miércoles, 30 de abril de 2014

EL NIÑO Y EL CIRUJANO


Mañana en la mañana abriré tu corazón le explicaba el cirujano a un niño. Y el niño interrumpió: -¿Usted encontrará a Jesús allí?

El cirujano se quedó mirándole, y continuó: -Cortaré una pared de tu corazón para ver el daño completo.

Pero cuando abra mi corazón, ¿encontrará a Jesús ahí?, volvió a interrumpir el niño.
El cirujano se volvió hacia los padres, quienes estaban sentados tranquilamente.

Cuando haya visto todo el daño allí, planearemos lo que sigue, ya con tu corazón abierto.

Pero, ¿usted encontrará a Jesús en mi corazón? La Biblia bien claro dice que Él vive allí. Las alabanzas todas dicen que Él vive allí.....

¡Entonces usted lo encontrará en mi corazón!

El cirujano pensó que era suficiente y le explicó:

Te diré que encontraré en tu corazón..

Encontraré músculo dañado, baja respuesta de glóbulos rojos, y debilidad en las paredes y vasos. Y aparte me daré cuenta si te podemos ayudar o no.

¿Pero encontrará a Jesús allí también? Es su hogar, Él vive allí, siempre está conmigo.

El cirujano no toleró más los insistentes comentarios y se fue. Enseguida se sentó en su oficina y procedió a grabar sus estudios previos a la cirugía: aorta dañada, vena pulmonar deteriorada, degeneración muscular cardiaca masiva. Sin posibilidades de trasplante, difícilmente curable.

Terapia: analgésicos y reposo absoluto.

Pronóstico: tomó una pausa y en tono triste dijo: muerte dentro del primer año. Entonces detuvo la grabadora. Pero, tengo algo más que decir: ¿Por qué? Pregunto en voz alta ¿Por qué hiciste esto a él? Tú lo pusiste aquí, tú lo pusiste en este dolor y lo has sentenciado a una muerte temprana. ¿Por qué?

De pronto, Dios, nuestro Señor le contestó:

El niño, mi oveja, ya no pertenecerá a tu rebaño porque él es parte del mío y conmigo estará toda la eternidad. Aquí en el cielo, en mi rebaño sagrado, ya no tendrá ningún dolor, será confortado de una manera inimaginable para ti o para cualquiera. Sus padres un día se unirán con él, conocerán la paz y la armonía juntos, en mi reino y mi rebaño sagrado continuará creciendo.

El cirujano empezó a llorar terriblemente, pero sintió aun más rencor, no entendía las razones. Y replicó:

Tú creaste a este muchacho, y también su corazón ¿Para qué? ¿Para que muera dentro de unos meses?

El Señor le respondió: Porque es tiempo de que regrese a su rebaño, su tarea en la tierra ya la cumplió.

Hace unos años envié una oveja mía con dones de doctor para que ayudara a sus hermanos, pero con tanta ciencia se olvidó de su Creador.

Así que envié a mi otra oveja, el niño enfermo, no para perderlo sino para que regresara a mí aquella oveja perdida hace tanto tiempo.

El cirujano lloró y lloró inconsolablemente.

Días después, luego de la cirugía, el doctor se sentó a un lado de la cama del niño; mientras que sus padres lo hicieron frente al médico.

El niño despertó y murmurando rápidamente preguntó:

-¿Abrió mi corazón?

Si - dijo el cirujano-

-¿Qué encontró? preguntó el niño

Tenías razón, encontré allí a Jesús.

Fuente: Varios sitios católicos.

sábado, 26 de abril de 2014

SOBRE LOS EFECTOS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO (Y ATENTO AVISO)



ATENTO AVISO A NUESTROS LECTORES

Tomaremos unos pocos días de necesarias vacaciones y descanso. Retomaremos nuestro querido blog el próximo miércoles 30 de abril. Gracias por su comprensión.
Atte
CATOLICIDAD


LOS FRUTOS DE LA PASIÓN DE CRISTO NUESTRO SEÑOR

Tema muy útil luego de la Cuaresma.



Los frutos de la Pasión de Nuestro Señor explicados por Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica y resumidos por el R. P. Antonio Royo Marín en su libro Jesucristo y la vida cristiana, Madrid, BAC , 1961, páginas 335- 340, no 307- 313.

Santo Tomás expone seis efectos de la pasión de Cristo: Los cinco primeros afectan a los redimidos, y el último al mismo Cristo. Son los siguientes:

-Liberación del pecado,
-Del poder del diablo,
-De la pena del pecado,
-Reconciliación con Dios,
-Apertura de las puertas del cielo,
-Exaltación del propio Cristo.

I) Liberación del pecado

Leemos en el Apocalipsis de San Juan (1,5): “Nos amó y nos limpió de los pecados con su sangre”. “En quien tenemos la redención por la virtud de su sangre, la remisión de los pecados” (Eph I,7). Dice Cristo por San Juan, “quien comete el pecado es esclavo del pecado” (Io. 8,34). Y San Pedro dice: “cada uno es siervo de aquel que le venció” (2 Petr 2, I9). Pues como el diablo venció al hombre induciéndole a pecar, quedó el hombre sometido a la servidumbre del diablo.

