lunes, 30 de septiembre de 2024

EL MAYOR PLACER DE UNA PERSONA INTELIGENTE ES APARENTAR SER IDIOTA FRENTE A UN IDIOTA QUE APARENTA SER INTELIGENTE


Un hombre de unos 75 años viajaba en tren y aprovechaba el tiempo leyendo un libro... a su lado, viajaba un joven universitario también leía un voluminoso libro de Ciencias. De repente, el joven percibe que el libro que va leyendo el anciano es una Biblia y sin mucha ceremonia, le pregunta:

- ¿Usted todavía cree en ese libro lleno de fábulas y de cuentos? 

- Sí por supuesto, le respondió el viejo, pero éste no es un libro de cuentos ni de fabulas, es la Palabra de Dios... ¿Ud. cree que estoy equivocado? 

-Claro que está equivocado. Creo que usted señor, debería dedicarse a estudiar Ciencias e Historia Universal, vería como la Revolución Francesa, ocurrida hace más de 100 años, mostró la miopía, la estupidez y las mentiras de la religión. Sólo personas sin cultura o fanáticas todavía creen en esas tonterías. Usted señor debería conocer un poco más lo que dicen los científicos de esas cosas... 

- Y dígame joven, ¿qué es lo que nuestros científicos dicen sobre la Biblia? 

- Mire, como voy a bajar en la próxima estación, no tengo tiempo de explicarle, pero déjeme su tarjeta con su dirección, para que le pueda mandar algún material científico por correo, así se ilustra un poco, sobre los temas que realmente importan al mundo... 

El anciano entonces, con mucha paciencia, abrió con cuidado el bolsillo de su abrigo y le dió su tarjeta al joven universitario. Cuando el joven leyó lo que allí decía, salió con la cabeza baja y la mirada perdida sintiéndose peor que una amiba. En la tarjeta decía: Profesor Doctor Louis Pasteur, Director General Instituto Nacional Investigaciones Científicas Universidad Nacional de Francia. 

(Hecho verídico ocurrido en 1892).

 "Un poco de Ciencia nos aparta de Dios. Mucha, nos aproxima":

Dr. Louis Pasteur.

 Moraleja: El mayor placer de una persona inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que aparenta ser inteligente.

viernes, 27 de septiembre de 2024

EL CANTO DEL GALLO: VOZ DE LOS SANTOS Y TESTIMONIO DE LA VERDAD


En la quietud de la noche, cuando la oscuridad parece reinar sin fin, el canto del gallo se alza con firmeza, rompiendo el silencio como una luz inesperada que atraviesa las sombras. Así como el gallo, cuyo canto despertó la conciencia de San Pedro en su negación, el cristiano auténtico es llamado a levantar su voz, a proclamar la verdad y la fidelidad a Cristo en un mundo que lo niega. Los santos de la Iglesia han sido como ese gallo, vigilantes, incansables, advirtiendo y despertando a las almas que, como Pedro, a veces se extravían.

San Agustín nos recuerda que el gallo, al cantar, anuncia el despertar, no solo del día, sino de las conciencias adormecidas: “El gallo canta y el alma despierta de su sueño de error”. El alma, en su fragilidad, muchas veces se asemeja a Pedro, que promete seguir a Jesús hasta el final, pero en el momento de la prueba, se desploma. “Me negarás”, le dice Cristo con ternura, sabiendo que la negación no es el fin, sino el comienzo del arrepentimiento. San Juan Crisóstomo nos enseña que la fragilidad de Pedro es la fragilidad de todos, pero su llanto, su amargo llanto, es el camino hacia la redención. “Pedro lloró y en sus lágrimas se lavó de su falta. El Señor lo miró, no para condenarlo, sino para recordarle que su amor es más fuerte que la traición”.

Ese mismo gallo sigue cantando hoy, no para avergonzarnos, sino para despertarnos. ¿Cuántos hoy, dentro de la misma Iglesia, niegan a Jesús? Lo niegan cada vez que lo reducen a un líder más entre tantos, cada vez que ignoran la Santísima Eucaristía, olvidando que no es un símbolo, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Como dice San Pío X en su encíclica Pascendi, “la Iglesia no está para acomodarse al mundo, sino para transformarlo por la verdad del Evangelio”. Hoy, muchos hombres de Iglesia han sucumbido a los deseos del mundo, rebajando la fe a mera sociología, hablando de pecados no como ofensas a Dios, sino como simples “fragilidades”. Pero la verdad no cambia: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, dice Cristo, y San Atanasio nos enseña que el cristiano debe gritar esta verdad, incluso cuando el mundo entero lo niegue.

¡Qué valentía la de San Atanasio, que en medio de la crisis arriana, cuando parecía que toda la Iglesia se inclinaba al error, se mantuvo firme! “Athanasius contra mundum” —Atanasio contra el mundo—, así se le conoce, porque él no temió proclamar la verdad aunque pareciera estar solo. ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a ser ese gallo que canta en medio de la noche, recordando al mundo que Cristo es Rey? San Vicente de Lérins nos exhorta: “Sigue la fe que ha sido creída siempre, en todas partes y por todos”. No podemos cambiarla para agradar al mundo, porque no es nuestra, es de Cristo, y a Él debemos ser fieles.

