lunes, 21 de octubre de 2024

LA ÉTICA DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL


La inteligencia artificial (IA) es un fruto del ingenio humano, destinada a ser una herramienta en favor del bien común y del desarrollo personal. No obstante, su uso indebido o exagerado puede llevar a consecuencias contrarias a la naturaleza humana. Desarrollar una ética adecuada para la IA requiere comprender no solo los límites de esta tecnología, sino también los fines últimos del hombre. El ser humano, por su propia naturaleza, está orientado hacia un fin superior: Dios. Toda reflexión ética sobre la IA debe estar en consonancia con esta realidad, ya que cualquier tecnología que se desvíe de este fin último corre el riesgo de deshumanizar y degradar a la persona.

1. La Naturaleza Humana y Su Fin Último en Dios

El hombre, creado con razón y voluntad, no está hecho únicamente para el mundo material. Su naturaleza trasciende lo temporal y lo finito, ya que su destino último es la unión con Dios, el bien supremo. La IA, como creación de la razón humana, debe respetar este orden trascendente. No puede suplantar la capacidad del hombre de buscar y alcanzar la verdad que reside en Dios, ni debe comprometer su libertad moral. El uso de la tecnología debe, por tanto, estar subordinado a este fin último.

El hombre no puede perder de vista que la tecnología es un medio para perfeccionar sus capacidades, pero nunca para desviar su atención de Dios, que es su verdadero destino. Por tanto, cualquier intento de usar la IA para redefinir la naturaleza humana o para trascender artificialmente los límites impuestos por la condición humana es un error que contradice la verdad sobre el hombre.

2. El Bien Común: Ordenar la Tecnología hacia Dios y la Comunidad

El bien común es más que una simple suma de bienes individuales; es el conjunto de condiciones que permite a todos los miembros de la comunidad alcanzar su perfección, que tiene su culmen en Dios. La IA, por tanto, debe estar al servicio de esta perfección compartida. Si se usa correctamente, puede ser una herramienta poderosa para promover la justicia, la equidad y el bienestar de toda la sociedad. No obstante, si su implementación se desvía de este objetivo, puede generar división, desigualdad e injusticia.

La IA debe contribuir al bienestar colectivo, pero siempre en un marco de respeto hacia el fin último del hombre. La tecnología no puede ser utilizada para fines que desvíen al ser humano de su camino hacia Dios, como la concentración de poder en unas pocas manos o el fomento de ideologías que ignoren la dignidad trascendente del hombre. El bien común, en última instancia, es alcanzado cuando la comunidad es guiada hacia la verdad y la justicia, que encuentran su plenitud en Dios.

3. La Responsabilidad Moral: La Prudencia al Servicio de la Voluntad Divina

El ser humano, dotado de razón y voluntad, es el responsable último de todas sus acciones, incluidas aquellas mediadas por la tecnología. La prudencia, virtud que permite discernir los medios adecuados para alcanzar los fines correctos, debe guiar el uso de la IA. La IA no tiene la capacidad de obrar moralmente por sí misma, por lo que el hombre no puede abdicar de su responsabilidad moral en la toma de decisiones.

El uso de la IA debe estar siempre sujeto a una supervisión humana que mantenga la conexión con la ley moral y la voluntad divina. Las decisiones que comprometan la vida humana, la justicia o el bienestar de los demás no pueden ser delegadas a las máquinas, sino que deben ser evaluadas y aprobadas por aquellos que, dotados de razón, pueden discernir conforme al bien y al mal. En última instancia, la razón humana debe estar siempre orientada hacia Dios y su ley, que es el marco último de toda moralidad.

4. Evitar el Abuso Tecnológico: Limitar el Cyborg y el Transhumanismo

La idea de utilizar la IA para trascender las limitaciones de la naturaleza humana, como promueve el transhumanismo, supone una distorsión grave del orden natural. El hombre no está llamado a superar su condición a través de la tecnología, sino a perfeccionarse en su naturaleza, cuyo fin es la unión con Dios. El concepto del “cyborg”, que busca fusionar el cuerpo humano con la máquina, es una manifestación de este error. La IA, lejos de ser un medio para reconfigurar la esencia del hombre, debe respetar los límites ontológicos de la naturaleza humana.

