martes, 18 de febrero de 2025

LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO CONDENA LA EXPOSICIÓN BLASFEMA EN INSTALACIONES DE LA UNAM



 

La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM)  la dizque exposición "artística" presentada en la Academia de San Carlos, en Ciudad de México, por ser ofensiva para la fe católica.

Por medio de un comunicado, los obispos señalaron que el arte debe ser un vehículo de encuentro y diálogo, y no una herramienta de burla o desprecio hacia las creencias de religiosas: “Nos duele y preocupa cuando el arte se utiliza para herir la sensibilidad y los símbolos sagrados... pues esto no construye puentes sino que profundiza las divisiones en nuestra sociedad”.

En su comunicado, los obispos mexicanos hacen un llamado a la reflexión sobre el verdadero poder transformador del arte.

La CEM haciendo referencia a la exposición blasfema señala que, “apelando a la libertad de expresión, usan la burla, el desprecio y la intolerancia hacia otros otros miembros de la comunidad”.

Los obispos denuncian que la exposición blasfema en la Antigua Academia San Carlos de la CDMX, perteneciente a la Universidad Autónoma de México “queda a deber mucho a la sociedad, pues el arte es novedad que busca construir el encuentro y alimentar la esperanza”.

“El auténtico arte no necesita profanar lo sagrado para ser provocador, su mayor provocación debe ser la apelación a lo más auténtico del ser humano, su dignidad, su trascendencia y su capacidad de construir un mundo mejor”, enfatizaron los obispos mexicanos.

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El día de ayer otros grupos católicos fueron a una nueva manifestación de desagravio en la Antigua Academia San Carlos. Algunos de ellos fueron arbitrariamente encerrados dentro de las instalaciones, ilegalmente privados momentáneamente de su libertad y fotografiadas y archivadas sus identificaciones personales. Finalmente se impusieron con rezos, cantos religiosos y vivas a Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe, sumándose a los demás manifestantes que afuera coreaban fuertemente los rezos y consignas católicas.

lunes, 17 de febrero de 2025

LA ROSA Y EL FUEGO


Sofía caminaba con prisa, como siempre. Tacones altos, un bolso de marca colgando de su muñeca y un café en la otra mano. No estaba segura de adónde iba, pero tampoco le importaba. Últimamente, su vida transcurría en una inercia cómoda: moda, redes, fiestas, música. Todo parecía diseñado para ser visto, para ser compartido. Era hermosa, y lo sabía. Pero en los últimos meses, una sensación incómoda crecía en su interior, como un murmullo que no podía acallar.

El mundo entero la aplaudía, pero algo dentro de ella se sentía vacío.

Aquel día, decidió desviarse por un parque solitario, con árboles centenarios que parecían susurrar historias del pasado. Entonces la vio.

Sentada en un banco de piedra, una anciana giraba entre sus dedos una rosa marchita. Sus manos estaban arrugadas, pero en su porte había algo sereno, algo inquebrantable. Sofía no pudo evitar detenerse.

—Es hermosa, ¿verdad? —dijo la anciana sin apartar la vista de la flor.

Sofía asintió, aunque en realidad la rosa parecía a punto de deshacerse.

—Hace días que fue cortada, pero su perfume sigue aquí —continuó la anciana—. No tiene la frescura de ayer, pero aún entrega su esencia.

Sofía frunció el ceño.

—¿Y qué pasará cuando ya no huela?

La anciana la miró con sus ojos claros, tan profundos que Sofía sintió un vértigo extraño.

—Se volverá polvo. Como todas las cosas que se quedan en lo superficial.

Sofía sintió un escalofrío.

—No entiendo…

La anciana sonrió con ternura, pero su mirada era firme.

—Hoy, la belleza se ha vuelto un disfraz, un engaño. Nos han convencido de que ser bellas es atraer miradas, pero no nos dijeron que el cuerpo es solo un envoltorio. Nos entrenaron para mostrarnos, pero no para ser. Nos hicieron creer que valemos por lo que revelamos, pero jamás por lo que ocultamos.

Sofía sintió un nudo en la garganta.

—¿Y qué tiene de malo la belleza? —preguntó, con un tono más defensivo del que pretendía.

—Nada —respondió la anciana—. Lo malo es cuando la belleza se vacía de significado. Cuando la usas como un anzuelo y no como un don. Cuando el vestido no realza la dignidad, sino que la destruye. Cuando una mujer deja de ser un misterio para convertirse en un escaparate.

Sofía sintió que el suelo se volvía inestable bajo sus pies.

—Las mujeres hoy son como rosas de plástico —continuó la anciana—. Se ven perfectas, pero no tienen perfume. No mueren, pero tampoco viven. No duelen, pero tampoco aman. Han cambiado el fuego por el artificio, la esencia por la imagen.

—Pero… ¿no es importante sentirse bien con una misma? —insistió Sofía, buscando un resquicio para su propia defensa.

La anciana inclinó la cabeza con dulzura.

—Sí, pero dime, ¿sentirse bien es lo mismo que ser libre?

Sofía abrió la boca, pero no supo qué responder.

—Hoy te dicen que eres libre si puedes hacer lo que quieras con tu cuerpo —continuó la anciana—. Pero la verdadera libertad no es seguir deseos que otros han sembrado en ti. Es elegir el bien, aunque nadie lo haga. Es saber que eres más que un vestido, más que un like, más que un cuerpo bien formado.

—Pero si me visto bonita, ¿qué daño hay en eso? —insistió Sofía.

La anciana sonrió con dulzura.

—Nada, hija. Dios mismo viste de hermosura los lirios del campo. Pero fíjate: su belleza no es forzada, ni fingida, ni provoca en otros deseos desordenados. Crecen con dignidad, con gracia. La verdadera belleza atrae el alma, no solo los ojos. ¿Te has preguntado si lo que llevas puesto lleva a alguien a mirar más allá de tu cuerpo?

Sofía bajó la vista, inquieta.

—Pero… la moda cambia —susurró, más para sí misma que para la anciana.

—Y la verdad no —respondió la anciana con firmeza—. ¿Sabes por qué el mundo insiste tanto en desnudar a la mujer? Porque la desnudez no es solo física, es espiritual. Cuanto más se exhibe el cuerpo, menos se valora el alma. Cuanto más se muestra, menos se protege. Y cuanto menos se protege, más fácil es que la traten como un objeto de usar y tirar.

El aire se volvió denso.

—Hemos olvidado que el cuerpo es un templo —continuó la anciana—. Y en el templo no se entra de cualquier manera, ni se permite que cualquiera entre a profanarlo. Una mujer que se viste con dignidad se respeta, y quien se respeta, enseña a los demás a respetarla.

