jueves, 31 de diciembre de 2015

DESEAMOS A NUESTROS LECTORES-AMIGOS UN FELIZ AÑO 2016 (ADEMÁS: ORACIÓN PARA DAR GRACIAS POR UN AÑO MÁS)




ACCIÓN DE GRACIAS POR UN AÑO MÁS

Padre nuestro que estás en los cielos,
dueño de la Verdad, del tiempo y de la eternidad:
Tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.
Al terminar el año 2015, en nombre propio y de los míos,
queremos darte gracias, por todo aquello que recibimos de Ti.

Gracias por la familia que nos diste, por la vida y el amor,
el aire y el sol, por la alegría y el dolor,
por todo cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.

Gracias por acogernos en tu verdadera Iglesia.
Te ofrecemos todo cuanto hicimos este año que termina.
El trabajo que pudimos realizar,
las cosas que pasaron por nuestras manos,
y lo que con ellas pudimos construir de positivo.

También, Señor, hoy queremos pedirte perdón.
Perdón por nuestros pecados, por el mal que hemos causado,
por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado,
por las omisiones, por la palabra inútil y el amor desperdiciado.

Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal
hecho. Y perdón por vivir sin entusiasmo.
También por la oración, que poco a poco,
fuimos aplazando y que hasta ahora hacemos para agradecerte
todo lo que nos has dado.

Por todos nuestros olvidos, descuidos y silencios.
Nuevamente te pedimos perdón, Señor.

Iniciaremos un nuevo año y detenemos nuestra vida,
ante el nuevo calendario aún sin estrenar.
Te presentamos estos futuros 365 días, que sólo Tú sabes, quienes
llegaremos a vivirlos completos. Si no los terminamos...
ayúdanos a morir en Ti, en gracia santificante,
luego de haber acudido -sinceramente contritos-
al tribunal de la Confesión.

Hoy te pedimos para cada uno de nosotros:
la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la caridad y la sabiduría,
el empeño para serte fieles y vivir siempre en tu Gracia,
pues sólo en Gracia se transita el camino seguro. Sólo el
necio esto no lo entiende, por lo que te pedimos
que nos quites cualquier venda que nos impida ver
nuestra estulticia.

Señor, ayúdanos a ser celosos
de tu gloria y la de tu Iglesia, y vivir sólo
por Ti, en Ti y para Ti.

Queremos vivir cada día con optimismo y bondad,
llevando a todas partes, un corazón lleno de
comprensión y paz que busque siempre la Verdad de tu Palabra.
Que nada nos arranque de ella, pues tu fe es nuestro mayor tesoro.

Cierra Tú nuestros oídos, a toda calumnia, a las falsas doctrinas
contra tu Palabra. Y nuestros labios, a palabras mentirosas,
egoístas, mordaces o hirientes. Abre, en cambio, nuestro ser a todo lo que es bueno.

Que nuestro espíritu, se llene sólo de bendiciones,
y las derrame a nuestro paso. Cólmanos de bondad y de alegría,
para que cuantos conviven con nosotros, o los que se acerquen,
encuentren en nuestras vida, un poquito de TI.

Gracias, Señor, por todo y perdona nuestras deudas
contigo. Guíanos a todos por la senda del camino
estrecho que nos permita un día entrar por la puerta angosta
y estar en tu regazo eterno para bendecirte
por los siglos de los siglos. Si para ello es necesario que utilices
tu mano derecha que nos sacuda, de antemano aceptamos
cualquier pena y dolor por difíciles que sean.

Danos un feliz 2016 y enséñanos a amarte viviendo
siempre en tu gracia, y seguirte con plena fidelidad.
Gracias, Señor, por todas las bendiciones del pasado año,
así como por las que derramarás el que inicia.

Inmaculado Corazón de María, encadena a tu Corazón
a toda la familia mía.
Amén.


miércoles, 30 de diciembre de 2015

REFLEXIONES PARA EL TIEMPO DE NATIVIDAD DEL SANTO CURA DE ARS


¿A un moribundo sumamente apegado a la vida puede acaso dársele más dichosa nueva que decirle que un médico hábil va a sacarle de las puertas de la muerte? Pues infinitamente más dichosa, es la que el ángel anuncia a todos los hombres en la persona de los pastores. Sí, el demonio había inferido, por el pecado, las más crueles y mortales heridas a nuestras pobres almas. Había plantado en ellas las tres pasiones más funestas, de donde dimanan todas las demás, que son el orgullo, la avaricia, la sensualidad. Habiendo quedado esclavos de estas vergonzosas pasiones, éramos todos nosotros como enfermos desahuciados, y no podíamos esperar más que la muerte eterna, si Jesucristo, nuestro verdadero médico, no hubiese venido a socorrernos. Pero no, conmovido por nuestra desdicha, dejó el seno de su Padre y vino al mundo, abrazándose con la humillación, la pobreza y los sufrimientos, a fin de destruir la obra del demonio y aplicar eficaces remedios a las crueles heridas que nos había causado esta antigua serpiente. Sí,Hermanos Míos; viene este tierno Salvador para curarnos de todos estos males, para merecernos la gracia de llevar una vida humilde, pobre y mortificada; y, a fin de mejor conducirnos a ella, quiere Él mismo darnos ejemplo. Esto es lo que vemos de una manera admirable en su nacimiento.Vemos que Él nos prepara: 1º con sus humillaciones y obediencia, un remedio para nuestro orgullo; 2º con su extremada pobreza, un remedio a nuestra afición a los bienes de este mundo, y 3º con su estado de sufrimiento y de mortificación, un remedio a nuestro amor a los placeres de los sentidos. Por este medio Hermanos Míos; nos devuelve la vida espiritual que el pecado de Adán nos había arrebatado; o por mejor decir, viene a abrirnos las puertas del cielo que el pecado nos había cerrado. Conforme a esto Hermanos Míos; pensad vosotros mismos cuál debe ser el gozo y la gratitud de un cristiano a la vista de tantos beneficios. ¿Se necesita más para movernos a amar a este tierno y dulce Jesús, que viene a cargar con todos nuestros pecados, y va a satisfacer a la justicia de su Padre por todos nosotros? ¡Oh, Dios mío!,¿puede un cristiano considerar todas estas cosas sin morir de amor y gratitud?

I–– Digo, pues Hermanos Míos; que la primera llaga que el pecado causó en nuestra alma es el orgullo, esa pasión tan peligrosa, que consiste en el extremado amor y estima de nosotros mismos, el cual hace: 1º que no queramos depender de nadie ni obedecer; 2º que nada temamos tanto como vernos humillados a los ojos de los hombres; 3º que busquemos todo lo que nos puede ensalzar en su estimación. Pues bien Hermanos Míos; vean lo que Jesucristo viene a combatir en su nacimiento por la humildad más profunda.

