sábado, 28 de marzo de 2020

DIOS



¿Qué cosa es Dios?

— Decid, ¿qué cosa es Dios, oh luces bellas?..
¡Orden! — me respondieron las estrellas.

— Decid, ¿qué cosa es Dios, flores hermosas?
— ¡Belleza! — respondiéronme las rosas.

— Decid, ¿qué cosa es Dios, oh Madre mía?
Y Ella, mirando al Crucifijo:
— Amor es Dios — me dijo... Amor más puro que la luz del día.

P. Leonardo Castellani


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jueves, 26 de marzo de 2020

NO TEMAS MARÍA por San Bernardo


 Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librado si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida…

 No tardes, Virgen María, da tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo. Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El mismo, desde las alturas te llama: «Levántate, amada mía, preciosa mía, ven…déjame oír tu voz» (Cant 2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna…

 Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento. «Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen- hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38).

 San Bernardo Homilía 4 sobre «Missus est », n. 8-9 «No temas, María» (Lc 1,30).
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sábado, 21 de marzo de 2020

21 de marzo: SAN BENITO, ABAD


-Patrono de monjes; personas en órdenes religiosas; ingenieros civiles; trabajadores agrícolas; granjeros; espeleólogos; niños escolares; personas en trance de muerte.

-Protector contra la hechicería; brujería; veneno; fiebre; urticaria; erisipela; enfermedades inflamatorias; enfermedades renales. Se lo invoca en las tentaciones y cuando se ha roto alguna pertenencia de un superior.

San Benito, el Patriarca de los monjes de Occidente, nació en Nursia (Umbría), el año 480; enviado a Roma a estudiar, abandonó el mundo a la edad de 14 años para recluirse en el desierto. Esforzóse el demonio por encender en su corazón el fuego de las pasiones impuras. Para vencer, San Benito revolcábase entre espinas y zarzas. Después de 3 años pasados en una gruta, su fama de santidad extendióse a lo lejos y le atrajo una multitud de discípulos. Fundó doce monasterios, donde los monjes oraban regidos por su Santa Regla, que ha santificado a millares de almas, durante los seis siglos en que la Orden de San Benito era la única existente en Europa. Cuenta entre sus hijos a más de 20 Papas, y muchísimos Obispos, Doctores, Apóstoles, Sabios y Educadores, a quienes mucho deben la humanidad y la Iglesia. Cuarenta días después de la muerte de su hermana Santa Escolástica, estando de pie, en las gradas del altar, del cual acababa de participar mediante la comunión en el augusto Sacrificio, y sostenido por sus monjes que lo rodeaban, entregó al Creador su alma transfigurada por 67 años de austera penitencia y de fidelidad a la Ley divina en el año 547.

*SOBRE LA VIDA Y LA MUERTE DE SAN BENITO*

*I Desde que hubo comprendido la vanidad del mundo, retiróse San Benito a la soledad, y allí mortificó su cuerpo mediante continuas austeridades.

*II San Benito despreció al mundo, y el mundo le honra; los reyes, los príncipes, numerosos fieles acuden a verlo en la soledad, para encomendarse a sus oraciones o para imitar su género de vida.

*III San Benito, vencedor del mundo, lo abandona y muere en una iglesia en medio de sus religiosos, advertidos por él de la hora de su muerte.

*ORACIÓN*
Haced, os lo rogamos, Señor, que la intercesión de San Benito abad, nos haga agradables a Vuestra Majestad, y que obtengamos por sus oraciones lo que no podemos esperar de nuestros méritos.
Por J. C. N. S.

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viernes, 20 de marzo de 2020

HAY QUIENES MUEREN DE MIEDO POR EL CORONAVIRUS, PERO NO PROCURAN VIVIR SIEMPRE EN GRACIA PARA MORIR EN ELLA Y SER SALVOS


¡ACUDAMOS AL CONFESIONARIO! ¡HABITUÉMONOS A REALIZAR DIARIAMENTE ACTOS DE CONTRICIÓN PERFECTA! ¿O PREFERIMOS JUGARNOS LA ETERNIDAD?

"Quien se preocupa mucho de su cuerpo y poco de su alma, acaba por caer en los brazos del demonio".

San Juan Bosco

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jueves, 19 de marzo de 2020

SAN JOSÉ por el P. Leonardo Castellani


Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo te estábamos buscando con angustia[1].

El Justo.
Esposo de la Madre de Dios.
Padre adoptivo del Redentor.
Lugarteniente de Dios Padre.
Patrono de la Iglesia Universal.
Abogado de una Buena Muerte.
Defensor de todos los Obreros.
Modelo de todos los Padres de familia,

y al mismo tiempo el Santo de quien menos se sabe, el más humilde y escondido, como una estrella que hay en el cielo tan al lado del Sol que nadie ha visto.

La Escritura dice de San José una sola palabra: que era justo, lo cual en el lenguaje de la Escritura significa santo, perfecto, cabal. Es tan grande la virtud de la justicia.

Una virtud perfecta presupone todas: muchos distinguen en alguna virtud, no hay hombre que no tenga alguna: generoso, leal, compasivo, recto, valiente, franco, piadoso, religioso, sobrio... Pero hay quie­nes son compasivos y débiles, generosos e incontinentes, fuertes y or­gullosos, humildes y pusilánimes.