El gallo cantó y Pedro recordó. Nosotros también necesitamos ese recordatorio constante. Necesitamos santos que nos despierten con su ejemplo y con su palabra. San Pío X, el defensor de la pureza de la doctrina, nos advierte en su encíclica Pascendi sobre los peligros del modernismo, que busca una “nueva iglesia”, una iglesia sin cruz, sin sacrificio, sin Cristo. Pero no existe tal cosa. La Iglesia de Cristo es una, santa, católica y apostólica, y nada ni nadie puede cambiarla.

Como San Gregorio Magno nos dice: “Es mejor ser perseguido por proclamar la verdad que ser aplaudido por esconderla”. Hoy, aquellos que hablan abiertamente de Cristo, que defienden la fe de siempre, son ridiculizados, calumniados, puestos aparte. Pero, ¿qué importa? Como dice San Ignacio de Antioquía, “Prefiero morir por Cristo que reinar sobre los confines de la tierra”. Esa es la fe que debemos proclamar, esa es la verdad que el gallo canta cada vez que se oye su voz.

El Evangelio, el Catecismo de San Pío X, los Sacramentos de la Iglesia, son nuestra lección. ¡Qué grande es ser ese gallo que canta en medio de la noche oscura del mundo moderno, recordando a todos que Cristo es el único Salvador! Cantar no para recibir aplausos, sino para ser fieles. San Pedro, redimido por su arrepentimiento, nos enseña que incluso los más débiles pueden llegar a amar a Cristo por encima de todo.

Hoy, el gallo canta nuevamente, como en aquella primera mañana de arrepentimiento. Que no nos encuentre dormidos. Cantemos con él, con los ojos cerrados, porque nos sabemos la lección de memoria: Cristo es nuestro Señor, y fuera de Él no hay salvación. No seremos muchos, pero seremos fieles. Como nos recuerda San Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” Que venga la oscuridad, que vengan las pruebas. Seremos el gallo que canta en el corazón de la noche, proclamando la luz de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, único Salvador del mundo.

¡Anímate a ser ese gallo que canta fuerte cuando todos callan, a ser fiel cuando todos se doblan, a proclamar la verdad cuando todo parece perdido! Cristo vive, su Verdad permanece, y su Iglesia, nuestra Iglesia, la de siempre, seguirá proclamando su nombre hasta el fin de los tiempos.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

 1. SAN AGUSTÍN. Confesiones. Editorial Gredos, Madrid, 1996.

 2. SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo. Editorial Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1955.

 3. SAN PÍO X. Pascendi Dominici Gregis. 1907. Disponible en línea en: Vatican.va.

 4. SAN LEÓN MAGNO. Sermones y Cartas. Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 2004.

 5. SAN VICENTE DE LÉRINS. Commonitorium. Biblioteca de Patrística, Madrid, 2000.

 6. SAN ATANASIO. Cartas contra los arrianos. Editorial BAC, Madrid, 1994.

 7. SAN GREGORIO MAGNO. Homilías sobre el Evangelio. Editorial BAC, Madrid, 1996.

 8. SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA. Cartas. Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1999.

 9. SAN PABLO. Epístola a los Romanos, en Sagrada Biblia. Editorial Rialp, Madrid, 1996.

 10. SÍ SÍ NO NO. Donde el Gallo Canta. 16/09/2019. Disponible en: https://adelantelafe.com/donde-el-gallo-canta/.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

EL ARTE DE RENOMBRAR EL ADULTERIO


 En los tiempos que corren, hemos perfeccionado una habilidad extraordinaria: renombrar lo que antes se llamaba pecado, vistiéndolo con palabras más suaves y aceptables. Así, cuando alguien dice que está “rehaciendo su vida”, lo que realmente está haciendo es encontrar una manera elegante de decir que ha caído en el adulterio. Porque, claro, ¿quién se atrevería a llamar las cosas por su nombre cuando podemos suavizarlas con un poco de lenguaje creativo?

“Rehacer tu vida” suena casi como una noble tarea, como si abandonar un matrimonio fuera una especie de proyecto de mejora personal. ¡Qué útil resulta el eufemismo! Ya no se habla de romper promesas ni de traicionar un sacramento sagrado; en su lugar, se presenta el adulterio como una oportunidad de “redescubrirse”. Pero la realidad, aunque la disfracemos, sigue siendo la misma: el acto de rehacer la vida es, en el fondo, deshacer la vida que se juró compartir en fidelidad.

Nos encontramos en una era en la que las palabras tienen el poder de transformar la percepción de las cosas, pero no su esencia. “Rehacer tu vida” no es más que una fórmula moderna para decir que se ha roto el vínculo matrimonial y se ha abrazado el adulterio, pero con un giro de marketing. Es como si al cambiar las palabras, también se cambiara el significado del acto. Pero por más que se suavice, el adulterio sigue siendo lo que es: un pecado grave.

Lo más irónico de todo esto es que se pretende que este proceso de “rehacer” se vea como un acto heroico. El adúltero se presenta como alguien que ha superado un obstáculo, cuando en realidad ha evadido el compromiso más fundamental. No es valentía lo que se necesita para “rehacer” la vida; es precisamente la falta de valor para mantenerse fiel a lo que se prometió. Al final, la frase es una excusa vestida de autocompasión.

