jueves, 24 de abril de 2025

NO TODOS CABEN EN LA VERDAD



La Iglesia no es una posada de afectos, sino el umbral del juicio eterno


I. EL DOGMA MODERNO DE LA INCLUSIÓN

Hay frases que, por simpáticas, se vuelven peligrosas. “En esta Iglesia cabemos todos”, se dice con sonrisa de vinagre dulce, como quien ofrece paz a cambio de doctrina, o misericordia sin el precio de la conversión. Es una frase que suena a evangelio, pero no lo es. O más bien, es un evangelio apócrifo: una buena noticia para los oídos cansados de la cruz, pero no para las almas que buscan ser salvadas.

Porque no, no todos caben en la Verdad, y esto no es una exclusión arbitraria, sino una afirmación de realidad. La Verdad no es una habitación elástica donde puedan alojarse todas las ideas, ni un comedor democrático donde cada quien trae su receta espiritual. La Verdad es una Persona —Jesucristo—, y sólo entra quien se convierte. No quien se acomoda, no quien se autoafirma, no quien reclama caber sin renunciar.

La Iglesia es universal, pero no relativista. Católica, pero no caótica. Abarca a todos los que quieran dejar de ser lo que eran sin Cristo. No admite condiciones: sólo almas que, cayendo, claman ser levantadas. Pero hoy, como si estuviéramos en un plató de televisión, se pretende que la Iglesia sea escenario de reconciliaciones sin lágrimas, bodas sin sacramentos, bendiciones sin obediencia, y cielos sin infierno.


II. SENTIMIENTO SIN JUICIO: EL CULTO DE LA EMOCIÓN

El alma moderna no busca ser redimida: busca ser validada. No quiere oír: “tus pecados te son perdonados”, sino: “tus pecados no son tales”. Es una liturgia emocional, donde la conciencia se sustituye por el consentimiento, y la corrección fraterna se confunde con violencia simbólica. Si se le dice la verdad, se ofende. Si se le ofrece una cruz, exige un sofá.

Y así hemos creado una “pastoral de acogida” donde acoger es sinónimo de rendirse, y la ternura se ha transformado en la forma sacramental de la claudicación. Pero la caridad sin verdad es la más cruel de las mentiras, y la ternura sin forma es la madre del desorden.

Santo Tomás enseñó que la verdad es adaequatio rei et intellectus: la adecuación de la mente a la cosa. El sentimentalismo posmoderno, sin embargo, exige lo contrario: que la cosa se adecue a la emoción del momento. Y así hemos sustituido al Logos por el like, a la doctrina por la empatía, y a la penitencia por el aplauso.


III. LA IGLESIA COMO HOSPITAL DE ALMAS, NO COMO HOSPEDERÍA DEL ERROR

La analogía que gusta repetir —y que en sí es verdadera— es que la Iglesia es un hospital. Pero no un hospital como los de ahora, donde el paciente impone el diagnóstico. No es una clínica de autoayuda espiritual. Es más bien un hospital de campaña bajo la bandera de la cruz, donde el médico es Cristo, y el tratamiento es la gracia, no la tolerancia.

La Iglesia acoge al que llega roto, pero lo sana con la cirugía de la verdad, no con una palmadita compasiva. Se recibe al herido, pero no se le adula la herida. Porque si al leproso se le dice que la lepra es parte de su identidad, se le niega la cura y se le condena con palabras dulces.

Y no faltan los que citan el “venid a mí todos”, como si Cristo hubiera dicho: “y quedaos tal como sois”. Pero olvidan que tras el abrazo viene el imperativo: “vete, y no peques más”. La Iglesia no es un sitio donde caben todas las doctrinas: es donde mueren las falsas doctrinas, quemadas por la luz de la fe.


IV. LA IGLESIA NO EXCLUYE PERSONAS, EXCLUYE MENTIRAS

Quien diga que la Iglesia excluye, no ha entendido su corazón. La Iglesia no excluye a nadie por su historia, por sus heridas, por su pecado, por su pasado. Pero sí rechaza las herejías, los errores y los pactos con la mentira.

