Luego del post anterior, donde se habla de los gravísimos abusos litúrgicos, conviene recordar este escrito. He aquí un texto resumido del teólogo romano R. Garrigou-Lagrange O.P. que en su obra El Salvador y su amor por nosotros, nos habla de la excelencia y eficacia de la Santa Misa.
Jesucristo, Salvador nuestro, es el Sacerdote principal del sacrificio de la Misa. La oblación interior, que fue el alma del sacrificio de la Cruz, perdura siempre en el Corazón de Cristo que quiere nuestra salvación. Él mismo ofrece todas las Misas que se celebran cada día. ¿Cuál es el valor de cada una de esas Misas? Es importante tener una idea justa, para unirse cada día al santo Sacrificio y recibir más abundantes frutos.
En la Iglesia se enseña comúnmente que el sacrificio de la Misa considerado en sí mismo tiene un valor infinito, pero que el efecto que produce en nosotros es siempre finito, por elevado que sea, y proporcional a nuestras disposiciones interiores. Estos son los dos puntos de doctrina que conviene explicar.
El sacrificio de la Misa considerado en sí mismo tiene un valor infinito
Es la renovación incruenta del mismo e idéntico sacrificio del Calvario. |
La razón estriba en que, en sustancia, el sacrificio de la Misa es el mismo que el de la Cruz, el cual tiene un valor infinito a causa de la dignidad de la Víctima ofrecida y del Sacerdote que la ha ofrecido, pues es el Verbo hecho hombre quien, en la Cruz, era al mismo tiempo Sacerdote y Víctima. Es Él quien permanece en la Misa como Sacerdote principal y Víctima realmente presente, realmente ofrecida sacramentalmente inmolada. Mientras que los efectos de la Misa inmediatamente relativos a Dios, como la adoración reparadora y la acción de gracias, se producen
Siempre infaliblemente en su plenitud infinita, incluso sin nuestro concurso, sus efectos relativos a nosotros sólo se extienden en la medida de nuestras disposiciones interiores.
En cada Misa se ofrecen infaliblemente a Dios una adoración, una reparación y una acción de gracias de valor sin límites, y ello en razón de la Víctima ofrecida y del Sacerdote principal, independientemente de las oraciones de la Iglesia universal y del fervor del celebrante.
Es imposible adorar a Dios, reconocer mejor su soberano dominio sobre todas las cosas, sobre todas las almas, que por la inmolación sacramental del Salvador muerto por nosotros en la Cruz. Tal adoración la expresa el Gloria: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Te alabamos, Te bendecimos, Te adoramos, Te glorificamos. Esta adoración la expresa de nuevo el Sanctus y aún más la doble Consagración. Es la más perfecta realización del precepto: Adorarás al Señor tu Dios y al Él sólo servirás. Sólo la infinita grandeza de Dios merece el culto de latría. En la Misa se le ofrece una adoración en espíritu y en verdad de valor sin medida.
En el momento de la Consagración, en la paz del santuario, hay como un gran impulso de adoración que sube hacia Dios. Su preludio es el Gloria y el Sanctus, cuya belleza queda subrayada algunos días por el canto gregoriano, el más excelso, el más simple y el más puro de todos los cantos religiosos; pero cuando llega el momento de la doble Consagración, todos se callan: el silencio expresa a su manera lo que el canto ya no puede decir. Que el silencio de la Consagración sea nuestro reposo y nuestra fortaleza.
Esa adoración, que sube hacia Dios en todas las Misas cotidianas, recae, de alguna manera, como fecundo rocío, sobre nuestra pobre tierra para fertilizarla espiritualmente.
Igualmente, es imposible ofrecer a Dios una reparación más perfecta por las faltas que se cometen diariamente, como dice el Concilio de Trento. No se trata de una nueva reparación, distinta de la de la Cruz: Cristo no muere ni sufre más, pero, según el mismo Concilio, el Sacrificio del altar, siendo substancialmente el mismo que el del Calvario, agrada a Dios más que lo que le desagradan todos los pecados juntos. El imprescriptible derecho de Dios, Soberano Bien, a ser amado por encima de todo no se podría reconocer mejor por la oblación [ofrecimiento] del Cordero [Jesucristo] que quita los pecados del mundo.(Dz 940 y 950, S. Tomás, de Aquino, Suma Teológica III, 48 2).