Así que, volvamos al punto inicial: “rehacer tu vida” no es más que una forma astuta de renombrar el adulterio, una manera de maquillar la traición y presentarla como un nuevo comienzo. Pero la verdad no cambia, no importa cuántas veces intentemos disfrazarla. Al final, rehacer la vida cuando ya se ha dado la palabra en un sacramento no es otra cosa que deshacer lo que Dios ha unido, y llamarlo por otro nombre no lo convierte en algo virtuoso.

OMO

Ver también https://www.catolicidad.com/2009/06/rehacer-tu-vida.html?m=1

martes, 24 de septiembre de 2024

PERMANECED COMO UN PEÑASCO EN MEDIO DE LA TORMENTA


"…El que tiene una virtud verdadera, no cambia ni se conmueve por nada, cual un peñasco en medio del mar azotado por las olas embravecidas. Que se os desprecie, que se os calumnie, que se burlen de vosotros, que os traten de hipócritas, de falsos devotos: nada de esto os quita la paz del alma; tanto amáis a los que os insultan cómo a los que os alaban; no dejéis por esto de hacerles bien y de protegerlos, aunque hablen mal de vosotros; continuád en vuestras oraciones, en vuestras confesiones, en vuestras comuniones, continuad asistiendo a la santa Misa como si nada ocurriese". 

Santo Cura de Ars

lunes, 23 de septiembre de 2024

LAS NAVAS DE TOLOSA: FE, VALOR Y VICTORIA EN LA HISTORIA


 

INTRODUCCIÓN:

En los anales de la historia, hay batallas que no solo se libran en los campos de guerra, sino también en el alma de las civilizaciones. La Batalla de las Navas de Tolosa, en 1212, es una de esas contiendas que, más allá de su dimensión militar, marcó un punto de inflexión en la Reconquista y la defensa de la cristiandad en la península ibérica. En este enfrentamiento, la fe y el valor se unieron para enfrentar una amenaza que no solo buscaba conquistar territorios, sino destruir una forma de vida basada en la verdad de Cristo. Las crónicas de Rodrigo Jiménez de Rada y Alfonso X el Sabio, junto con la poesía, nos permiten revivir esa gesta, donde la cruz brilló en la oscuridad del campo de batalla.

I. EL HORIZONTE DE LA RECONQUISTA: EL PORQUÉ DE ESTA GUERRA

“Vivas, pues, tú, religión,

dentro de España guardada,

porque se vieron tus luces

aun entre tanta nevada.”

—Pedro Calderón de la Barca, El sitio de Breda

La guerra que condujo a las Navas de Tolosa no fue un enfrentamiento cualquiera; fue la culminación de una larga lucha entre la fe cristiana y el dominio musulmán que amenazaba con aniquilar la civilización cristiana en la península. Como bien relatan tanto Rodrigo Jiménez de Rada en De Rebus Hispaniae como Alfonso X el Sabio en su Estoria de España, los almohades, liderados por Muhammad al-Nasir, habían fortalecido su posición y pretendían extender su dominio sobre los reinos cristianos. Pero lo que estaba en juego no era solo la conquista de territorios, sino la defensa de la fe misma.

Rodrigo Jiménez de Rada escribe:

“Los ejércitos de los infieles habían invadido con fuerza las tierras cristianas, extendiendo destrucción y terror, y amenazaban con aniquilar la luz de la fe que aún brillaba en estos reinos.”

Alfonso X recoge este sentimiento en su Estoria de España:

“E dixeron los reyes de Castilla, de Navarra e d’Aragón que non consentirían que los moros estendiesen su poder en las tierras de cristianos, ca era su dever, como defensores de la fe e del reyno, guardar la ley de Dios.”

La guerra se convirtió en una cruzada, no solo en el sentido militar, sino también espiritual. Los reinos cristianos no podían permitir que la verdad del Evangelio fuera reemplazada por una fuerza que traía consigo la destrucción de su cultura y fe. Fue en este contexto que el Papa Inocencio III convocó a la cristiandad a una cruzada, llamando a la unidad de los reinos cristianos para hacer frente a la amenaza común.

II. LA MARCHA DE LOS EJÉRCITOS: UN LLAMADO A LA CRUZADA

“Sennor glorïoso, padre reverençiado,

que a tus vassallos siempre has ayudado,

a los que te llaman bien has escuchado,

a los que te prietan luego has libertado.”

—Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora

El llamamiento del Papa Inocencio III no solo fue una invitación a empuñar armas, sino a emprender una misión sagrada. Los ejércitos de Castilla, Navarra y Aragón, junto con caballeros y guerreros de diversas partes de Europa, respondieron a este llamado sabiendo que no solo iban a librar una batalla, sino a defender la fe y la civilización cristiana.

Rodrigo Jiménez de Rada, presente en los hechos, describe la marcha de los ejércitos con un fervor casi religioso:

“Avanzaban los ejércitos cristianos con la cruz en alto, confiando en que el Señor los guiaría a la victoria. A pesar de las dificultades del camino, marchaban con fervor, sabiendo que no solo peleaban por sus reinos, sino por la cruz.”

El relato de Alfonso X coincide en su carácter épico:

“Llegaron caballeros de muchas partes d’Europa, porque esta guerra non era solo de los reyes, mas de todos los cristianos que querían defender la ley de Dios.”