Las tres virtudes que resplandecen en lo que el Evangelio nos narra de San José son la castidad, el trabajo y la oración.

La castidad en el pasaje de San Lucas que cuenta la Anunciación de Nuestra Señora, donde se deduce que San José había ofrecido a Dios su castidad perpetua prenunciando así lo que había de ser des­pués el estado religioso.

El trabajo humilde y oscuro: “¿Acaso no es este el hijo del carpinte­ro?”.

La oración de San José está en las dos moniciones del ángel, la de recibir a su esposa[2] y la de huir a Egipto[3].

La narración de San Lucas es un pasaje delicadísimo. Lucas nos presenta de golpe las cosas ya hechas: una doncella prometida, el anun­cio de que va a ser Madre del Mesías. La respuesta de María: “No co­nozco varón” ni lo conoceré nunca. “No importa”, dice el ángel: “será un milagro”. El milagro será la realización de la profecía de Isaías al rey Acaz: “El Señor mismo os dará una señal: he aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”[4]. La virgen consiente. Ese consentimiento es un poema de alabanza a San José, porque supone que los dos jóvenes habían hecho jura­mento de castidad. San José había aceptado casarse con María y vivir con ella como hermano y hermana. La virgen tenía plena confianza en la fidelidad de San José.

El Espíritu Santo había inspirado a estos dos jóvenes esa actitud tan insólita en las costumbres de Israel. San José era joven, por lo me­nos relativamente, pues su misión era proteger y criar a Jesús durante treinta años. El matrimonio virginal de San José y la virgen fue matri­monio válido y no fingimiento porque lo que constituye al sacramento del matrimonio no es la unión conyugal propiamente sino el consenti­miento de la voluntad ante el sacerdote. Porque el hombre es un cuer­po y es antes de todo una voluntad. San José es así ejemplo de una de las virtudes más necesarias de nuestros tiempos perturbados. La castidad significa el dominio del hombre sobre los propios apetitos, aun los más violentos, el respeto a la propia dignidad y al honor ajeno, la limpieza y decoro delante de Dios y delante de los hombres. Perdida esta virtud, trae como conse­cuencia toda clase de terribles castigos; y el mundo moderno lo sabe perfectamente porque a un especial desenfreno de impureza, vemos cuántas plagas, desórdenes y catástrofes siguen. Sois vasos del Espíritu Santo, Dios mora en vosotros, sois miembros de Cristo, no ensuciéis vuestros cuerpos con torpezas, nos dice San Pablo.

El Trabajo. San José fue encargado de una de las misiones más grandes del mundo. Personaje importantísimo. Nos asombramos ante la misión de un Colón, de un San Martín, de un Dus... San José es el eje sobre el que gira la redención -el mayor de los santos fuera de la madre de Dios- y mirad cómo son las vías de Dios: trabajo el más os­curo, humilde, insignificante. Trabajo manual rudo toda la vida. Pero, ¿cómo? ¿Vos, oh, San José, sois padre del Mesías, mandáis al Verbo de Dios, tenéis en vuestra casa a la esperanza de toda la humanidad y estáis haciendo arados, manceras, vigas, puertas, postigos, batientes, ataúdes...

No se puede decir que el mundo moderno no trabaje; trabaja quizá demasiado, pero trabaja mal. Ha robado al trabajo su sello divino y humano y ese es quizá al peor crimen de nuestra época, trabajo de bestias, trabajo de esclavos, máquinas, enfermos enloquecidos... Tra­bajan los pobres explotados por algunos ricos; trabajan ricos esclaviza­dos al dios cruel del Lucro de la Avaricia, del más tengo más quiero; y al dios estúpido del placer frívolo y la diversión incesante que los trae con fiebre continua y se llama Vida Social, Figuración, Vida Mundana. Y sobre este mundo que ha olvidado la dignidad humana y cristiana del trabajo planea la más grande de las revoluciones de la historia.

La Oración. La oración es necesaria. El mundo moderno anda perturbado porque ha perdido el contacto con Dios. Anda ciego detrás del Placer o del Oro porque no ve ni conoce más a Dios. La oración es necesaria al ser humano. El niño necesita de sus padres para poder llegar a su estado perfecto, a ser adulto. El hombre necesita de Dios para llegar a su Último Fin que es el mismo Dios. Representaos el estado de un hombre sin oración como el estado de un niño sin sus padres, y en medio de un bosque. La oración es necesaria para la salvación. Sin oración no hay salvación. El cielo nos lo da Dios. Nos lo da por nuestras buenas obras, pero nos lo da. “Pedid y recibiréis”. Y nuestras bue­nas obras nos las da Dios. “Sin mí nada podéis”.

Por eso la Iglesia nos manda a hacer oraciones vocales, asistir a la misa dominical y a ciertas solemnidades.

San José hablaba con Dios continuamente y penetraba las pala­bras de Jesús. ¿Por qué murió antes de la predicación de Jesús? Por­que no la necesitaba. ¿Y por qué la Virgen? Porque Jesús necesitaba de ella. La contemplación de los santos, San Ignacio, Santa Teresa, es nada al lado de la de San José.