Como explica Santo Tomás (III 49,1), la pasión de Cristo es la causa propia de la remisión de los pecados por tres capítulos:

a) Porque excita en nosotros la caridad para con Dios al contemplar el amor inmenso con que Cristo nos amó, pues quiso morir por nosotros precisamente cuando éramos aún enemigos suyos (Rom 5, 8-10).

Pero la caridad nos obtiene el perdón de los pecados, según leemos en San Lucas (7,47): “Le son perdonados sus muchos pecados porque amó mucho”.

b) Por vía de redención. Siendo Él nuestra cabeza, con la pasión sufrida por la caridad y obediencia nos libró, como miembros suyos, de los pecados pagando el precio de nuestro rescate; como si un hombre mediante una obra meritoria realizada con las manos, se redimiese de un pecado que había cometido con los pies.

Porque así como el cuerpo natural es uno, no obstante constar de diversidad de miembros, así toda la Iglesia, que es el Cuerpo místico de Cristo, se considera como una sola persona con su divina Cabeza[1].

c) Por vía de eficiencia, en cuanto la carne de Cristo, en la que sufrió su pasión, es instrumento de la divinidad; de donde proviene que los padecimientos y las acciones de Cristo producen por la virtud divina la expulsión del pecado.

Con su pasión nos liberó Cristo de nuestros pecados causalmente, o sea, instituyendo la causa de nuestra liberación en virtud de la cual pudieran ser perdonados los pecados en cualquier tiempo pasado, presente o futuro que sean cometidos; como si un médico preparara una medicina con la cual pudiera curarse cualquier enfermedad, aun en el futuro

La pasión de Cristo fue la causa universal de la remisión de los pecados de todo el mundo; pero su aplicación particular a cada pecador se hace en el bautismo, la penitencia y los otros sacramentos, que tienen el poder de santificarnos en virtud de la pasión de Cristo.

También por la fe se nos aplica la pasión de Cristo para percibir sus frutos, como dice San Pablo a los Romanos (3,25): “Dios ha puesto a Cristo como sacrificio propiciatorio mediante la fe en su sangre”.

Pero la fe por la que se limpian los pecados no es la fe informe, que puede coexistir con el pecado, sino la fe informada por la caridad (Gal. 5,6), para que de esta suerte se nos aplique la pasión de Cristo no sólo en el entendimiento, sino también en el afecto, es decir, en la voluntad. Y por esta vía se perdonan los pecados en virtud de la pasión de Cristo.

II) Liberación del poder del diablo

Al acercarse su pasión, dijo el Señor a sus discípulos: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y yo, si fuese levantado de la tierra, todo lo atraeré a mí” (Juan 12, 31-32).

“Y (Cristo), despojando a los príncipes y a las potestades, los sacó valientemente a la vergüenza, triunfando de ellos en la cruz “ (Col 2,15). “para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebr 2,I4).

Escuchemos la hermosa exposición de Santo Tomás (III 49,2): “Acerca del poder que el diablo ejercía sobre los hombres antes de la pasión de Cristo hay que considerar tres cosas:

1-Por parte del hombre, que con su pecado mereció ser entregado en poder del diablo, que con la tentación le había superado. Y en este sentido la pasión de Cristo liberó al hombre del poder del diablo causando la remisión de su pecado.

2-Por parte de Dios, a quien ofendió el hombre pecando, y que, en justicia, fue abandonado por Dios al poder del diablo. La pasión de Cristo nos liberó de esta esclavitud reconciliándonos con Dios.

3-Por parte del diablo, que con su perversísima voluntas impedía al hombre la consecución de su salud. Y en este sentido nos liberó Cristo del demonio triunfando de él con su pasión.

Como dice San Agustín, era justo que quedaran libres los deudores que el demonio retenía, en virtud de la fe en Aquel a quien, sin ninguna deuda, había dado muerte maquinando contra El”.

Para completar la doctrina hay que añadir las siguientes observaciones:

1-El demonio no tenía antes de la pasión de Cristo poder alguno para dañar a los hombres sin la permisión divina, como aparece claro en el libro de Job (Job I,12; 2,6). Pero Dios se lo permitía con justicia en castigo de haberle prestado asentimiento a la tentación con que les incitó al pecado.

2-También ahora puede el diablo, permitiéndolo Dios, tentar a los hombres en el alma y vejarlos en el cuerpo; pero tienen preparado el remedio en la pasión de Cristo, con la cual se pueden defender de las impugnaciones del diablo para no ser arrastrados al abismo de la condenación eterna.

Los que antes de la pasión resistían al diablo por la fe en esta futura pasión podían también obtener la victoria sobre él; pero no podían evitar el descenso provisional a los infiernos [limbo de los Patriarcas, los santos del Antiguo Testamento], de lo que nos liberó Cristo con su pasión.

3-Permite Dios al diablo engañar a los hombres en ciertas personas, lugares y tiempos, según las razones ocultas de los juicios divinos. Pero siempre tienen los hombres preparado por la pasión de Cristo el remedio con que se defiendan de la maldad del diablo aun en la época del anticristo. Si algunos descuidan valerse de este remedio, esto no dice nada contra la eficacia de la pasión de Cristo[2].

