“«Mi Reino no es de este mundo».
Jesucristo dijo a Pilato que su reino no era de este mundo: «Regnum meum non est de hoc mundo» (Jn. XVIII, 36). Un liberal lee las palabras como si hubiese dicho que el reino de Cristo es exclusivamente sobrenatural, celestial, nunca con dimensiones naturales y/o terrenales. Es tan reiterado el argumento cuanto viejo. El drama está en que los católicos lo repiten como propio.
Lo que Cristo dijo no es que Su reino no esté «aquí»; en varios pasajes de los Evangelios se dice que Él anunciaba que el Reino de Dios había llegado, que estaba entre nosotros. «Mundo» no designa un lugar opuesto a «cielo» sino el origen y la raíz de su poderío regio. Sus palabras significan que su Reino no tiene su origen en el mundo; que su principio no es mundano ni se funda en las potestades terrenas, que no está rodeado de los honores del siglo; sino que es divino y, por serlo, se ejerce sobre todo lo creado, incluso sobre el mundo y sobre la vida humana en su plenitud.
Cristo –se decía en tiempos de la Cristiandad—afirmó que su reino no era de este mundo para refutar a Pilato que lo creía un puro hombre. Por eso sus palabras dicen que Él no es rey por mano humana y, sin embargo, Él es el rex mundo. Tal es la enseñanza de Conrado de Megenberg. Este contrargumento es clásico: que no sea de este mundo significa que no se constituye de manera humana, porque in hoc mundo (añade Agustín Trionfo) contamos con el vicio del pecado.
Tampoco dijo Nuestro Señor que, por ser celestial, su Reino no se despliega en la tierra, en el mundo. Cristo no está consagrando la «autonomía de lo temporal», como suele decirse, pues de inmediato replica a Pilato que no tendría ese poder sobre Él si no se le hubiese dado de lo Alto. Malamente podemos decir que Cristo separó lo sobrenatural de lo natural y abandonó el mundo humano a su propia suerte. En verdad, Cristo Rey es monarca terrenal en vista de la patria celestial: «El reino donde Cristo reinará eternamente con los suyos –afirma Calderón Bouchet—no es de este mundo, pero en él se incorpora. Una de las condiciones esenciales para la existencia de la ciudad cristiana es que Cristo impere y reine en ella como ‘sacerdos et rex’»”.
Juan Fernando Segovia, El dogma de la Realeza de Cristo. Quas primas, de Pío XI.