El hombre, creado a imagen de Dios, no necesita transformar su naturaleza esencial a través de la tecnología. El verdadero perfeccionamiento del hombre se da en la búsqueda de la verdad y el bien, que lo conducen a Dios, no en la manipulación de su cuerpo o su mente para superar limitaciones físicas. Cualquier uso de la IA que intente alterar la naturaleza humana desvirtúa su dignidad y su fin último.

5. Subsidiaridad: La IA como Ayuda al Hombre en su Camino hacia Dios

El principio de subsidiaridad enseña que la tecnología debe reforzar la capacidad del hombre para actuar, no sustituirla. La IA puede ser una herramienta útil para mejorar procesos, hacer más eficientes las labores diarias e incluso liberar al hombre de tareas repetitivas o pesadas, pero nunca debe reemplazar su acción moral y personal. El uso de la tecnología debe respetar siempre la autonomía del hombre en aquellos aspectos que son esenciales para su vida y su vocación última.

La IA puede ayudar al hombre a cumplir su misión en la tierra, que es prepararse para la vida eterna con Dios, facilitando el acceso a conocimientos y mejorando su calidad de vida. Sin embargo, debe ser siempre una herramienta subordinada a los fines superiores del hombre, ayudando en su perfeccionamiento moral y en su progreso hacia Dios.

6. Control Humano y Supervisión Constante: Nunca Reemplazar la Razón

La inteligencia artificial debe estar siempre bajo el control de la razón humana. En ningún caso puede permitirse que las máquinas operen de manera autónoma en áreas que afecten la vida y dignidad de las personas. El hombre, dotado de intelecto y voluntad, es el único capaz de discernir el bien y el mal, y debe ser siempre el responsable último de cualquier decisión tomada con la ayuda de la IA. El control humano es esencial para garantizar que las decisiones tecnológicas respeten la ley moral y los principios que guían al hombre hacia Dios.

7. Justicia y Transparencia en el Uso de la IA

La justicia exige que el uso de la IA sea transparente, accesible y siempre revisable por la razón humana. Las decisiones automatizadas, especialmente en áreas críticas como la justicia, la medicina o los derechos humanos, deben ser claras y comprensibles para los responsables. La opacidad en el uso de la IA puede llevar a injusticias y desigualdades, lo cual es contrario al bien común. La IA debe estar al servicio de la justicia, promoviendo un trato equitativo y evitando cualquier forma de discriminación o sesgo.

8. Formación Ética para Desarrolladores y Usuarios de IA

El desarrollo y el uso de la IA requieren una sólida formación ética, que permita a las personas actuar conforme a la ley moral. Los desarrolladores de IA deben estar formados no solo en el ámbito técnico, sino también en la comprensión de las implicaciones morales de su trabajo. El juicio moral debe guiar cada etapa del desarrollo y uso de la IA, asegurando que esta tecnología esté al servicio del bien común y del progreso espiritual del hombre.

9. Tecnología al Servicio del Hombre y Su Trascendencia en Dios

El uso de la IA debe estar siempre orientado a la trascendencia del hombre hacia su fin último: Dios. La tecnología no es un fin en sí misma, sino un medio para que el hombre viva más plenamente su vocación en la tierra, preparándose para la vida eterna. Cualquier uso de la IA que desvíe al hombre de su fin último es un uso incorrecto que debe ser corregido. La verdadera realización del hombre no está en la tecnología, sino en la unión con Dios, y la IA, bien utilizada, puede ayudarle a alcanzar esta meta.

Conclusión

La inteligencia artificial, por su propia naturaleza, carece de la capacidad para discernir entre lo bueno y lo malo. No posee una conciencia moral, ni la capacidad de orientar sus acciones hacia el bien. Es, en definitiva, una herramienta que, como cualquier otra, puede ser utilizada para el bien o para el mal, dependiendo de quién la dirija y con qué fines se implemente. Esta realidad coloca una inmensa responsabilidad sobre quienes diseñan, desarrollan y emplean la IA. El ser humano, dotado de razón y voluntad, es el único que puede establecer los principios éticos que deben guiar el uso de esta tecnología.