Se ora poco en el mundo. A Dios gracias hay santas almas que oran por otras. Pero las naciones no oran, porque en ellas ha triunfado el liberalismo. Y bien, he aquí que las naciones se derrumban. “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si el Señor no guarda la ciudad, el centinela vigila en vano”. Las guerras son efectos de los pecados. Dice De Maistre que cuando los pecados; ciertos pecados se acumulan, estalla la guerra:

1o: los vicios nefandos
2o: la explotación del pobre, claman al cielo.

Un mundo muere. Que se salve. Y nosotros morimos. La muerte, que tenemos tan olvidada, hecho trascendental para el hombre. Pa­trón de la buena muerte, salvadnos. Enséñanos a mirar la muerte sin horror y sin desesperación haciendo que nuestra alma penetre, como la tuya, el Misterio Grande de Jesús y de María.

Leonardo Castellani, Revista Gladius 52 – Año 2001, visto en Syllabus, 18-Mar-2014.

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[1] Lc. 2, 48.
[2] Mt 1, 20-21.
[3] Mt 2,13-14.
[4] Isaías 7, 14.
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miércoles, 18 de marzo de 2020

EN ESTA PANDEMIA, Y SIEMPRE, REALIZA MUCHAS COMUNIONES ESPIRITUALES



"Cuando no podáis comulgar ni oír Misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho". Santa Teresa de Ávila.

Con el nombre de Comunión Espiritual se entiende el piadoso deseo de recibir la Sagrada Eucaristía, cuando no se le puede recibir sacramentalmente. Ha sido practicada por todos los santos, con gran provecho espiritual.

Advertencias

1) La Comunión Espiritual puede repetirse muchas veces al día. Puede hacerse en la iglesia o fuera de ella, a cualquier hora del día o de la noche, antes o después de las comidas.

2) Todos los que no comulgan sacramentalmente deberían hacerlo al menos espiritualmente, al oír la Santa Misa. El momento más oportuno es, naturalmente, aquel en que comulga el sacerdote.

3) Los que están en pecado mortal deben hacer un acto previo de contrición, si quieren recibir el fruto de la Comunión Espiritual. De lo contrario, para nada les aprovecharía, y sería hasta una irreverencia, aunque no un sacrilegio, según explica el padre Antonio Royo Marín, OP, en su Teología Moral para Seglares. Los Sacramentos.

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A propósito de la comunión espiritual, el Catecismo del Concilio Dogmático de Trento, llamado Catecismo Romano, porque es el compendio de la doctrina romana, se expresa así: “Hace falta que los pastores de almas enseñen que no hay sólo una manera para recibir los frutos admirables del sacramento de la Eucaristía, sino que hay dos: la comunión sacramental y la comunión espiritual”. La comunión espiritual es poco conocida y poco practicada, sin embargo es un manantial especial e incomparable de gracias. Por medio de ella muchas almas llegaron a gran perfección.

San Juan María Vianney, el Cura de Ars, decía: “Una Comunión espiritual actúa en el alma como un soplo de viento en una brasa que está a punto de extinguirse. Cada vez que sientas que tu amor por Dios se está enfriando, rápidamente haz una Comunión espiritual”.

El Sacro Concilio de Trento alaba mucho la Comunión espiritual, y exhorta a los fieles a practicarla.

Cuán agradable sea a Dios esta espiritual Comunión, y cuántas las gracias que por ella se nos conceden, lo manifestó el Señor a su sierva Sor Paula Maresca, fundadora del Monasterio de Santa Catalina de Siena, en Nápoles, mostrándole (como en su vida se refiere) dos vasos preciosos, de oro el uno y el otro de plata; y diciéndole que en el de oro conservaba sus comuniones sacramentales, y en el de plata las espirituales. Baste sobre todo saber que el Sacro Concilio de Trento alaba mucho la Comunión espiritual, y exhorta a los fieles a practicarla.

Jesús querría venir cada día a nuestro corazón con la comunión espiritual, pero no le basta todavía: querría unirse a nosotros continuamente. Este deseo divino se cumple con la comunión espiritual. “Cada vez que tú me deseas”, le decía Jesús a Santa Matilde, “tú me atraes dentro de ti. Un deseo, un suspiro, basta para ponerme en tu posesión”. A Sta. Margarita María le decía: “Tu deseo de recibirme ha tocado tan dulcemente mi corazón, que si yo no hubiera instituido ya este Sacramento, lo hubiera hecho en este momento, para unirme a ti”. El Señor le encargaba a Sta. Margarita de Cortona que le recordara a un religioso las palabras de San Agustín: “Cree y habrás comido”; es decir, haz un acto de fe y de deseo hacia la Eucaristía, y tú serás alimentado por este alimento divino. A la Beata Ida de Lovaina, durante una Misa en la que ella no había podido comulgar, Jesús le decía: “¡Llámame y yo vendré a ti!”, - “¡Venid, o Jesús!”, exclamó entonces la santa, y se sintió llenar de felicidad como si realmente hubiera comulgado. Finalmente, después de una comunión espiritual de la que gozaba todas las delicias, Santa Catalina de Siena oyó que Jesús le decía: “En cualquier lugar, de cualquier manera que me guste, yo puedo, quiero y sé satisfacer maravillosamente los santos ardores de un alma que me desee”.

