
¿No te parece inexplicable que se pudiera aborrecer al misericordioso que pasó haciendo el bien? ¿No te parece inconcebible que se haya odiado al Amor?
Pero el amor era también la Verdad, y su predicación y su ejemplo reprobaban y exhibían los vicios farisaicos; el Amor se ganaba espontáneamente al pueblo, y sus explotadores quedaban entonces sin oficio: "Si le dejamos libre, todos se irán tras Él". ¿No es ésta acaso la clave?... .
El odio -el odio de las tinieblas a la luz- emponzoñó sus corazones. Estaba de antemano decidido que el Inocente moriría. Compran a un traidor; cogen de noche, como a facineroso, con escándalo de armas, al inerme que estuvo mil veces de día al alcance de su mano; lo llevan la misma noche -¡la misma noche: tienen prisa!- al tribunal de Anás y de Caifás para condenarlo. ¡Ah, pero todo será "legal"!.
Los jueces serán corrompidos, pero habrá jueces; los testigos serán pagados y mendaces, pero habrá testigos; la sentencia de muerte será arrancada por miedo y a regañadientes al cobarde Pilatos, pero habrá sentencia. La ley cubrirá con manto de majestad la negrura del crimen.
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¿La cubrirá?...No.
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Asesinar por odio al inocente, asesinarlo francamente y declararlo, sería lealtad dentro del mal: sería un solo crimen. Pero matar con pervertida legalidad, es doble crimen: homicidio del justo y profanación de la ley.
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Y esta falacia legalista llegará hasta el melindre. Los que rugen pidiendo sangre inocente, no entrarán al pretorio del pagano Pilatos porque se contaminarían con impedimento para celebrar la Pascua...¡Asesinarán a Dios, pero cumpliendo con la ley!
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Bien los había conocido Cristo y los dejó marcados para siempre: "Hipócritas: coláis el mosquito y os tragáis el camello".
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Autor: Alfonso Junco
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