Hoy muchos psicólogos confunden problemas espirituales con problemas psicológicos, y esa confusión termina perjudicando a la persona. No todo conflicto interior nace de una herida emocional, de un trauma infantil o de un desequilibrio químico. Hay luchas que tienen su raíz en la conciencia, en la vida moral, en la relación con Dios y en el sentido último de la vida. Cuando todo se psicologiza, se termina tratando como patología lo que en realidad es desorden espiritual, culpa objetiva, tentación o falta de vida interior.
La psicología moderna, al haber perdido una antropología integral, tiende a interpretar toda angustia como síntoma, toda exigencia interior como represión y toda lucha moral como conflicto neurótico. Así, una persona que vive en contradicción con su conciencia es tranquilizada en lugar de ser ayudada a ordenar su vida. Se anestesia el malestar sin discernir su causa. Pero hay sufrimientos que no desaparecen porque no provienen de una herida, sino de una ruptura interior entre lo que se vive y lo que se sabe que está bien. Eso no se sana solo hablando; se sana convirtiendo, ordenando y asumiendo responsabilidad.
San Antonio Abad decía que es importante distinguir con sobriedad entre fragilidad humana y combate espiritual. Enseñaba que el demonio actúa sobre todo en el pensamiento, aprovechando la pereza, la soberbia y la falta de vigilancia. Si el problema es espiritual, el remedio no es exclusivamente psicológico: es oración, sacramentos, disciplina interior y verdad vivida. Tratar eso como “trastorno” es desorientar al alma.
Esto no significa despreciar la psicología ni negar los trastornos reales. Hay ansiedad clínica, depresión patológica y heridas profundas que requieren intervención profesional seria. El error está en no saber discernir. Cuando un psicólogo no cree en la dimensión espiritual del hombre, todo lo interpreta desde lo emocional o lo conductual. Y así, la persona queda atrapada en terapias interminables para un problema que no es clínico, sino existencial y espiritual.
Saber diferenciar es un acto de responsabilidad profesional y humana. Un buen acompañamiento distingue entre lo que se trabaja con terapia y lo que se enfrenta con conversión, vida espiritual y orden moral. No todo se cura con técnicas, como no todo se resuelve solo rezando. Pero cuando se confunde una lucha espiritual con un problema psicológico, se priva a la persona del remedio que realmente necesita. La verdadera ayuda integra, no reduce; ilumina la realidad completa del hombre y no mutila una parte esencial de su vida interior.
El Psicólogo Católico.

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