Sofía sintió la urgencia de replicar, de justificar la moda, de hablar de la libertad. Pero una parte de ella sabía que no tenía respuesta.

—¿Y qué significa arder? —preguntó finalmente, con la voz más débil de lo que esperaba.

—Arder significa no temerle a la verdad. Significa que tu belleza no sea un señuelo, sino un reflejo de lo que eres por dentro. Que en vez de atraer miradas, ilumines almas. Que seas una mujer que inspira a otros a mirar hacia arriba, no hacia abajo.

Sofía miró su reflejo en la pantalla de su celular apagado. Su ropa ajustada, su pose ensayada, sus labios perfectamente delineados. Por primera vez en años, sintió que aquello no la representaba.

La anciana extendió la rosa marchita. Sofía la tomó entre sus manos. Suavemente, acercó la flor a su nariz y aspiró su aroma. Todavía olía a algo.

—Las rosas no nacen para adornar escaparates —susurró la anciana—. Nacen para ser jardín, para ser fragancia, para ser fuego.

Sofía levantó la vista, pero la anciana ya no estaba.

Solo quedaba la rosa.

OMO

sábado, 15 de febrero de 2025

CATÓLICOS PROTESTAN FRENTE A LA EXPOSICIÓN BLASFEMA


  Posteriormente a lo acontecido con el señor de la tercera edad que fue violentamente expulsado de la exposición blasfema solo por estar rezando hincado dentro del recinto de la misma (ver nuestro post de ayer), un numeroso grupo de católicos protestó ayer, horas más tarde, contra la exposición rezando el rosario a las afueras de la Antigua Academia Nacional de San Carlos de la CDMX, dependiente de la UNAM.

Los manifestantes acusaron a la exposición como evidente “cristianofobia” y señalaron que “la blasfemia no es arte”. Lamentaron que una persona de la tercera edad haya sido expulsada violentamente horas antes "violando sus derechos más elementales" y exponiendo la integridad física de una persona septuagenaria que "fue aventada a la calle sin ninguna consideración a su edad". Asimismo hicieron la observación de que resulta inconcebible que con recursos públicos se financien estas burlas y ofensas contra la fe de un pueblo que es mayoritariamente católico, usando los impuestos que paga no para su beneficio sino para burlarse de sus creencias religiosas.

Con mantas condenando la cristianofobia, imágenes del Inmaculado Corazón de María y esculturas de la Virgen de Fátima elevaron preces y cantos religiosos en desagravio por las blasfemias expuestas.

Ante los sucesos, la UNAM cerró temporalmente la blasfema exposición, sin indicar si será reabierta.



viernes, 14 de febrero de 2025

LA INTOLERANCIA DE LOS "TOLERANTES"

 


Nota: Si no abre el vídeo, favor de verlo aquí: 

https://www.facebook.com/share/v/15dLtunpJq/

Católico que pacíficamente rezaba hincado como desagravio a una exposición blasfema que se presenta en instalaciones de la UNAM, en la Ciudad de México, pide cinco minutos para terminar sus oraciones, pero es violentamente desalojado sin oponer resistencia mientras grita vivas a Cristo Rey, a la Virgen de Guadalupe y denuncia a esa exposición como contraria a la fe del pueblo mexicano.

Es cargado violentamente contra su voluntad y es arrojado al suelo de la calle.

Se habla de "libertad" y se pide "tolerancia" para la blasfemia, pero un sencillo fiel que rezaba pacíficamente al sentir heridas sus creencias no puede ser tolerado solo durante cinco minutos.

Aplican la ley del embudo en esto de la tolerancia y la libertad. Parece que solo el mal tuviera "derechos".

Nota: Agradecemos al lector que nos envió este video.

jueves, 13 de febrero de 2025

ORACIÓN A LA INMACULADA


Oh María Inmaculada, soberana Reina de los cielos y la tierra, y nuestra bondadosa Abogada, te suplicamos dígnate interceder por nosotros. Ruega a Dios que envíe a San Miguel y todos los santos Ángeles alejar a todos los obstáculos que se oponen al reinado del Sagrado Corazón de Jesús en las almas, nuestras familias, nuestro país y el mundo entero.

Y tú, San Miguel, príncipe de la celestial milicia, te suplicamos de todo corazón que vengas a nuestro auxilio. Defiéndenos contra los ataques de satanás; y por el poder que Dios te confirió, después de asegurar la victoria de la Iglesia en este mundo, guía nuestras almas hacia las eternas moradas. Amén.

¡Sagrado Corazón de Jesús, venga a nos el tu Reino!

 San Pío X otorgó, mediante rescripto del 29 de Junio de 1906, a esta oración 300 días de Indulgencia.

miércoles, 12 de febrero de 2025

SOY TRIGO DE DIOS: EL MARTIRIO COMO TRANSFIGURACIÓN EN CRISTO

En la aurora de la cristiandad, cuando la sangre de los justos marcaba con su carmín las arenas del circo, surgieron voces que no clamaban por piedad, sino por consumación. Eran los mártires, testigos en el sentido más alto de la palabra, cuyas almas, encendidas en la llama del amor divino, anhelaban su tránsito como el ciervo anhela las aguas vivas. Entre ellos brilla con luz singular San Ignacio de Antioquía, quien, al presentir la cercanía de su sacrificio, pronunció palabras que resuenan como un eco de la eternidad:

“Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras para llegar a ser pan puro de Cristo.”

¿Qué es este grito sino la expresión suprema de la fe llevada a su cumbre? No es lamento, ni resignación, ni simple valentía natural; es la voz de un alma que ha comprendido el misterio más profundo del cristianismo: morir en Cristo es renacer en gloria, ser triturado es ser transformado, desaparecer en la oblación es encontrar la plenitud del ser.

El martirio es la más alta configuración con el Redentor; es la expresión última y perfecta del amor. El mundo lo ve como derrota, pero la Iglesia lo canta como triunfo; los verdugos creen que destruyen, pero sólo purifican; la muerte parece devorar al justo, pero en verdad lo exalta.

1. Trigo de Dios: el martirio como sacrificio eucarístico

San Ignacio no se limita a aceptar el martirio: lo desea, lo abraza, lo ruega. No como quien desespera de la vida, sino como quien ha comprendido que el verdadero sentido de la existencia no está en conservarla, sino en ofrecerla. Su metáfora del trigo encierra un simbolismo sublime: el mártir no es un condenado, es un pan en preparación; no es una víctima inerme, sino un holocausto voluntario.