La IA, cuando está bien dirigida, puede ser un poderoso medio para promover virtudes como la justicia, la eficiencia, y el bienestar común. Sin embargo, también puede ser utilizada para fines contrarios, favoreciendo la explotación, la desigualdad o incluso la deshumanización de las personas. Es por eso que la responsabilidad recae plenamente en aquellos que intervienen en cada una de las etapas de creación y uso de la IA. Los desarrolladores, las instituciones y los legisladores deben tener claro que sus decisiones moldearán el impacto que esta tecnología tendrá sobre la sociedad y sobre el ser humano, tanto en lo individual como en lo colectivo.

Dado que la IA, en su capacidad para actuar, puede producir efectos profundos y duraderos en todos los ámbitos de la vida humana, es imprescindible que el uso de esta tecnología sea guiado por principios éticos claros, sólidos y fundamentados en la naturaleza misma del hombre y su fin último, que es Dios. Este marco ético debe ser aplicado de manera coherente y constante, evitando cualquier tentación de reducir la moralidad a un simple cálculo de eficiencia o beneficio. Solo de esta manera se puede garantizar que la IA esté verdaderamente al servicio de la persona y de su plenitud.

Es fundamental que la legislación sobre la inteligencia artificial no se limite a responder a necesidades pragmáticas o inmediatas, sino que se fundamente en la ley natural, que refleja el orden moral inscrito en la propia naturaleza humana. Esta ley, que es una participación de la razón humana en la ley eterna, debe guiar todas nuestras decisiones en torno a la tecnología, asegurando que estén en consonancia con el fin último del hombre.

Además, la virtud de la prudencia, que es la que dirige el uso correcto de los medios para alcanzar fines buenos, debe ser central en el desarrollo y uso de la IA. Aquellos que participan en la creación y aplicación de esta tecnología deben ejercer la prudencia para discernir las consecuencias de sus acciones, buscando siempre el bien común y evitando cualquier distorsión que comprometa la dignidad y el destino trascendente del hombre.

Como consecuencia de esta profunda responsabilidad, se hace urgente y necesario legislar sobre el uso ético de la inteligencia artificial. Esta legislación debe basarse en los principios aquí expuestos, asegurando que la IA se desarrolle y utilice en conformidad con los fines que corresponden a la dignidad humana y su trascendencia hacia Dios. Las leyes deben proteger el bien común, promoviendo el uso justo y responsable de la tecnología, mientras que se eviten los abusos y las distorsiones que pueden surgir de su uso desordenado.

El futuro de la IA no está en manos de las máquinas, sino en las decisiones que tomemos como sociedad. Debemos legislar con sabiduría, responsabilidad y una clara visión de los principios que guían la vida humana, para garantizar que la tecnología sea siempre una herramienta para el bien y no una fuente de daño. Solo así podemos asegurar que la IA contribuya al verdadero progreso humano, orientado hacia el bien común y, en última instancia, hacia el fin último del hombre, que es Dios.

OMO


Bibliografía

Aquino, Tomás de. Suma Teológica. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), 1955.

Pieper, Josef. Las virtudes fundamentales. Barcelona: Editorial Herder, 1964.

León XIII, Rerum Novarum (Encíclica sobre la situación de los obreros), 1891.

Garrigou-Lagrange, Réginald. Dios, su existencia y su naturaleza. Madrid: BAC, 1957.


sábado, 19 de octubre de 2024

SUEÑOS DE HEROÍSMO EN LA JUVENTUD


"Amar a Dios es apasionarse por Él,  vivir para Él, es dolerse por las ofensas que se cometen contra Él. 

Amar a Dios para un joven, debe significar entusiasmos sin medidas. Ardores apasionados de santo, sueños de heroísmo, ardores y arrojos de leyenda ".

Anacleto González Flores. 

¡VIVA CRISTO REY!


viernes, 18 de octubre de 2024

FUNESTO DESCUIDO

 


Lo es, y lo es en grado sumo, el de muchas familias con sus enfermos, a quienes no disponen convenientemente, en caso de gravedad, para recibir los santos sacramentos.

