"Mira que en tu casa no haya imagen alguna profana, ni menos deshonesta, ni en cuadro, ni en pared, libros u otra cosa que te incite, provoque o escandalice a otros".
San Carlos Borromeo
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“Ahora, había por aquel tiempo un hombre sabio, Jesús, si fuera apropiado llamarlo hombre. Por cuanto era un hacedor de obras extraordinarias; un maestro para aquellos hombres que acogen la verdad con complacencia. Él atrajo hacia sí muchos judíos y gentiles. Él era [el] Cristo. Y cuando Pilatos a sugerencia de las figuras más relevantes entre nosotros, lo condenó a la cruz; aquellos que lo habían amado desde el principio no lo abandonaron. Y él se les apareció vivo nuevamente, al tercer día: tal y como los divinos profetas habían anunciado sobre éstas y miles de otras cosas increíbles acerca de él. Y la tribu de los cristianos, así llamados en su nombre, perdura hasta hoy.”
“Josefo, el hijo de Matías, sacerdote de Jerusalén fue hecho prisionero por Vespasiano y su hijo Tito, y desterrado. Al venir a Roma, presentó a los emperadores, padre e hijo, siete libros Sobre el cautiverio de los judíos, los cuales fueron depositados en el Biblioteca Pública y, en razón de su genio, se le consideró digno de una estatua en Roma. Adicionalmente, escribió veinte libros acerca de las Antigüedades, desde el inicio del mundo hasta el decimocuarto año de Domiciano César, y dos Antigüedades contra Appion, el filólogo de Alejandría quien bajo Calígula fue enviado como delegado por parte de los gentiles contra Filón; también escribió un libro que contiene una vituperación de la nación judía. Otro de sus libros titulado Sobre toda sabiduría dominante, en el que relata la muerte de los macabeos por martirio, es altamente apreciado. En el octavo libro de sus Antigüedades, reconoce abiertamente que Cristo fue asesinado por los fariseos a causa de la grandeza de sus milagros, que Juan el Bautista fue verdaderamente un profeta y que Jerusalén fue destruida debido al asesinato del Apóstol Santiago. Igualmente señala con relación al Señor lo siguiente: “En estos tiempos estaba Jesús, un hombre sabio, si en verdad fuera legítimo llamarlo hombre. Por cuanto era un hacedor de milagros maravillosos, y un maestro de aquellos que libremente acogen la verdad. Tenía además muchos seguidores, tanto judíos como gentiles y se creía era el Cristo, y cuando instigado por la envidia de nuestros principales Pilatos lo crucificó. Sin embargo, aquellos que desde el principio lo amaron continuaron así hasta el final, pues él se les apareció vivo al tercer día. Muchas cosas, éstas y otras extraordinarias, se hallan en los cánticos de los profetas quienes profetizaron acerca de él y la secta de los cristianos, así llamados en su nombre, la cual persiste hasta nuestros días”.
“Los propios judíos también dan testimonio de Jesús, como se ve en Josefo, el escritor de su historia, quien afirma lo siguiente: “Había en aquel tiempo un hombre sabio, si (al hablar de él) fuera correcto darle el nombre de hombre, pues era un hacedor de obras extraordinarias, quien se apareció a sus discípulos al tercer día de su muerte, vivo otra vez, conforme a los escritos de los profetas, quienes anunciaron estos e innumerables otros acontecimientos milagrosos acerca de él: gracias a los cuales comenzó la congregación de los cristianos, y sin embargo, él -Josefo- no era un creyente a causa de la dureza de su corazón y su intención prejuiciosa. Empero, no fue por sus prejuicios contra la verdad por lo que no era un creyente, lo que le añade mayor peso a su testimonio, pues a pesar de su reticencia y de no ser creyente, esto debe ser verdad, ya que nunca lo negó”.
“Por esta razón, es decir, por los Milagros [hechos por los Apóstoles] Él pone de manifiesto la evidencia de Su Resurrección de manera inequívoca, para que no solo los hombres de aquellos tiempos -que es lo que resulta de las pruebas presenciales- sino también los hombres de la posteridad puedan tener la certeza del hecho de que ÉL resucitó. Partiendo de esta base podemos también discutir con los no creyentes. Pues si Él no resucitó, sino que continúa estando muerto, ¿cómo pudieron los Apóstoles llevar a cabo milagros en Su nombre? ¿Pero ellos no hicieron milagros, pueden alegar? ¿Como, entonces se instituyó nuestra religión? Por cuanto esto, ciertamente, no se puede negar o impugnar porque lo vemos con nuestros ojos: así, pues cuando dicen que no hubo milagros, se infligen a sí mismos una puñalada aún peor. ¡Qué mayor milagro que éste, que sin que mediase milagro alguno, el mundo entero haya caído con entusiasmo en las redes de doce pobres e ignorantes hombres!”
La sabiduría divina que conoce todas las cosas en su plenitud se ha dignado revelar estos sus secretos a los hombres, y como prueba de ello ha mostrado obras que trascienden la competencia de todos los poderes naturales, en la cura maravillosa de enfermedades, en la resurrección de los muertos y, lo que es aún más extraordinario, en inspiraciones tales de la mente humana que personas simples e ignorantes, llenas del don del Espíritu Santo, han alcanzado en un instante cimas de sabiduría y elocuencia. Como resultado de lo anterior, sin que medie la violencia de las armas, sin promesa alguna de placeres y, lo que es más extraordinario, en medio de la violencia de los perseguidores, una incontable multitud de hombres, sin educación a la par que muy sabios, se han congregado en la Fe CRISTIANA, en donde se predican doctrinas que trascienden todo conocimiento humano, en la que se refrenan los placeres de los sentidos y en la que se enseña un desprecio por todas las posesiones mundanas. Que las mentes mortales den su consentimiento a tales enseñanzas es el mayor milagro de todos y una obra manifiesta de la inspiración divina que conduce a los hombres a despreciar lo visible y a desear únicamente los bienes invisibles. Esto no ha ocurrido de repente o por casualidad, sino gracias a una disposición divina plasmada en el hecho de que Dios predijo que pretendía hacer esto, a través de los oráculos de Sus Profetas. Los libros de esos profetas son aún venerados entre nosotros y dan testimonio de nuestra fe. Este argumento es abordado en el texto: “La salvación anunciada por el Señor, nos fue luego confirmada por quienes la oyeron, testificando también Dios con señales y prodigios, con toda suerte de milagros y dones del Espíritu Santo repartidos según su voluntad” (Heb. ii, 3, 4).Esta conversión tan extraordinaria del mundo a la Fe Cristiana es indiscutiblemente un signo de milagros pasados, que no necesitan ser repetidos, dado que se hacen evidentes en sus efectos. Sería un portento mayor todavía que todos los otros milagros, si careciendo de estos signos extraordinarios el mundo hubiera sido inducido por hombres simples y de humilde cuna a creer en verdades tan arduas, a realizar obras muy difíciles, a esperar por una recompensa tan alta. Y sin embargo, aun en nuestros tiempos, Dios no cesa de obrar milagros a través de Sus santos para la confirmación de la Fe.