La Escritura nos da la clave para interpretar este misterio:

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.” (Juan 12, 24)

La Iglesia ha entendido siempre que en la oblación del mártir se prolonga el sacrificio de Cristo. La Eucaristía es el centro del cristianismo porque es el memorial vivo del sacrificio del Calvario; pero el martirio es su actualización en la carne de los santos. De ahí que la Iglesia primitiva celebrara la Misa sobre las tumbas de los mártires: en ellos se hacía visible lo que en el altar se realizaba místicamente.

San Ignacio lo comprende con toda la lucidez de un alma inflamada por Dios: su muerte no es aniquilación, sino transfiguración. Como el trigo es triturado para convertirse en pan, así él será triturado para convertirse en oblación perfecta. No se aferra a la vida, porque su corazón late con la certeza de que muriendo con Cristo se puede reinar con Él.

2. El martirio: la unión total con Cristo

El mundo no entiende el martirio. Para la mentalidad terrenal, la muerte es siempre un mal, un fracaso, una pérdida irreparable. Pero Cristo ha dado un giro absoluto a esta visión:

“Quien pierda su vida por mí, la hallará.” (Mateo 16, 25)

San Ignacio es un alma totalmente poseída por esta verdad. No teme a las fieras, no se resiste al suplicio, no busca caminos de evasión. Al contrario, su única inquietud es que los fieles de Roma, movidos por la compasión humana, intercedan para librarlo. Por eso les escribe con vehemencia:

“Dejadme ser imitador de la Pasión de mi Dios.” (Carta a los Romanos, 6)

Aquí está el núcleo del martirio cristiano: no es una simple muerte heroica, sino una identificación plena con Cristo crucificado. Santo Tomás de Aquino explica que el martirio es la forma más alta de la caridad, porque en él el hombre entrega su vida por amor a Dios (Suma Teológica, II-II, q. 124, a. 3).

Y es que el mártir no sólo imita a Cristo: en él se cumple el misterio de la Cruz. Como enseña San Pablo:

“Con Cristo estoy crucificado; y no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí.” (Gálatas 2, 20)

Por eso San Ignacio no teme, no se lamenta, no retrocede. Su carne será despedazada, pero su alma se unirá irrevocablemente al Amado.

3. El martirio como semilla fecunda

Roma creía que exterminaba a los cristianos al entregarlos a la espada y a la hoguera, pero en verdad los multiplicaba. En el martirio se revelaba con potencia el misterio del cristianismo: la muerte no vence, la Cruz no destruye, la sangre no apaga la fe, sino que la enciende más. 

La sangre de los mártires es semilla de cristianos.

San Ignacio no fue derrotado en el circo romano: fue coronado en la eternidad. No fue devorado por las bestias: fue absorbido por la gloria. Su martirio no fue el fin de su misión: fue su cumplimiento más alto.

Las fieras han pasado, los emperadores han caído, los coliseos son ruinas, pero la fe que él confesó con su sangre sigue viva. Su grito sigue resonando en la Iglesia:

“Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras para llegar a ser pan puro de Cristo.”

Que su testimonio nos inflame con el ardor de los mártires. Que su ejemplo nos inspire a vivir con radicalidad nuestra fe. Que su voz nos recuerde que sólo en Cristo se encuentra la verdadera vida.

OMO


Bibliografía

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos.

Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 124, a. 3.

La Sagrada Escritura (versión Vulgata y traducciones tradicionales).


martes, 11 de febrero de 2025

NO ME DESAMPARES, MADRE


No me desampare tu amparo,

No me falte tu piedad.

No me olvide tu memoria.

Si tú, Señora, me dejas, ¿quién me sostendrá?

Si tú, me olvidas, ¿quién se acordará de mí?

Si tú, que eres estrella de la mar y guía de los errados, no me alumbras, ¿dónde iré a parar?

No me dejes tentar del enemigo,

Y si me tentare, no me dejes caer.

Y si yo cayere, ayúdame a levantar.

¿Quién te llamó, Señora, que no le oyeses?

¿Quién te pidió, que no le otorgases?


FRAY LUIS DE GRANADA.

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INVOCACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES.

1– ¡Oh! Querida Virgen de Lourdes, cómo un pobre peregrino, me postro delante de Ti, anegada mi alma en llanto y dolor. Recibe mi plegaria y mis lágrimas. 

AVE MARÍA.

2– ¡Oh! Querida Virgen de Lourdes, mi alma está triste, se halla pobre y desamparada. Ayuda, sostiene y consuela a quien te ama y ruega. 

AVE MARÍA. 

3– ¡Oh! Querida Virgen de Lourdes, en mi corazón nace la esperanza de que en verdad me oirás. Espero, espero, pues, la gracia. Madre mía, siempre te amaré. 

AVE MARÍA.

lunes, 10 de febrero de 2025

MURIÓ GRITANDO: ¡VIVA CRISTO REY!


José Sánchez del Río, dio su vida el 10 de febrero de 1928.

Dios se valió de un pequeño muchacho para manifestar su grandeza. Tenía casi 15 años de edad. El deseo ardiente de santidad y de fidelidad a Cristo hasta el martirio prendieron en su corazón desde su más tierna edad. La gracia divina actuó sirviéndose también de una naturaleza, de un carácter claramente fuerte y decidido. Se nota en José esa unión exquisita entre la naturaleza y la gracia. Se puede decir que a pesar de su adolescencia, se encontró con el misterio de Cristo y quedó arrebatado y fascinado por Él. Se había unido a la lucha con los cristeros y cuando el caballo del general Guízar cayó muerto en la refriega del combate, le cedió su caballo diciéndole que era importante que él salvara la vida.

Capturado y atormentado para que declinara de su fe, se mantuvo firme. Ya cuando iba a ser ejecutado, le permitieron escribir una carta a su madre y en sus palabras denotan una visión trascendental de su muerte y por ello la consuela: ‘Yo muero muy contento porque muero en la raya, al lado de nuestro Señor. No te apures por mi muerte, qué es lo que me mortifica; antes diles a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del mas chico’.

sábado, 8 de febrero de 2025

LA ÚLTIMA CAMPANA


NADIE NOTÓ EL SILENCIO

Nadie notó el momento exacto en que las campanas enmudecieron.

Al principio, fue algo discreto. Se hablaba de seguridad, de protocolos, de evitar riesgos innecesarios. No era momento para sentimentalismos. Luego, cuando alguien preguntó por qué las iglesias seguían cerradas mientras los centros comerciales abrían, la respuesta fue simple: la fe podía practicarse en casa.

