Si bien la adolescencia es un periodo doloroso y desconcertante para los padres, no obstante es una etapa normal y necesaria para llegar a la juventud. Bosquejo de la edad adulta, la adolescencia es conocida como “la edad ingrata”, “la edad de la emancipación”, la “crisis de pubertad” o “la edad difícil”.
Nunca se insistirá suficientemente sobre la importancia que tiene para los padres dirigir a los jóvenes adolescentes a través de las transformaciones profundas que ellos sufren.
Si bien la adolescencia es un periodo doloroso y desconcertante para los padres, no obstante es una etapa normal y necesaria para llegar a la juventud. Bosquejo de la edad adulta, la adolescencia es conocida como “la edad ingrata”, “la edad de la emancipación”, la “crisis de pubertad” o “la edad difícil”.
Nunca se insistirá suficientemente sobre la importancia que tiene para los padres dirigir a los jóvenes adolescentes a través de las transformaciones profundas que ellos sufren.
¿QUÉ ES LA ADOLESCENCIA?
Es esencial darse cuenta que es un paso entre la infancia y la edad adulta, o sea de la dependencia a la autonomía. El adolescente no es más un niño, pero tampoco es un adulto; es aquel que está en la edad del cambio y esto por una transformación tanto fisiológica como psicológica.
Con frecuencia se identifica la adolescencia sólo con los cambios físicos secundarios al desarrollo fisiológico propios de su sexo. Pero hay también un cambio psicológico profundo. En el hombre hay una unidad, no es un alma dentro de un cuerpo, sino que es a la vez un ser espiritual y corporal, en quien todo se reúne. Con la aparición paulatina de la posibilidad de engendrar una nueva vida siendo aún un hijo de familia, también ocurre una etapa de aparente contradicción, en la cual, a la necesidad de cariño y de protección, sucede un deseo de desapego, de independencia, de querer dirigir su vida por sí mismo. Estos dos procesos –volverse fuente de vida y cambiar a ser dueño de sí mismo- son un movimiento de la naturaleza que reclama la liberación progresiva (y dolorosa para los padres) de un modo de vida que ya no le conviene más. Encontrar un nuevo equilibrio no es fácil y no está exento de pasar por excesos irritantes y difíciles de soportar por ambas partes.
ETAPAS DE LA ADOLESCENCIA
a) La crisis de la emancipación (10 a 12 años)*.
Al principio es una especie de resistencia disimulada, de indocilidad pasiva, no se atreve a enfrentarse directamente pero toma un aire de fastidio altivo y una actitud de descontento permanente. Es un modo de protestar contra las atenciones habituales de los padres. Después la indocilidad se vuelve más abierta, se encogen de hombros ante los consejos: abrígate, se te va a hacer tarde, báñate, etc. Adoptan un aire de superioridad o desdén para con sus maestros, para con sus padres; el temor a hacerlos sufrir frena un poco este impulso.
La pubertad (aparición de los cambios físicos relacionados con el inicio del desarrollo sexual) no ha llegado aún, pero la naturaleza prepara su aparición. En la casa el varón se aleja de sus hermanas; juega, entonces, con varones de su edad e incluso mayores.
En este periodo, la mamá, que hasta entonces era la que brindaba la mayor parte de la educación, debe tomar distancia y dejar hacer al padre, ya que el adolescente ya no quiere la autoridad femenina. Siente necesidad de una autoridad ciertamente afectuosa, pero más ruda, más viril, menos detallista y menos indulgente. Empieza a salir de la infancia.
b) La pubertad (12-13 años)*.
El varón se vuelve revoltoso y más brusco. Siente la necesidad de recibir alabanzas, de valerse por sí mismo. Es muy sensible a las recriminaciones y se rebela antes de aceptarlas. Es duro, insensible, siempre presto a satisfacerse a sí mismo sin compasión de los otros. Siente curiosidad por lecturas o imágenes indecentes. Con frecuencia pierde el gusto por el trabajo y se deja llevar por la desidia, y por sueños que corresponden frecuentemente a satisfactores de la sensualidad. Goza con todo aquello que molesta a sus hermanas, primas o amigas de éstas. Le gusta mostrar su fuerza física para atraer la atención y lograr la admiración.