Proporcionar los últimos socorros de la religión a los enfermos es, no sólo un acto de caridad meritoria a los ojos de Dios, sino también un deber sagrado que no se infringe sin incurrir en una responsabilidad terrible. Si uno se hace culpable de homicidio cuando deja morir de hambre a su semejante, ¿qué nombre dar al crimen horroroso de dejar perecer un alma por no suministrarle los auxilios de nuestra santa Religión?

Y, sin embargo, ¡cuántas veces nos muestra la experiencia que se comete este crimen aun por familias católicas! Sea por quiméricos terrores o sea por una inexcusable debilidad, se llama al sacerdote lo más tarde posible y a veces cuando el enfermo está ya destituido de los sentidos. No hablamos aquí de las familias que esperan ex-profeso a que el enfermo entre en agonía y que hacen de la religión una vana formalidad de pura conveniencia. ¡Apartemos la vista de tanta indignidad! Hablamos de esas familias, en las que aún queda bastante fe para considerar los sacramentos como cosas santas, para desear que los enfermos los reciban con disposición cristiana y en las que, sin embargo, no se les habla de confesarse sino después que se ha perdido toda esperanza de curación. ¿Y qué sucede a menudo en este caso? Se vacila todavía, se dilata el momento; los terribles síntomas se declaran; entonces se apresuran, corren en busca de un sacerdote, pero llegan tarde ¡todo ha concluido! ¡No permita Dios que seáis tratados así en vuestra última hora!

Pero, ¿qué es lo que detiene en el cumplimiento de esta misión sagrada? — “No me atrevo a hablarle de un sacerdote”, decís, “temo asustarle”. —Y aun cuando se asustase, ¿preferís exponer su alma a la condenación eterna o a una larga expiación, en el purgatorio? ¡Asustarle! Pues si durmiese al borde de un abismo o en una casa invadida por las llamas, ¿vacilaríais en despertarle por no asustarle?

Decís, que llamaréis al sacerdote, cuando el enfermo lo pida. ¿Pero ignoráis, que rara vez se dan cuenta los enfermos de su gravedad? Vuestro es el deber de preparar al enfermo, para que reciba a tiempo los auxilios religiosos. Acudid con tiempo a vuestra parroquia o al sacerdote conocido, que os facilitará el cumplimiento de este grave deber.

Desterrad de vuestra mente la falsa preocupación de que el enfermo se asustará si le habláis de sacramentos.

La experiencia enseña, que el enfermo sabe, que el sacerdote viene a llenar a su lado el más dulce y benéfico de todos los ministerios, a purificar y consolar su alma, a traerle, en fin, en medio de las más crueles angustias, la paz y la dulzura de Jesucristo. 

La primera diligencia que se ha de hacer cuando se advierta que un enfermo está de peligro, es llamar al párroco o al confesor, para que le administre los sacramentos de la Penitencia, Eucaristía y Extremaunción y le aplique la indulgencia plenaria en el artículo de la muerte (pocos, muy pocos conocen esta gran gracia. Exígela al sacerdote. Entérate haciendo clic aquí: http://www.catolicidad.com/2014/07/indulgencia-plenaria-la-hora-de-la.html).

Nota: En algunos países existen ligas, cuyos adherentes se comprometen a avisarse mutuamente en caso de enfermedad grave, para recibir a tiempo los auxilios espirituales. ¿Por qué no podrían establecerse, también aquí entre nosotros? O bien, comprometerse mutuamente a ello con dos o tres familiares. Otro aspecto a considerar es estar siempre en gracia santificante (confesado) antes de cualquier operación, aunque el riesgo sea bajo. No olvidemos que los mandamientos de la santa Madre Iglesia obligan a la Confesión cuando menos una vez al año (minimum minimorum) o si existe peligro de muerte. Por último, hay que constatar que el enfermo tenga siempre puesto su escapulario y si no se la ha impuesto, solicitarle al sacerdote que lo atiende que lo haga. Todo católico debería portarlo siempre. 


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¡Oh Madre de Piedad, escuchad benigna las súplicas de las familias cristianas, para que ninguno muera en sus hogares sin haber recibido El Santo Viático!