La fe, decían, era asunto privado.

Las campanas no eran necesarias.

EL DIÁLOGO ENTRE EL SACERDOTE Y EL SACRISTÁN

El padre Esteban caminaba lentamente por la nave vacía de la iglesia. Cada paso resonaba en la piedra como un eco lejano de tiempos mejores.

Martín, el sacristán, estaba sentado en un banco al fondo, mirando el suelo. No había misa. No había velas encendidas. Solo la oscura soledad de un templo que, sin su pueblo, parecía más muerto que vivo.

—¿Cuánto tiempo más cree que durará esto, padre? —preguntó, sin levantar la vista.

El sacerdote suspiró y se apoyó en el respaldo de un banco.

—El tiempo no es el problema, Martín. El problema es lo que se ha perdido en este tiempo.

El sacristán alzó la cabeza.

—¿Y qué se ha perdido? La gente sigue viva. Siguen adelante.

—¿Siguen adelante? —El sacerdote sonrió con tristeza—. Sí, siguen adelante… pero sin Dios. Y peor aún, sin esperanza.

Martín frunció el ceño.

—¿Esperanza?

—Mira a tu alrededor. Han cerrado las iglesias, han prohibido los sacramentos, y la gente ha aceptado todo sin protestar. ¿Por qué? Porque han aprendido a temer más a la muerte que a la ausencia de Dios.

Martín asintió en silencio.

—Antes, cuando alguien moría —continuó el sacerdote—, se preparaban con los sacramentos. Se buscaba la confesión, la extremaunción, la Misa de difuntos. Sabían que la muerte no era el fin, sino el comienzo. Pero ahora…

—Ahora la ven como la peor tragedia posible —terminó Martín.

—Exactamente. Y ese miedo los ha vuelto dóciles. Controlables.

Martín se pasó una mano por el rostro.

—Recuerdo cuando mi abuela nos contaba sobre los mártires. Sobre San Ignacio de Antioquía, que iba al martirio con gozo y escribió: “Es hermoso morir para el mundo y vivir para Dios.” Ahora, la gente haría cualquier cosa por evitar la muerte.

—Porque ya no creen en la vida eterna —asintió el sacerdote—. Y cuando un pueblo deja de creer en la vida eterna, la muerte se convierte en su tirano.

Martín se quedó en silencio un momento.

—¿Y qué podemos hacer, padre? No podemos obligarlos a creer.

El sacerdote lo miró fijamente.

—No, pero podemos recordarles lo que han olvidado.

—¿Cómo?

El padre Esteban sonrió y señaló el campanario.

—Las campanas siempre han llamado a la batalla. Y esta es la mayor batalla de todas.

Martín abrió los ojos con sorpresa.

—Pero… si hacemos sonar la campana, la gente nos mirará como locos.

—O tal vez como despertadores. ¿Recuerdas lo que decía Santa Teresa de Ávila? “Muero porque no muero.” Esa es la actitud cristiana ante la muerte. No debemos temerla, sino anhelar la unión con Dios. Y es momento de que todos lo recuerden.

Martín miró la cuerda de la campana.

—¿Está seguro?

—Lo estoy. La muerte no es el fin. Pero el miedo a la muerte sí puede serlo.

LA CAMPANA QUE DESPERTÓ LA NOCHE

Esa noche, la ciudad dormía bajo el peso de su propia resignación.

Nadie caminaba por las calles. Nadie miraba las iglesias vacías.

Pero Martín subió los escalones de la torre con pasos firmes.

Arriba, el viento golpeaba la piedra fría. Frente a él, la cuerda de la campana colgaba, inmóvil, como si hubiera sido olvidada.

Sabía que lo que estaba a punto de hacer tendría consecuencias. Sabía que algunos se enfurecerían. Que otros se asustarían.

Sabía que una campana podía ser más peligrosa que un discurso.

Porque recordaría a la gente lo que habían olvidado.

Martín cerró los ojos.

Y tiró de la cuerda.

EL SONIDO QUE LO CAMBIÓ TODO

El tañido rasgó la noche.

No fue un sonido cualquiera. Fue un eco profundo, primitivo, como si el tiempo hubiera retrocedido siglos.

En las casas, los ancianos alzaron la cabeza.

En los departamentos, los niños preguntaron qué era ese sonido.

En la ciudad dormida, el eco de la campana rompió la inercia del miedo.

El padre Esteban sonrió.

—Hemos vuelto.

Y entonces, sucedió algo inesperado.

A lo lejos, otra campana comenzó a sonar.

Luego otra.

Y otra.

En distintos rincones de la ciudad, los campanarios que habían estado en silencio durante meses despertaban uno a uno.

Los párrocos, los sacristanes, los fieles que aún se atrevían a creer, todos comprendieron en ese instante que la batalla no había terminado.

Las campanas resonaban en la noche, llamando no solo a la oración, sino al despertar de un pueblo que se había dejado adormecer en el miedo.

Al otro día, cuando intentaron silenciarlos, ya era tarde.

Las campanas habían sonado.

Y la fe, que había sido enterrada bajo el miedo, había despertado de nuevo.

OMO

jueves, 6 de febrero de 2025

JESÚS CAUTIVO, JESÚS ENCARCELADO POR AMOR EN EL SAGRARIO


Miradle a través de esa reja, tras los muros del tabernáculo, está Jesús prisionero, vencido por su propio Corazón...Así, hace veinte siglos, el Jueves Santo, por la noche, se dejó conducir maniatado, del huerto de la agonía, a la prisión en que le arrojó el inicuo juez...Y esa noche afrentosa, horrenda en soledad y desamparo del Maestro, y lejos, muy lejos de todos los que Él amaba, se prolongaba en todos los Sagrarios de la tierra...

La blasfemia, la negación, la indiferencia, la impureza, la soberbia, el sacrilegio...todo ese clamoreo deicida, todo ese torrente de fango y de ignominia tiene el triste privilegio de llegar hasta sus plantas, de subir hasta su rostro y profanarlo como el beso del traidor...¡Y Jesucristo no se va!...¡Es el Cautivo del amor, su Corazón le ha traicionado! ¡Está ahí, envuelto en el ultraje humano...; está ahí, sentado en el banquillo de reos...; tiene un gran delito: haber amado con pasión de Dios, al hombre!...¡Vedlo, así le paga éste...con olvido y soledad!...