En esta marcha, la poesía de Berceo resuena profundamente, capturando el espíritu de esperanza y devoción que impulsaba a los ejércitos. Los cristianos creían firmemente que su causa era justa y que el Señor les concedería la victoria. El viaje hacia las Navas de Tolosa no fue solo una travesía militar, sino un peregrinaje donde cada paso representaba la fe en la victoria divina.

III. LA GESTA EN LAS NAVAS DE TOLOSA: LA BATALLA Y SU IMPORTANCIA

“No temáis que se pierda en mi cuidado,

de la fe de la cruz por mí guardada,

la corona en los siglos dilatada

con el valor de tanto rey sagrado.”

—Lope de Vega, La Dragontea

El 16 de julio de 1212, los ejércitos cristianos enfrentaron a las fuerzas almohades en las Navas de Tolosa. Enfrentados a un enemigo superior en número, los cristianos sabían que su única esperanza radicaba en la fuerza de su fe y en la protección divina.

Rodrigo Jiménez de Rada describe con detalle el curso de la batalla:

“Los caballeros de Navarra, con Sancho al frente, acometieron con tal ímpetu que lograron romper las cadenas que defendían el campamento de Muhammad al-Nasir, abriendo el camino para la victoria.”

La intervención de Sancho VII de Navarra y su valentía fueron determinantes en la victoria. El momento en que sus tropas rompieron las cadenas que rodeaban el campamento del califa fue el punto decisivo que inclinó la balanza a favor de los cristianos.

Alfonso X, en su Estoria de España, también ensalza este momento heroico:

“E acometieron los cristianos a los moros con tal esfuerço que les rompieron las filas, e llegaron hasta el campamento del Miramamolín, e fueron rompidas las cadenas que lo guardaban.”

La batalla culminó con la derrota de Muhammad al-Nasir y la huida de sus tropas. Las crónicas coinciden en destacar que la fe de los cristianos fue clave para su victoria. Fue una lucha por la supervivencia de la cristiandad, y la cruz, tal como expresa Lope de Vega, fue la guardiana de esa victoria.

IV. EL TRIUNFO DE LA FE: CONSECUENCIAS Y LEGADO

“Venciendo moros, fortaleciendo España,

cuyo fuerte valor fue tan grandioso,

que la sombra de su gloria

se extiende por todo el orbe luminoso.”

—Francisco de Quevedo, España defendida

La victoria en las Navas de Tolosa marcó un antes y un después en la historia de la Reconquista. Francisco de Quevedo, con su pluma afilada y su mirada profunda, nos hace ver cómo esta batalla no solo fortaleció a España, sino que su eco resonó por toda la cristiandad. La derrota de los almohades significó el principio del fin de su dominio en la península, y permitió a los reinos cristianos avanzar con renovado ímpetu hacia la liberación completa de su tierra.

Quevedo nos habla de un valor “grandioso”, un valor que no era solo físico, sino espiritual. Los hombres que lucharon en las Navas de Tolosa comprendieron que estaban combatiendo por algo mucho más grande que ellos: la preservación de la verdad, de la fe, y de una civilización que respetaba la dignidad del hombre como hijo de Dios. Esta victoria no solo liberó territorios; liberó almas.

CONCLUSIÓN: EL ESTANDARTE DE LA CRUZ, SIEMPRE EN ALTO

La Batalla de las Navas de Tolosa no es solo un episodio heroico del pasado; es una gesta eterna que sigue resonando en cada corazón que late con la sangre de la fe. Aquellos hombres, reyes y soldados, caballeros y campesinos, no marcharon solo hacia una batalla; marcharon hacia la gloria, sabiendo que defender la cruz era el mayor honor que se podía conquistar en la vida. En las Navas, no solo vencieron las armas, sino el espíritu. Fue la victoria de la valentía, de la verdad que arde en el alma, de los corazones que, aun ante la muerte, se mantuvieron firmes, guiados por la certeza de que luchar por Cristo es luchar por todo lo que vale la pena en esta vida.

Hoy, el campo de batalla ha cambiado, pero la lucha sigue siendo la misma. Ahora no es con espadas de acero, sino con la espada de la verdad, la fe que no se dobla ante el error, el valor que desafía al mundo. Cada uno de nosotros está llamado a ser un guerrero de esa misma milicia, a llevar en alto el estandarte de la cruz, a no retroceder jamás ante las fuerzas que intentan oscurecer la luz de la fe. Como en las Navas, el enemigo puede parecer inmenso, pero la victoria siempre pertenece a quienes luchan con el alma de un soldado de Cristo.

Jóvenes y viejos, todos somos llamados a esa milicia. Que el ardor juvenil del que corre hacia la batalla sea el que encienda nuestros corazones hoy. No somos meros espectadores de la historia; somos herederos de aquellos que conquistaron la gloria en las Navas. Y nuestra misión no ha cambiado: defender la verdad, levantar la cruz en cada rincón de nuestras vidas, y recordar que el mayor honor no es la victoria terrenal, sino luchar con valentía por lo eterno.