Ver la suma teológica pag 490

III) Liberación de la pena del pecado

El profeta Isaías (53,4) había anunciado de Cristo: “El fue, ciertamente, quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores” con el fin de liberarnos de la pena de nuestros pecados.

“De dos maneras –escribe Santo Tomás (III 49,3)- fuimos liberados por la pasión de Cristo del reato de la pena: directamente, en cuanto que fue suficiente y sobreabundante satisfacción por los pecados del mundo entero, y, ofrecida la satisfacción, desaparece la pena; e indirectamente, en cuanto que la pasión de Cristo es causa de la remisión del pecado, en el que se funda el reato de la pena”.

Nótese lo siguiente:

Los condenados no aprovecharon ni
se unieron a la Pasión de Cristo
La pasión de Cristo produce su efecto satisfactorio de la pena del pecado en aquellas a quienes se aplica por la fe, la caridad y los sacramentos. Por eso los condenados del infierno, que no se unen a la pasión de Cristo por ninguno de esos capítulos, no perciben el fruto de la misma.

2º Para conseguir el efecto de la pasión de Cristo es preciso que nos configuremos con Él. Esto se logra sacramentalmente por el bautismo, según las palabras de San Pablo: “Con Él hemos sido sepultados por el bautismo, para participar de su muerte” (Rom 6,4). Por eso a los bautizados ninguna pena satisfactoria se impone, pues por la satisfacción de Cristo quedan totalmente liberados. Mas porque “Cristo murió una sola vez por nuestros pecados”, como dice San Pedro (I Pedro 3,18), por eso no puede el hombre configurarse segunda vez con la muerte de Cristo recibiendo de nuevo el bautismo. Esta es la razón por la cual los que después del bautismo se hacen reos de nuevos pecados necesitan configurarse con Cristo paciente mediante alguna penalidad o pasión que deben soportar. La cual, sin embargo, es mucho menor de lo que exigiría el pecado, por la cooperación de la satisfacción de Cristo.

3º La pasión de Cristo no nos liberó de la muerte corporal –que es pena del pecado-, porque es preciso que los miembros de Cristo se configuren con su divina Cabeza. Y así como Cristo tuvo primero la gracia en el alma junto con la pasibilidad del cuerpo, y por la pasión y muerte alcanzó la gloria de la inmortalidad, así también nosotros, que somos sus miembros, hemos de configurarnos primeramente con los padecimientos y la muerte de Cristo, como dice San Pablo, a fin de alcanzar con Él la gloria de la resurrección (Phil 3,10-; Rom 8,17).

IV) Reconciliación con Dios

El apóstol San Pablo dice que “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rom 5,10).

“De dos maneras –dice Santo Tomás (III 49,4) la pasión de Cristo fue causa de nuestra reconciliación con Dios: destruyendo el pecado, que nos enemistaba con Él, y ofreciendo un sacrificio aceptísimo a Dios con la inmolación de sí mismo. Así como el hombre ofendido se aplaca fácilmente en atención de un obsequio grato que le hace el ofensor, así el padecimiento voluntario de Cristo fue un obsequio tan grato a Dios que, en atención a este bien que Dios halló en su naturaleza humana, se aplacó de todas las ofensas del género humano por lo que respecta a aquellos que del modo que hemos dicho se unen a Cristo paciente.

Porque la caridad de Cristo paciente fue mucho mayor que la iniquidad de los que le dieron muerte, y así la pasión de Cristo tuvo más poder para reconciliar con Dios a todo el género humano que la maldad de los judíos para provocar su ira”.

V) Apertura de las puertas del cielo

Venid benditos de mi Padre...
San Pablo escribe en su epístola a los Hebreos (10,19): “En virtud de la sangre de Cristo tenemos firme confianza de entrar en el santuario que Él nos abrió”, esto es, en el cielo, cuyas puestas estaban cerradas por el pecado de origen y por los pecados personales de cada uno.

Pero Cristo, en virtud de su pasión, nos liberó no sólo del pecado común a toda la naturaleza humana, sino también de nuestros pecados personales, con tal que nos incorporemos a Él por el bautismo o la penitencia (III 49, 5).

Los patriarcas y los justos del antiguo Testamento, viviendo santamente, merecieron la entrada en el cielo por la fe en la futura pasión de Cristo (Hebr 11,33), por la cual cada uno se purificó del pecado en lo que tocaba a la propia persona. Pero ni la fe ni la justicia de ninguno era suficiente para remover el obstáculo proveniente del reato de toda la naturaleza humana caída por el pecado de Adán.

Este obstáculo fue quitado únicamente por la pasión de Cristo al precio de su sangre. Por eso, antes de la pasión de Cristo, nadie podía entrar en el cielo y alcanzar la bienaventuranza eterna, que consiste en la plena fruición de Dios.

VI) Exaltación del propio Cristo

En su maravillosa epístola a los Filipenses escribe el apóstol hablando de Cristo: “Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz; por lo cual Dios le exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, a fin de que al nombre de Jesús doble rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2,8-11).

