, 1), porque hay quien chupa su sangre, que es la sangre de Cristo, que, dada gratuitamente, es robada por la soberbia, negando el honor debido a Dios y dándoselo a sí mismo» (haz clic aquí).

Fotos del Diario Panorama. Importante: Leer comentarios.