Se colgaba a los cristeros a lo largo de la vía ferroviaria
Hace apenas 80 años que en Méjico hubo una guerra religiosa. Ante la agresión del Gobierno de Calles, apoyado fuertemente por la masonería de Estados Unidos, contra la religión católica, miles de mejicanos pelearon y murieron gritando: “Viva Cristo Rey y Viva la Virgen de Guadalupe”. Sin duda, los cristeros, ganaron la guerra militar; sin embargo, la guerra diplomática fue ganada por el embajador de Estados Unidos en México, D. W. Morrow. Murieron más cristeros después de entregar las armas, que durante los tres años de lucha armada. He aquí un sumario de esta verdadera cruzada.
Características generales de la guerra(1)
En estos tiempos en los cuales, a fuerza de sólo pensar en términos del “mal menor y del bien posible”, el hombre rehuye el combate por un ideal y tiende a la conciliación y a la coexistencia pacífica de la verdad con el error y del bien con el mal. Cuando olvidado del sentido cristiano de la vida, como época de lucha, de prueba y expiación, únicamente se preocupa por los intereses de orden temporal y terreno. Cuando, en fin, rechazado el reino social de Nuestro Señor Jesucristo, se juzga inevitable la victoria de la Revolución mundial, es no sólo justo y debido, sino sumamente provechoso recordar y exaltar a unos hombres que, por llevar el Santo Nombre de Cristo en el corazón y en los labios, sus enemigos dieron el nombre de “Cristeros”.
Renunciando esos hombres a la vida y a todo interés temporal y terreno, sin más recursos que su Fe y su valor, gallardamente aceptaron el reto de la Revolución universal y se lanzaron al combate proclamando la Realeza de Cristo. Y al grito de: ¡Viva Cristo Rey! lucharon y murieron.
Esta heroica epopeya, una de las más grandiosas de todos los tiempos y sin duda, la más pura y gloriosa del siglo XX, no fue prevista ni preparada por la jerarquía católica o la clase dirigente del país. Surgió espontánea de la entraña misma del pueblo mejicano. No fue una guerra de campesinos, sino la guerra de todo un pueblo de sincera y profunda raigambre católica, cuyo modo de ser y de sentir se manifestó en todo el esplendor de su pureza y de su vigor.
Los Cristeros eran animados por el mismo espíritu, no sólo quienes combatían con las armas en la mano, sino todos aquellos, de diferentes edades, sexo y condiciones sociales, que, arrostrando todos los peligros –la muerte, la prisión, el ultraje, el despojo, el destierro, los sufrimientos y las penalidades- en ciudades, pueblos y aldeas, se oponían, en las más diversas formas, a la Revolución.
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No obstante que esa verdadera cruzada no tenía más móvil o fin que el religioso, la jerarquía eclesiástica nunca la apoyó oficialmente. Lo más que se pudo lograr fue que la guerra cristera fuera reconocida como lícita. Nunca desapareció la indiferencia y aún la hostilidad de no pocos prelados, además del deseo ferviente, en cada oportunidad que tuvieron, de evitar o terminar, la lucha armada. Los muchos sacerdotes que fungieron como capellanes de los cristeros y los que oficiaban la Misa o impartían los sacramentos en las casas en forma oculta(2), lo hicieron por decisión propia o de sus superiores inmediatos. Gracias a Dios, también muchos obispos simpatizaron con la guerra cristera y la apoyaron de diversas formas, pero a título personal.
Ninguna potencia extranjera ayudó a la causa cristera. Al ejército del gobierno de Calles lo apoyó con armas y dinero constantemente la mayor potencia del mundo, Estados Unidos Con un antiguo fusil o pistola o escopeta o con palos y piedras, los cristeros, iniciaron el combate.
“La religión impregnaba toda la vida del pueblo y de los combatientes cristeros, que pedían la bendición antes de partir para la guerra y que hacían un acto de contrición antes de cada batalla. Los cánticos y el rosario acompañaban todos los instantes de su vida, durante las marchas o en el campamento”.(3).