¡Que resuene en nuestros corazones el eco de aquella batalla! Que el espíritu de los guerreros de las Navas viva en nosotros, y que seamos dignos de la herencia que nos han dejado: la cruz en alto, el corazón inflamado de fe, y la espada siempre lista para defender aquello que no perece jamás. ¡A la batalla, con la misma fuerza que aquellos hombres santos y valientes, sabiendo que la victoria ya es nuestra, porque con Cristo a nuestro lado, nunca se pierde la guerra!

OMO

BIBLIOGRAFÍA:

Jiménez de Rada, Rodrigo. De Rebus Hispaniae (Historia Gótica). Edición crítica de Juan Fernández Valverde. Madrid: CSIC, 1987.

Alfonso X el Sabio. Estoria de España. Edición de Ramón Menéndez Pidal. Madrid: Gredos, 1955.

Calderón de la Barca, Pedro. El sitio de Breda. En Teatro completo. Madrid: Espasa-Calpe, 1970.

Berceo, Gonzalo de. Milagros de Nuestra Señora. Madrid: Cátedra, 1990.

Lope de Vega. La Dragontea. En Poesías completas. Madrid: Aguilar, 1960.

Quevedo, Francisco de. España defendida. Madrid: Austral, 1996.


sábado, 21 de septiembre de 2024

LA VERDAD OBJETIVA DE LA SALVACIÓN: ANÁLISIS APOLOGÉTICO Y TRADICIONAL A LA LUZ DE LAS DECLARACIONES RECIENTES



INTRODUCCIÓN: LA IMPORTANCIA DE LA SALVACIÓN EN LA IGLESIA CATÓLICA

En los últimos años, el enfoque del diálogo interreligioso ha ganado cada vez más relevancia dentro de ciertos sectores de la Iglesia. Entre las declaraciones más llamativas, se encuentra la insistencia en la diversidad religiosa como un aspecto positivo, e incluso como un “don de Dios”, promovido en varios discursos del Papa Francisco. Este tipo de declaraciones, aunque bien intencionadas desde el punto de vista del fomento de la paz, contradicen de manera directa las enseñanzas tradicionales de la Iglesia sobre la unicidad de la salvación en Cristo y su Iglesia.

Las palabras de Francisco generan inquietudes entre quienes defienden la verdad tradicional, al proponer una idea que relativiza la verdad revelada, lo cual va en contra de lo enseñado por siglos a través de la Tradición católica. Este artículo propone un análisis sistemático y apologético, basado en los papas, santos y doctores preconciliares, para reafirmar la enseñanza de que fuera de la Iglesia no hay salvación (extra Ecclesiam nulla salus) y desvelar los errores presentes en los planteamientos relativistas que han surgido en tiempos recientes.

I. CONTEXTO DE LAS DECLARACIONES RECIENTES DEL PAPA FRANCISCO

1. La Declaración Sobre la Fraternidad en Abu Dabi (2019)

En febrero de 2019, el Papa Francisco firmó el Documento sobre la Fraternidad Humana en Abu Dabi, junto con el Gran Imán de Al-Azhar. En este documento, se afirmó que:

 “El pluralismo y las diversidades de religión, color, sexo, raza y lengua son queridos por Dios en su sabiduría, a través de la cual creó a los seres humanos.”

Esta afirmación generó un intenso debate dentro de la Iglesia, pues parece insinuar que Dios, en su voluntad, quiere la existencia de una pluralidad de religiones, lo cual contradice la enseñanza tradicional según la cual Dios ha revelado una sola verdad. Esta declaración plantea la pregunta: ¿cómo puede Dios querer que existan creencias erróneas que niegan su revelación en Jesucristo?

2. Declaraciones de 2023: Proponer la Religión, No Imponerla

El 13 de septiembre de 2023, en un encuentro con una delegación de la mezquita de Bolonia, el Papa Francisco volvió a hacer un llamado a la fraternidad y al diálogo interreligioso, afirmando que cada creyente debe sentirse libre de proponer su religión sin imponerla, evitando lo que él considera proselitismo. En sus palabras, Francisco afirmó:

 “Cada creyente debe sentirse libre de proponer -¡nunca imponer! - su propia religión a otras personas, creyentes o no. Esto excluye toda forma de proselitismo, entendido como ejercer presiones o amenazas.”

Aunque la libertad de conciencia es un valor reconocido por la Iglesia, la afirmación de que se debe proponer la religión sin el mandato explícito de convertir a las almas a la verdad parece diluir la misión evangelizadora de la Iglesia, que es predicar la verdad de Cristo con claridad y sin ambigüedades.

3. Declaraciones de 2024: La Diversidad Religiosa como “Un Don de Dios”

En septiembre de 2024, durante un encuentro ecuménico en Albania, el Papa Francisco reiteró que la diversidad de identidades religiosas es un “don de Dios”. En su discurso, Francisco afirmó:

 “Contemplad la diferencia de vuestras tradiciones como una riqueza, una riqueza que Dios quiere que sea. La unidad no es uniformidad, y la diversidad de vuestras identidades culturales y religiosas es un don de Dios.”

Este tipo de declaración genera serias preocupaciones doctrinales al implicar que la pluralidad de religiones—algunas de las cuales niegan verdades fundamentales de la revelación cristiana—es querida por Dios en cuanto tal, en lugar de reconocer que estas religiones se desvían de la verdad revelada por Jesucristo.