No solamente quiere Él depender de su Padre celestial y obedecerle en todo, sino que quiere también obedecer a los hombres y en alguna manera depender de su voluntad. En efecto: el emperador Augusto ordena que se haga el censo de todos sus súbditos, y que cada uno de ellos se haga inscribir en el lugar donde nació. Y vemos que, apenas publicado este edicto, la Virgen Santísima y San José se ponen en camino, y Jesucristo, aunque en el seno de su madre, obedece con conocimiento y elección esta orden. Decidme Hermanos Míos;¿podemos encontrar ejemplo de humildad más grande y más capaz de movernos a practicar esta virtud con amor y diligencia? ¡Qué!, ¡un Dios obedece a sus criaturas y quiere depender de ellas, y nosotros, miserables pecadores, que en vista de nuestras miserias espirituales, debiéramos escondernos en el polvo, podemos aun buscar mil pretextos para dispensarnos de obedecer los mandamientos de Dios y de su Iglesia a nuestros superiores, que ocupan en esto el lugar del mismo Dios!. ¡Qué bochorno para nosotros Hermanos Míos; si comparamos nuestra conducta con la de Jesucristo! Otra lección de humildad que nos da Jesucristo es la de haber querido sufrir la repulsa del mundo. Después de un viaje de cuarenta leguas, María y José llegaron a Belén. ¡Con qué honor no debía ser recibido Aquel a quien esperaban hacía cuatro mil años! Más como venía para curarnos de nuestro orgullo y enseñarnos la humildad, permite que todo el mundo le rechace y nadie le quiera hospedar. Ved, pues Hermanos Míos; al Señor del universo, al Rey de cielos y tierra despreciado, rechazado de los hombres, por los cuales viene a dar la vida a fin de salvarnos. Preciso es, pues, que el Salvador se vea reducido a que unos pobres animales le presten su morada. ¡Dios mío!, ¡qué humildad y qué anonadamiento para un Dios! Sin duda, Hermanos Míos; nada nos es tan sensible como las afrentas, los desprecios y las repulsas; pero si nos paramos a considerar los que padeció Jesucristo, ¿podremos nunca quejarnos, por grandes que sean los nuestros? ¡Que dicha para nosotros, Hermanos Míos; tener ante los ojos tan hermosos modelo, al cual podemos seguir sin temor de equivocarnos!

Digo que Jesucristo, muy lejos de buscar lo que podía ensalzarle en la estima de los hombres, quiere, por el contrario, nacer en la oscuridad y en el olvido; quiere que unos pobres pastores sean secretamente avisados de su nacimiento por un ángel, a fin de que las primeras adoraciones que reciba vengan de los más humildes entre los hombres. Deja en su reposo y en su abundancia a los grandes y a los dichosos del siglo, para enviar sus embajadores a los pobres, a fin de que sean consolados en su estado, viendo en un pesebre, tendido sobre un manojo de paja, a su Dios y Salvador. Los ricos no son llamados sino mucho tiempo después, para darnos a entender que de ordinario las riquezas y comodidades suelen alejarnos de Dios. Después de tal ejemplo, ¿podremos, Hermanos Míos; ser ambiciosos y conservar el corazón henchido de orgullo y lleno de vanidad? ¿Podremos todavía buscar la estimación y el aplauso de los hombres, si volvemos los ojos al pesebre? ¿No nos parecerá oír al tierno y amable Jesús que nos dice a todos: «Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón?». Gustemos, pues, Hermanos Míos; de vivir en el olvido y desprecio del mundo; nada temamos tanto, nos dice San Agustín, como los honores y las riquezas de este mundo, porque, si fuera permitido amarlas, las hubiera amado también Aquél que se hizo hombre por amor nuestro. Si Él huyó y despreció todo esto, nosotros debemos hacer otro tanto, amar lo que Él amó y despreciar lo que Él despreció: tal es, Hermanos Míos; la lección que Jesucristo nos da al venir al mundo, y tal es, al propio tiempo, el remedio que aplica a nuestra primera llaga, que es el orgullo. Pero hay, en nosotros una segunda llaga no menos peligrosa: la avaricia.

II–– Digo, HERMANOS MIOS; que la segunda llaga que el pecado ha abierto en el corazón del hombre, es la avaricia, es decir, el amor desordenado de las riquezas y bienes terrenales. ¡Ay Hermanos Míos! ¡Qué estragos causa esta pasión en el mundo! Razón tiene San Pablo en decirnos que ella es la fuente de todos los males. ¿No es, en efecto, de este maldito interés de donde vienen las injusticias, las envidias, los odios, los perjurios, los pleitos, las riñas, las animosidades y la dureza para con los pobres? Según esto, HERMANOS MÍOS; ¿podemos extrañarnos de que Jesucristo, que viene a la tierra para curar las pasiones de los hombres, quiera nacer en la más grande pobreza y en la privación de todas las comodidades, aun de aquellas que parecen necesarias a la vida humana? Y por esto vemos que comienza por escoger una Madre pobre y quiere pasar por hijo de un pobre artesano; y, como los profetas habían anunciado que nacería de la familia real de David, a fin de conciliar este noble origen con su grande amor a la pobreza, permite que en el tiempo de su nacimiento, esta ilustre familia haya caído en la indigencia. Va todavía más lejos. María y José, aunque hartó pobres, tenían, con todo, una pequeña casa en Nazaret; esto era todavía demasiado para Él: no quiere nacer en un lugar que le pertenezca; y por esto obliga a su santa Madre, a que haga con José un viaje a Belén en el tiempo preciso en que ha de ponerle en el mundo. ¿Pero a lo menos en Belén, patria de su padre David, no hallará parientes que le reciban en su casa? Nada de esto, nos dice el Evangelio; no hay quien le quiera recibir; todo el mundo le rechaza so pretexto de que es pobre. Decidme, HERMANOS MÍOS; ¿a dónde irá este tierno Salvador, si nadie le quiere recibir para resguardarle de las inclemencias de la estación? No obstante, queda todavía un recurso: irse a una posada. José y María se presentan, en efecto. Pero Jesús, que todo lo tenía previsto, permitió que el concurso fuese tan grande que no quedase ya sitio para ellos.¡Oh HERMANOS MÍOS! ¿A dónde irá, pues, nuestro amable Salvador?San José y la Santísima Virgen, buscando por todos los lados, divisan una vieja casucha donde se recogen las bestias cuando hace mal tiempo. ¡Oh, cielos!, ¡asombraos! ¡Un Dios en un establo! Podía escoger el más espléndido palacio; mas, como ama tanto la pobreza, no lo hará. Un establo será su palacio, un pesebre su cuna, un poco de paja su lecho, míseros pañales serán todo su ornamento, y pobres pastores formarán su corte.

Decidme, ¿podía enseñarnos de una manera más eficaz el desprecio que debemos tener a los bienes y riquezas de este mundo, y, al propio tiempo, la estima en que hemos de tener la pobreza y a los pobres? Venid, miserables, dice San Bernardo, ¡venid vosotros, todos los que tenéis el corazón apegado a los bienes de este mundo, escuchad lo que os dicen este establo, esta cuna y estos pañales que envuelven a vuestro Salvador! ¡Ah! ¡Desdichados de vosotros los que amáis los bienes de este mundo! ¡Ay! ¡Cuán difícil es que los ricos se salven! ¿Por qué?, ––me preguntaréis––, ¿Por qué, HERMANOS MÍOS? Os lo diré:

1º Porque ordinariamente la persona rica está llena de orgullo; es menester que todo el mundo le haga acatamiento; es menester que las voluntades de todos los demás se sometan a la suya.

2º Porque las riquezas apegan nuestro corazón a la vida presente: así vemos todos los días que los ricos temen en gran manera la muerte.

3º Porque las riquezas son la ruina del amor de Dios y extinguen todo sentimiento de compasión para con los pobres, o por mejor decir, las riquezas son un instrumento que pone en juego todas las demás pasiones. ¡Ay, HERMANOS MÍOS! Si tuviésemos abiertos los ojos del alma, ¡cuánto temeríamos que nuestro corazón se apegase a las cosas de este mundo! ¡Ah! Si los pobres llegaran a entender bien cuánto los acerca a Dios su estado y de qué modo les abre el cielo, ¡cómo bendecirían al Señor por haberlos puesto en una posición que tanto les aproxima a su Salvador!

Si ahora me preguntáis: ¿cuáles son esos pobres a quienes tanto ama Jesucristo? Son, HERMANOS MIOS; los que sufren su pobreza con espíritu de penitencia, sin murmurar y sin quejarse. Sin esto, su pobreza no les serviría sino para hacerlos aún más culpables que los ricos. Entonces, ––me diréis––, ¿qué han de hacer los ricos para imitar a un Dios tan pobre y despreciado? Os lo diré: no han de apegar su corazón a los bienes que poseen; han de emplear esos bienes en buenas obras en cuanto puedan; han de dar gracias a Dios por haberles concedido un medio tan fácil de rescatar sus pecados con sus limosnas; no han de despreciar nunca a los que son pobres, antes al contrario, han de respetarlos viendo en ellos una gran semejanza con Jesucristo. Así es como, con su gran pobreza, nos enseña Jesucristo a combatir nuestro apego a los bienes de este mundo; por ella nos cura la segunda llaga que nos ha causado el pecado. Pero nuestro tierno Salvador quiere todavía curarnos una tercera llaga producida en nosotros por el pecado, que es la sensualidad.