La confusión viene cuando se cree que toda idea tiene derecho de ciudadanía en el alma católica. Pero la Iglesia no es un mercado de opiniones: es la custodia de un depósito sagrado. No administra consensos; custodia misterios. No debate su identidad: la proclama.

Por eso, no todas las ideas caben en la Iglesia, como no caben en un cuerpo sano todos los venenos. No es que se niegue el diálogo: se niega que la verdad sea materia opinable. Hay una diferencia entre evangelizar y negociar.


V. UNA MADRE QUE CORRIGE, UNA MAESTRA QUE ENSEÑA

La imagen de la Iglesia como madre es verdadera, pero peligrosa si se separa de la otra: la de maestra. Porque una madre que sólo abraza, pero no enseña, cría huérfanos del alma. Y una maestra que no corrige, perpetúa el error.

María es Madre de Misericordia, sí, pero también es Trono de la Sabiduría. Y su ternura está llena de claridad, y su dulzura no adultera la verdad. ¿Acaso la madre que ve a su hijo caminar hacia el abismo, se calla por miedo a herirlo?

La Iglesia es dulce como el canto del Magníficat, pero afilada como las palabras de Juan el Bautista. Es cuna de conversos y verdugo de ídolos. Es madre de los pecadores arrepentidos y enemiga jurada del pecado justificado.


VI. TODOS SON LLAMADOS, NO TODOS RESPONDEN

Cristo murió por todos, sí. Pero no todos quieren vivir para Él. La sangre de Cristo se derramó para todos, pero no todos desean ser lavados. Y aquí está la tragedia moderna: se pretende que el amor de Dios sea eficaz sin libertad, y la salvación automática sin lucha.

Dios quiere que todos se salven, pero no salva a nadie por la fuerza. Y la Iglesia, su esposa, no puede mentir al mundo diciéndole que ya está salvo, sin arrepentimiento ni conversión. La inclusión verdadera no es permitir todo, sino llamar a todos a la Verdad, cueste lo que cueste.


VII. EN LA IGLESIA NO CABE LO QUE CONTRADICE LA VERDAD

Aquí no caben los sentimentalismos que niegan la razón, ni las emociones que canonizan el error. No caben los pecados justificados, ni las ideologías travestidas de compasión. No caben quienes creen que amar es silenciar, o que enseñar es excluir.

Porque la Iglesia no puede contradecirse. Y la Verdad no puede negarse sin dejar de ser. Aquí entra el principio más firme de toda filosofía, proclamado ya por Aristóteles: “es imposible que algo sea y no sea al mismo tiempo y bajo la misma consideración.” No puede ser verdadera y falsa una misma doctrina. No puede ser virtud y pecado una misma conducta. No puede ser católica y herética una misma enseñanza.

Y si eso es válido para la lógica, cuánto más lo será para la fe, que toca lo eterno. La Iglesia no puede enseñar que lo que ayer fue pecado hoy sea virtud. No puede declarar bendito lo que Dios ha llamado desorden. No puede llamar pastoral a lo que es, en rigor, traición al Evangelio.

La Iglesia no está para adaptarse, sino para anunciar con fidelidad la Verdad que no se contradice, que no cambia con los vientos del siglo, que no se vuelve flexible para no incomodar. Es madre, sí, pero madre que forma. Y es madre precisamente porque enseña.

Por eso, aquí no caben todas las ideas. Aquí no caben todos los espíritus. Aquí no caben las lógicas del mundo. Porque aquí no cabe lo que contradice al Verbo Encarnado.

La puerta está abierta a todos los hombres, pero cerrada al error. La Iglesia no excluye personas, pero sí rechaza todo lo que niega al Logos, porque en Él está la verdad, y fuera de Él sólo hay confusión, contradicción y muerte.

Sí, en esta Iglesia caben todos…
todos los que buscan con humildad la verdad que salva, no la que halaga; la que quema, no la que adormece.

Porque en esta Iglesia no caben todas las voces,
pero sí caben todos los corazones que se rinden ante la única Palabra.

OMO

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