En las jovencitas de esta edad, estas manifestaciones son diferentes. Se dejan llevar por sueños vagos sin objeto preciso. Pasan alternativamente de la exuberancia a la melancolía sin relación con los acontecimientos exteriores. Se atormentan inconscientemente por el deseo de amar y ser amadas. Buscan testimonios del afecto sensible de sus compañeras. Inicia la coquetería y van tomando conciencia de su belleza.
En esta etapa se debe primero esclarecer la inteligencia. Instruir y dar buen ejemplo es lo más efectivo. Ejercer la autoridad con dulzura y firmeza, pero sobre todo con habilidad. En esta edad sus juicios son inflexibles, absolutos, categóricos. Hay que ayudarlos a matizarlos, dándoles los elementos de razonamiento necesarios.
c) La adolescencia plena: “ la edad ingrata” (14-17 años)*.
Tiene cuatro características principales:
- Una gran inestabilidad.
- Deseo de independencia.
- Necesidad de admiración y de admirar.
- Anhelo de entrega.
Inestabilidad:
Atañe a muchos aspectos. Comienza, emprende sin cesar, no continúa, no termina nada. Su esfuerzo escolar es irregular. Hay una efervescencia de sentimientos pero son pasajeros, las amistades no son profundas ni durables. Pasa rápidamente de la generosidad a la mezquindad, del trabajo a la pereza, de la animación al hastío, del interés a la indiferencia. Unas veces se excusa de sus actitudes, otras tiende a justificarse. Sufre la transformación profunda que se está operando en él y que no domina. Está confuso y busca atenuar el malestar que esto le produce con múltiples diversiones que pronto le aburren.
¿Cómo ayudarlo?
Hay que orientarlo hacia un esfuerzo regular con un fin preciso. Este esfuerzo puede consistir en llevar a cabo sus estudios, una responsabilidad en la casa o en un negocio de la familia, un deporte, un apostolado, etc. Hay que desarrollar en él el sentido del deber, pero a través de sus propias iniciativas.
Independencia:
El adolescente hace con frecuencia juicios temerarios y tiene un marcado espíritu de contradicción. Es la edad de las afirmaciones categóricas. Emite juicios en forma altanera y agresiva; cualquiera que no piensa como él es un tonto.
Este periodo es peligroso, pues a fuerza de creer tener en todo la razón, puede terminar por desviar su conciencia y acallar los remordimientos.
El gran remedio está en el sacerdote y el confesionario: ayudándolo a examinar sus actitudes con lealtad y humildad. También le será de ayuda una buena amistad y la influencia de algún adulto al que le tenga confianza y lo oriente adecuadamente.
Los padres deben actuar con prudencia y habilidad. En esta etapa el arte de la educación se basa en las conversaciones. Reflexionar con él o ella. Tomarlos en serio, examinar con ellos los problemas que los perturban. Se trata de ayudar a un espíritu sin experiencia, pero con un amor propio a flor de piel. No enfrentarlo, no ofenderlo; pero tampoco abandonarlo o dejarlo hacer o decir todo lo que le plazca.
Admiración:
El adolescente busca ser admirado, pero también admira fácilmente lo que considera superior a él. Se fascina con los seres dotados de fuerza física, de cultura intelectual, de cualidades humanas o simplemente con “los triunfadores en el mundo”. Esta admiración excesiva es en el fondo una manifestación de una mezcla de sus deseos de libertad y sumisión: libertad porque él es el que elige el objeto de su admiración y sumisión porque se inclina ante la persona objeto de su fascinación.
Aquí puede empezar con algo muy peligroso: los falsos ídolos (deportistas, cantantes, artistas, tal o cual grupo musical, etc.).
Es por eso que los padres deben guiar su admiración hacia personas dignas; amigos, personas con una vida ejemplar, personajes de la historia – de la verdadera historia – y por supuesto, de los santos, de la vida de los santos. Si se le abandona a sí mismo, puede llegar a admirar y a hacer un ídolo de cualquiera. El ideal será que esta admiración la lleve hacia los verdaderos héroes, que son aquellas personas que han o están imitando a Cristo Nuestro Señor. En general, unos buenos padres están tratando de hacer esto último y el joven o la joven deberían de sentir admiración hacia sus padres; desgraciadamente, el espíritu de desprecio hacia ellos – “los viejos“– vuelve esta eventualidad como algo muy raro.