III. –– Esta pasión consiste en el apetito desordenado de los placeres que se gozan por los sentidos. Esta funesta pasión nace del exceso en el comer y beber, del excesivo amor al descanso, a los regalos y comodidades de la vida, a los espectáculos, a las reuniones profanas; en una palabra, a todos los placeres que dan gusto a los sentidos. ¿Qué hace Jesucristo para curarnos de esta peligrosa enfermedad? Vedlo: nace en los sufrimientos, las lágrimas y la mortificación; nace durante la noche, en la estación más rigurosa del año. Apenas nacido, se le tiende sobre unos majos de paja, en un establo. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué estado para un Dios! Cuando el Eterno Padre crió a Adán, le puso en un jardín de delicias; nace ahora su Hijo, y le pone sobre un puñado de paja. ¡Oh, Dios mío!, ¡Qué estado, HERMANO MÍO! Aquél que hermosea el cielo y la tierra, Aquél que constituye toda la felicidad de los ángeles y de los santos, quiere nacer y vivir y morir entre sufrimientos. ¿Puede acaso mostrarnos de una manera más elocuente el desprecio que debemos tener a nuestro cuerpo, y cómo debemos tratarlo duramente por temor de perder el alma? ¡Oh, Dios mío!, ¡qué contradicción! Un Dios sufre por nosotros, un Dios derrama lágrimas por nuestros pecados, y nosotros nada quisiéramos sufrir, quisiéramos toda suerte de comodidades…

Pero también, HERMANOS MÍOS; ¡qué terribles amenazas no nos hacen las lágrimas y los sufrimientos de este divino Niño! « ¡Ay de vosotros, ––nos dice Él––, que pasáis vuestra vida riendo, porque día vendrá en que derramaréis lágrimas sin fin!». «El reino de los cielos, ––nos dice––, sufre violencia, y sólo lo arrebatarán los que se la hacen continuamente». Sí, HERMANOS MÍOS si nos acercamos confiadamente a la cuna de Jesucristo, si mezclamos nuestras lágrimas con las de nuestro tierno Salvador, en la hora de la muerte escucharemos aquellas dulces palabras: « ¡Dichosos los que lloraron, porque serán consolados!»

Tal es, pues, HERMANOS MÍOS; la tercera llaga que Jesucristo vino a curar haciéndose hombre: la sensualidad, es decir, ese maldito pecado de la impureza. ¡Con qué ardor hemos de querer, amar y buscar todo lo que puede conservar o procurarnos en nosotros una virtud que nos hace tan agradables a Dios! Sí, HERAMANOS MÍOS; antes del nacimiento de Jesucristo, había demasiada distancia entre Dios y nosotros para que pudiésemos atrevernos a rogarle. Pero el Hijo de Dios, haciéndose hombre, quiere aproximarnos sobremanera a Él y forzarnos a amarle hasta la ternura.¿Cómo, HERMANOS MÍOS; viendo a un Dios en estado de tierno infante, podríamos negarnos a amarle con todo nuestro corazón? Él quiere ser, por sí mismo, nuestro Mediador, se encarga de pedirlo todo al Padre por nosotros; nos llama hermanos e hijos suyos; ¿podía tornar otros nombres que nos inspirasen mayor confianza? Vayamos pues, plenamente confiados a Él siempre que hayamos pecado; Él pedirá nuestro perdón, y nos obtendrá la dicha de perseverar.

Más, para merecer esta grande y preciosa gracia, es preciso, HERMANOS MÍOS; que sigamos las huellas de nuestro modelo; que a ejemplo suyo amemos la pobreza, el desprecio del mundo y la pureza; que nuestra vida responda a nuestra alta cualidad de hijos y hermanos de un Dios hecho hombre. No, no podemos considerar la conducta de los judíos sin quedarnos sobrecogidos de asombro. Este pueblo estaba esperando al Salvador hacía ya cientos de años, había estado rogando siempre; movido por el deseo que tenía de recibirle; y al presentarse, nadie se encuentra que le ofrezca un pequeño albergue; siendo Dios omnipotente se ve precisado a que le presten su morada unos pobres animales. No obstante, HERMANOS MÍOS, en la conducta de los judíos, criminal como es, yo hallo, no un motivo de excusa para aquel pueblo, sino un motivo de condenación para la mayor parte de los cristianos. Sabemos que los judíos se habían formado de su libertador una idea que no se avenía con el estado de humillación en que Él se presentaba; parecían no poder persuadirle de que Él fuese el que había de ser su libertador; pues, como nos dice muy bien San Pablo: «Si los judíos le hubiesen reconocido Dios, jamás le hubieran dado muerte». Pequeña excusa es ésta para los judíos. Mas nosotros, HERMANOS MÍOS; ¿qué excusa podemos tener para nuestra frialdad y nuestro desprecio de Jesucristo? Sí, sin duda, HERMANOS MÍOS; nosotros creemos verdaderamente que Jesucristo apareció en la tierra, y que dio pruebas las más convincentes de su divinidad: aquí está el objeto de nuestra solemnidad. Este mismo Dios quiere, por la efusión de su gracia, nacer espiritualmente en nuestros corazones: aquí están los motivos de nuestra confianza. Nosotros nos gloriamos, y con razón, de reconocer a Jesucristo por nuestro Dios, nuestro Salvador y nuestro modelo: aquí está el fundamento de nuestra fe. Pero, con todo esto, decidme, ¿qué homenaje le rendimos? ¿Acaso hacemos por Él algo más que si todo esto no creyéramos? Decidme, ¿responde a nuestra creencia nuestra conducta? Mirémoslo un poco más de cerca, y veremos que somos todavía más culpables que los judíos en su ceguera y endurecimiento.

IV –– Por lo pronto, HERMANOS MÍOS; no hablamos de aquellos, que habiendo perdido la fe, no la profesan ya exteriormente; hablamos de aquellos que creen todo lo que la Iglesia nos enseña, y sin embargo, nada o casi nada hacen de lo que la religión nos manda. Hagamos acerca de esto,HERMANOS MÍOS; algunas reflexiones apropiadas a los tiempos en que vivimos. Censuramos a los judíos por haber rehusado un asilo a Jesucristo, a quien no conocían. Pero, ¿hemos reflexionado bien, HERMANOS MÍOS; que nosotros le hacemos igual afrenta cada vez que descuidamos recibirlo en nuestros corazones por la santa comunión? Censuramos a los judíos por haberle crucificado, a pesar de no haberles hecho más que bien; y decidme, ¿a nosotros qué mal nos ha hecho o por mejor decir, qué bien ha dejado de hacernos? Y en recompensa, HERMANOS MÍOS; ¿no le hacemos nosotros el mismo ultraje cada vez que tenemos la audacia de entregarnos al pecado? Y nuestros pecados ¿no son mucho más dolorosos para su corazón que lo que los judíos le hicieron sufrir? No podemos leer sin horror todas las persecuciones que sufrió de parte de los judíos, que con ello creían hacer una obra grata a Dios. Pero, ¿no hacemos nosotros una guerra mil veces más cruel a la santidad del Evangelio con nuestras costumbres desarregladas? ¡Ay HERMANOS MÍOS! Que todo nuestro cristianismo se reduce a una fe muerta; y parece que no creemos en Jesucristo sino para ultrajarle más y deshonrarle con una vida tan miserable a los ojos de Dios. Juzgad, según esto, HERMANOS MÍOS; qué deben pensar de nosotros los judíos, y con ellos todos los enemigos de nuestra santa religión. Cuando ellos examinan las costumbres de la mayor parte de los cristianos, encuentran una gran multitud de éstos que viven poco más o menos como si nunca hubiesen sido cristianos. Más no quiero entrar en detalles acerca de esto, porque no acabaría nunca.