Ciertamente no era un ejército integrado por ángeles, todos con la misma pureza de intención y de la cual hubieran completamente desaparecido las pasiones, los vicios o pecados inherentes a la naturaleza humana caída. Pero si constituían un ejército de una moralidad muy poco común. Un ejército pobre en armas y recursos, pero riquísimo en virtudes morales.
Los cristeros arrebataban las armas y municiones al enemigo y vivían de la explotación de los recursos de las regiones donde operaban, estableciendo en los lugares que tomaban con las armas, autoridades civiles, judiciales y administrativas, y un justo y ordenado sistema de contribuciones. Los mejicanos ricos, preocupados por sus intereses materiales, no fueron simpatizantes de la defensa armada, así es que el costo de la guerra cristera recayó principalmente en las clase media y humilde.
Los habitantes de las poblaciones secundaron admirablemente a los cristeros que luchaban en el campo. En 1927, un grupo de jóvenes empleadas de Guadalajara, constituyó la primera Brigada de Santa Juana de Arco. Poco después surgió la segunda en Colima y para 1928 el Consejo Supremo coordinaba a diez mil muchachas de todas las clases sociales.
Además de la misma sorprendente y espontánea reacción de los habitantes de las ciudades, pueblos y aldeas de Méjico, abundaron en las batallas los hechos poco explicables sólo a la luz del orden natural. Sin preparación militar y sin experiencia, los cristeros cometieron errores que los hubieran llevado a su aniquilamiento; sin embargo, siempre salían victoriosos: resistían lo necesario, se retiraban oportunamente, luchaban con un ardor y un arrojo impresionantes. En ocasiones atacaban a fuerzas enemigas abrumadoramente superiores en número y en armas y salían airosos, pareciendo increíble la desproporción entre sus bajas y las de su adversario. Los soldados callistas decían que veían a una mujer sobre un caballo blanco y a un jinete invencible sobre un caballo gris (La Santa Virgen y Santiago Apóstol) al lado de los cristeros o entre las nubes.
Antecedentes:
Desde la caída del Imperio de Iturbide en 1823 la Revolución universal tomó el poder político en Méjico y se incrementó en forma progresiva el ataque iniciado desde la mitad del siglo XVIII. Se desorganizó el ejército nacional y las instituciones y fuerzas sociales del país, por medio de diversas estrategias, entre las que sobresalen: el incremento y legalización de la usura y el monopolio, la enseñanza laica y positivista y la difusión libre del error y del mal.
Solamente la Iglesia Católica sobrevivía a los rabiosos embates de la Revolución. Pensaron que después de más de 150 años de felonías, el terreno estaba suficientemente abonado para continuar su plan: destruir a la Iglesia y a todo vestigio de civilización católica.
Ante la inminencia de la ofensiva general contra la Iglesia, el 14 de marzo de 1925, los católicos de la Ciudad de Méjico formaron la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. La ACJM (Asociación Católica de la Juventud Mejicana) se convirtió en el brazo derecho de la LIGA proporcionando valientes y preparados dirigentes, tanto para la acción cívica entonces, como para la resistencia armada después, dando un elevado contingente de héroes y mártires.
En los primeros días del mes de enero de 1926, con el fin de aplicar radicalmente la Constitución de 1917, se promulgó la ley Calles(4): imponiendo multas cuantiosas y penas severas de cárcel a los delitos en materia de “culto religioso”, para entrar en vigor a partir de julio del mismo año.
Los acontecimientos se precipitaban en todo el territorio nacional. Se cerraron templos, seminarios, conventos, colegios y asilos. Se detenía a los sacerdotes, religiosos y religiosas. Se limitó el número de sacerdotes por parroquia. En mayo, los obispos formaron un comité Episcopal Nacional. El Estado de Colima fue utilizado como conejillo de indias. Ahí iniciaron los callistas el 24 de marzo de 1926 con un decreto para la reducción a 20 del número de sacerdotes en toda la diócesis. El obispo de esa diócesis y sus sacerdotes respondieron valientemente inconformándose con el decreto y, ante su persistencia, suspendieron el culto público, conducta que más tarde (agosto) tomó el Comité Episcopal en todo el país, ya generalizada la ley Calles a todos los Estados.