Nota: Este post ya lo habíamos publicado hace varios años, pero es necesario recordar esto.

miércoles, 16 de octubre de 2024

VENID, JESÚS NUESTRO SEÑOR


   La Humanidad no tiene fuerzas para apartar el obstáculo que ella misma ha creado tratando de impedir vuestro regreso. Enviad a vuestro ángel, ¡oh, Señor!, y haced que nuestra noche se vuelva luminosa como el día.

   ¡Cuántos corazones os esperan, oh, Señor! ¡Cuántas almas se consumen en el anhelo del día en que sólo Vos viviréis y reinaréis en los corazones!

Venid, Jesús Nuestro Señor

   Hay muchas señales de que la hora de vuestro regreso no está lejana.

   ¡Oh, María! Vos, que le habéis visto resucitado, que con la primera aparición de Jesús visteis suprimida la inenarrable angustia producida por la noche de la Pasión, María, a Vos ofrecemos las primicias de este día. A Vos, esposa del Espíritu divino, nuestro corazón y nuestra esperanza.

Pío XII, Mensaje Pascual de 1957

martes, 15 de octubre de 2024

NO TE LA PUEDES PERDER


 

 El próximo 17 de octubre, se estrena en México la película Apocalipsis, dirigida por Simón Delacre. La película narra el contenido del último libro de la Biblia, escrito por el apóstol Juan, en el que se describe proféticamente el fin de los tiempos, la segunda venida de Jesucristo y las promesas de premio.

Esta película es un viaje épico a través del tiempo y de la fe, de la mano del apóstol Juan, que guía al espectador, a través de las misteriosas visiones del libro más enigmático de la Biblia, hacia las profecías prontas a cumplirse, hacia un mundo de esperanza que borra por completo cualquier sospecha de abandono por parte del Creador.

Lo anterior, con efectos visuales impactantes y escenas épicas que sumergen al espectador en la narrativa apocalíptica.

Se trata de una experiencia cinematográfica única que llevará al espectador al corazón mismo de la profecía, ofreciéndote una visión diferente del verdadero Apocalipsis, de la segunda venida de Jesus.

¿Quién es Simón Delacre?

Simón Delacre, fundador de CARAVEL FILMS, la casa productora y distribuidora de Apocalipsis, es el guionista, director y productor de “El Apocalipsis de san Juan”.

Simón es conocido por sus papeles en Los Sobrevivientes (2007) y Esquizofrenia (2004). Su carrera comenzó en la Universidad de Buenos Aires, donde estudió cine y se lanzó a dirigir y producir una serie de cortometrajes de Ciencia Ficción, consolidando así su destreza como un realizador integral.


lunes, 14 de octubre de 2024

17 DE OCTUBRE EN MÉXICO: GRAN ESTRENO DE "EL APOCALIPSIS DE SAN JUAN" / LA PELÍCULA / TRÁILER (Fechas en otros países)

https://www.youtube.com/watch?v=SBB_3-cJ4Fc 



ESTRENO INTERNACIONAL EN CINES:

 17 de Octubre
🇲🇽México
🇦🇷Argentina
🇨🇴Colombia 
🇵🇾Paraguay
🇺🇾Uruguay

 24 de Octubre
🇵🇪Perú 
🇻🇪Venezuela

 31 de Octubre
🇨🇱Chile
🇪🇨Ecuador
🇪🇸España

 7 de Noviembre
🇩🇴República Dominicana

 Fecha en Octubre, a definir.
🇧🇴Bolivia
🇨🇷Costa Rica
🇬🇹Guatemala
🇵🇦Panamá
🇳🇮Nicaragua

Para recibir más información, regístrate en www.apocalipsisrevelado.com

¡NO TE LA PUEDES PERDER!

RESEÑA

viernes, 11 de octubre de 2024

EXORCISMO

 

Durante el exorcismo, los demonios le dijeron al santo que con el Rosario que predicaba, llevaba el terror y el espanto a todo el infierno, y que él era el hombre que más odiaban en el mundo a causa de las almas que les quitaba con esta devoción.

Santo Domingo arrojó su Rosario al cuello del poseso y les preguntó a cuál de los santos del cielo temían más y cuál debía ser más amado y honrado por los hombres. Los enemigos, ante estas interrogantes, dieron gritos tan espantosos que muchos de los que estaban allí presentes cayeron en tierra por el susto.