Me limitaré a dos puntos esenciales, que son: el culto exterior de nuestra santa religión y los deberes de la caridad cristiana. No, HERMANOS MÍOS; nada debiera sernos más humillante y más amargo que los reproches que los enemigos de nuestra fe nos echan en cara a este propósito; porque todo ello no tiende sino a demostrarnos cómo nuestra conducta está en contradicción con nuestras creencias. Vosotros os gloriáis, ––nos dicen––de poseer en cuerpo y alma la persona de ese mismo Jesucristo, que en otro tiempo vivió en la tierra, y a quien adoráis como a vuestro Dios y Salvador; Vosotros Creéis que Él baja a sus altares, que mora en sus sagrarios, que su carne, es verdadero manjar y su sangre verdadera bebida para vuestras almas; mas, si ésta es vuestra fe, entonces sois vosotros los impíos, ya que os presentáis en las iglesias con menos respeto, compostura y decencia de los que usarías para visitar en su casa a una persona honesta. Los paganos ciertamente no habrían permitido que se cometiesen en sus templos y en presencia de sus ídolos, mientras se ofrecían los sacrificios, las inmodestias que cometéis vosotros en presencia de Jesucristo, en el momento mismo en que decís que desciende sobre vuestros altares. Si verdaderamente creéis lo que afirmáis creer, debierais estar sobrecogidos de un temblor santo.

¡Ay HERMANOS MÍOS! Estas censuras son muy merecidas. ¿Qué puede pensarse, en efecto, viendo la manera como la mayor parte de los cristianos se portan en nuestras iglesias? Los unos están pensando en sus negocios temporales, los otros en sus placeres; éste duerme, a ese otro se le hace el tiempo interminable; el uno vuelve la cabeza, el otro bosteza, el otro se está rascando, o revolviendo las hojas de su devocionario, o mirando con impaciencia si falta todavía mucho para que concluyan los santos oficios. La presencia de Jesucristo es un martirio, mientras que se pasarán cinco o seis horas en el teatro, en la taberna, en la caza, sin que este tiempo se les haga largo; y podéis observar, que durante los ratos que se conceden al mundo y a sus placeres, no hay quien se acuerde de dormir; ni de bostezar, ni de fastidiarse. Pero, ¿es posible que la presencia de Jesucristo sea tan ingrata a los cristianos, que debieran hacer consistir toda su dicha en venir a pasar unos momentos en compañía de tan buen padre? Decidme, ¿qué debe pensar de nosotros el mismo Jesucristo, que ha querido hallarse presente en nuestros sagrarios sólo por nuestro amor, al ver que su santa presencia, que debiera constituir toda nuestra felicidad o más bien nuestro paraíso en este mundo, parece ser un suplicio y un martirio para nosotros? ¿No hay razón para creer que esta clase de cristianos no irá jamás al cielo, donde debería estar toda la eternidad en presencia de este mismo Salvador? ¡Habría realmente motivo para que se les hiciese largo el tiempo!… ¡Ah HERMANOS MÍOS! Vosotros no conocéis vuestra ventura cuando tenéis la dicha de presentaros delante de vuestro Padre, que os ama más que a sí mismo, y os llama al pie de sus altares, como en otro tiempo llamó a los pastores, para colmaros de toda suerte de beneficios. Si estuviésemos bien penetrados de esto, ¡con qué amor y con qué diligencia vendríamos aquí como los Reyes Magos, para hacerle ofrenda de todo lo que poseemos, es decir, de nuestros corazones y de nuestras almas! ¿No vendrían los padres y madres con mayor solicitud a ofrecerle toda su familia, para que la bendijese y le diese las gracias de la santificación? ¡Y con qué gusto no acudirían los ricos a ofrecerle una parte de sus bienes en la persona de los pobres! ¡Dios mío!, ¡cuántos bienes nos hace perder para la eternidad nuestra poca fe!

Pero escuchad todavía a los enemigos de nuestra santa religión: nada digamos, ––continúan ellos––, de vuestros Sacramentos, con respecto a los cuales vuestra conducta dista tanto de vuestra creencia como el cielo dista de la tierra. Según los principios de vuestra fe. Tenéis el bautismo, por el cual quedáis convertidos en otros tantos dioses, elevados a un grado de honor que no puede comprenderse, porque supone que sólo Dios os sobrepuja. Más,¿qué se puede pensar de vosotros, viendo cómo la mayor parte os entregáis a crímenes que os colocan por debajo de las bestias desprovistas de razón? Tenéis el sacramento de la Confirmación, por el cual quedáis convertidos en otros tantos soldados de Jesucristo, que valerosamente sientan plaza bajo el estandarte de la cruz, que jamás deben ruborizarse de las humillaciones y oprobios de su Maestro, que en toda ocasión deben dar testimonio de la verdad del Evangelio. Y no obstante, ¿quién lo dijera? se hallan entre vosotros yo no sé cuántos cristianos que por respeto humano no son capaces de hacer públicamente sus actos de piedad; que quizás no se atreverían a tener un crucifijo en su cuarto o una pila de agua bendita a la cabecera de su cama; que se avergonzarían de hacer la señal de la cruz antes y después de la comida, o se esconden para hacerla. ¿Veís, por consiguiente, cuán lejos estáis de vivir conforme vuestra religión os exige? Tocante a la confesión y comunión, nos decís vosotros, es verdad, que son cosas muy hermosas y muy consoladoras; pero, ¿de qué manera os aprovecháis de ellas? ¿Cómo las recibís? Para unos no son más que una costumbre, una rutina y un juego; para otros, un suplicio: no van más, que por decirlo así, arrastrados. Mirad cómo es preciso que vuestros ministros os insten y estimulen para que os lleguéis al tribunal de la penitencia, donde se os da, según decís, el perdón de vuestros pecados, o a la sagrada mesa, donde creéis que se come el pan de los ángeles, que es vuestro Salvador. Si creyeseis lo que decís, ¿no sería más bien necesario enfrenaros, considerando cuán grande es vuestra dicha de recibir a vuestro Dios, que debe constituir vuestro consuelo en este mundo y vuestra gloria en el otro? Todo esto, que según vuestra fe, constituye una fuente de gracia y de santificación, para la mayor parte de vosotros no es en realidad más que una ocasión de irreverencias, de desprecios, de profanaciones y de sacrilegios. O sois unos impíos, o vuestra religión es falsa; pues, si estuvieseis bien convencidos de que vuestra religión es santa, no os conduciríais de esta manera en todo lo que ella os manda. Vosotros tenéis, además del domingo otras fiestas establecidas, decís, unas para honrar lo que vosotros llamáis los misterios de vuestra religión; otras, para celebrar la memoria de vuestros apóstoles, las virtudes de vuestros mártires, que tanto se sacrificaron por establecer vuestra religión. Pero estas fiestas, estos domingos, ¿cómo los celebráis? ¿No son principalmente estos días los que escogéis para entregaros a toda suerte de desórdenes, excesos y libertinaje: ¿No cometéis más maldades en estos días, tan santos, según decís, que en todo otro tiempo? Respecto a los divinos oficios, que para vosotros son una reunión con los santos del cielo, donde comenzáis a gustar de su misma felicidad, ved el caso que hacéis de ellos; una gran parte, no asiste casi nunca; los demás, van a ellos como los criminales al tormento; ¿qué podría pensarse de vuestros misterios, a juzgar por la manera como celebráis sus fiestas? Pero dejemos a un lado este culto exterior, que por una extravagancia singular, y por una inconsistencia llena de irreligión, confiesa y desmiente al mismo tiempo vuestra fe. ¿Dónde se halla entre vosotros esa caridad fraterna, que según los principios de vuestra creencia, se funda en motivos tan sublimes y divinos? Examinemos algo más de cerca este punto, y veremos si son o no bien fundados esos reproches. ¡Qué religión tan hermosa la vuestra, ––nos dicen los judíos y aun los mismos paganos––, si practicaseis lo que ella os ordena! No solamente sois todos hermanos, sino que juntos, ––y esto es lo más hermoso––, no hacéis más que un mismo cuerpo con Jesucristo, cuya carne y sangre os sirven de alimento todos los días; sois todos miembros unos de otros. Hay que convenir en que este artículo de vuestra fe es admirable, y tiene algo de divino. Si obraseis según vuestra fe, seríais capaces de atraer a vuestra religión todas las demás naciones; así es ella de hermosa y consoladora, y así son de grandes los bienes que promete para la otra vida. Pero lo que hace creer a todas las naciones que vuestra religión no es como decís vosotros, es que vuestra conducta está en abierta oposición con lo que ella os manda. Si se preguntase a vuestros pastores y pudiesen ellos revelar lo que hay de más secreto, nos mostrarían vuestras querellas, vuestras enemistades, vuestras venganzas, vuestras envidias, vuestras maledicencias, vuestras chismorrerías, vuestros pleitos y tantos otros vicios, qué causan horror a todos los pueblos, aun a aquellos cuya religión tanto dista, según vosotros, de la santidad de la vuestra. La corrupción de costumbres que reina entre vosotros impide a los que no son de vuestra religión abrazarla, porque si estuvieseis bien persuadidos de que ella es buena y divina, os portaríais muy de otra manera.