Escuchemos la bellísima explicación de Santo Tomás (III 49,6):

“El mérito supone cierta igualdad de justicia entre lo que se hace y la recompensa que se recibe. Ahora bien: cuando alguno, por su injusta voluntad, se atribuye más de lo que se le debe, es justo que se le quite algo de lo que le es debido, como “el ladrón que roba una oveja debe devolver cuatro”, como se preceptuaba en la Ley de Dios (Ex 22,1).

Y esto se llama “merecer”, en cuanto que con ello se castiga su mala voluntad. Puede de la misma manera, cuando alguno, por su voluntad justa, se quita lo que tenía derecho a poseer, merece que le añada algo en recompensa de su justa voluntad; por eso dice San Lucas: “El que se humilla será ensalzado” (Lc. 14,11).

Ahora bien: Cristo se humilló en su pasión por debajo de su dignidad en cuatro cosas:

1-En soportar la pasión y la muerte, de las que no era deudor. Y por ello mereció su gloriosa resurrección.

2-En el lugar, ya que su cuerpo fue depositado en el sepulcro y su alma descendió a los infiernos. Y por ello mereció su admirable ascensión a los cielos, según las palabras de San Pablo a los Efesios: “Bajó primero a las partes inferiores de la tierra. Pues el que descendió es el mismo que subió sobre todos los cielos para llenarlos todo” (Efesios 4,9-10).

3- En la confusión y los oprobios que soportó. Y por ellos mereció sentarse a la diestra del Padre y que se doble ente Él toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno.

4- En haberse entregado a los poderes humanos en la persona de Pilato, y por ello recibió el poder de juzgar a los vivos y a los muertos”.





Notas:

[1] Concepto de redención. En sentido etimológico, la palabra redimir (del latín re y emo =comprar) significa volver a comprar una cosa que habíamos perdido, pagando el precio correspondiente a la nueva compra.
Aplicada a la redención del mundo, significa, propia y formal justicia y de salvación, sacándole del estado de injusticia y de condenación en que se había sumergido por el pecado mediante el pago del precio del rescate.
Las servidumbres del hombre pecador. Por el pecado el hombre había quedado sometido a una serie de esclavitudes o servidumbres:
a) a la esclavitud del pecado;
b) a la pena del mismo;
c) a la muerte;
d) a la potestad del diablo, y
e) a la ley mosaica. Jesucristo nos liberó de todas ella produciendo nuestra salud por vía de redención.
¿Qué dice la Sagrada Escritura?
-“El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos” (Mt 20, 28).
-“Se entregó así mismo para redención de todos” (I Tim 2,6)
-“Habéis sido comprados a precio; glorificad, pues, a Dios es vuestro cuerpo” (I Cor 6,20).
-“Se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad” (Tit 2, I 499).
-“Habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro corruptible, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin defecto ni mancha “ (I Petr I, I8-I9).
[2] De la potestad del diablo: “Y (Cristo), despojando a los príncipes y a las potestades, los sacó valientemente a la vergüenza, triunfando de ellos en la cruz “ (Col 2,15). “para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebr 2,I4).

viernes, 25 de abril de 2014

MENSAJE PASCUAL: VEN, ¡OH SEÑOR JESÚS!

Sólo Tú podrás solucionar el mal que se avecina


 La copa de la justicia rebosa por los pecados del mundo, el maligno ronda buscando devorarnos. Se aproximan tiempos malos. Por intercesión de tu Santa Madre, te lo rogamos: ¡Ven, oh Señor Jesús!

Lee este bellísimo mensaje completo (haz click): LA RESURRECCIÓN DEL MUNDO por S.S. Pío XII

jueves, 24 de abril de 2014

NI SIQUIERA EL PAPA PUEDE AUTORIZAR LA COMUNIÓN A QUIEN VIVE EN AMASIATO (DIVORCIADO DIZQUE VUELTO A CASAR)

Este escrito defiende la fe católica con relación a una reciente y desorientadora noticia que corre en todo el mundo.

  • Es una ley de derecho divino dictada por Cristo mismo que nadie puede modificar.
  • El Papa debe custodiarla pues es depositario y no dueño de ella, por lo que no tiene facultad para cambiarla ya que no es una mera ley eclesiástica.
  • Ningún fiel puede acogerse a ningún supuesto o real "permiso" particular -de ningún sacerdote, obispo, cardenal o papa- para violar la ley de Dios.
  • Si algún eclesiástico -de cualquier nivel- diese tal permiso se extralimitaría en sus funciones de manera gravísima.
  • Benedicto XVI (30 IX 1988) cuando era el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe- señaló que "El Papa no es en ningún caso un monarca absoluto, cuya voluntad tenga valor de ley. Él es la voz de la Tradición; y sólo a partir de ella se funda su autoridad".
  • .
    El texto anterior fue firmado por Benedicto XVI cuando
    presidía la Congregación para la Doctrina de la Fe.

    Se puede amplificar la imagen haciendo click sobre ella.