A menudo nos olvidamos de agradecer a Dios sus gracias, como los leprosos curados por Jesús; de diez, sólo uno se lo agradeció. Conviene ofrecer con frecuencia Misas de acción de gracias. Por cada Misa celebrada, por la oblación y la inmolación sacramental del Salvador en el altar, Dios obtiene infaliblemente una adoración infinita, una reparación y una acción de gracias sin límite.
No olvidemos que el más alto fin del Santo Sacrificio es la Gloria de Dios. Sin embargo hay otros efectos que son relativos a nosotros. La Misa puede obtenernos todas las gracias necesarias para la salvación. Cristo, que siempre está vivo, no deja de interceder por nosotros, (Hebreos 7,25).
¿Cuáles son los efectos que la Misa puede producir en nosotros?
Aunque el sacrificio de la Misa tenga en sí un valor infinito, en razón de la dignidad de la Víctima ofrecida y del Sacerdote principal, los efectos que produce en nosotros son siempre finitos a causa de los límites mismos de la criatura y de los límites mismos de nuestra disposición interior.
Gran número de teólogos, inspirándose en los textos de Santo Tomás, dicen: El efecto de cada Misa no está limitado por la voluntad de Cristo, sino tan sólo por la devoción de aquellos por los que se ofrece. Una sola Misa ofrecida por cien personas, puede serle provechosa a cada una, del mismo modo que si hubiese sido dicha sólo por una.
La razón estriba en que la influencia de una causa universal sólo está limitada por la capacidad de los sujetos que la reciben. Así, el sol ilumina y calienta en un solo lugar tanto a mil personas como a una sola. La influencia de la Santa Misa en nosotros no está pues, limitada más que por la disposición y el fervor de quienes las reciben.
El sacrificio de la Misa, que perpetúa en sustancia el de la Cruz, es de un valor infinito para aplicarnos los méritos y las satisfacciones de la Pasión del Salvador.
Es esto lo que explica la práctica de la Iglesia, que ofrece Misas por la salvación del mundo entero, por todos los fieles vivos y difuntos, por el Soberano Pontífice, los jefes de Estado, los obispos, sin limitar sus intenciones. Actuando así, la Iglesia no piensa en modo alguno que la Misa sea menos provechosa para aquél por quien se aplica especialmente.
En la Misa Cristo sigue ofreciéndose por acto teándrico [acto divino-humano], de valor infinito para aplicarnos los frutos de su Pasión. El límite no proviene de Él, sino sólo de nosotros, de nuestras disposiciones y de nuestro fervor. Como dice Santo Tomás de Aquino, igual que uno recibe más el calor de un hogar si se aproxima a él, así nosotros nos beneficiamos tanto más de los frutos de una Misa a la que asistimos con más espíritu de fe, de confianza en Dios, de amor y de piedad.
La Misa facilita nuestra conversión
En tanto que nos obtiene la gracia del arrepentimiento, nos facilita el perdón de los pecados; no se dicen en vano estas palabras antes de la Comunión: Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros. ¡Cuántos pecadores, asistiendo a Misa, han encontrado allí la gracia del arrepentimiento y la inspiración de hacer una buena confesión de toda su vida!
Por razón de que la Misa facilita el arrepentimiento, se sigue que puede ser ofrecida por pecadores incluso endurecidos e impenitentes a los que no se podría dar la Comunión. El santo Sacrificio puede obtenerles suficientes gracias de luz y de conversión. Incluso puede ser ofrecido, como el de la Cruz, por todos los hombres vivos, incluso por los infieles, los cismáticos, los herejes, siempre y cuando no se ofrezca por ellos como si fuesen miembros de la Iglesia. Con esta idea, el Padre Charles de Foucauld, eremita del Sahara [África], celebraba a menudo la Misa por los musulmanes a fin de preparar sus almas para recibir más tarde la predicación del Evangelio
La Misa neutraliza al demonio
El espíritu del mal nada teme tanto como una Misa, sobre todo cuando es celebrada con gran fervor y cuando muchos se unen a ella con espíritu de fe. Cuando el enemigo del bien choca con un obstáculo insuperable, es que en una iglesia, un sacerdote consciente de su propia debilidad y de su pobreza, ha ofrecido la omnipotente Hostia y la Sangre redentora. Hay que recordar el caso de santos que, asistiendo a Misa, en el momento de la elevación del cáliz, han visto desbordarse la preciosa Sangre y deslizarse por los brazos del sacerdote, y los ángeles venir a recogerla en copas de oro para llevarla a aquellos que tienen mayor necesidad de participar en el misterio de la Redención.