¡Ay HERMANOS MÍOS! ¡Qué bochorno para nosotros oír de los enemigos de nuestra religión semejante lenguaje! Pero, ¿no tienen razón sobrada para usarlo? Examinando nosotros mismos nuestra conducta, vemos positivamente que nada hacemos de lo que aquélla nos manda. Parece, al contrario, que no pertenecemos a una religión tan santa sino para deshonrarla y desviar a los que la quisieran abrazar: una religión que nos prohíbe el pecado, que nosotros cometemos con tanto gusto y al cual nos precipitamos con tal furor que parece no vivimos sino para multiplicarlo; una religión que cada día presenta ante nuestros ojos a Jesucristo como un buen padre que quiere colmarnos de beneficios, y nosotros huimos su santa presencia, o si nos presentamos ante Él, en el templo, no es más que para despreciarle y hacernos aún más culpables; una religión que nos ofrece el perdón de nuestros pecados por el ministerio de sus sacerdotes, y lejos de aprovecharnos de estos recursos, o los profanamos o los rehuimos; una religión que nos descubre tantos bienes en la otra vida, y nos muestra medios tan seguros y fáciles de conseguirlos, y nosotros no parece que conozcamos todo esto sino para convertirlo en objeto de un cierto desprecio y chanza de mal gusto; una religión que nos pinta de la manera más horrible los tormentos de la otra vida, con el fin de movernos a evitarlos, y nosotros obrando como si para merecerlos no hubiésemos todavía pecado bastante. ¡Oh, Dios mío! ¡En qué abismo de ceguera hemos caído!Una religión que no cesa nunca de advertirnos que debemos trabajar sin descanso en corregir nuestros defectos, y nosotros, lejos de hacerlo así, yendo en busca de todo lo que puede enardecer nuestras pasiones; una religión que nos advierte que no hemos de obrar sino por Dios, y siempre con la intención de agradarle, y nosotros, no teniendo en nuestras obras más que miras humanas, queriendo siempre que el mundo sea testigo del bien que hacemos, que nos aplauda y felicite por ello. ¡Oh Dios mío! ¡Qué ceguera y qué pobreza la nuestra! ¡Y pensar que podríamos allegar tantos tesoros para el cielo, con sólo portarnos según las reglas que nos da nuestra religión santa!

Pero escuchad todavía cómo los enemigos de nuestra santa y divina religión nos abruman con sus reproches: decís vosotros que vuestro Jesús, a quien consideráis como vuestro Salvador, os asegura que mirará como hecho a sí propio todo cuanto hiciereis por vuestro hermano; ésta es una de vuestras creencias, por cierto, muy hermosa. Pero, si esto es así como vosotros nos decís, ¿es que no lo creéis sino para insultar al mismo Jesucristo? ¿Es que no lo creéis sino para maltratarle y ultrajarle de la manera más cruel en la persona de vuestro prójimo? Según vuestros principios, las menores faltas contra la caridad han de ser consideradas como otros tantos ultrajes hechos a Jesucristo. Pero entonces, decid, cristianos, ¿qué nombre daremos a esas maledicencias, a esas calumnias, a esas venganzas, a esos odios con que os devoráis los unos a los otros? He aquí que vosotros sois mil veces más culpables para con la persona de Jesucristo, que los mismos judíos a quienes echáis en cara su muerte. No, HERMANOS MÍOS; las acciones de los pueblos más bárbaros contra la humanidad nada son comparadas con lo que todos los días hacemos nosotros contra los principios de la caridad cristiana. Aquí tenéis HERMANOS MIOS; una parte de los reproches que nos echan en rostro los enemigos de nuestra santa religión.

No me siento con fuerzas para proseguir, HERMANOS MÍOS; tan triste es esto y deshonroso para nuestra santa religión, tan hermosa, tan consoladora, tan capaz de hacernos felices, aun en este mundo, mientras nos prepara una dicha infinita para la eternidad. Y si esos reproches son ya tan humillantes para un cristiano cuando no salen más que de boca de los hombres, dejo a vuestra consideración qué será cuando tengamos la desventura de oírlos de boca del mismo Jesucristo, al comparecer delante de Él, para darle cuenta de las obras que nuestra fe debiera haber producido en nosotros. Miserable cristiano, ––nos dirá Jesucristo––, ¿dónde están los frutos de la fe con que yo había enriquecido tu alma? ¿De aquella fe en la cual viviste y cuyo Símbolo rezabas todos los días? Me habías tomado por tu Salvador y tu modelo. He aquí mis lágrimas y mis penitencias, ¿dónde están las tuyas?¿Qué fruto sacaste de mi sangre adorable, que hacía manar sobre ti por mis Sacramentos? ¿De qué te ha servido esta cruz, ante la cual tantas veces te prosternaste? ¿Qué semejanza hay entré tú y Yo? ¿Qué hay de común entre tus penitencias y las mías?, ¿entre tu vida y mi Vida? ¡Ah, miserable!, dame cuenta de todo el bien que esta fe hubiera producido en ti, si hubieses tenido la dicha de hacerla fructificar. Ven, depositario infiel e indolente, dame cuenta de esta fe preciosa e inestimable, que podía y debía haberte producido riquezas eternas, si no la hubieras indignamente ligado con una vida toda carnal y pagana. ¡Mira, desgraciado, qué semejanza hay entre tú y Yo! Considera mi Evangelio, considera tu fe. Considera mi humildad y mi anonadamiento, y considera tu orgullo, tu ambición y tu vanidad. Mira tú avaricia, y mi desasimiento de las cosas de este mundo. Compara tu dureza con los pobres y el desprecio que de ellos tuviste, con mi caridad y mi amor; tus destemplanzas, con mis ayunos y mortificaciones; tu frialdad y todas tus irreverencias en el templo, tus profanaciones, tus sacrilegios y los escándalos que diste a mis hijos, todas las almas que perdiste, con los dolores y tormentos que por salvarlas yo pasé. Si tú fuiste la causa de que mis enemigos blasfemasen de mi santo Nombre, yo sabré castigarlos a ellos como merecen; pero a ti quiero hacerte probar todo el rigor de mi justicia. Sí, ––nos dice Jesucristo––, los moradores de Sodoma y de Gomorra serán tratados con menos severidad que este pueblo desdichado, a quien tantas gracias concedí, y para quien mis luces, mis favores y todos mis beneficios fueron inútiles, pagándome con la más negra ingratitud.