Una mujer argentina que vive "casada" civilmente con un divorciado separado de su legítima esposa (con la que contrajo matrimonio religioso ante Dios), ha dicho que el Papa Francisco telefónicamente le autorizó a confesarse y comulgar sin separarse conyugalmente. Ante la imposibilidad de confirmar o negar su aserto, pues se trata sólo de su palabra, y de saber si entendió realmente lo que se le dijo en una conversación PRIVADA, y como la prensa ha difundido esta noticia profusamente, volvemos a tocar este tema presentando el siguiente documento que está plenamente vigente y que vincula a todo católico, desde el más humilde fiel hasta el mismo Romano Pontífice:

Declaración del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos sobre la admisión a la comunión eucarística de los divorciados y vueltos a casar

El Código de Derecho Canónico establece que: «No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o de la declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave» (can. 915). En los últimos años algunos autores han sostenido, sobre la base de diversas argumentaciones, que este canon no sería aplicable a los fieles divorciados que se han vuelto a casar. Reconocen que la Exhortación Apostolica Familiaris consortio, de 1981, en su n. 84 había confirmado, en términos inequívocos, tal prohibición, y que ésta ha sido reafirmada de modo expreso en otras ocasiones, especialmente en 1992 por el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1650, y en 1994 por la Carta Annus internationalis Familiae de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Pero, pese a todo ello, dichos autores ofrecen diversas interpretaciones del citado canon que concuerdan en excluir del mismo, en la práctica, la situación de los divorciados que se han vuelto a casar. Por ejemplo, puesto que el texto habla de «pecado grave», serían necesarias todas las condiciones, incluidas las subjetivas, que se requieren para la existencia de un pecado mortal, por lo que el ministro de la Comunión no podría hacer ab externo un juicio de ese género; además, para que se hablase de perseverar «obstinadamente» en ese pecado, sería necesario descubrir en el fiel una actitud desafiante después de haber sido legítimamente amonestado por el Pastor.


1. La prohibición establecida en ese canon, por su propia naturaleza, deriva de la ley divina y trasciende el ámbito de las leyes eclesiásticas positivas: éstas no pueden introducir cambios legislativos que se opongan a la doctrina de la Iglesia. El texto de la Escritura en que se apoya siempre la tradición eclesial es éste de San Pablo: «Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz: pues el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación» (1 Cor 11, 27-29).


Ante ese pretendido contraste entre la disciplina del Código de 1983 y las enseñanzas constantes de la Iglesia sobre la materia, este Consejo Pontificio, de acuerdo con la Congregación para la Doctrina de la Fe y con la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, declara cuanto sigue:

Quien vive con alguien que no sea su legítimo cónyuge
comete adulterio al vivir en amasiato, esté o no dizque
"casado" civilmente. Al vivir permanentemente en pecado
grave no puede comulgar, pues recibir a Cristo sin estar
en gracia es comerse la propia condenación.
Este texto concierne ante todo al mismo fiel y a su conciencia moral, lo cual se formula en el Código en el sucesivo can. 916. Pero el ser indigno porque se está en estado de pecado crea también un grave problema jurídico en la Iglesia: precisamente el término «indigno» está recogido en el canon del Código de los Cánones de las Iglesias Orientales que es paralelo al can. 915 latino: «Deben ser alejados de la recepción de la Divina Eucaristía los públicamente indignos» (can. 712). En efecto, recibir el cuerpo de Cristo siendo públicamente indigno constituye un daño objetivo a la comunión eclesial; es un comportamiento que atenta contra los derechos de la Iglesia y de todos los fieles a vivir en coherencia con las exigencias de esa comunión. En el caso concreto de la admisión a la sagrada Comunión de los fieles divorciados que se han vuelto a casar, el escándalo, entendido como acción que mueve a los otros hacia el mal, atañe a un tiempo al sacramento de la Eucaristía y a la indisolubilidad del matrimonio. Tal escándalo sigue existiendo aún cuando ese comportamiento, desgraciadamente, ya no cause sorpresa: más aún, precisamente es ante la deformación de las conciencias cuando resulta más necesaria la acción de los Pastores, tan paciente como firme, en custodia de la santidad de los sacramentos, en defensa de la moralidad cristiana, y para la recta formación de los fieles.
2. Toda interpretación del can. 915 que se oponga a su contenido sustancial, declarado ininterrumpidamente por el Magisterio y la disciplina de la Iglesia a lo largo de los siglos, es claramente errónea. No se puede confundir el respeto de las palabras de la ley (cfr. can. 17) con el uso impropio de las mismas palabras como instrumento para relativizar o desvirtuar los preceptos.
La fórmula «y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave» es clara, y se debe entender de modo que no se deforme su sentido haciendo la norma inaplicable. Las tres condiciones que deben darse son:
a) el pecado grave, entendido objetivamente, porque el ministro de la Comunión no podría juzgar de la imputabilidad subjetiva;
b) la obstinada perseverancia, que significa la existencia de una situación objetiva de pecado que dura en el tiempo y a la cual la voluntad del fiel no pone fin, sin que se necesiten otros requisitos (actitud desafiante, advertencia previa, etc.) para que se verifique la situación en su fundamental gravedad eclesial;
c) el carácter manifiesto de la situación de pecado grave habitual.
Sin embargo, no se encuentran en situación de pecado grave habitual los fieles divorciados que se han vuelto a casar que, no pudiendo por serias razones -como, por ejemplo, la educación de los hijos- «satisfacer la obligación de la separación, asumen el empeño de vivir en perfecta continencia, es decir, de abstenerse de los actos propios de los cónyuges» (Familiaris consortio, n. 84), y que sobre la base de ese propósito han recibido el sacramento de la Penitencia. Debido a que el hecho de que tales fieles no viven more uxorio es de por sí oculto, mientras que su condición de divorciados que se han vuelto a casar es de por sí manifiesta, sólo podrán acceder a la Comunión eucarística remoto scandalo.
3. Naturalmente la prudencia pastoral aconseja vivamente que se evite el tener que llegar a casos de pública denegación de la sagrada Comunión. Los Pastores deben cuidar de explicar a los fieles interesados el verdadero sentido eclesial de la norma, de modo que puedan comprenderla o al menos respetarla. Pero cuando se presenten situaciones en las que esas precauciones no hayan tenido efecto o no hayan sido posibles, el ministro de la distribución de la Comunión debe negarse a darla a quien sea públicamente indigno. Lo hará con extrema caridad, y tratará de explicar en el momento oportuno las razones que le han obligado a ello. Pero debe hacerlo también con firmeza, sabedor del valor que semejantes signos de fortaleza tienen para el bien de la Iglesia y de las almas.
El discernimiento de los casos de exclusión de la Comunión eucarística de los fieles que se encuentren en la situación descrita concierne al Sacerdote responsable de la comunidad. Éste dará precisas instrucciones al diácono o al eventual ministro extraordinario acerca del modo de comportarse en las situaciones concretas.
4. Teniendo en cuenta la naturaleza de la antedicha norma (cfr. n. 1), ninguna autoridad eclesiástica puede dispensar en caso alguno de esta obligación del ministro de la sagrada Comunión, ni dar directivas que la contradigan.
5. La Iglesia reafirma su solicitud materna por los fieles que se encuentran en esta situación o en otras análogas, que impiden su admisión a la mesa eucarística. Cuanto se ha expuesto en esta Declaración no está en contradicción con el gran deseo de favorecer la participación de esos hijos a la vida eclesial, que se puede ya expresar de muchas formas compatibles con su situación. Es más, el deber de reafirmar esa imposibilidad de admitir a la Eucaristía es condición de una verdadera pastoralidad, de una auténtica preocupación por el bien de estos fieles y de toda la Iglesia, porque señala las condiciones necesarias para la plenitud de aquella conversión a la cual todos están siempre invitados por el Señor, de manera especial durante este Año Santo del Gran Jubileo.
Del Vaticano, 24 de junio de 2000, Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista.

