SANTIAGO
Columna del Cielo, Grito de la Tierra
(No era voz de guerra, sino liturgia del combate)
No era un grito,
era una consagración.
Una hostia de fuego
que el pueblo alzaba
no con dedos de incienso,
sino con manos abiertas al martirio.
¡Santiago y cierra España!
No fue voz de soldados.
Fue respuesta de piedras,
de madres que parieron con cruz al pecho,
de monjes que escribieron en silencio
el nombre de Dios sobre la forma del mundo.
Ese grito no divide pueblos.
Divide el cielo del abismo.
La luz de la sombra.
El sí del no.
La fe de la nada.
Y cuando sonó por vez primera,
el infierno supo llegaba
la última frontera del caos:
un pueblo que aún sabía
que la libertad no es capricho,
sino obediencia a la Verdad.
Santiago no fue enviado para escribir cartas,
ni para fundar sectas de simpatía.
Vino con la espada
porque el mundo ya no entendía el Verbo.
Y donde no entra el Verbo,
entra el acero.
Y donde no entra el amor,
entra el amor que sangra.
Fue columna antes que palabra.
Fue altar antes que voz.
Fue clavo del orden en la carne de la historia.
¡Santiago y cierra España!
No para que no entren otros,
sino para que no salga Dios.
España no era frontera.
Era custodia.
Era cáliz.
Era casa de la Cruz y de la espada.
Y Santiago cerró.
Como se cierra una herida.
Como se cierra una tumba.
Como se cierra una puerta cuando el enemigo acecha
y el pan de los hijos no puede ser arrojado a los perros.
Quien grita ese grito,
no pide tolerancia.
Hace memoria.
Hace justicia.
Hace guerra santa en el alma.
Porque ya no hay neutralidad.
Ya no hay lugar donde esconder la Verdad
sin convertirla en traición.
Y ese grito,
ese grito que suena a trueno viejo,
no ha muerto.
Está en los montes.
En la sangre dormida de los pueblos.
En los silencios de los justos.
En los himnos no cantados
por los niños que aún no nacen.
¡Santiago y cierra España!
Que venga el juicio.
Que venga el Reino.
Que venga el combate.
La Fiesta ha comenzado.
El altar está dispuesto.
Falta solo el hombre.
Y tú, Apóstol,
tú que no huiste de Herodes,
ni callaste ante el César,
ni negociaste con los ídolos…
hazte presente.
No como estatua.
No como historia.
Como columna del Cielo.
Como grito de la Tierra.
No vino a narrar mitos.
Vino a hundir el pie en la tierra
como quien clava un estandarte en el lomo del caos.
No habló de amor.
Lo obedeció.
No sembró culturas.
Plantó dogmas.
No vino a abrazar los pueblos,
vino a erigirlos.
Santiago fue el peso de Dios sobre la historia.
Una columna.
No simbólica.
Real.
Pesada.
Fundante.
Antes de que España fuera nación,
fue altar.
Antes de que fuera imperio,
fue verbo encarnado en los huesos de un apóstol.
Porque todo orden comienza por una piedra,
y esa piedra era hombre,
y ese hombre era mártir,
y ese mártir era Santiago.
La cruz no se posa:
se clava.
La fe no se propone:
se proclama.
Y Santiago no sugirió la verdad:
la selló con sangre.
Por eso la Hispanidad no es proyecto: es descendencia.
No es invención de reyes:
es herencia de apóstol.
Nacida no del cálculo,
sino de la obediencia.
No del pacto,
sino del culto.
Él no vino a visitar.
Vino a quedarse.
A fermentar los siglos.
A hincar la eternidad en el corazón de un pueblo
que, sin él, no sería más que polvo hambriento.
Y lo que vino a instaurar no fue religión,
fue orden integral del mundo:
— altar antes que escuela,
— altar antes que leyes,
— altar antes que mercado.
Y si después hubo espada,
fue porque antes hubo hostia.
Y si hubo reino,
fue porque hubo sacrificio.
Y si hubo imperio,
fue porque el alma primero se hincó
donde Santiago cayó de rodillas.
No se le llama patrón:
se le llama piedra angular.
No es símbolo:
es raíz.
No representa a España:
la sostiene.
No la dirige:
la define.
Quien hoy quiera restaurar lo perdido,
que no cite tratados.
Que no arme congresos.
Que vuelva a esa piedra.
Y se someta.
Y la bese.
Y la sangre de nuevo.
Porque Santiago no se conmemora.
Se obedece.
Se imita.
Y no es él quien funda el Reino,
pero es piedra viva de su andamiaje.
No es la Roca,
pero está sellado sobre ella.
No se honra a Santiago si se lo separa de la Roca.
Él no es el fundamento,
pero es columna sellada en sangre sobre el único Fundamento.
Su gloria no nace de sí,
sino de su obediencia al Verbo.
Por eso la Hispanidad no nace de él,
pero sí se alza sobre él,
porque donde pisa un apóstol fiel,
Dios edifica pueblos que no mueren.
Y quien no siembra sobre esa piedra,
no cosecha Reino,
sino ruina.
Oscar Méndez
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