Extracto del libro "Hora Santa" del R. Padre Mateo Crawley- Boevey.

lunes, 3 de febrero de 2025

VOY CONTIGO A DESCLAVARLE


 
VOY CONTIGO A DESCLAVARLE


Se rajó la entraña oscura

del templo, la piedra herida,

y un luto de cal y sombras

se abrazó a la colina.


Brama el viento en los olivos,

se parte el alba en ceniza,

y un quejido de campanas

se ahoga en la lejanía.


La sangre baja despacio,

es un río que vacila,

como si dudara el mundo

en dejarle sin vida.


Pero no duda: yo he sido.

Yo fui el martillo y la espina,

fui la mano que alzó el látigo,

fui el golpe, fui la saliva.

Yo fui el miedo de los míos,

la traición de aquel que huía,

fui la espalda que no quiso

darle un hombro en su agonía.


—Voy contigo a desclavarle,

Madre mía, Dolorida,

pero ¿cómo desclavarlo

si fui yo quien lo hería?


Si en mis manos tengo el hierro

que abrió llagas infinitas,

si mis labios, como aquellos,

también niegan su justicia.


Voy contigo, pero el peso

de mis culpas me marchita,

y aunque arranque de su carne

los clavos y las espinas,

seguiré llevando dentro

la mano que le afligía.


—Déjame llorar, María,

déjame besar su herida,

pues aunque quite los clavos,

fui yo quien se los ponía.


Presente lo tenéis todos:

el más puro, el más herido,

el que en su frente llevaba

la flor más roja y más triste.


Rostro hundido, boca seca,

ojos llenos de raíles

por donde escapan sus lágrimas

como niños infelices.


Y el pueblo, ciego y desnudo,

escupe y calla, maldice.

¡Ay, si supieran quién era!

¡Ay, si supieran…!


Pero es tarde. Y tú, Madre,

con los ojos arrasados de llanto,

con las manos vacías de carne,

con el alma tendida entre espinas,

sigues firme, sigues madre, sigues sola.


Y yo, que le puse el peso,

que empujé el madero,

que abrí con mis culpas sus grietas y llagas,

debo ir también,

debo arrodillarme donde caiga tu sombra,

debo ser el último en verle,

el último en tocar su sangre,

el último en dejar la culpa

en la piedra que le ahoga.


Voy contigo a desclavarle,

a soltarle las heridas,

a arrancarle con mis manos

lo que hicieron mis espinas.

A bajarle, Madre Santa,

y al bajarle, ser herida,

que se clave en mí su muerte

hasta el fondo de mi vida.

sábado, 1 de febrero de 2025

ACERCA DE LAS ENFERMEDADES


De las enfermedades que nos vienen por nuestros pecados, en la que resplandece la divina justicia con su misericordia. – Por el Padre Luis de Lapuente.

   Aunque es verdad que algunas enfermedades son enviadas por algunos fines de la gloria de Dios, como después veremos, a ti te conviene considerar que las tuyas son castigo de tus pecados, o de los que conoces, porque sabes bien que has ofendido a Dios, o de los ocultos que no conoces, pero conócelos el juez, que justamente te castiga por ellos. Los muy santos, dice San Dionisio, padecen estas cosas por la gloria de Dios solamente, porque han sido inocentes y están libres de culpas graves; pero yo, miserable pecador, padezco las enfermedades por mis pecados, y confieso que merezco estos castigos, y en mí se cumple lo que dijo David: Por su maldad castigaste al hombre, e hiciste que su vida se secase como una araña. Vuelve, pues, los ojos a lo que padece tu cuerpo flaco y desvirtuado, y por ello sacarás lo que eres en el alma. Y ¿qué ha sido tu alma, sino una araña ponzoñosa, cuya ocupación era desentrañarse, tejiendo telas de vanidad que se lleva el viento, y urdiendo telas de codicia para cazar a los prójimos con engaño, y sustentarte de la sangre inocente, o quitándoles la hacienda o la fama y honra? ¿Qué araña hay tan seca como tu espíritu? El cual, habiendo de ser como abeja que coge miel de las flores, es como araña sin jugo, ni devoción o ternura, y seca como una arista. Luego justo es que Dios castigue a tal alma, poniendo su cuerpo también enfermo, flaco y seco como araña. Pues ¿de qué te turbas, miserable, si te dan lo que mereces y te ponen el cuerpo como tú has puesto el alma? Por esto añade David: Verdaderamente en vano se turba el hombre cuando está enfermo y atribulado, pues él ha dado la causa para ello. Por tanto, Señor, yo me vuelvo a ti, y te suplico que oigas mi oración y atiendas mis lágrimas y pongas fin a mis miserias.

   De aquí has de subir más alto a considerar el orden justísimo de la divina justicia, que resplandece en castigar tus culpas con las enfermedades y amarguras que padeces, diciendo con David: Justo eres, Señor, y justo tu juicio. Y con el profeta Miqueas: Yo llevaré sobre mí la ira y castigo de Dios, porque pequé contra él. Justo es que quien usó mal de la salud, la pierda con la enfermedad, y qne pague con dolores lo que se desenfrenó en los deleites. La divina justicia me ha puesto en esta cruz; no tengo que decir sino lo que el buen ladrón: Recibo lo que merecen mis obras, y el justo castigo de que soy digno por ellas; y pues la divina justicia es tan buena y tan santa como su divina misericordia, porque en Dios ambas son una cosa, justo es que yo adore, venere y ame su justicia, y me goce de que la tenga, pues sin ella no fuera Dios. Y pues ella ha de hacer su oficio en los pecadores, gózome de que la haga en mí en esta vida, para que, pagando en ella, quede libre en la otra. Mas en esta consideración no has de mirar a la justicia divina por si sola; porque de esta manera no es mucho que te atemorice y espante con sus terribles y espantosos juicios, antes bien has de decirle con David: Señor, no me castigues con tu furor, ni me arguyas con tu ira, si va desnuda de tu misericordia. Has, pues, de mirar a la justicia, como está en Dios, hermanada con la sabiduría, caridad, misericordia, clemencia, paciencia, longanimidad y otras divinas perfecciones, con cuya compañía se hace amable y deseable, porque ellas templan el rigor, y hacen que las obras de la justicia vayan con su número, peso y medida, compadeciéndose de nuestra miseria. De aquí es que cuando te vieres apretado de las enfermedades y dolores, no puedes ni debes quejarte, si no es de ti mismo y de tus pecados, ni has de abrir la boca sino para acusarte de ellos. Para lo demás has de estar como mudo, diciendo con el Profeta rey: Enmudecí, porque tú, Señor, lo hiciste; aparta de mí tus plagas. No enmudezco por lo que yo hice, que es la culpa, antes bien la confieso; sino que enmudezco por lo que tú haces, que es la pena, aceptándola por ser obra de tu justa justicia; pero con todo eso te suplico que apartes de mí tus plagas. Tuyas son, Señor, y mías: tuyas, porque tú las envías, y mías, porque descargas sobre mis espaldas; tuyas, porque nacen de tu justicia, y mías, porque yo te provoqué con mis culpas. Perdóname lo que yo hice, y quita de mí lo que tú haces, si así conviene para servirte con más alivio.