Este deseo de Jesús de unirse a nosotros es infinito y omnipotente: no conoce otro obstáculo que nuestra libertad. Jesús ha multiplicado los milagros para venir a encerrarse en la hostia, para poder darse a nosotros. ¿Qué le cuesta hacer un milagro más y darse a nosotros?, ¿no es acaso el dueño de sí mismo, de todas sus gracias, de su divinidad? Y si, llamado por unas pocas palabras, baja del Cielo a la hostia, entre las manos del sacerdote, ¿no bajará a nuestro corazón, si es llamado por el ardor de nuestros deseos?

El primer efecto de la comunión espiritual es entonces el de acrecentar nuestra unión con la humanidad y con la divinidad del Verbo encarnado. Este es su efecto principal, su fruto esencial: todas las demás gracias que se reciben, derivan de ésta. He aquí un resumen de ellas:

El fervor es reavivado. La “comunión espiritual”, decía el Santo Cura de Ars, “hace sobre el alma el efecto de un golpe de soplillo sobre el fuego cubierto de ceniza y próximo a apagarse. Cuando sentimos que el amor de Dios se enfría, ¡corramos pronto a la comunión espiritual!”. En medio de las pruebas de nuestra peregrinación aquí abajo, continuamente nos invade la tristeza, y nuestro corazón se llena de densas tinieblas. La comunión espiritual disipa la bruma, como el sol de la mañana; ella devuelve la alegría al corazón y da al alma la paz.

Ella conserva también el recogimiento: es el medio más eficaz para predisponerse contra la disipación, la ligereza y todas las divagaciones de la mente y de la fantasía. Nos acostumbra a tener nuestra mirada fija en Jesús, a conservar con Él una dulce y constante intimidad, a vivir con Él en una continua unión de corazones.

Ella nos desapega de todo lo que es puramente sensible y terrenal; nos hace despreciar las vanidades que pasan, los placeres del mundo que duran poco. “Ella es el pan del corazón, dice S. Agustín, ella es la curación del corazón”. Ella separa nuestro corazón de todo lo que es impuro e imperfecto; lo transforma y lo une estrechamente al corazón de Jesús.

La comunión espiritual tiene también una eficacia maravillosa para borrar los pecados veniales y para perdonar las penas debidas al pecado. La comunión espiritual dará en el cielo a las almas que la habrán hecho bien, una gloria sorprendente, y éstas gustarán de unas alegrías especiales, más dulces y deliciosas, que otros no conocerán. Nuestro Señor le decía a Santa Gertrudis, que cada vez que uno miraba con devoción a la Hostia Santa, aumentaría su felicidad eterna y se prepararía para el cielo tantas delicias distintas a medida que multiplicaba aquí abajo las miradas de amor y de deseo hacia la Eucaristía.

La comunión espiritual, aumentando cada día nuestros deseos de recibir a Jesús, nos empuja a la comunión sacramental, nos impide dejarla por culpa nuestra, la hace ser más frecuente, nos dispone a recibirla mejor y a sacar más frutos de ella. La comunión espiritual es, según todos los Santos, la mejor preparación a la comunión sacramental.

Añadid además que la comunión espiritual se puede ofrecer según la intención del prójimo, sea a favor de los vivos, sea a favor de los difuntos. La beata Margarita María de Alacoque recomendaba la comunión espiritual en sufragio de las almas del Purgatorio. “Vosotros aliviaréis bastante a aquellas pobres almas afligidas, decía ella, ofreciendo por ellas comuniones espirituales para reparar el mal uso que ellas han hecho de las comuniones sacramentales”.

Se puede además hacer después de la oración, después de la meditación, después de la lectura espiritual, antes y después del rezo del rosario y por la noche antes de dormirse. Se puede hacer todas las veces que se quiera. Aquí no importa el tiempo, importa el ardor y la vehemencia del deseo, el hambre y la sed del alma, ¡el impulso del corazón!

Los santos son unánimes en exaltar las maravillas de la comunión espiritual. Llegan a decir, como la Ven. María de la Cruz, “que Dios, con este medio, nos colma muchas veces de las mismas gracias de la comunión sacramental”; y, con Santa Gertrudis y el P. Rodríguez, “alguna vez también da gracias más grandes”; porque, anota éste último, “aunque la comunión sacramental sea, de por sí, de una mayor eficacia, sin embargo el fervor del deseo puede compensar la diferencia”.

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martes, 17 de marzo de 2020

EN ÉPOCA DE PANDEMIA, Y SIEMPRE, HAGAMOS FRECUENTEMENTE ACTOS DE CONTRICIÓN PERFECTA

  • LA CONTRICIÓN PERFECTA BORRA TODO PECADO PERO NO PERMITE COMULGAR.
  • QUIEN MUERE DESPUÉS DE UN ACTO DE CONTRICIÓN PERFECTA SE SALVA ETERNAMENTE.
  • IMPLICA ARREPENTIMIENTO DE NUESTROS PECADOS POR AMOR A DIOS, PROPÓSITO DE ENMIENDA Y DE CONFESARSE A LA BREVEDAD.
  • LA CONTRICIÓN IMPERFECTA O ATRICIÓN ES POR TEMOR AL INFIERNO Y NO BORRA LOS PECADOS POR SÍ MISMA, PERO CON PROPÓSITO DE ENMIENDA ES SUFICIENTE PARA CONFESARSE.