Pontificio Consejo para los Textos Legislativos

Julián Herranz
Arzobispo tit. de Vertara
Presidente
Bruno Bertagna 
Obispo tit. de Drivasto
Secretario

Haciendo click sobre ella puedes amplificar la imagen.



NOTICIA DE ÚLTIMA HORA:

Hoy el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha emitido el comunicado que reproducimos a continuación:

“En el ámbito de las relaciones personales pastorales del Papa Francisco ha habido diversas llamadas de teléfono.
Como no se trata absolutamente de la actividad pública del Papa no hay que esperar informaciones o comentarios por parte de la Oficina de Prensa.
Las noticias difundidas sobre esa materia -ya que están fuera del ámbito propio de las relaciones personales- y su amplificación mediática no tienen por lo tanto confirmación alguna de fiabilidad y son fuente de malentendidos y confusión.
Por lo tanto hay que evitar deducir de esta circunstancia consecuencias relativas a la enseñanza de la Iglesia.”

Fuente: Press.vatican.va

Nota de Catolicidad: Lamentamos que la mayor parte de la prensa que difundió la noticia original seguramente no difundirá ahora esta declaración, así como también este breve e impreciso comunicado de la Santa Sede, cuando lo que se esperaba es que se señalase qué fue lo que dijo realmente el Papa en esa llamada y cuál es la doctrina católica, aspecto que deliberadamente se evita tratar. ¿Cuáles fueron exactamente los malentendidos?, ¿por qué no precisarlos en beneficio de miles y miles de almas confundidas?. Pues, finalmente, sólo se conocerá la versión de la receptora de la llamada telefónica y se ignorará la del emisor. ¡Vaya lío que se ha armado -a nivel mundial- que termina sin precisión clara!. Al menos, gracias a Dios, se indica que de lo que se diga de las llamadas telefónicas del Papa no se debe sacar consecuencia alguna con relación a la verdadera enseñanza de la Iglesia. Y menos -decimos nosostros- si lo que se le atribuye es, como sucedió en este caso, contrario a la misma, pues aún SUPONIENDO que así hubiese sido (que hubiera dicho lo que se le atribuye), el Papa -en tal caso- se habría extralimitado gravemente de sus facultades actuando solamente como pastor particular, lo que excluye la prerrogativa de la infalibilidad que goza cuando habla ex-cathedra cuando cubre todas las condiciones requeridas para ello, entre ellas hacerlo como Vicario de Cristo y Pastor Universal de toda la Iglesia.


lunes, 21 de abril de 2014

RAZONES PARA DEJAR A TU NOVIO (VIDEO)


No te dejes llevar sólo por el atractivo físico ni por la mera necesidad de recibir amor. Busca a alguien afín, de tu misma educación, con quien puedas formar una familia integrada con principios y valores cristianos para llegar al cielo. Alguien que tenga el concepto católico de lo que es una verdadera familia. Un hombre creyente que esté convencido que el matrimonio es indisoluble y que la noción de "divorcio" esté excluida totalmente de su modo de pensar. Considera si él tiene esas cualidades y si está capacitado para dar esa formación a tus futuros hijos.