II. LA TRADICIÓN CATÓLICA: UNICIDAD DE LA SALVACIÓN Y DE LA VERDAD

1. El Mandato de Cristo: Predicar el Evangelio a Todas las Naciones

La misión de la Iglesia es, y siempre ha sido, predicar el Evangelio de Jesucristo como la única vía de salvación para todas las naciones. Este mandato se encuentra en el centro del mensaje evangélico:

 “Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado” (Mateo 28:19-20).

Este mandato no fue una simple invitación a dialogar o proponer el Evangelio como una opción entre muchas. Cristo mismo, el Hijo de Dios, no presentó su mensaje como uno más en medio de una pluralidad de religiones, sino como la única verdad que salva.

El Papa San Pío X, en su encíclica E Supremi Apostolatus (1903), reafirmó la importancia de este mandato:

 “La misión principal que nos ha sido confiada por el Redentor es la de predicar el Evangelio y asegurar que la humanidad entera vuelva a la sumisión a Dios por medio de Cristo. Fuera de Cristo, no hay salvación, ni esperanza de salvación.”

2. La Enseñanza de los Padres de la Iglesia: La Salvación Solo en la Iglesia

Desde los primeros siglos, la Iglesia ha enseñado que fuera de la Iglesia no hay salvación. Esta doctrina es conocida como extra Ecclesiam nulla salus, y ha sido proclamada con claridad por los Padres de la Iglesia y reafirmada por varios concilios. El Concilio de Florencia (1442) fue especialmente claro en su afirmación:

 “La Santa Iglesia Romana firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no solo los paganos, sino también los judíos, herejes y cismáticos, pueden participar en la vida eterna; sino que irán al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles, a menos que antes de la muerte se unan a ella” (Denzinger 1351).

La unicidad de la salvación en la Iglesia Católica no es un simple detalle teológico, sino una verdad fundamental de la fe cristiana. Negar esta enseñanza, o suavizarla en aras de la unidad interreligiosa, implica una grave desviación de la verdad revelada por Dios.

III. LA CONDENA DEL RELATIVISMO Y EL INDIFERENTISMO RELIGIOSO

1. El Indiferentismo Religioso: Un Error Condenado

El indiferentismo religioso, que sostiene que todas las religiones son igualmente válidas, ha sido condenado con firmeza por la Iglesia. Esta idea, que socava la verdad revelada y relativiza la fe católica, fue calificada como una herejía nefasta por el Papa Gregorio XVI en su encíclica Mirari Vos (1832):

 “Condenamos esa nefasta y detestable herejía del indiferentismo, es decir, esa opinión que ha llegado a extenderse por todas partes, de que por cualquier profesión de fe se puede obtener la salvación eterna” (Mirari Vos, n. 13).

Esta enseñanza subraya que no puede haber equivalencia entre la fe cristiana y las religiones que niegan verdades fundamentales del Evangelio. La verdad revelada no es relativa, y el hecho de que existan otras creencias no significa que Dios las quiera como tal. Dios desea que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:4), no que permanezcan en el error.

2. La Defensa de la Verdad por Parte de los Pontífices

El Papa Pío IX, en su encíclica Quanta Cura (1864), condenó también cualquier forma de relativismo que pusiera todas las creencias al mismo nivel. En su firme defensa de la verdad, Pío IX enseñó:

 “Es un error pernicioso pensar que cualquier religión puede ser el camino a la salvación. La verdadera religión es solo una, la que Cristo nos reveló y que la Iglesia Católica defiende” (Quanta Cura, n. 9).

3. Santo Tomás de Aquino: La Verdad Es Única y Absoluta

Santo Tomás de Aquino, el más grande teólogo de la Iglesia, enseñó que la verdad es única y objetiva. Según Tomás, Dios ha revelado una sola verdad, y esta se encuentra plenamente en la Iglesia Católica. En su Summa Theologica, Santo Tomás afirma:

 “El fin último de la ley nueva (la ley del Evangelio) es que los hombres participen de la vida divina a través de la verdad revelada. Fuera de esta verdad no hay salvación, porque la verdad es única y objetiva” (Summa Theologica, I-II, q.108, a.1).

Para Santo Tomás, la verdad revelada por Dios no puede compartirse con el error. Afirmar que Dios “quiere” la diversidad de religiones es, en esencia, un error teológico grave, ya que implica que Dios desea la confusión en cuanto a su propia revelación.

IV. LA PREDICACIÓN COMO DEBER APOSTÓLICO: LA VERDAD NO PUEDE CALLARSE

 El Papa Pío XII, en su encíclica Mystici Corporis (1943), enseñó que la predicación del Evangelio no es una opción, sino una responsabilidad apostólica:

 “Aun cuando algunas almas puedan salvarse por medios extraordinarios conocidos solo por Dios, deben siempre estar unidas de alguna manera al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia” (Mystici Corporis, n. 103).

El Papa León XIII, en Satis Cognitum (1896), reafirmó la necesidad de proclamar la verdad de la fe católica, sin comprometerla:

 “La Iglesia, de hecho, es la obra de Cristo, fundada con el fin de la salvación eterna de los hombres. Aquellos que se apartan de la Iglesia o se colocan en contra de ella, se separan del camino de la salvación” (Satis Cognitum, 9).