“LA PERFECCIÓN EN LAS ENFERMEDADES”

viernes, 31 de enero de 2025

LA BENDICIÓN DEL PADRE (RELATO)


Era una noche tibia en la casa de los abuelos, con el aroma del pan recién horneado y el leve crujir de la madera en el viejo piso de la sala. Sofía, una niña de diez años con cabellos oscuros y ojos brillantes, estaba sentada en el sofá con su abuelo Don Joaquín, un hombre de barba blanca y voz pausada, que disfrutaba contar historias a la luz de la lámpara.

—Abuelito, ¿me cuentas una historia antes de dormir? —preguntó Sofía, acomodándose en su regazo.

El abuelo sonrió y acarició su cabeza.

—Claro, pequeña. Pero antes dime, ¿ya le pediste la bendición a tu papá?

Sofía bajó la mirada y movió los pies inquieta.

—Mmm… no. A veces me olvido, abuelito. Mamá dice que igual Dios me cuida…

El abuelo frunció el ceño con ternura y, con un suspiro, le tomó la mano.

—Déjame contarte una historia, pero escucha bien, porque es sobre algo muy importante…

Sofía asintió con curiosidad.

El Secreto de la Bendición

Hace mucho tiempo, en la tierra de Canaán, vivía un anciano llamado Isaac. Tenía dos hijos, Esaú y Jacob. Un día, Isaac estaba muy viejo y quiso dar su bendición antes de morir. Ahora, la bendición de un padre no es solo palabras bonitas, Sofía, es como si el mismo Dios hablara a través de él. En la Biblia dice que Isaac puso sus manos sobre Jacob y le dijo:

“Que Dios te conceda el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra, abundancia de trigo y mosto. Que los pueblos te sirvan y las naciones se inclinen ante ti…” (Génesis 27:28-29).

—¿Y funcionó, abuelito? —preguntó Sofía con los ojos muy abiertos.

El abuelo asintió.

—Por supuesto, hija. Esa bendición acompañó a Jacob toda su vida, y sus descendientes fueron el pueblo elegido por Dios. Pero esto no es solo historia antigua. En nuestra fe, cuando un padre bendice a su hijo, es Dios mismo quien extiende Su mano. Santo Tomás de Aquino decía que la paternidad terrenal es un reflejo de la Paternidad de Dios (Summa Theologiae II-II, q.102, a.1).

Sofía frunció el ceño.

—¿Entonces… es como si Dios hablara a través de papá?

El abuelo sonrió y tocó la punta de su nariz.

—Exactamente. Es un gran misterio, pero así lo quiso Dios. ¿Recuerdas lo que dice la Biblia? “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se prolonguen en la tierra” (Éxodo 20:12). No es solo una sugerencia, es una promesa.

—¿Y si no lo hago?

El abuelo suspiró.

—La Escritura también dice que la bendición del padre afianza la casa de los hijos, pero la maldición de la madre arranca los cimientos (Eclesiástico 3:8-11). Cuando un hijo desprecia la bendición de su padre, es como si cerrara la puerta a un regalo del Cielo.

Sofía miró sus manos con seriedad.

—Pero abuelito, a veces me da pena pedirle la bendición a papá… ¿y si le da igual?

El abuelo negó con la cabeza.

—No lo creas, pequeña. El corazón de un padre se llena de amor cuando su hijo le pide la bendición. ¿Recuerdas cuando Jesús era niño y vivía con la Virgen María y San José? Dice la Biblia que “les estaba sujeto” (Lucas 2:51), es decir, obedecía y honraba a sus padres. Y si el mismo Hijo de Dios hizo esto, ¿cuánto más deberíamos hacerlo nosotros?

Sofía se quedó en silencio, pensativa.

—Entonces… si papá me bendice, ¿Dios me protege más?

El abuelo asintió con una gran sonrisa.

—Claro que sí. Mira lo que dijo San Juan Crisóstomo: “Los hijos que desprecian la bendición de sus padres son semejantes a aquellos que rechazan la bendición de Dios” (Homilía sobre Efesios 20). Cuando tu papá pone su mano sobre tu cabeza y dice ‘Dios te bendiga, hija’, es como si Dios mismo te abrazara y te cubriera con su manto.

Sofía sintió un nudo en la garganta. Pensó en todas las veces que se había acostado sin pedir la bendición.

—Abuelito… creo que voy a ir a pedirle la bendición a papá.

El anciano le dio un beso en la frente.

—Eso es lo que quería oír, pequeña. Ve con confianza, porque al recibir su bendición, recibirás también la de Dios.

Sofía corrió por el pasillo y encontró a su papá leyendo en la sala. Se detuvo frente a él, de pie, nerviosa.

—Papá… ¿me das tu bendición?

El hombre alzó la mirada sorprendido y luego sonrió. Se levantó, puso su mano sobre la cabeza de su hija y, con voz firme, dijo:

—El Señor te bendiga y te guarde.

—El Señor te proteja y te defienda.

—Muestre su hermoso rostro y tenga piedad de ti.

—El Señor te bendiga y te dé la paz.

Sofía sintió un calorcito en el pecho, como si una luz invisible la envolviera. Cerró los ojos y, por primera vez, entendió el poder de aquellas palabras.

Desde aquella noche, nunca volvió a dormirse sin la bendición de su padre.

Y Dios la acompañó todos los días de su vida.

OMO

jueves, 30 de enero de 2025

MENSAJE DE JESUCRISTO PARA TU ALMA

 

Este diálogo espiritual es una joya literaria y devocional que ofrece un camino hacia la serenidad y la confianza en medio de las tribulaciones de la vida. Es una invitación constante a abrir el corazón a Cristo, quien promete transformar las miserias humanas en templos de su gloria.

En este contexto se presentan las palabras, que expresan la voz de Cristo dirigiéndose al alma con un amor personal e incondicional:

“Amado mío, tu corazón inquieto no hallará paz hasta que repose en mí. Yo soy el descanso de los fatigados, el consuelo de los afligidos, el refugio de los que buscan la verdad. Ábreme tu alma, y yo la colmaré de mi amor.”