Ver video

Ver también (haz click): "¿POR QUÉ NO ME DAS UNA PRUEBA...DE QUE ME AMAS?"

domingo, 20 de abril de 2014

LA TUMBA ESTÁ VACÍA...¡CRISTO RESUCITÓ!


Alégrense por fin los coros de los ángeles, alégrense las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación.
Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey Eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero.
Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene el templo con las aclamaciones del pueblo.
¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó del abismo. ¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano con lo divino!
¡La luz de Cristo gloriosamente resucitado disipe las tinieblas del corazón y de la mente! Cristo, Alfa y Omega, de Él son los tiempos y los siglos. ¡Bendito sea el Señor porque ha visitado y redimido a su pueblo! Cristo resucitó, ¡aleluya!

Temas relacionados: Pascuas de resurrección

¿SOMOS LOS HOMBRES DE HOY AQUELLOS NIÑOS DE AYER?


Este niño no sabe de actuaciones. Pensó que todo era real y corrió -como nuevo Cirineo- a ayudar a Jesús en su paso por la vía dolorosa. ¡Qué lección nos da este infante!. Seamos como él, pues bien dijo el Señor: "En verdad os digo que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis al reino de los cielos". Mt XVIII,3.

La piadosa escena nos hace evocar esta preciosa poesía (haz click):

sábado, 19 de abril de 2014

A LA VIRGEN DE LA SOLEDAD DEL SÁBADO SANTO

La Iglesia recuerda la noche del Viernes Santo, el dolor incomparable que experimentó María al pie de la Cruz de su divino Hijo y durante el Sábado Santo, su valentía y esperanza, así como su gran pena por la muerte del Redentor que llevó en su virginal seno, cuyo Cuerpo yace ahora en el sepulcro.

Un Dios muerto es demasiado para nosotros, Madre.

Se han ido todos, Madre, te han dejado sola.

Sola con Él en los brazos, como aquella noche de Belén.

Se han ido todos: soldados y fariseos, mercaderes e hijas de Jerusalén.

Con ellos, nos hemos ido todos.

Para nosotros mismos, Viernes Santo es un momento… Después volvemos a lo mismo.

Arriba en la cumbre, estás tú sola, Madre. Sola con el Hijo dormido en los brazos.

Todos los demás nos hemos vuelto al pueblo. A esto que nosotros llamamos tan pomposamente: asuntos, negocios, quehaceres, obligaciones.

Mientras tanto, en Jerusalén, el bruto de Malco estará en alguna taberna enseñando la oreja y diciendo que a él nadie le curó la oreja, porque a él nadie le cortó la oreja, no hay guapo que se la corte.

Y, como Malco, muchos de nosotros, fingiendo que Cristo no ha pasado por nuestra vida, diciendo que nosotros somos tan brutos y tan plantados como cualquiera… En una palabra: enseñando la oreja.

Mientras tanto, en una fortaleza de Jerusalén, Pilatos está diciendo a su mujer que esté tranquila, que él ya se ha lavado las manos doce veces en lo que va del día.

Pilatos es muy cuidadoso. Quiere estar bien con todos; a todos les ha dado algo; a los soldados, la coronación de Cristo; a su conciencia, agua y jabón; al César, miedo y servilismo; a Caifás, la Sangre de Cristo; a María de Nazaret, permiso para desclavar y abrazar el Cuerpo muerto de Cristo; a Cristo mismo, un letrero honroso que dice que es el Rey de los judíos.

Como Pilatos, un buen número de nosotros, que nos lavamos las manos ante el sufrimiento de Dios y de los hombres, y procuramos tranquilizar nuestras conciencias haciendo estas clásicas componendas entre Dios y el diablo, entre lo que quiere Dios y lo que nos da la gana a nosotros.

Mientras tanto, la Virgen, arriba, sola con el Hijo en los brazos…

Caifás esta noche cena con el suegro. Están celebrando el triunfo y haciendo planes. Otra vez a hacerse de oro y a abrir el negocio del Templo. Otra vez la casa de Dios cueva de ladrones, y los dividendos para Anás y Caifás, S. A. Se han vengado de Cristo, que limpió el Templo con el látigo.

¿No ves, María? Fíjate bien en el cuerpo de tu Hijo; ellos se han vengado de los latigazos con que Él les estropeó el negocio.

¿No sabías, María, que en cuanto se nos toca el asunto del dinero y del negocio (o de las vacaciones en días santos), ya no queremos saber nada? Os quedáis solos Cristo y tú. Al pie de la cruz.