La Misa disminuye nuestro purgatorio
El sacrificio de la Misa no sólo perdona nuestros pecados, sino la pena debida a nuestros pecados perdonados, ya se trate de vivos o muertos por quienes se ofrece el sacrificio. Este efecto es infalible; sin embargo, la pena no siempre es perdonada en su totalidad, sino según la disposición de la Providencia y el grado de nuestro fervor. Así se verifican las palabras: Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, danos la paz.
De aquí no se sigue que los difuntos que han dejado mucho dinero para que se digan numerosas Misas por su intención, sean librados más rápidamente del purgatorio que los pobres que no han podido dejar nada o casi nada; pues esos pobres, teniendo quizá menos deudas con la Justicia divina, puede ser que hayan sido mejores cristianos y participen más del fruto de las Misas dichas por todos los difuntos y del fruto general de cada Misa.
Finalmente, el sacrificio de la Misa nos obtiene los bienes espirituales y temporales necesarios o útiles para nuestra salvación. Así, conviene, como lo recomendó el Papa Benedicto XV, celebrar Misas para obtener la gracia de una buena muerte, que es la gracia de las gracias, de la que depende nuestra salvación eterna.
Conviene que al asistir a Misa, nos unamos, con gran espíritu de fe, de confianza y de amor, al acto interior de oblación que perdura siempre en el Corazón de Cristo. Mientras más nos unamos así a Nuestro Señor en el momento de la Consagración, la esencia del sacrificio de la Misa, mejor será nuestra Comunión, que es una perfecta participación en ese sacrificio.
Ofrezcamos igualmente las contrariedades cotidianas; será la mejor manera de llevar nuestra cruz, tal como el Señor lo ha pedido.
¡Quiera Dios que tengamos el pensamiento y la fortaleza de renovar esta oblación en el momento de nuestra muerte, de unirnos entonces, por medio de un gran amor, a las Misas que se celebrarán, al sacrificio de Cristo perpetuado en el altar! ¡Podríamos hacer así, del sacrificio de nuestra vida, una oblación de adoración reparadora, de súplica y de acción de gracias, que sea verdaderamente el preludio de la vida eterna!
Los fieles que poco a poco, dejan de asistir a Misa pierden progresivamente el sentido cristiano, el sentido de las cosas superiores y de la eternidad. Hay que encomendar las parroquias y las comunidades donde no se celebra Misa sino de tarde en tarde a aquellos santos del cielo que recibieron el carácter sacerdotal, en particular al alma del Santo Cura de Ars, para que desde arriba, vele sobre los rebaños sin pastor, para que interceda y obtenga a los agonizantes que no son asistidos la gracia de la buena muerte. Hay que pensar en ello a menudo al asistir al santo Sacrificio, y puesto que cada Misa tiene un valor infinito, hay que pedir que ésa a la que asistimos resplandezca allí donde ya no se celebra, donde poco a poco se pierde la costumbre de asistir a ella. Pidamos a Nuestro Señor que haga germinar vocaciones sacerdotales en esos medios; pidámosle sacerdotes, santos sacerdotes, cada día más conscientes de la grandeza del sacerdocio de Cristo, para que sean sus celosos ministros que solo vivan para la salvación de las almas. En los periodos turbulentos la Providencia envía innumerables santos; por eso es necesario pedir al Señor que envíe al mundo santos que tengan la fe y la confianza de los Apóstoles.
El Salvador y su amor por nosotros, R. Garrigou-Lagrange O.P., (Colección Patmos, ed. Rialp, Cap. XIV).
TEMA RELACIONADO, EXCELENTE EXPLICACIÓN DE LA SANTA MISA: EL CULTO EUCARISTICO
Si pero GL se refería a la misa de antes del concilio.
ResponderEliminarLa Misa Tridentina siempre será la renovación incruentra del sacrificio de Nuestro Señor, por eso es tan perseguida. Desde que asistimos a ella ya no vamos a la nueva Misa. Ojala que mas personas la conocieran les cambiaría la vida. Gracias por el articulo, es excelente!!!
ResponderEliminarCuestión de perspectiva. Yo fui a una Misa Tridentina y, viendo la chabacanería con que se pronunciaba el latín y el sermón tan agresivo contra el Conc.Vatic.II y la Nueva Misa, preferí retirarme y no volver. Asistí ese mismo domingo a la Misa posconciliar de mi parroquia, donde se celebra ciñéndose a la Instrucción Sacramento de Redención, una Misa que invita al recogimiento, sin aspavientos protestantes ni espectáculos grotescos, que eso no ordena el CVII. Los abusos en la Nueva Misa se deben a los sacerdotes rebeldes que, presumiendo de modernos, librepensadores y geniales, desobedecen a la Iglesia. Se deben a los obispos que no mueven un dedo para poner orden en sus diócesis. Se deben a los fieles que no exigimos enérgicamente al cura abusivo que obedezca o se largue. Lea la citada instrucción y se llevará una agradable sorpresa.