EN QUÉ CONSISTE EL ACTO DE CONTRICIÓN PERFECTA

Os voy a explicar ahora en qué consiste el Acto de Contrición y cómo se hace.

Lo primero que tengo que deciros del Acto de Contrición Perfecta es que lo fundamental que tenemos que hacer es arrepentirnos de nuestros pecados, porque son ofensa de Dios. No me arrepiento de mis pecados por ningún motivo humano. Sino porque cuando yo he pecado, yo he ofendido a Dios, y a mí me pesa haber ofendido a Dios. Este debe ser el motivo fundamental de mi arrepentimiento. Esto es lo básico para el Acto de Contrición. No bastan otros motivos humanos.

Ejemplos de arrepentimientos sólo por motivos humanos:

-Primero: Alguien va a una casa de prostitución, y después se arrepiente de haber ido. Pero el motivo de arrepentimiento es múltiple. Puede que se haya arrepentido de haberse ido con una prostituta porque le ha pegado una enfermedad venérea. Cuando él se ve con esa enfermedad se arrepiente del disparate y de la locura que hizo. Esa prostituta le ha pegado una enfermedad que puede ser trágica para su mujer y para sus hijos.

Ya sabéis que los hijos de los sifilíticos nacen a veces anormales y con taras tremendas. Son la desgracia de los padres viciosos que contrajeron esas enfermedades en su vida licenciosa. Y, a lo peor, este hombre, que por ir a una casa de prostitución, ha cogido una enfermedad venérea, después se tira de los pelos, arrepentido de haberse ido por ahí.

Pero no se arrepiente de haber ofendido a Dios. Se arrepiente porque ha cogido una enfermedad venérea. Eso no es contrición. Aunque esté muy arrepentido y esté decidido a no volver. Eso no es contrición. El se arrepiente por un motivo humano.

-Segundo ejemplo de otro motivo humano: Al salir de la casa de prostitución se encuentra con una persona conocida que sabe de dónde sale. Entonces se arrepiente de haberse metido ahí, porque sabe que eso se va a correr y va a perder la fama. Él, que tenía fama de hombre honrado, ahora se va a saber lo que ha hecho. Se arrepiente por la fama que va a perder. Pero no es por motivo sobrenatural. Eso no es contrición. Es motivo humano.

-Tercer ejemplo: Puede ser que se arrepienta por el dinero que le han quitado. Porque le ha costado tanto, y después comprende que ha sido un disparate haber pagado eso. Y que ese dinero, hubiera estado mejor empleado en otras cosas que en costearse un vicio y un pecado. Y se arrepiente por el dinero que ha perdido. Se arrepiente por motivo humano. Eso no es contrición.

LA CONTRICIÓN IMPERFECTA O ATRICIÓN ES POR TEMOR AL INFIERNO Y NO BORRA LOS PECADOS POR SÍ MISMA, PERO CON PROPÓSITO DE ENMIENDA ES SUFICIENTE PARA CONFESARSE

Incluso, fijaos, aunque se arrepienta porque ha merecido el infierno. Puede ser que se diga:
-¡Qué disparate! He sido un bestia, un animal. Además, si ahora me
muero, me voy al infierno. Si me llego a morir en ese momento, me condeno.

Se arrepiente de lo que ha hecho. Pero por el miedo al infierno. No es contrición perfecta. Lo fundamental de ella es que el motivo del arrepentimiento sea porque el pecado es ofensa de Dios. Este es el motivo fundamental. Yo me arrepiento porque con mi pecado ofendí a Dios, y Dios no se merece esto. Dios me ama, Dios ha sufrido por mí, Dios ha muerto por mí. Dios, que ha hecho tanto por mí, merece que yo me porte mejor con Él. Y yo me he portado mal. Y yo le he ofendido. Y yo he pecado. Me arrepiento de mi pecado porque he ofendido a un Dios tan bueno.

(NOTA: El arrepentimiento por miedo al infierno se le conoce como Atrición o contrición imperfecta, ésta NO borra los pecados por sí misma -como sí lo hace la Contrición Perfecta- pero es suficiente para confesar los pecados al sacerdote y quedar, luego de la confesión sacramental, perdonado por Dios y en estado de gracia).

Y esto (el Acto de Contrición Perfecto por amor a Dios) basta quererlo. Porque puede haber personas que duden de si hacen un Acto de Contrición porque no sienten nada:

-Padre, ¡si yo no lo siento!
-No importa. Tú puedes hacer bien un Acto de Contrición (Perfecta) aunque no lo sientas. Basta que lo quieras.

EL ACTO DE CONTRICIÓN PERFECTO ES UN ACTO DE VOLUNTAD

El Acto de Contrición no te sirve, si lo dices sólo con los labios. Si lo dices sólo por rutina. Si lo dices sin fijarte en nada. Pero, si tú te fijas en lo que dices, y tú quieres aquello que significan tus palabras, tu Acto de Contrición es bueno. Porque el Acto de Contrición (Perfecto) no es cuestión de sensibilidad. Es cuestión de voluntad. Si tú quieres aquello que dices, tu Acto de Contrición es bueno.