Entrega:
Si el niño tiene necesidad de ser amado, el adolescente tiene sobre todo necesidad de amar, o sea más que de recibir, dar. Es por ello que el excesivo afecto de la madre, en esta edad, le harta. En consecuencia tiende a elegir sus afectos, quiere la iniciativa, a pesar de que estos afectos sean con frecuencia rechazados por la familia. Para él lo importante es una nueva amistad. Egoísta con la familia, es capaz de darse por entero, de abrirse profundamente a sus amigos, lo que difícilmente hace con sus hermanos o padres.
Por otro lado, está deseoso de entregarse a un ideal. Puede ser fácilmente presa de falsas corrientes religiosas o de falsos grupos “humanitarios”.
Es por ello que los padres y los buenos amigos deben de conversar mucho con él para reflexionar sobre los falsos y los verdaderos ídolos o héroes y encaminarlo a ocupar su mente y su corazón en obras de valor: la acción católica, las obras de piedad, la patria, en una palabra el amor a Dios y al prójimo. Si él decide, guiado por los buenos padres, por unos padres vigilantes y prudentes, entregarse a un ideal verdadero, a un gran ideal, ha resuelto, probablemente, no el problema de la adolescencia, sino el problema de su vida.
d) El final de la adolescencia (18-20 años)*.
Poco a poco la edad ingrata va pasando, el adolescente se vuelve más estable, la afirmación de su yo es ahora más positiva que negativa y aparece una verdadera facultad de dar un amor real y leal. En una palabra el joven empieza a ser un hombre completo o una mujer cabal, pero sobre todo están ya en el camino correcto para terminar de prepararse y así poder enfrentar el mandato Divino: “Creced y multiplicaos y llenad la tierra ...” o el de: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio...”
ERRORES A EVITAR
Muchos padres, desconcertados por la complejidad y las contradicciones del adolescente, abandonan la batalla, dándose por vencidos. Unos esperan que el tiempo arregle las cosas (ya le pasará, dicen) y olvidan que estos movimientos y pasiones pueden transformarse en malos hábitos si no son dominados. Otros creen que su deber es redoblar su autoridad, sin darse cuenta de que así se arriesgan a exasperarlos o llevarlos a la rebelión o a la simulación, y si son chicos muy dóciles, pueden oprimir su personalidad hasta el punto de quitarles toda iniciativa. Dos actitudes igualmente peligrosas, una por defecto, la otra por exceso.
En resumen:
El adolescente es un pequeño hombre atormentado y confundido por las transformaciones físicas y psicológicas que él no entiende ni domina y hay que ayudarle a que comprenda poco a poco, fortalecerlo y guiarlo con prudencia y sabiduría, pero también con firmeza y rectitud.
La fuerza y la virtud de Jesucristo y de los santos es el remedio que más lo cautivará y lo ayudará en esta “crisis” de la maduración. Por lo tanto, es esencial que los padres le hayan enseñado o en su defecto, le ayuden a que conozca ahora, la vida de Nuestro Señor y la de los que se decidieron a imitarla: sus santos.
En este paso doloroso de la adolescencia, no se debe olvidar, como un bálsamo maravilloso, el amor de la Virgen María, la madre de Dios. Los adolescentes y los padres no deben omitir pedirle a Ella que los ayude a resolver con éxito este paso difícil y peligroso que determina en gran parte el futuro de su juventud y de su vida.
El nacimiento de un hombre es más emocionante que la primavera. Un hombre empieza a nacer en el momento de la concepción y termina de hacerlo al final de la adolescencia. En todos estos años, su cuerpo crece, adquiere vigor, se manifiesta su temperamento, se forma su carácter, se forja su personalidad; el corazón se abre al honor, a la generosidad y al amor. El sentimiento del deber se fortifica con el ideal de la salvación eterna; la conciencia, probada por la tentación, se fortifica; la fe se arraiga, la vida se bosqueja llena de promesas y de ambiciones.
Había un niño -pasó por la adolescencia, se desconcertó, se confundió, dudó, pero luchó y rezó; permitió que lo ayudaran sus padres y amigos, acudió a un buen sacerdote y al confesionario, se encomendó a la Virgen María y venció- ahora, hay un hombre.
R.P. Delagneau
Ediciones del Angel
Buenos Aires, Argentina, 1992.
(Adaptado y condensado para su publicación en este blog).
* Las edades pueden variar un poco de acuerdo al sexo, al país, al clima, etc.
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