Sí, HERMANOS MÍOS; los malvados maldecirán eternamente el día en que recibieron el santo bautismo, los pastores que los instruyeron, los Sacramentos que les fueron administrados. ¡Ay!; ¿qué digo?; este confesionario, este comulgatorio, estas sagradas fuentes, este púlpito, este altar, esta cruz, este Evangelio, o para que lo entendáis mejor, todo lo que ha sido objeto de su fe, será objeto de sus imprecaciones, de sus maldiciones, de sus blasfemias y de su desesperación eterna. ¡Oh Dios mío! ¡Qué vergüenza y qué desgracia para un cristiano, no haber sido cristiano sino para mejor condenarse y para mejor hacer sufrir a un Dios que no quería sino su eterna felicidad, a un Dios que nada perdonó para ello, que dejo el seno de su Padre, y vino a la tierra a vestirse de nuestra carne, y pasó toda su vida en el sufrimiento y los dolores, y murió en la cruz para salvarle! Dios no ha cesado, se dirá el mísero, de perseguirme con tantos buenos pensamientos, con tantas instrucciones de parte de mis pastores, con tantos remordimientos de mi conciencia. Después de mi pecado, se me ha dado a sí mismo para servirme de modelo; ¿qué más podía hacer para procurarme el cielo? Nada, no, nada más; si hubiese yo querido, todo esto me hubiera servido para ganar el cielo, que no es ya para mí. Volvamos, HERMANOS MÍOS; de nuestros extravíos, y tratemos de obrar mejor que hasta el presente.

SAN JUAN MARÍA VIANNEY, EL CURA DE ARS

Sermón de Navidad.

lunes, 28 de diciembre de 2015

28 DE DICIEMBRE: DÍA DE LAS VÍCTIMAS DEL ABORTO (EFECTOS ABORTIVOS DE ALGUNOS ANTICONCEPTIVOS)



EFECTOS ABORTIVOS DE ALGUNOS ANTICONCEPTIVOS

Cortesía de: www.vidahumana.org

1. Las píldoras anticonceptivas
2. Los dispositivos intrauterinos (DIUs)
3. Los implantes e inyectables
4. La píldora RU 486
5. "Anticoncepción de emergencia" o "anticonceptivos post-coito"

Human Life Internationational se opone a la fabricación, la distribución y el uso de todos los abortivos. Según la enciclopedia/diccionario de la medicina Encyclopedia and Dictionary of Medicine, Nursing and Allied Health, un abortivo "es un fármaco o cualquier otra cosa que provoque el aborto". De hecho, es un aborto químico. La Iglesia Católica prohíbe el uso de abortivos por el mismo motivo que se opone al aborto quirúrgico. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: "La vida humana debe ser respetada y protegida desde el momento mismo de la concepción" (número 2270). Algunos abortivos también son contraceptivos en la forma en que actúan, lo cual también es gravemente inmoral. Como afirma la constante enseñanza de la Iglesia: "Es intrínsecamente mala 'toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación'" (Catecismo de la Iglesia Católica, número 2370, cf. Encíclica Humanae vitae, número 14).

Existen actualmente más de 200 abortivos bajo investigación; los que más se usan son los siguientes:

La píldora anticonceptiva o contraceptivo oral - Los diversos tipos de píldoras anticonceptivas que están en el mercado funcionan todas de un modo similar. En general, la píldora "engaña" al cuerpo de la mujer para que éste actúe como si ella estuviera continuamente embarazada. Impide que el sistema reproductivo de la mujer funcione normalmente al hacer que sus ovarios mantengan un inusual nivel de estrógeno y/o de progestina. Como resultado, la ovulación cesa de ocurrir o se reduce. La píldora no siempre impide la fertilización (concepción), y cuando ésta ocurre, la píldora generalmente impide que el óvulo fecundado (la nueva vida humana), se implante en la membrana del útero. En esos casos, la píldora actúa como un abortivo directo.

El dispositivo intrauterino (DIU) - Es un pequeño artefacto hecho de plástico que tiene la forma de una "T", el cual se inserta en el útero para obstaculizar tanto la fertilización como la implantación del óvulo. Aunque los investigadores no están seguros con respecto a cómo obstaculiza el DIU la fertilización, se cree que inmoviliza a los espermatozoides y además hace que el óvulo baje prematuramente a la trompa de Falopio. Los DIUs también contienen progestina o cobre, los cuales impiden la implantación del óvulo fecundado en el útero. Cuando esto sucede, el DIU obviamente funciona como un abortivo.

El Norplant - Seis pequeños tubos del tamaño aproximado al de los fósforos se introducen debajo de la piel en la parte superior del brazo de la mujer. Estos segregan una dosis baja de progestina, un abortivo que impide que el ser humano en desarrollo se implante en el útero materno. El Norplant, por lo tanto, también es abortivo.

La RU 486 - Es una píldora abortiva que se utiliza en las primeras nueve semanas del embarazo. Bloquea la acción de la hormona progesterona, y por tanto impide que un óvulo fecundado se implante en la membrana uterina. También se le llama mifepristone. Por sí sola, no siempre hace que se complete el aborto. Por ello, después que ha impedido la implantación - o sea, que ha matado de hambre a un embrión - administran una dosis de prostaglandina, la cual produce contracciones del útero y finalmente el embrión es expulsado de éste.

Depo Provera - Impide que el ovario expulse un óvulo y hace más grueso el moco cervical para obstaculizar el movimiento de los espermatozoides. Funciona también como un abortivo, porque impide la implantación del óvulo fecundado al irritar la membrana del útero. La Depo Provera se administra mediante una inyección de 150 miligramos de depotmedroxyprogesterona (DMPA), cada tres meses.

Preven - al igual que la RU 486, es una píldora abortiva llamada "anticonceptivo de emergencia" o "píldora para la mañana siguiente". Contiene estrógeno y progestina. Una mujer que desee abortar químicamente toma una dosis de estas píldoras 72 horas después de haber tenido relaciones sexuales y otra segunda dosis 12 horas más tarde. Este "cocktail abortivo" impide que el óvulo fecundado se implante en la membrana del útero. El diminuto ser humano muere de hambre y de asfixia, y es expulsado del útero.

El Dr. Ralph Miech M.D., Ph.D., profesor asociado de medicina de la Universidad Brown, describe a Preven en el Providence Journal (8-3-98) del siguiente modo : "Este tipo de píldora provoca un aborto...desde el punto de vista farmacológico, a este fármaco se le debía llamar 'abortion-after pill' [porque hace abortar después de ser tomada, nota de la traductora]. Lo mismo se puede decir sobre todas las "píldoras para la mañana siguiente".

De acuerdo con el Consejo Nacional de Obispos Católicos, los que fabrican y venden los "anticonceptivos de emergencia", están informando mal al público con respecto a los efectos abortivos de sus productos. "¿Cómo puede ser esto anticoncepción?", preguntaron los obispos de EE.UU. en una nota de prensa emitida en 1998. "A las mujeres se les engaña haciéndoles creer que estas píldoras actúan como anticonceptivos; pero uno de los modos en que común y deliberadamente actúan es impidiendo el desarrollo del embrión, lo cual causa su muerte."

1. Las píldoras anticonceptivas:

Los anticonceptivos orales o píldoras actúan impidiendo la ovulación o cambiando el moco cervical de modo tal que éste impide el paso de los espermatozoides, teniendo en ambos casos un efecto anticonceptivo. Pero además producen cambios en el endometrio uterino que impiden que el óvulo ya fecundado (o sea de una vida recién comenzada) se anide, siendo este efecto abortivo.

La concepción o fecundación se produce en el instante mismo en que el espermatozoide penetra el óvulo, a partir del cual no cabe duda alguna de que existe una nueva vida humana.