“Mira, no temas la oscuridad de tu interior, pues en medio de tus miserias brilla mi luz. Conócete a ti, para que comprendas cuánto te he amado: tú eres barro, pero yo soy tu alfarero; eres polvo, pero en ti he soplado mi aliento divino.”

“No busques fuera lo que solo puedes hallar dentro. Yo estoy en tu corazón, esperando a que me dejes entrar. Dime, ¿qué puede ofrecerte el mundo que iguale mi amor? ¿Un tesoro? Yo soy la perla escondida. ¿Un amigo? Yo soy el que dio su vida por ti.”

“No temas. Yo llevo tus cargas contigo. Cada lágrima que derramas la recojo y la convierto en una joya que adorna tu alma. Aprende a verme en tu cruz: yo caminé ese camino primero, y estoy contigo siempre.”

“Dame todo tu corazón, incluso los rincones donde guardas tus miedos y dudas. Yo no busco tu perfección, sino tu amor. Confía en mí, y haré de ti una morada santa, un templo para mi gloria.”

“Mi paz os doy, no como el mundo la da. Es una paz que brota del abandono en mis manos, del amor que no pide nada a cambio. Vive en mí, y tu alma será como un río que fluye sereno hacia la eternidad.”

El texto "Alloquia Jesu Christi ad animam fidelem" de Juan Justo de Landsberg (o Lanspergio) es una obra profundamente espiritual, enmarcada en la tradición devocional de los místicos cristianos del siglo XVI. Este escrito, cuyo título se traduce como “Diálogo de Jesucristo con un alma fiel”, refleja una íntima conversación entre el Señor y el alma creyente, con el propósito de consolar, guiar y fortalecer la vida interior de quien lo medita.

Landsberg, monje cartujo y escritor piadoso, compone estas palabras con un estilo cálido y espiritual, orientado a despertar en el lector el deseo de una relación más profunda con Cristo. El texto invita al alma a confiar plenamente en Dios, a reconocer sus propias limitaciones y debilidades, y a descansar en el amor infinito de Cristo.

Cada párrafo es un recordatorio del amor personal de Jesucristo por el alma humana, destacando temas como la paz interior, la aceptación de la cruz, el abandono confiado y la búsqueda de Dios dentro de uno mismo. El lenguaje, impregnado de ternura divina, busca sanar las heridas del lector y guiarlo hacia una unión más íntima con nuestro Dios.


martes, 28 de enero de 2025

TEOLOGÍA DEL DOLOR: UN CAMINO HACIA LA LUZ DIVINA


INTRODUCCIÓN: EL SUFRIMIENTO COMO PUERTA AL MISTERIO

El dolor, en su aparente inutilidad, es el gran interrogante de la humanidad. Sin embargo, bajo la luz de la fe, se convierte en un misterio cargado de sentido, una participación en la vida misma de Dios. La tradición cristiana no se limita a explicar el sufrimiento: lo eleva, lo transfigura, lo llena de gracia. En palabras de San Juan Crisóstomo:

“No hay mayor tesoro que un alma que sabe transformar el dolor en gloria.”

1. CRISTO, ALFA Y OMEGA DEL DOLOR

Todo sufrimiento encuentra su clave en Cristo. Él asumió en su humanidad el dolor de todos los hombres, y en su cruz, el sufrimiento se convirtió en puente hacia la redención. Como dijo San Gregorio Magno:

“Aquel que es impasible en su divinidad quiso experimentar el dolor en su humanidad para hacer de nuestra miseria un camino hacia su gloria.”

La cruz no es un símbolo de derrota, sino de victoria: el lugar donde la aparente ausencia de Dios se convierte en su presencia más radical. Como afirmó San Bernardo de Claraval:

“La cruz es la cátedra desde la que Cristo enseña el amor más puro.”

2. EL DOLOR COMO ESCALERA HACIA EL CIELO SEGÚN SAN AMBROSIO

San Ambrosio consideraba el sufrimiento como un medio privilegiado para alcanzar la santidad. En su visión, las pruebas no son castigos, sino gestos pedagógicos de Dios:

“El Señor no permite que suframos porque nos odia, sino porque nos ama más allá de nuestra comprensión. El dolor no es una caída, sino un peldaño en la escalera hacia la eternidad.”

El santo veía en la paciencia ante las tribulaciones una virtud esencial, ya que el sufrimiento purifica al alma de todo lo terrenal y la eleva hacia lo celestial:

“El oro se purifica en el fuego; así también las almas se perfeccionan en el crisol de las pruebas.”

3. SAN AGUSTÍN: EL ORDEN DEL AMOR Y EL DOLOR

Para San Agustín, el sufrimiento está ligado a la capacidad de amar. Sólo quien ama puede sufrir, y cuanto más se ama, mayor es el dolor. Sin embargo, este sufrimiento, cuando está orientado hacia Dios, se convierte en fuente de gloria y santificación:

“El sufrimiento tiene un propósito oculto: ordenar nuestros amores hacia el bien eterno y alejarnos de los bienes pasajeros.”

El obispo de Hipona reconocía que, en medio del dolor, Dios no sólo prueba al alma, sino que la fortalece:

“En la fragua del sufrimiento, el oro de la fe brilla con más intensidad.”

4. SANTO TOMÁS DE AQUINO: EL VALOR REDENTOR DEL DOLOR

El Doctor Angélico ve el sufrimiento como un medio por el cual el hombre participa en la obra redentora de Cristo. En la Summa Theologiae escribe:

“El sufrimiento adquiere un valor infinito cuando se une a los méritos de la Pasión de Cristo, pues Él es la cabeza de la Iglesia y nosotros sus miembros.”

Para Santo Tomás, el dolor no es un fin en sí mismo, sino una oportunidad de crecer en virtud y acercarse a Dios:

“La paciencia en el sufrimiento perfecciona las virtudes y dispone al alma para la gloria eterna.”

5. SAN JUAN DE LA CRUZ: LA NOCHE OSCURA DEL DOLOR PURIFICADOR

El místico carmelita ofrece una de las reflexiones más sublimes sobre el dolor. Para él, el sufrimiento es una noche oscura en la que el alma se purifica de todo lo creado para unirse plenamente a Dios. En La Subida al Monte Carmelo, escribe:

“El alma que quiere llegar a la unión divina debe pasar por el crisol del sufrimiento, donde todas sus imperfecciones son quemadas por el fuego del amor.”