Los malignos, para no responder, lloraban, se lamentaban y pedían por boca del poseso a Santo Domingo que tuviera piedad de ellos. El santo, sin inmutarse, les contestó que no cesaría de atormentarlos hasta que respondieran lo que les había preguntado. Entonces ellos dijeron que lo dirían, pero en secreto, al oído y no delante de todo el mundo. El santo, en cambio, les ordenó que hablaran alto, pero los diablos no quisieron decir palabra alguna.

Entonces el P. Domingo, puesto de rodillas, hizo la siguiente oración: “Oh excelentísima Virgen María, por la virtud de tu salterio y Rosario, ordena a estos enemigos del género humano que contesten mi pregunta”.

De pronto, una llama ardiente salió de las orejas, la nariz y la boca del poseso. Los demonios seguidamente le rogaron a Santo Domingo que, por la pasión de Jesucristo y por los méritos de su Santa Madre y los de todos los santos, les permitiera salir de ese cuerpo sin decir nada porque los ángeles en cualquier momento que él quisiera se lo revelarían.

Más adelante, el santo volvió a arrodillarse y elevó otra plegaria: “Oh dignísima Madre de la Sabiduría, acerca de cuya salutación, de qué forma debe rezarse, ya queda instruido este pueblo, te ruego para la salud de los fieles aquí presentes que obligues a estos tus enemigos a que abiertamente confiesen aquí la verdad completa y sincera”.

Apenas terminó de pronunciar estas palabras, el santo vio cerca de él una multitud de ángeles y a la Virgen María que golpeaba al demonio con una varilla de oro, mientras le decía: “Contesta a la pregunta de mi servidor Domingo”. Aquí hay que tener en cuenta que el pueblo no veía, ni oía a la Virgen, sino solamente a Santo Domingo.

Los demonios comenzaron a gritar: “¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes evitas el infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados –a pesar nuestro– a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas!”.

“¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros”.

“Un solo suspiro que ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores”.

De igual manera los malignos confesaron que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. “¡Ah! Si esta Marieta –así la llamaban en su furia– no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías!”.

Luego añadieron que “nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará. Porque ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos”.

Es así que Santo Domingo hizo rezar el Rosario a todo el pueblo muy lenta y devotamente, y en cada Avemaría que rezaban, salían del cuerpo del poseso una gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos.

Cuando todos los enemigos salieron y el hereje quedó libre, la Virgen María, de manera invisible, dio su bendición a todo el pueblo, que experimentó gran alegría. “Este milagro fue causa de la conversión de gran número de herejes, que incluso se inscribieron en la Cofradía del Santo Rosario”, concluyó San Luis María Grignion de Montfort.


jueves, 10 de octubre de 2024

LA FALSA MISERICORDIA: UNA MANZANA ENVENENADA


1. INTRODUCCIÓN: LA GLORIA DIVINA Y EL PELIGRO DE LA DISTORSIÓN

Desde los primeros días de la revelación, el hombre ha luchado por comprender plenamente la naturaleza de Dios. Nuestro Creador, infinitamente amoroso y justo, no puede ser encasillado en las limitadas categorías humanas. Sin embargo, en tiempos recientes, ha surgido una visión deformada y seductora que presenta a Dios como un ser de misericordia infinita, pero desligada de su justicia. Esta distorsión, aunque aparentemente benigna, es profundamente peligrosa, ya que oscurece la verdad de quién es Dios y pone en riesgo la salvación de las almas.

La Escritura es clara al presentarnos un Dios que es celoso de su gloria: “Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso” (Éxodo 20:5). Esta celosía no es caprichosa ni humana, sino el reflejo de una exigencia justa: que la verdad de su ser sea conocida y adorada sin ser diluida. A través de los siglos, los santos y doctores de la Iglesia han defendido con celo esta verdad, recordándonos que la justicia de Dios no es una opción ni un aspecto secundario de su ser, sino que forma una unidad perfecta con su amor y su misericordia.