San Alfonso María de Ligorio, doctor de la Iglesia, explicó que la predicación del Evangelio no es una imposición, sino el mayor acto de caridad. En su obra La Verdadera Esposa de Jesucristo, San Alfonso afirma:

 “No hay mayor obra de misericordia que salvar a un alma del error y llevarla a la luz de la verdad” (La Verdadera Esposa de Jesucristo, Capítulo 7).

La verdadera caridad cristiana no consiste en dejar a las personas en el error, sino en guiarlas hacia la verdad revelada por Dios. Esta verdad no puede ser relativizada ni diluida en aras de un malentendido respeto a la diversidad.

CONCLUSIÓN: LA VERDAD NO PUEDE SER RELATIVIZADA

La enseñanza tradicional de la Iglesia, defendida por los papas, santos y teólogos preconciliares, proclama sin ambigüedades que solo en la Iglesia Católica se encuentra la plenitud de la verdad revelada y los medios de salvación. Cualquier intento de relativizar esta verdad al equiparar otras religiones con la fe católica es un error que socava la misión misma de la Iglesia y traiciona el mandato de Cristo de predicar el Evangelio a todas las naciones.

La verdadera caridad exige que la Iglesia proclame la verdad sin compromisos, ofreciendo a todas las almas la posibilidad de conocer a Cristo y alcanzar la vida eterna. La diversidad religiosa, lejos de ser un “don de Dios”, es una manifestación de la confusión que solo puede ser superada mediante la unidad en la verdad que Cristo fundó en su Iglesia.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

 • Summa Theologica, Santo Tomás de Aquino

 • Quanta Cura, Papa Pío IX

 • Mirari Vos, Papa Gregorio XVI

 • Mortalium Animos, Papa Pío XI

 • Immortale Dei, Papa León XIII

 • Satis Cognitum, Papa León XIII

 • Mystici Corporis, Papa Pío XII

 • E Supremi Apostolatus, Papa San Pío X

 • Contra Epístulam Manichaei, San Agustín

 • De Ecclesiae Unitate, San Cipriano

 • La Verdadera Esposa de Jesucristo, San Alfonso María de Ligorio

jueves, 19 de septiembre de 2024

19 DE SEPTIEMBRE: NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE

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"CRISTO EL ÚNICO Y VERDADERO SALVADOR"

"Yo dirijo una llamada urgente a la tierra; llamo a los verdaderos discípulos del Dios vivo y reinante en los Cielos; llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre, el único y verdadero Salvador de los hombres; llamo a mis hijos, mis verdaderos devotos, a los que se han dado a Mí para que Yo los lleve a mi divino Hijo, a los que llevo, por así decir, en mis brazos, a los que han vivido de acuerdo con Mi Espíritu".

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"En fin, llamo a los apóstoles de los últimos tiempos, a los fieles discípulos de Jesucristo, a los que han vivido con desprecio del mundo y de sí mismos, en la pobreza y en la humildad, en el desdén y en el silencio, en la oración y en la mortificación, en la castidad y en la unión con Dios, en el sufrimiento y desconocidos del mundo. Es tiempo ya que ellos salgan y vengan a iluminar la tierra; id y mostraos como mis amados hijos; yo estoy con vosotros y en vosotros, siempre la fe sea la luz que os ilumine los días de infortunio. Que vuestro celo os haga como hambrientos de la gloria y el honor de Jesucristo. Combatid, hijos de la luz, vosotros, los pocos que pueden ver, porque he aquí el tiempo de los tiempos, el fin de los fines".
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La Santísima Virgen en La Salette (aparición aprobada por la Iglesia).

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Apóstol San Pablo:
"Revestíos de la armadura de Dios para que podáis sosteneros ante las asechanzas del diablo. Que no es nuestra lucha contra carne y sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires. Tomad, pues, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y, vencido todo, os mantengáis firmes.” (Ef. 6,11-13).

HA REPETIDO LA VIRGEN LA DOCTRINA DE DOS MIL AÑOS: "CRISTO (ES) EL ÚNICO Y VERDADERO SALVADOR". NO HAY SALVACIÓN FUERA DE ÉL. SÓLO HAY UN VERDADERO CAMINO DE SALVACIÓN: LA IGLESIA CATÓLICA FUNDADA POR ÉL.

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Video Guerra espiritual by "edmetal".

miércoles, 18 de septiembre de 2024

"NADIE ES MÁS QUE OTRO SI NO HA HECHO MÁS QUE OTRO". EL HIDALGO, ENCARNACIÓN DE LA VERDADERA NOBLEZA


En tiempos donde los títulos y las apariencias parecen sustituir el valor de las acciones, la figura del hidalgo resplandece como un recordatorio de que la verdadera nobleza no se hereda, se conquista. La nobleza de sangre puede ser un don, pero no es un mérito en sí misma; su auténtica grandeza se demuestra en el ejercicio de las virtudes. Oscar Méndez Cervantes lo expresa con claridad:

"La verdadera nobleza no es de cuna, sino de obras. Quien no las cumple, se deshidalga; quien las realiza, se mantiene y perfecciona en su auténtica hidalguía, en su nobleza, que identidad hay entre ésta y la virtud."