En ese mismo mes de agosto de 1926, la Liga decretó un boicot general económico y social (no pagar impuestos y reducir al mínimo indispensable los consumos y las actividades sociales). Los católicos respondieron excelentemente y el boicot, en poco tiempo, repercutió en forma importante en la economía del país.
Con motivo de que los templos, que habían sido encargados por el clero a los fieles, eran tomados por las autoridades de los municipios, hubo brotes de violencia en diversas partes del país.
Dos obispos hicieron intentos por llegar a un arreglo con Calles (agosto y septiembre) antes de iniciarse la lucha armada. A ambas propuestas de arreglo Calles se negó. Al parecer quería la guerra. Se sentía seguro de ganarla fácilmente, ya que contaba con el apoyo de armas y de dinero de los Estados Unidos.
El desarrollo de la guerra
Faltaban los recursos de toda clase para la guerra y no había un jefe supremo ni personalidades con capacidad política o militar. Sin embargo, la Fe, el amor a Cristo, el entusiasmo y la intuición de los Cristeros eran grandes y Nuestro Señor no iba a desampararlos. Así es que iniciaron por llevar a cabo enfrentamientos múltiples, sin querer tomar una plaza en específico, sino para arrebatar armas y municiones al adversario. Poco a poco se hicieron de los recursos necesarios.
Durante este primer año de la lucha es de justicia resaltar a dos personajes que murieron mártires:
Anacleto González Flores, gran católico y gran organizador, conductor de hombres, de brillante inteligencia y vastísima cultura. Fundó y dirigió la Unión Popular en Guadalajara, organización muy importante en apoyo del movimiento cristero en Jalisco. Fue aprehendido el 1 de abril de 1927, martirizado bárbaramente y fusilado.
Dionisio Eduardo Ochoa, jefe ejemplar en Colima, murió como consecuencia de una explosión mientras estaba fabricando bombas caseras en su campamento. Sus últimos momentos impactaron a todos los cristeros, por su nobleza de alma y su Fe.
La dirección por la LlGA del movimiento armado, desde la ciudad de Méjico fue, en general, desacertada durante 1927. A pesar de lo anterior, se fueron tomando plazas y durante la segunda mitad del año de 1927 el territorio dominado por los Cristeros se había extendido considerablemente. A finales de ese año, 25,000 hombres estaban en pie de guerra. Las ofensivas callistas fracasaban en todos sus intentos y durante 1928, ya con una mejor dirección por la LIGA, la Cristiada se afianzó aún más.
En este periodo intermedio de la lucha, ocurrieron dos hechos importantes en la Ciudad de Méjico: Uno fue el fusilamiento, totalmente injusto, del Padre Miguel Agustín Pro quién asistía a los fieles en los diferentes barrios de la ciudad. Era joven, muy alegre, muy ingenioso para escabullirse de los callistas al ir a las casas a oficiar la Santa Misa e impartir los Sacramentos. Lo acusaron de participar en un atentado contra Alvaro Obregón, anterior presidente y candidato oficial para serlo nuevamente al terminar Calles. El Padre Pro no tuvo nada que ver con ello. Murió gritando ¡Viva Cristo Rey! en olor de santidad y ahora está beatificado.
El segundo hecho fue el asesinato de Alvaro Obregón por parte de José de León Toral, quien, después de un año de torturas inhumanas para que dijera quiénes habían sido sus cómplices o quiénes lo habían mandado, fue fusilado en febrero de 1829. El fue un laico católico, joven, casado y con dos hijos, que estudiando las condiciones que justifican moralmente el tiranicidio lo asesinó por decisión propia, sin conocimiento de nadie más. Murió gritando también ¡Viva Cristo Rey! y el pueblo lo consideró un mártir.
Ninguno de los dos formó parte del ejército cristero pero su lucha fue similar y simultanea: ¡Por la realeza de Cristo!