FUENTES: Javier Marco Bach, "Métodos artificiales de regulación de la fertilidad humana," Cuadernos de Bioética (abril-junio de 1991): 37; Paternidad Planificada. Solicitud de Financiamiento al Gobierno de los EE.UU., enero 9, 1982; Albert D. Lorencz M.D.: ¿Cómo funciona la píldora?; Luteranos a favor de la vida, Abortos silenciosos, EE.UU.

2. Los dispositivos intrauterinos (DIUs):

Los DIUs, tales como el ASA, la T de cobre y el Anillo, son artefactos de diferentes materiales que se introducen en el útero para evitar la procreación. Actúan química y mecánicamente, impidiendo a veces la anidación del óvulo ya fecundado en el útero, lo cual es un efecto abortivo.

Este efecto es producido de varias maneras. Los DIUs aceleran el transporte del óvulo fecundado a través de la trompa, por lo que al llegar al útero éste no está capacitado para recibirlo y lo aborta. También producen destrucción por lisis del blastocisto (el ser humano en sus primeras etapas de desarrollo); desplazan mecánicamente del endometrio (la capa que recubre internamente al útero) al blastocisto ya implantado en él; impiden la implantación debido a la respuesta inflamatoria al cuerpo extraño que se produce en el endometrio; y alteran el proceso de maduración y proliferación del endometrio afectando la implantación.

FUENTES: Hatcher R. Atrussell, J. Stewart T. y col., Tecnología anticonceptiva, Edición Internacional, p. 359-369; Javier Marco Bach, "Métodos artificiales de regulación de la fertilidad humana," Cuadernos de bioética (1991): 37; Carol Lynn, "Anticonceptivos después del coito sin protección," Network en español (enero de 1995): 7; Luteranos a favor de la vida, Abortos silenciosos, EE.UU.

Los dispositivos intrauterinos

Por el Dr. Lloyd J. Duplantis

El DIU es un pequeño lazo de metal o de plástico que se inserta en el útero de la mujer. El mecanismo de acción es generalmente presentado como "desconocido". Esta es una concepción amplia y engañosa que es comúnmente utilizada para esconder su probable efecto abortivo.

El indicador clave de que el modo primario de acción del DIU es su efecto abortivo, el cual evita la implantación del óvulo fertilizado, es la tasa de embarazo. El hecho de que el embarazo ocurre con una tasa esperada de 8 (espiral de cobre) a 20 (impregnado con progesterona) veces más alta que con las píldoras contraceptivas orales1 combinadas, indica que la ovulación y la fecundación están ocurriendo frecuentemente.

El índice típico de embarazo con DIU es del 16% (16 de cada 100 mujeres que usan este método durante un año quedarán embarazadas). El índice de embarazo ectópico es 10 veces mayor que en la población normal.2

En orden de distanciar, confundir o encubrir aún más la realidad del modo de acción de estos productos, se declara que el cobre mezclado o incluido en estos productos es 100% efectivo en evitar la concepción, punto crucial para mantener la creencia de que la concepción nunca tiene lugar. Como puede verse fácilmente, dado que las verdaderas tasas de embarazo son más altas de lo que se esperaba, esta es una propuesta ridícula. Una explicación mucho más probable es que el cobre interfiere realmente con algún proceso enzimático y/o la implantación de embriones de 5 a 14 días de edad gestacional.3

Otro claro indicador de que el mecanismo de acción que se alega impide la concepción no es primario o siquiera realista, es el hecho de que el DIU sin contenido de cobre u hormona puede prevenir el embarazo por sí mismo. Otra área a prestar atención para demostrar el efecto abortivo del DIU es el hecho de que es usado como contraceptivo de emergencia o contracepción post coital, al ser insertado varios días después de la relación. La concepción podría ya haber ocurrido y la forma más probable de acción sería la irritación del endometrio a fin de prevenir la implantación.4

Se dice asimismo que, dado que la HCG (gonadotrofina coriónica humana) no se eleva en la mujer que utiliza el DIU, el embarazo no ocurre. La HCG sólo comienza a mostrar aumentos sustanciales en el suero de la mujer tres días después de ocurrida la implantación. Por lo tanto, si un DIU afecta la implantación, no habría elevación de HCG salvo que el humano recién concebido supere los efectos del DIU sobre el endometrio y aún así, sobreviva.

En los humanos, el ión cobre liberado desde un DIU de cobre, aumenta la reacción inflamatoria y alcanza concentraciones en los fluidos luminales del tracto genital, que son tóxicos para los espermatozoides y los embriones. En mujeres usuarias del DIU, todo el tracto genital se muestra afectado, al menos parcialmente, por la transmisión luminal de los fluidos acumulados en el ambiente uterino. Esto afecta la función o viabilidad de las gametas, disminuye la tasa de fertilización y mengua las chances de supervivencia de algún embrión que pueda haberse formado, aún antes de alcanzar el útero.5

El efecto del DIU a nivel uterino es su acción de destrucción del blastocisto previo a su implantación. Además, si la implantación ocurre, puede uno esperar una mayor incidencia de abortos espontáneos en estos embarazos.

Es importante que la mujer tenga esta información y que pueda tomar una decisión moral y ética apropiada. Muy a menudo ella recibe de su médico la información de que el mecanismo de acción del DIU es desconocido. Para el médico, ya no es adecuado decirle a sus pacientes lo mismo.

En 1960, el mecanismo no era claro, pero con el avance del conocimiento esta acción ha sido más claramente elucidada. Los médicos tienen la responsabilidad ética de informar a sus pacientes sobre la acción abortiva del DIU.6

Nota: Este artículo fué presentado ante el Congreso de la República de Brasil para impedir el uso del DIU. El Dr. Lloyd J. Duplantis es, entre otras cosas, el Presidente de la Asociación de Farmacéuticos pro vida de USA. La homepage en Internet para "Pharmacists for life" está en http://www.pfli.org y es posible contactarlo en inglés través de su e-mail allí. El Dr. Duplantis consiguió que se aprobara una «Cláusula de conciencia» en EE.UU. por la cual un farmacéutico no puede ser obligado a distribuir productos que atenten contra sus convicciones. Es decir, las píldoras abortivas y medicamentos para ser usados en practicar la eutanasia. El suicidio asistido ya es legal en el estado de Oregón, y en Noviembre se votará una ley similar en el estado de Michigan.

La traducción ha sido realizada por la Licenciada María Magdalena Orellana (Psicóloga) y el Dr. Gabriel Marcón (Médico Ginecólogo), matrimonio a cargo de la Pastoral Prematrimonial de la Parroquia San Juan Bosco (Caleta Olivia, Pcia. de Santa Cruz, República Argentina, Septiembre 1998).

Citas:

1. Wyeth Laboratories. (1994). "Triphasic-28 Product Information". Philadelfia. Wyeth-Ayerst.

2. Wilson, M. (1996). "Amor y familia". Ignatius Press. San Francisco (pág. 281-287)

3. Kuhar, B. (1995). "Infant Homicides trough contraceptives". 2nd ed Eternal Life. Bardstown, KY. Pg. 20-21.

4. Hatcher, et al. (1994). "Contraceptive Technology".

5. Bardin, C.W. et al (1996) "Mechanisms of action of intrauterine devices", Obstetrical and Gynecological Survey Vol. 51, Number 12, Suplement-NICHD, Bethesda, MD.

6. Hilgers, T. "An evaluation of intrauterine device". Report, Dept of Obstetrics'Gyn, St Louis Un School of Med. St. Louis, Missouri.

3. Los implantes e inyectables:

Los implantes, como el Norplant, y los inyectables, como la Depo-Provera tienen el mismo mecanismo de acción abortiva que la píldora. Tanto el uno como el otro tienen sólo progestágenos.