Ahora, si tú no quieres aquello que dices, si tú hablas como un papagayo, si tú hablas como un gramófono, como una cinta magnetofónica -la cinta no sabe lo que dice, ni lo quiere, porque es una cinta- , entonces, no. Si tú hablas sin saber lo que dices y sin querer lo que dices, no sirve. Pero si tú quieres aquello que dices, aunque no lo sientas; si quieres sentir, si quieres decirlo de verdad, si quieres decirlo de corazón, aunque creas que no se con mueve tu corazón, si lo dices con sinceridad, eso vale. Hay Acto de Contrición. Porque el Acto de Contrición (Perfecto), repito, no es cuestión de sensibilidad. Es cuestión de voluntad. Y hace bien el Acto de Contrición todo aquel que quiere que sea verdad aquello que sus palabras expresan.

Por tanto cuando tú dices:
-Señor, yo te amo sobre todas las cosas.
Y tú quieres que eso sea verdad, tú ya estás amando a Dios sobre todas las cosas.
-¡Ah, es que yo noto que mi corazón no vibra como cuando quiero a mi madre!
-Ya lo sé.
-¡Ah, es que, cuando yo quiero a mis hijos, yo siento que mi corazón vibra de amor hacia mis hijos, y yo no siento mi corazón vibrar de amor hacia Dios!
-Ya lo sé.
Pero el que vibre tu corazón por un amor humano es lógico. El que vibre tu corazón por amor a Dios es más difícil. No digo que sea imposible. Algunos santos lo han tenido. Pero eso no lo pueden tener todos los hombres. Basta que tú quieras que sea verdad aquello que tus palabras expresan.

«Señor, yo te amo sobre todas las cosas. Señor, yo quisiera que no haya nada en el mundo que lo prefiera a Ti. Tú para mí, el primero. Así lo quiero, Señor.»

Aunque tu corazón no vibre como vibra con un amor humano. No importa. Estás amando a Dios sobre todas las cosas, porque tú deseas que tus palabras expresen en verdad lo que quieres. Como digo, no es necesario sentirlo. Basta quererlo. Querer aquello que se dice. Pero las palabras deben expresar este amor a Dios sobre todas las cosas, y este arrepentimiento de haber pecado, porque el pecado es ofensa de Dios.

CÓMO SE FORMULA

Supuesto esto, la fórmula que expresa este Acto de Contrición, la fórmula corriente con la que solemos expresar nuestro Acto de Contrición es el «Señor mío Jesucristo». Ya sabéis que el «Señor mío Jesucristo», dicho de corazón, es un Acto de Contrición. Pero el «Señor mío Jesucristo» es muy largo. Sobre todo, el que nosotros hemos aprendido. El que aprenden hoy los niños en la escuela es más breve. Tampoco es perfecto. Pero, en fin, es más breve.

Os voy a dar una fórmula muy condensada de Acto de Contrición. Creo que expresa de una manera completa estas ideas fundamentales del Acto de Contrición. Puede ser así: «Dios mío, yo te amo con todo mi corazón y sobre todas las cosas. Señor, yo me arrepiento de todos mis pecados porque te ofenden a Ti, que eres tan bueno. Perdóname y ayúdame para que nunca más vuelva a ofenderte».

Si os parece muy largo, podíais decir. «Señor, perdóname que yo te amo sobre todas las cosas». O, si queréis, otro todavía más breve, en tres palabras: «Dios mío perdóname».

Recuerdo que daba yo mis conferencias a aviadores. Les estaba diciendo cómo a veces urge hacer un Acto de Contrición, porque el avión está en peligro y uno ve que se está jugando la vida. Entonces, les decía yo, el Acto de Contrición lo puedes decir en tres palabras: «Dios mío, perdóname.»

«Dios mío perdóname» es un Acto de Contrición perfecto. Porque en ese «mío», en ese posesivo que dice «Dios mío» están indicando amor. El posesivo «mío» es amoroso. Cuando dices «Dios mío» es porque le amas. Por eso es tan bonita esa expresión, tan española por otra parte, de «Dios mío», que la tenemos siempre en la boca: «Dios mío, esto»; «Dios mío, lo otro...» Es muy bonito, porque es una expresión de amor a Dios. Cuando dices «Dios mío, perdóname», estás pidiendo perdón a Dios porque le amas. Es acto de contrición.

Si tienes tiempo, es mejor que lo expreses con más calma:

«Señor, yo te amo sobre todas las cosas, y me pesa de haberte ofendido, porque eres muy bueno y Tú no te mereces eso de mí.»
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SUPONE PROPÓSITO DE ENMIENDA Y DE CONFESARSE A LA BREVEDAD

Bien está que lo expreses con todas las palabras. Pero en un momento de apuro, en un momento de peligro, en que tienes que decirlo rápido, di por lo menos «Dios mío, perdóname», que dicho de corazón es perfecto Acto de Contrición. Más breve, imposible. Y si tú quieres que sea verdad lo que dices, estás perdonado de todos los pecados que puedas tener encima, y te salvas. Si después sales del peligro de muerte, tienes que confesarte de los pecados mortales. Pues el Acto de Contrición supone deseo de confesarse cuando sea posible (y de luchar por no volver a pecar, es decir: tener propósito de enmienda). Pero, de momento, estás perdonado. En caso de que pierdas la vida, ¡te salvas!.