En octubre de 1928, la LIGA nombró como jefe supremo militar al General don Enrique Gorostieta Velarde, el cual había sido liberal, con ideas e ideales muy diferentes a las de los cristeros. A pesar de ello, había sido un militar ejemplar y un distinguido combatiente contra los yanquis en la defensa del puerto de Veracruz. Cuando fue licenciado el ejército federal fiel a Porfirio Díaz, prefirió retirarse a la vida privada, que luchar como revolucionario, por los cuales tenía una fuerte aversión. Al inicio de la defensa cristera, simpatizó con el movimiento. Fue contratado por la LIGA con un sueldo, pero en poco tiempo abrazó con entusiasmo la causa Cristera. Los Cristeros llegaron a admirar al General y el General fue conquistado por los Cristeros, cuyas virtudes militares y morales, admiraba.
A principios de 1929 el ejército Cristero (la Guardia Nacional) estaba bien organizado. Tenía un jefe supremo. Los generales subalternos coordinaban bien sus operaciones y los jefes y la tropa manifestaban una insuperable capacidad combativa.
En tres años de guerra, a pesar del decidido apoyo de la Revolución universal, no había podido, la tiranía callista, dominar la insurrección Cristera, que en 1929 constituía un Movimiento Nacional firmemente consolidado, con generales, jefes y oficiales capaces y con miles de combatientes con una insuperable moral de guerra.
Invictos los Cristeros en el campo de batalla, e incapaz, el ejército callista, de vencer en buena lid la heroica resistencia de un pueblo fiel hasta la muerte a Cristo Rey y a su Reina, la Bienaventurada Siempre Virgen Santa María de Guadalupe, la Revolución universal, recurrió a sus armas favoritas: la intriga y la hipocresía.
Interviene el Departamento de Estado yanqui, la Delegación Apostólica en Washington y la National Catholic Welfare Conference (Conferencia Nacional para el Bienestar Católico). Se presiona a Roma y se aprovecha la, cuando menos, culpable tibieza y ligereza de dos prelados. Toda la intriga fue fraguada en el Dpto. de Estado de EU y fue desarrollada bajo la alta dirección de Morrow, el embajador de EU en Méjico, quien movía los hilos de la trama valiéndose de diferentes personajes en Roma, Méjico y Washington: Mons. Pietro Fumasoni Biondi, del primero, Mons. Leopoldo Ruiz y Flores y Mons. Pascual Díaz Barreto, del segundo y los padres Burke, Walsh y Parsons, del tercero. Además participaron en forma importante los banqueros mejicanos Legorreta y Echeverría y el diplomático chileno Gruchago Tocornal.
A espaldas del Episcopado mexicano, de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa y de la Guardia Nacional (los cuales, evidentemente, no estaban de acuerdo) y con la sola garantía de promesas verbales, vagas y ambiguas, por parte del gobierno(5 ).
a. Amnistía para todos los levantados en armas.
b. Devolver los templos, casas curales y episcopales.
c. Se garantizará la estabilidad de esas últimas.
Firma: Emilio Portes Gil, Presidente provisional
Se aceptaron unos arreglos o “modus vivendi” que equivalió a una capitulación incondicional. La fecha trágica fue el 21 de junio de 1929. El 30 de ese mismo mes se reanudó el culto público oficialmente en todo el país, con las leyes vigentes. No se cambio ni un ápice de la constitución, ni de la ley Calles antes referida.
El ejército Cristero, la Guardia Nacional, quedó abandonada a su suerte y sin bandera. Los miles de católicos que combatían por Cristo y por su Iglesia, creyendo unos ya logrados los objetivos de la guerra al ver reanudarse el culto público, resignados otros a sufrir y a morir por lo que consideraban un deber de obediencia a la Iglesia, dando un sublime ejemplo y una suprema prueba de desinterés terreno y de pureza de intención, o de sumisión heroica, sin pedir nada, abandonaron la lucha sin rendirse, volviendo a sus ocupaciones anteriores, para poco después ser despreciados, calumniados, perseguidos y villanamente asesinados. “Lo más admirable de ellos –escribía Mons. Orozco y Jiménez en agosto de 1929- es su heroico sacrificio, sujetándose entera, prontamente y con esa sinceridad que los caracteriza a la primera indicación que se les dio de calma bélica, por orden del Sr. Delegado Apostólico, cuya orden obedecieron con la prontitud de un ángel y la sencillez de un niño, a pesar de que los han seguido matando.”(6).