2. LA FALTA DE CARIDAD EN LA DISTORSIÓN DE LA MISERICORDIA

Aquellos que predican una falsa misericordia, omitiendo la justicia divina, están fallando en su primer deber de caridad. Enseñar solo la misericordia sin advertir sobre las exigencias de la justicia es, en el fondo, una traición a las almas. San Agustín decía: “Dios no es menos justo cuando perdona, ni menos misericordioso cuando castiga” (De civitate Dei, I, 9). Los que suavizan el mensaje evangélico, quitando el peso de la justicia, no actúan por amor verdadero, sino por una falsa piedad que envenena las almas.

La verdadera caridad debe llevarnos a confrontar la realidad del pecado y de la justicia de Dios. Es un acto de amor enseñar la verdad sobre el juicio divino, porque solo en el reconocimiento de nuestras faltas y en el arrepentimiento sincero puede el hombre acceder a la misericordia redentora de Dios. Los que predican una misericordia sin justicia, lejos de salvar, condenan, al ofrecer una visión ilusoria que no invita a la conversión ni a la santidad.

3. LA MISERICORDIA Y LA JUSTICIA: UNA UNIDAD INDIVISIBLE

Dios, en su perfección infinita, no puede ser dividido en atributos. Su misericordia y su justicia son inseparables, tal como nos lo enseñó Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologiae (I, q. 21, a. 4): “En todas las obras de Dios, la justicia presupone la misericordia y se funda en ella”. Esta afirmación nos recuerda que cada acto de justicia de Dios es un acto de misericordia, porque antes de exigir justicia, Dios ha dado al hombre los medios para responder a su llamado.

San Juan Crisóstomo también ilumina esta verdad cuando dice: “El que castiga es justo y también misericordioso, pues el castigo que inflige lo hace para corregir al pecador y llevarlo de nuevo al buen camino” (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 43). Este equilibrio entre justicia y misericordia es el pilar que sostiene el plan divino de salvación. Ninguno puede existir sin el otro, pues la misericordia sin justicia no es misericordia, y la justicia sin misericordia sería cruel.

4. EL HOMBRE MODERNO Y LA TENTACIÓN DE LA FALSA MISERICORDIA

El hombre contemporáneo, impulsado por una cultura que rechaza el sacrificio y la penitencia, ha caído en la trampa de creer en un Dios que no exige, que no corrige, que solo ama sin condiciones. Esta visión, sin embargo, está muy lejos de la realidad divina. Es una “manzana envenenada”, una seducción que ofrece consuelo temporal pero conduce a la ruina eterna.

El relativismo moral, que niega la existencia de verdades absolutas, ha contribuido a esta falsa concepción de la misericordia. Bajo la premisa de que “Dios es solo amor”, muchos justifican comportamientos que contradicen la ley divina, creyendo que no tendrán consecuencias. Esta falsa seguridad es peligrosa porque elimina la necesidad de arrepentimiento y conversión. Como enseña el profeta Ezequiel: “Si el justo se aparta de su justicia y comete iniquidad, él morirá por ello” (Ez 18, 26).

5. LAS CONSECUENCIAS DE LA DISTORSIÓN: LA PÉRDIDA DEL SENTIDO DEL PECADO

La distorsión de la misericordia lleva inevitablemente a la pérdida del sentido del pecado. Si Dios no castiga, si su misericordia es automática y no requiere esfuerzo por parte del pecador, entonces el pecado deja de tener peso real. El hombre se adormece en una falsa paz, confiando en una salvación que cree garantizada sin necesidad de enmienda. Esta visión no solo es falsa, sino mortal para las almas, ya que las aparta del arrepentimiento sincero, único camino hacia la redención.

San Gregorio Magno, en su Moralia in Job, advierte: “A quien el Señor ama, lo corrige, y a quien recibe como hijo, lo castiga” (Mor., III, 26). La corrección divina es un acto de amor, y negarlo es negar la esencia misma de la relación entre Dios y el hombre. Solo el arrepentimiento sincero, motivado por el reconocimiento de nuestras faltas y el temor reverente a la justicia de Dios, puede abrirnos a su misericordia.