Lejos de ser un castigo, el sufrimiento es una prueba de amor:

“Dios, al despojar al alma de sus consuelos, la prepara para el abrazo más íntimo con Él.”

6. PADRE PÍO: LA ALEGRÍA DE SUFRIR CON CRISTO

El Padre Pío vivió el dolor como un don divino, manifestado en los estigmas y en su constante ofrecimiento de sufrimientos por la salvación de las almas. Decía con frecuencia:

“El sufrimiento es un regalo demasiado grande para almas pequeñas, porque sólo las almas grandes pueden llevar la cruz con amor.”

Su espiritualidad estaba marcada por la unión con Cristo crucificado:

“Cuando sufrimos con amor, nuestras almas son como cálices que recogen la Sangre de Cristo y la vierten sobre las almas necesitadas.”

7. SANTA TERESA DE ÁVILA: EL DOLOR EN LA VIDA INTERIOR

Santa Teresa enseña que el sufrimiento, lejos de ser un obstáculo, es una herramienta que Dios utiliza para moldear el alma según su voluntad:

“No entendemos lo que pedimos cuando pedimos amor a Dios sin pedir también sufrimientos, porque el verdadero amor se prueba en el dolor.”

La santa describe sus propias pruebas como “dulces tormentos”, pues a través de ellas alcanzaba una mayor intimidad con Cristo.

8. EL DOLOR COMO MISTERIO DE REDENCIÓN Y SANTIFICACIÓN

Los santos coinciden en que el sufrimiento no es absurdo, sino un misterio que, al ser abrazado con fe, se convierte en fuente de vida y redención. Como dijo Santa Catalina de Siena:

“En la cruz, el alma encuentra la llave de todas las puertas: del amor, de la gracia y de la gloria.”

El sufrimiento, cuando se ofrece con amor, tiene un valor infinito. No sólo transforma al alma, sino que la convierte en corredentora con Cristo.

9. APLICACIONES PRÁCTICAS DEL DOLOR TRANSFORMADO

 • Aceptar el sufrimiento con serenidad: Reconocerlo como una oportunidad para crecer en virtud.

 • Ofrecer el dolor con amor: Uniéndolo a los méritos de Cristo por la salvación de las almas.

 • Buscar refugio en la oración: Especialmente en la meditación de la Pasión y en la devoción a la Eucaristía.

 • Dejarse moldear por Dios: Abandonando las resistencias y confiando plenamente en su voluntad.

EPÍLOGO: EL CANTO DE LA CRUZ

“En la cruz está la vida y el consuelo,

y ella sola es el camino para el cielo.

En la cruz está el Señor de cielo y tierra,

y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra.

Toma, pues, la cruz de buen grado,

que en ella está el camino para el descanso.”

(San Juan de la Cruz)


OMO


BIBLIOGRAFÍA

 • San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios.

 • San Ambrosio, De Officiis Ministrorum.

 • San Agustín, La Ciudad de Dios.

 • Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae.

 • San Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los Cantares.

 • San Juan de la Cruz, La Subida al Monte Carmelo.

 • Santa Teresa de Ávila, Las Moradas.

 • Santa Catalina de Siena, Diálogo de la Divina Providencia.

 • Padre Pío, Cartas y Escritos Espirituales.

 • San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo.

viernes, 24 de enero de 2025

EL ESPEJO DE CLARA


En el rincón más olvidado de un mundo que no sabe mirar lo pequeño, habitaba una mujer a quien llamaban Clara. Su nombre significaba luz, y luz era lo que parecía ella portarse en su humilde caminar por los días de su existencia. No había gestos heroicos en ella, ni discursos elocuentes que se alzaran sobre las multitudes. Su heroísmo, invisible a ojos humanos, se escondía en la sencillez de sus manos gastadas por el trabajo, en sus rodillas marcadas por la oración y en su corazón habitado por un fuego que nunca se extinguía.

Era una de esas almas que comprenden que la grandeza no se mide por las alturas del ruido, sino por las profundidades del silencio. Su vida, tejida con el hilo del sacrificio cotidiano, parecía ser un misterio que sólo los ojos del cielo podían descifrar.

El enigma de Clara

Un día, llegó al pueblo un joven seminarista. Lleno de sueños y vigor, aspiraba a las glorias de la vida consagrada, a las empresas que estremecen al mundo. Observaba a Clara, curiosa, intentando descifrar el secreto de su paz. ¿Qué tenía esa anciana que barría el atrio de la iglesia con el mismo fervor con el que otras naciones conquistadoras? ¿Qué encontraba en la monotonía de su rutina que parecía transformarla en algo eterno?

Con el ímpetu de la juventud, se acercó a ella una tarde y le preguntó:

“¿Cómo puedes usted, madre, dedicar su vida a cosas tan pequeñas? ¿No deseas hacer algo más grande, algo que deje huella en el mundo?”

Clara alzó la vista, y en sus ojos se encendió una chispa que parecía venir de otro mundo. Sonrió con ternura y, sin responder directamente, le dijo:

“Ven mañana al amanecer, hijo, y te mostraré lo que mi vida ha llegado a ser”.

El Espejo: Símbolo del Alma

Al día siguiente, cuando el sol apenas despertaba y las sombras aún jugaban con la luz, Clara esperaba al joven en la capilla. Entre sus manos llevaba un espejo antiguo, gastado por el tiempo. Sin pronunciar palabra, caminó hasta el altar y lo colocó en el suelo, justo debajo del crucifijo que dominaba el pequeño templo.

“¿Qué es esto?”, preguntó el joven, extrañado.

Clara lo invita a acercarse. “Mira este espejo cuando lo sostengo frente a mí. ¿Qué ves?”

El seminarista lo tomó en sus manos y vio su propio rostro reflejado, un rostro joven, lleno de ambiciones y deseos.

“Ahora, observa lo que ocurre cuando el espejo se coloca en el suelo”. Clara inclinó el espejo hasta que reflejara el cielo que se colaba por las ventanas. “Dime, ¿qué ves ahora?”

El joven, confundido, murmuró: “Veo el cielo. Veo la cruz. Ya no me veo a mí”.

Clara, con la paciencia de quien ha aprendido del silencio, respondió:

“Así es mi vida, hijo. Cuando busco mirarme a mí misma, sólo veo mis límites, mi cansancio, mis arrugas. Pero cuando me ofrezco a Dios como este espejo en el suelo, mi vida deja de ser mía. Refleja el cielo. Cada pequeña acción que hago, cada sacrificio que entrego, se convierte en algo eterno porque ya no es mío, sino suyo.

OMO