ResponderEliminar¿Cuestión de perspectiva? La gran desacralización fue señalada por el cardenal Ottaviani, Prefecto de la Congregación para la Fe (y también por el cardenal Bachi) cuando se inició la reforma litúrgica, en el BREVE ANALISIS DEL NOVUS ORDO que presentaron a Pablo VI. Lo que se advertía ahí como riesgoso se ha quedado corto con la realidad. Léalo, amigo.
ResponderEliminarEn la carta de los dos purpurados que acompañaba ese documento aparece un párrafo que creemos resume y compendia los resultados del estudio que de la Nueva Misa hizo un grupo de teólogos y que fue avalado por ambos purpurados (no olvidar que Ottaviani era el cardenal responsable de la doctrina de la fe para toda la Iglesia) al decir de ella lo siguiente:
“…(la Nueva Misa) se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la Santa Misa tal como fue formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los cánones del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del Misterio”.
Si ello se decía del rito nuevo sin los actuales abusos, ¿qué dirían esos cardenales hoy? Por supuesto, vieron venir lo que de ahí se derivaría ciertamente. Pero se quedaron cortos. Si el propio rito nuevo permite diversas opciones en lo que llama plegarias litúrgicas y en su implantación en la práctica se ha permitido la creatividad de cada celebrante sin que nadie ponga verdaderamente orden, no es de extrañar los abusos que todos vemos constantemente. Unos hasta rayan algo cercano al sacrilegio. Es verdaderamente difćil que un cura siga estrictamente las rúbricas en el Novus Ordo. De una iglesia a otra, de un templo a otro, cada celebración es distinta y con mil iniciativas de cada celebrante. Alguien me dijo con preocupación que ya no había dos misas iguales.
En cambio del rito tradicional puede decirse lo que transcribo de un artículo:
"Este rito plenamente católico, está reconocido por su antigüedad en la Iglesia, ya que respeta la Tradición ininterrumpida de Cristo, de los apóstoles, de los Santos Padres, de los primeros siglos del cristianismo y de los Pontífices Romanos. Su misal fue promulgado por un Papa como resultado de un Concilio y está plenamente vigente en la Iglesia Católica. Sus frutos de santidad están más que reconocidos: la mayoría de los santos canonizados celebraron con él –en caso de ser sacerdotes- o se santificaron por su medio al asistir al Santo Sacrificio de la Misa –en caso de los seglares-. Manifiesta de una manera clara e inequívoca la verdadera doctrina católica sobre la Santa Misa y ha probado su eficacia contra la anarquía, errores y abusos litúrgicos. Exige de los fieles el debido respeto y devoción por el mismo e idéntico sacrificio del Calvario que se celebra en el altar para aplicarnos los frutos de la redención de Cristo, quien está real y verdaderamente presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en las especies consagradas."
En cuanto al latín, en muchísimas partes este rito se celebra con un latín perfecto. Si el sacerdote donde fue usted no lo dominaba excelentemente, no parece que esto sea tampoco algo de gran trascendencia como significa para usted, siendo sólo un aspecto nimio.
Estimado amigo, no deje de leer el estudio que presentó y avaló el Cardenal Ottaviani, Prefecto de la Congregación para la Fe. Y no olvide que eso se escribió del Novus Ordo siguiendo sus rúbricas y ANTES de los miles y miles de abusos que hoy se practican derivados -en los hechos- de esa reforma, antes de la cual nunca existieron. Al grado que el propio Benedicto XVI ya hablaba de realizar una necesaria "reforma de la reforma", que quedó sin llevarse a cabo con su renuncia.
En esta dirección puede leerlo:
http://www.statveritas.com.ar/Liturgia/Breve%20Examen%20Critico.htm
Fraternalmente
José
Gracias por ésta información, y si es posible que pudiera seguirnos ilustrando al respecto, doblemente se lo agradecería. Consultaré lo que usted nos proporciona. Sé que quizá sea un abuso de mi parte, pero como usted ha explicado de una manera precisa y a la vez sencilla, sería posible que siguiera ahondando en el tema?
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