Pues quiera Dios que sepáis hacer el Acto de Contrición. Que lo hagáis con frecuencia. Como os decía antes, ojalá lo hagáis todas las noches antes de acostaros, después de las tres Avemarías. Nadie debe acostarse jamás sin rezar las tres Avemarías, que son prenda de salvación eterna. Por lo menos, eso. Y vuestro Acto de contrición dicho de verdad, dicho de corazón (y con propósito de no volver a pecar), para poneros en gracia de Dios.

De esta manera, no sólo os ponéis en gracia todas las noches, sino que si algún día necesitáis este salvavidas del Acto de Contrición en un momento de peligro tendréis la seguridad de hacerlo todo bien.

LA CONTRICIÓN PERFECTA BORRA TODO PECADO PERO NO PERMITE COMULGAR SIN PREVIA CONFESIÓN SACRAMENTAL

Además, este Acto de Contrición tan breve, en tres palabras, te sirve también para cuando vayas a confesarte si no sabes el «Señor mío Jesucristo» (pues recuerda que debes tener la intención de hacerlo a la brevedad y que el acto de contrición no te permite ir a comulgar sin confesar antes al sacerdote todos los pecados mortales). Si sabes el Acto de contrición largo, lo puedes hacer con devoción y consciente de lo que dices; pero si crees que no te va a salir bien, o lo vas a decir rutinariamente, más vale que repitas varias veces de corazón: «¡Dios mío, perdóname!, ¡Dios mío, perdóname!, ¡Dios mío, perdóname!».

Pues, nada más. Creo que, con este Acto de Contrición en tres palabras, os ayudo a que podáis enfrentaros tranquilos con la muerte, si, en ese momento trascendental, no tenéis al lado a un sacerdote que os perdone.
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N. de la R. Consideramos este soneto como el más perfecto Acto de Contrición:

No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.


Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una Cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera
.

Este tema se trata de una charla del P. Jorge Loring. Si deseas leerla completa, haz clic aquí:


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lunes, 16 de marzo de 2020

REALICEMOS MUCHOS ACTOS DE CONTRICIÓN PERFECTA Y MUCHAS COMUNIONES ESPIRITUALES


CORRECCIÓN (realizada el 18 de marzo de 2020) A ESTE POST: Fue sor Paula Maresca, fundadora del Monasterio Santa Catalina de Siena, en Nápoles, quien tuvo esa visión.

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sábado, 14 de marzo de 2020

EL CORONAVIRUS NO JUSTIFICA LA COMUNIÓN EN LA MANO



Hagan la siguiente prueba:

-Pónganse un guante negro.

-Obsérvese que esté totalmente limpio.

-Recíbase de un tercero, sobre el guante, una hostia sin consagrar.

-Consúmase ésta.

-Repítase la operación (tres o cuatro veces).

-Obsérvese finalmente el guante negro.

-Se notará que habitualmente quedan fracciones de la hostia no consagrada.

-He aquí las fotografías de ese experimento:










-Gracias a Dios las fotos son de una hostia no consagrada, pero...¿qué sucede cuando se da la comunión en la mano a decenas de personas?

Indudablemente quedan partículas consagradas en las manos que finalmente caerán aquí y allá. Muchas tendrán como destino final el suelo. Involuntariamente serán pisadas por otros fieles. Y recuérdese que es dogma de fe que Cristo está todo entero, en la más pequeña partícula consagrada, con su Cuerpo,  Sangre,  Alma y Divinidad.

¿Es suficiente que lo autorice o recomiende una autoridad religiosa para que se arriesgue toda esta irreverencia? ¿Debe permitirse la comunión en la mano en casos de riesgo de contagio por el coronavirus o cualquier otra pandemia? ¿No hay otra opción?

Veamos. El motivo o pretexto es el contagio. ¿No hay contagio de tocar o rozar las manos de fieles, pasando así el virus de unos a otros? ¡Claro que la hay! ¿O todos los fieles tendrán muy limpias sus manos y se las lavarán segundos antes de comulgar? Evidentemente que no. Que un fiel traiga limpias las manos no garantiza que los demás no las tengan infectadas y puedan transmitirle el contagio. Basta que un fiel  haya tomado dinero contagiado para dar limosna o haya saludado alguien infectado, o toque su boca, sus ojos, se limpie las nariz con un pañuelo, se haya tapado la boca con su mano al toser o estornudar, para que sus manos sean agentes de la enfermedad. Más aún, un todavía no contagiado que haya tocado un objeto contaminado, como puede ser la misma banca de la iglesia o saludado a un portador, puede convertirse también en otro agente portador con sus manos. Luego, resulta más peligroso darla en la mano.

Entonces, la solución no es dar la comunión en la mano. Ni por razones de salubridad y mucho menos si se considera las razones doctrinales. Cristo está entero con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en cada partícula de la hostia consagrada. Esto es de fe. "Partido el santo sacramento, no vaciles, recuérdalo: tanto hay en un fragmento, cuanto en el manjar" LAUDA SION SALVATOREM (de la Misa de Corpus Christi compuesta por Santo Tomás de Aquino en 1264). Esta doctrina, siempre creída, fue confirmada por el Concilio dogmático de Trento.

Si es por motivos de salubridad la solución no es ésa. También deberían -si son congruentes- evitar la comunión en la mano, la colecta de dinero que puede estar contaminado, no dar cambio de billetes o monedas durante esa recolección, vaciar las pilas de agua bendita, etc., etc. Pero eso no lo evitan ni lo consideran.