Y en efecto,"Sobre todo se comenzó con el asesinato sistemático de los jefes Cristeros con el fin de impedir cualquier reanudación del movimiento. La primera víctima fue el Padre Aristeo Pedroza, general de la Brigada de los Altos, en junio de 1929. Le siguieron Luciano Serrano, Primitivo Jiménez y José Padrón, jefes de Guanajuato, ejecutados en julio. En Zacatecas Pedro Quintanar, Porfirio Mallorquín y casi todos los jefes antes del fin de año. En Colima, asesinaron a la mitad de los jefes en esos meses. No se libraron los simples soldados: Hubo matanzas generalizadas, como las de Cojumatlán, Jalisco, en donde todos los cristeros perecieron y en San Martín de Bolaños en donde perecieron 40 cristeros, el 14 de febrero de 1930… …Se puede aventurar, apoyándose en pruebas, la cifra de 1,500 víctimas, de las cuales 500 fueron jefes, desde el grado de teniente hasta el de general”(7).
El general Gorostieta murió el 2 de junio de 1929, 19 días antes de los arreglos. Fue emboscado por el enemigo, junto con su escolta de 20 hombres, una mañana, al llegar a descansar a la hacienda de El Valle, en los altos de Jalisco. Montó a caballo, tomó en sus manos un crucifijo y salió a galope. Una descarga mató su caballo. Un soldado le preguntó “¿Qué hacemos, mi general?” Y él respondió: “Pelear como los valientes y morir como los hombres.” Todavía intentó escapar pero el cerco se había cerrado. Una voz lo intimó: “¿Quién vive?” “¡Viva Cristo Rey!”contestó y cayó acribillado por las balas enemigas. Lo reemplazó en el poder supremo de la Guardia Nacional el valiente general de Jalisco Jesús Degollado, el último Jefe Cristero.
Son muchos los testimonios en otros países sobre la Epopeya Cristera. Terminemos este sucinto resumen, con uno de ellos:
“Con una emoción punzante apartamos la vista del espectáculo de la epopeya que durante tres años se ha desarrollado allá, en las mesetas de Méjico. ¡Que las naciones católicas conserven de ella el precioso recuerdo! ¡Qué se narre de padres a hijos esta gesta de maravilla, como se relatan las hazañas de los cruzados!... Esa epopeya pregona la perpetuidad del espíritu del martirio de la Iglesia y recuerda a la juventud que, en este siglo aplastado por las preocupaciones materialistas, el heroísmo no ha de ninguna manera desaparecido”(8).
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Jesús Barragán
(1) Pedro Sánchez Ruíz, Nacimiento, Grandeza Decadencia y
Ruina de la Nación Mejicana Los Cristeros. Ed. Honor y
Fidelidad. México, D. F. 2005, Tomo II, p. 799-953.
(2) La mayoría de ellos murieron ejecutados por el ejército
callista y ahora son mártires y están en el cielo. Nota del editor.
(3) Jean Meyer, La Cristiada. T III. p. 298
(4) Prohibición de escuelas católicas y de congregaciones
religiosas, del uso del traje eclesiástico (sotanas y hábitos) y de
la prensa católica. Los sacerdotes debían registrarse ante el
gobierno y todos los bienes de la Iglesia pasaban al poder de la
República. N. del E.
(5) Fuente: Antonio Rius Facius, La juventud católica y la
Revolución mexicana p. 382.
(6) Editorial REX-MEX, José de Jesús Manríquez y Zárate.
(7) Jean Meyer, op. cit. p. 342-344-345-346
(8) Giovanni Hoyois, Presidente de la Asociación Católica de la
Juventud Belga. Miguel Palmar y Vizcarra. El caso ejemplar
mejicano, p. 210
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no sabia de esta historia, pero me parece de las mas interesantes que he leido.
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