6. LA JUSTICIA EN EL JUICIO FINAL: DONDE TODO SE REVELA

El juicio final es el acto culminante en el que se manifestará plenamente la justicia de Dios. En ese momento, la misericordia y la justicia encontrarán su equilibrio perfecto. Dios juzgará a cada uno según sus obras: Los que hayan respondido a la misericordia con arrepentimiento y obras de caridad serán acogidos en la gloria eterna, mientras que aquellos que hayan rechazado la justicia divina enfrentarán las consecuencias de sus actos.

El infierno, que muchos hoy niegan o consideran simbólico, es una realidad de la justicia divina. San Alfonso María de Ligorio advertía: “El infierno es el castigo para aquellos que desprecian la misericordia de Dios durante su vida” (Práctica del amor a Jesucristo). La negación de esta verdad, bajo la excusa de una misericordia ilimitada, es una traición a la verdad y un grave peligro para las almas.

7. CONCLUSIÓN: LA URGENCIA DE LA VERDAD Y EL GRAVE ERROR DE LA FALSA MISERICORDIA

El error de presentar a Dios como un ser únicamente misericordioso, sin justicia, no es solo un desliz teológico: es una amenaza directa a la salvación de las almas. Es una traición a la verdad, una negación de la realidad más profunda del amor de Dios, que corrige, purifica y llama a la conversión. Permitir que esta falsa misericordia se extienda es abandonar a los hombres a su perdición, es cerrar los ojos ante la caída de miles de almas que, engañadas, creen que el pecado no tiene consecuencias, que el arrepentimiento no es necesario y que la vida eterna es una promesa sin condiciones.

La falsa misericordia es una trampa mortal que, bajo el velo del amor, oculta el veneno de la complacencia y la tibieza. No hay mayor acto de caridad que confrontar este error con firmeza y claridad. Aquellos que callan la justicia de Dios no solo faltan a su deber, sino que son cómplices en la ruina de las almas. Al despojar el mensaje evangélico de la cruz, del sacrificio, y de la necesidad de conversión, están arrastrando a muchos hacia la oscuridad, ofreciéndoles un consuelo temporal a costa de la eternidad.

Es nuestra responsabilidad, como discípulos de Cristo, no solo proclamar el amor de Dios, sino también su justicia. Porque solo en la justicia se encuentra la verdadera misericordia: aquella que nos llama al arrepentimiento, que nos exige cambiar y que, al hacerlo, nos salva. Enseñar la verdad completa sobre Dios, con toda su majestad de amor y justicia, es el mayor acto de amor que podemos ofrecer. Cualquier intento de suavizar esta verdad no es caridad, es cobardía.

No podemos callar cuando vemos que tantas almas se pierden en la falsa seguridad de una misericordia sin condiciones. Es un deber sagrado oponerse a este error y restaurar la enseñanza completa de la fe. La Iglesia no puede y no debe ser cómplice de esta distorsión. Quienes aman verdaderamente a Dios y a sus hermanos deben estar dispuestos a defender la justicia divina, porque solo a través de ella la misericordia puede brillar en todo su esplendor.

El tiempo apremia. El mundo se sumerge en una confusión moral cada vez más profunda, y solo una proclamación valiente y clara de la verdad puede rescatar a las almas de la perdición. Que no se diga de nosotros que fuimos tibios, que dejamos pasar la ocasión de salvar a nuestros hermanos por miedo a la incomodidad. La gravedad del error que enfrentamos exige todo nuestro esfuerzo, nuestra oración y nuestro testimonio. Solo así podremos ser verdaderos instrumentos de la gracia divina, conduciendo a las almas hacia la salvación que Dios ofrece, pero que solo puede ser aceptada en la verdad.

OMO

Bibliografía:

 • Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae.

 • San Agustín, De civitate Dei.

 • San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo.

 • San Gregorio Magno, Moralia in Job.

 • San Alfonso María de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo.

miércoles, 9 de octubre de 2024

EL ÚNICO CONSUELO


"Se acerca el fin, el fin se acerca. Uno vive más largo tiempo, otro menos; pero todos, tarde o temprano, debemos morir, y a la hora de la muerte el solo consuelo que experimentaremos será haber amado a Jesucristo y haber sufrido por su amor los trabajos de la vida".

San Alfonso María de Ligorio