Sería más sencillo que se autorizara -temporalmente- que la forma de la hostia no fuese redonda sino ovalada y ligeramente alargada, de modo tal que los dedos del sacerdote no tuvieran el menor riesgo de tocar, involuntariamente, la lengua del comulgante, por la distancia que habría de un extremo al otro de la forma. Esto sí sería una solución, pues evita tanto el contagio a través de manos como de saliva; pero sobretodo, se evitaría la profanación involuntaria de las partículas consagradas que quedan en la mano, en donde está todo Cristo entero, realidad que ya hemos dicho: es de fe. Se evitaría que Cristo sacramentado caiga al suelo y sea pisado involuntariamente por los demás fieles.

Por mi parte, comprendo que haya fieles que sigan las medidas que dicta la autoridad religiosa local, sean éstas o no atinadas. Es claro que una mala solución o una medida incorrecta es más responsabilidad del que la dicta que del que sólo obedece, sin reparar que puede ser incorrecta. Lo que no es aceptable es que se critique a quienes por amor a Cristo y respeto profundo al sacramento de la Eucaristía, hagan reparos a lo que consideran una decisión errada y que provoca que involuntariamente se profane a Cristo-Hostia realmente presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

Resulta paradójico que en nombre del Concilio se hable tanto de la participación y la influencia de los laicos en las tomas de decisiones pastorales, pero cuando uno o varios laicos se atreven a discrepar de una decisión -apresurada y mal pensada- que es en detrimento del respeto debido a Dios, entonces se alcen voces que pretenden callarlos y someterlos en nombre de la autoridad, acusándolos de soberbios y entrometidos. "Tú cállate y obedece, no eres nadie para opinar o discrepar de un obispo. Él sabe más que tú. ¿Qué te has creído? ¡Eres un soberbio! Así opinas no porque busques el respeto a la Eucaristía ni porque realmente ames a Dios, sino porque eres un crítico irredento que crees saber más que todos". Entonces, ese laico se preguntará la razón que habría para pregonar a los cuatro vientos, una y otra vez, hasta la saciedad, la teoría de la participación laical, si luego de cualquier comentario que exprese le sucederá lo que al perro de la tía Cleta: ¡le romperán la geta!. Y, además, darán rango de infalibilidad a cualquier decisión pastoral falible de un obispo, contrariando, así, la doctrina definida por la Iglesia, precisamente, sobre la infalibilidad. Quienes así piensan de seguro habrían anatematizado a San Pablo, cuando en Antioquía se enfrentó a San Pedro -primer Papa- por contemporizar con los judaizantes (ver tema en el tercer artículo anterior a éste).

Personalmente, si no me dieran la comunión en la boca, esperaría a que pasara la contingencia y haría comuniones espirituales. Dios que conoce las intenciones, suplirá las gracias. Mis manos no están consagradas para tocar el Cuerpo de Cristo ni arriesgaría que las partículas caigan al suelo y sean pisotedas y profanadas, aunque sea involuntariamente. Y si me critican por ello y me llaman soberbio, ofreceré la ofensa en pago de mis muchos pecados y perdonaré a quien la profiere y se siente capaz de juzgar mis más íntimas motivaciones, que deberían de quedar sujetas sólo al juicio de Dios, pues del interior de la conciencia no juzga la Iglesia, como dice la conocida sentencia jurídica.

La verdadera solución está, como ya apuntamos, en que se autorice –en tanto pasa la contingencia- una ligera modificación a la forma de las hostias. Es algo muy sencillo, práctico y eficaz. La solución no está, de ninguna manera, en la medida desacralizadora que se ha impuesto. Evitemos el menor riesgo de falta de reverencia o profanación al Cuerpo de Cristo.
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Finalmente, debe quedar claro que con la misma libertad que manifestamos nuestro criterio, somos también respetuosos de la buena fe de muchos fieles que consideran un deber seguir el actual criterio establecido, por cierto solo como sugerencia y no como una ley u obligación,  pues Roma ha establecido que SIEMPRE el fiel tiene todo el derecho de exigirla en la boca y de rodillas. Dios conoce los corazones y la conciencia de cada quien. Nuestras consideraciones se fundamentan en los hechos objetivos sin intentar -de ninguna manera- juzgar la conciencia de otros. Ese campo es reservado sólo a Dios.
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Y esto no debe entenderse como una relativización de la verdad o de las razones expuestas, sino como el simple hecho de saber que no todos tienen los mismos elementos de juicio y que hay buena fe en muchos que, aunque yerran objetivamente, SUBJETIVAMENTE juzgan, así, obrar correctamente.

Pero quien tiene más preparación es más responsable y no debe recibir a Cristo en la mano, pues las partículas consagradas pueden caer aquí y allá y rodar en el suelo.  En los templos donde se da la comunión en la mano hay riesgo de pisotear el Cuerpo de Cristo, incluso por parte de quienes no comulgan.

NOTA: El grabado de la forma propuesta comparado con la forma actual está a escala. En una dimensión real, son más los centímetros que se ganan de un extremo al otro de la forma, suficientes para evitar todo contacto con la saliva del comulgante.
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Fotos: Surge, propera
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