En las Filipinas donde el aborto es ilegal, la compañía farmacéutica internacional Upjohn estaba fabricando la Depo-Provera y comercializándola como si fuera un anticonceptivo, cuando en realidad es abortiva.

FUENTES: Sarah Keller, "La progestina es muy eficaz y segura," Network en español, Family Health International, vol. 10, no. 3, julio de 1995, pp. 4-10; Alfredo Cuadrado, A favor de la vida 3ra ed. (Santo Domingo, R.D.: Colección para la Familia, 1990), 141.


4. La píldora RU 486:

Es una píldora abortiva que se utiliza en las primeras nueve semanas del embarazo. Bloquea la acción de la hormona progesterona, y por tanto impide que un óvulo fecundado se implante en la membrana uterina. También se le llama mifepristone. Por sí sola, no siempre hace que se complete el aborto. Por ello, después que ha impedido la implantación - o sea, que ha matado de hambre a un embrión - administran una dosis de prostaglandina, la cual produce contracciones del útero y finalmente el embrión es expulsado de éste.

Véase:
RU 486: Sepa por qué los católicos rechazan este fármaco abortivo.


5. "Anticoncepción de emergencia" o "anticonceptivos post-coito":

Los "anticonceptivos post-coito" constituyen una forma de "evitar" la procreación basada en la falsa teoría de que el embarazo comienza con la implantación del óvulo ya fecundado (o sea, de la nueva vida humana) en el útero, en vez de la fecundación. Basándose en este idea errónea se les dan el nombre de "anticonceptivos post-coito" o "anticoncepción de emergencia", cuando en realidad se trata de un aborto.

Para lograr ese objetivo utilizan diferentes métodos, tales como el dispositivo intrauterino (DIU) y ciertas dosis de la píldora abortiva RU 486 y de la misma píldora anticonceptiva durante cierto tiempo después del acto sexual.

En todos estos métodos lo que se busca es evitar la implantación del óvulo ya fecundado, por lo que son métodos abortivos.

FUENTE: Carolo Lynn, "Anticonceptivos después del coito sin protección, Network en español (enero de 1995): 7.

NOTA DE CATOLICIDAD: VIDA HUMANA INTERNACIONAL señala que "es imposible calcular con exactitud el número total de abortos causados por los ya mencionados anticonceptivos. Sin embargo, tomando en cuenta el número de mujeres que los usan y el porcentaje de veces en que se da el mecanismo abortivo de los mismos, los expertos concluyen que el número total de estos abortos a nivel mundial es entre 3 y 10 veces mayor que el de abortos quirúrgicos. Por tanto, se estima que el número total de abortos causados por estos anticonceptivos a nivel mundial en un año es entre 150 millones y 500 millones. Si a estas cifras les añadimos los 50 millones de abortos quirúrgicos anuales en el mundo, tenemos un total de entre 200 millones y 550 millones de abortos causados por el hombre en el mundo todos los años. En ninguna guerra se ha matado a tantas personas."

domingo, 27 de diciembre de 2015

EL CARDENAL BURKE CONVOCA A UNA CAMPAÑA DE ROSARIOS POR LA IGLESIA EL PRIMER DÍA DE CADA MES

NATURALMENTE, HAY QUE PROCURAR REZARLO LOS DEMÁS DÍAS DEL MES TAMBIÉN
«Satana cerca per prima cosa di scoraggiarci». Burke guida una campagna di Rosari per la Chiesa

Operation Storm Heaven. Es este el nombre de la iniciativa llevada adelante en los Estados Unidos por el Cardenal Raymond Leo Burke, Cardenal diácono de Santa Ágata de Goti, patrón de la Soberana Orden Militar de Malta desde el 8 de noviembre de 2014, y desde el 26 de setiembre de 2015, miembro de la Congregación para las Causas de los Santos. Se trata de una campaña nacional del Rosario, organizada por la Catholic Action for Faith and Family, que se propone reunir un millón de católicos americanos (pero la propuesta se extiende a los fieles católicos de todo el mundo) para rezar el Santo Rosario el primer día de cada mes, en todo el año. Las intenciones específicas indicadas por la campaña, bajo la guía del cardenal Burke, van de la mano con las intenciones personales de todos los miembros. Globalmente se reza con el fin de que “en la iglesia brille claramente la Luz de la Verdad”, para que “la paz reine en los corazones de los fieles” y por las intenciones privadas de quienes participan en la campaña, rezando el Rosario y teniendo solidaridad con los otros participantes de todo el mundo.

“La campaña es una respuesta a tanto mal presente en el mundo, que está desafiando la fe de muchas personas y dejándolas desanimadas”, ha declarado Thomas McKenna, presidente de la Catholic Action for Faith and Family y director de la campaña. “La política y la retórica de los hombres y de las mujeres no pueden resolver la actual crisis moral de América y del mundo. Tenemos necesidad de asistencia divina”, ha continuado McKenna. “¿Qué mejor modo para derrotar los males del aborto, de la eutanasia, del matrimonio entre homosexuales, del terrorismo y de otros tantos males en nuestro mundo, que uniéndose en un ejército espiritual a través de los continentes?” una especie de “Rosary Warriors” para “asediar el cielo con el rezo”, ha dicho McKenna.

En un mensaje a los seguidores de la iniciativa, el cardenal Burke ha escrito: “La primera tentación que satanás usa para destruirnos es el desánimo. Esta tentación es solo una ilusión, porque Cristo, vivo dentro de nosotros, nos da siempre el valor, también en los momentos más difíciles. Debemos rezar más que nunca, sobretodo en presencia del Santísimo Sacramento, y durante todo el día. ¡Sed valientes, mis queridos hermanos y hermanas! ¡Firmes y con la esperanza segura! Hagamos juntos este rezo constante”.

El primer día de cada mes el cardenal Burke se unirá a los miembros de la campaña, celebrando una Santa Misa y rezando un rosario por las intenciones de los participantes a la iniciativa. Se ha invitado también a sumarse, a cardenales, obispos, y miembros del clero.

Michele M. Ippolito


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P.S. pueden unirse a la campaña en el siguiente enlace

[Traducción de Fernando Suárez. Artículo original]

sábado, 26 de diciembre de 2015

VISIÓN DEL NACIMIENTO DE JESÚS por Sor Ana Catalina Emmerick (vidente)

"Porque tanto amó Dios al mundo, que no paró hasta dar a su Hijo unigénito, a fin de que todos los que crean en Él, no perezcan, sino que tengan vida eterna." Jn III, 16.


"He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada con la cara vuelta hacia Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el pecho. El resplandor en torno a ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía.

Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la Tierra, y aparecieron con claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María.

Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis ojos; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía y le oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándole contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces que los ángeles, en forma humana, se hincaban delante del Niño recién nacido para adorarlo.

Cuando había transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretase contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del Cielo.

María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. ‘¡Ah, decía yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!’

He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría, un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría, y en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores. Hasta en los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos y brincos. Las flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban nuevo vigor y verdor y esparcían sus fragancias y perfumes. He visto brotar fuentes de agua de la tierra. En el momento mismo del nacimiento de Jesús brotó una fuente abundante en la gruta de la colina del Norte.

A legua y media más o menos de la gruta de Belén, en el valle de los pastores, había una colina. En las faldas de la colina estaban las chozas de tres pastores. Al nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante el aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor de sus cabañas mirando a todos lados.

Entonces vieron maravillados la luz extraordinaria sobre la gruta del pesebre. Mientras los tres pastores estaban mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una nube luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba. Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, y finalmente oí cantos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al principio se asustaron los pastores, apareció un ángel entre ellos, que les dijo: ‘No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado en un pesebre’. Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras de ángeles muy bellos y luminosos. Oí que alababan a Dios cantando: ‘Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad’.

Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a la torre. Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores cerca de una fuente, al Este de la torre, a unas tres leguas de Belén. Los he visto consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y preparando los regalos con toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al rayar el alba".

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