Estás sola tú con Cristo, porque te han dejado también los buenos.

Un Cristo muerto era demasiado para nosotros, y te lo hemos dejado a ti sola. La única que tienes fuerzas para sostener a un Dios muerto en tus brazos.

Y no nos juzgues demasiado mal por haberte dejado sola con tu Cristo muerto.

Ya verás cómo al tercer día, cuando nos enteremos de que ha resucitado, volveremos a creer en Él los pobrecitos cristianos de siempre. Cuando la cosa esté menos fea, ya verás como vamos volviendo todos.

Y tú, María, volverás a sonreírnos y harás como si no te hubieras dado cuenta de que te hemos dejado sola esta tarde del Viernes Santo.

Autor: Pedro María Iraolagoitia, S. I. Título original: Soledad. Fuente: Mariología.



JESÚS YACE EN SU TUMBA

Se va cerrando el drama de la Pasión de Cristo, cuyas escenas hemos ido contemplando durante esta Semana Mayor.

Hoy, Jesús yace en su tumba y los apóstoles creen que todo se acabó. Todo el día sábado su cuerpo descansa en el sepulcro. Pero su madre, María, se acuerda de lo que dijo su Hijo : "Al tercer día resucitaré". Los Apóstoles van llegando a su lado, y Ella les consuela.

El Sábado Santo es un día de luto inmenso, de silencio y de espera vigilante de la Resurrección. La Iglesia en particular recuerda el dolor, la valentía y la esperanza de la Virgen María.

El misterio esencial del Sábado Santo es la ausencia del Señor. La Iglesia se encuentra en espera de la resurrección del esposo. Cristo ha ocultado su rostro; ha sustraído su presencia; el Señor está ausente; Jesús misteriosamente está muerto. Esto es lo que le distingue de cualquier otro momento de la vida terrestre y celeste del Redentor.

Cristo no está ya, está muerto y litúrgicamente esta ausencia se presenta como la privación de la Eucaristía. Es imposible celebrarla porque el Señor no está. Este es el único día del año en que no se celebra el Santo Sacrificio de la Misa en ninguna parte del mundo, porque Jesús está muerto.

Es necesario permanecer sobrecogidos ante la ausencia del Señor. Este es un buen día para pensar en lo que significa que Dios no esté con nosotros. Es una buena oportunidad para revisar nuestra vida con Dios. ¿Cuántas veces somos nosotros los que lo abandonamos? ¿Cuántas veces hemos dejado solo al Señor Jesús?

Hoy Jesús nos deja solos. No por su voluntad, sino porque está muerto.

Sólo puede ser entendida esta muerte en el contexto de la Salvación que Jesús nos ofrece. Sólo es posible entender que Dios Padre permitiera que a su Hijo le pasara algo tan grave porque era necesario que así sucediera para borrar nuestros pecados y alcanzarnos la salvación. Sin muerte no hay redención ni resurrección, no hay vida eterna.

Este día sábado, al caer la noche vamos a celebrar la Vigilia Pascual. La celebración de la Vigilia Pascual es la más importante fiesta del año cristiano. Es la noche santa, es la noche larga, es la noche victoriosa. Cristo resucita en la madrugada del domingo.

Hoy es el día de la esperanza… y en silencio esperamos confiados por una vida nueva: la Resurrección.

DANOS SABIDURÍA, SEÑOR

Preparémonos, desde las profundidades del silencio, a la luz que todo lo ilumina y que emana de su Resurrección. En tanto, permanezcamos junto al sepulcro del Señor, callados, meditando su Pasión y muerte, pidiéndole -durante estos momentos- nos dé Sabiduría. Es fundamental comprender que la Sabiduría supera al simple conocimiento. Es preciso no confundir la Ciencia con la Sabiduría. El demonio supo de las cosas celestes y no aprovechó ese conocimiento con Sabiduría. Hoy conoce más cosas terrestres que todos los hombres del mundo y... ¿de qué le sirve? Por eso es nuestra súplica: ¡Señor, danos Sabiduría! En los momentos de prueba, no es un gran cúmulo de conocimientos lo que nos salva, sino la Pasión de Cristo y la aceptación que de ella hagamos. Sin Fe nada valemos y sin obras, nuestra Fe está muerta. Sin Sabiduría es fácil desvariar. Por ello es que pedimos a Cristo que nos la otorgue para vivir la vida cristianamente y sortear las pruebas conforme a su Voluntad. Pidámosla también para nuestros pastores. Agradezcamos a Jesús su Redención mediante su muerte en Cruz. Sigamos en silencio recordando y meditando aquello de "aquel que se salva, sabe; y el que no, no sabe nada".

Mantengámonos, pues, junto al sepulcro del Señor. Supliquemos a Cristo que no nos deje más tiempo solos, proponiéndonos nosotros tampoco volver apartarnos de Él por el pecado.

Ven, Señor. ¡Resucita y resucítanos a tu Gracia! Sin ti estamos perdidos.

Fuente: Catolicidad y varias.

Leer también: 1) SÁBADO SANTO 2) LA IGLESIA MEDITA JUNTO AL SEPULCRO DE JESÚS Y ORACIONES LITÚRGICAS.