Estas palabras encierran una verdad poderosa: la nobleza de sangre exige el compromiso de elevarla con cada acto y sacrificio. No basta con heredar el apellido o la posición; el verdadero hidalgo es aquel que, con sacrificio y esfuerzo, perfecciona y honra el linaje recibido.

El deber de la nobleza

Este compromiso, que nace de la sangre, debe transformarse en una vida de sacrificio y virtud. Juan Vázquez de Mella, uno de los grandes defensores de la tradición, afirmó:

"La nobleza no puede ser un estandarte que se lleva con orgullo, sino una cruz que se carga con humildad."

En esta sentencia, Vázquez de Mella revela que la grandeza no radica en la exhibición del linaje, sino en la renuncia y la abnegación por una causa superior. La nobleza de sangre es, ante todo, una responsabilidad. Los herederos de una estirpe no deben descansar en sus laureles; su deber es continuar y engrandecer la herencia recibida a través de actos de justicia, valor y virtud.

El hidalgo verdadero no es simplemente el portador de un título, sino aquel que asume la carga de honrarlo con sus actos, y con ello, mantener vivos los ideales de su estirpe. No hay mayor peso que el que conlleva el ser digno del linaje y las responsabilidades que este trae consigo. Este ideal fue el motor de la grandeza de generaciones pasadas, y lo sigue siendo hoy, en un mundo que a menudo olvida que la grandeza personal no puede existir sin sacrificio.

Nobleza de espíritu y acción

Miguel de Cervantes, con su aguda comprensión del alma humana, nos enseña que la nobleza sin acción es vacía. Sancho Panza, con su sabiduría popular, lo expresa de manera simple y contundente:

"Nadie es más que otro si no ha hecho más que otro."

Los títulos, sin el esfuerzo que los sostiene, se desvanecen. El hidalgo, en su más alta expresión, es aquel que demuestra con sus obras lo que el linaje le ha dado como promesa. Las palabras de Cervantes revelan la necesidad de que las acciones nobles sean el verdadero distintivo del noble.

El hidalgo debe ser un modelo de justicia, bondad y virtud, no solo en su vida personal, sino también en su trato con los demás. Ser noble de sangre no solo otorga privilegios, sino que impone responsabilidades. Ser un hidalgo significa vivir una vida al servicio de los más altos ideales, aquellos que trascienden lo material y lo efímero, y que buscan la trascendencia a través de la virtud.

La grandeza se conquista cada día

Oscar Méndez Cervantes, en su artículo El Hidalgo, refuerza esta idea de la nobleza activa y conquistada:

"El hidalgo no es simplemente un hijo de algo, sino un hijo de buenos hechos."

Aquí se nos recuerda que la verdadera nobleza no radica en el apellido, sino en el esfuerzo diario por vivir según los ideales más altos. La nobleza de sangre es solo el punto de partida; el que nace noble está llamado a transformar ese título en una realidad viva a través de sus actos. Cada día es una nueva oportunidad para demostrar que la nobleza de carácter supera a la nobleza heredada.

El peligro de la nobleza sin sustancia

Juan Manuel de Prada, en Cartas del sobrino a su diablo, reflexiona sobre el peligro de la nobleza cuando se convierte en un ornamento vacío:

"La nobleza, cuando se convierte en una prerrogativa sin mérito, es una flor que se marchita en las manos de quien no sabe cultivarla."

El noble, al igual que cualquier otro ser humano, está obligado a trabajar, a sacrificarse, para honrar su linaje. Prada, al igual que Vázquez de Mella, subraya que el título no es una excusa para la comodidad, sino un llamado constante a la acción, un peso que exige ser digno de él. Los linajes se hunden en el olvido cuando quienes los heredan no los sostienen con el esfuerzo que aquellos que los fundaron alguna vez demostraron.

Nobleza como un faro de virtudes

Vázquez de Mella enfatiza que la misión de la nobleza es ser la representación más alta de la Cristiandad, un faro de virtudes en tiempos de crisis, el guardián de los valores que sostienen la sociedad. No es un honor pasivo, sino un deber activo: el noble debe liderar con el ejemplo, ser el primero en sacrificarse por el bien común, el primero en defender la justicia y la moral. En esto radica su verdadera grandeza. La nobleza no es un símbolo de superioridad, sino de servicio. Y solo aquellos que comprenden esta misión son capaces de sostener y engrandecer sus linajes.

Nobleza de corazón, no de nacimiento

Cervantes nos deja claro que la nobleza no está en el nacimiento, sino en las acciones. En Don Quijote de la Mancha, el caballero lucha por la justicia, no por preservar un honor vacío. En su cruzada, Cervantes nos recuerda que la verdadera nobleza reside en el corazón, en las acciones nobles que el hombre realiza, no en los títulos que ostenta. Los títulos deben ser una manifestación externa de un valor interior, y sin este, no tienen sentido.

Sacrificio y servicio: La base de la nobleza

Ramiro de Maeztu, en su Defensa de la Hispanidad, nos advierte que:

"La nobleza verdadera no se mide por la sangre ni por el oro, sino por la capacidad de sacrificarse por el bien común."

La grandeza de la nobleza, entonces, no se manifiesta en el esplendor de sus títulos o posesiones, sino en la humildad de su entrega. El noble debe estar dispuesto a ponerse al servicio de los demás y liderar por el ejemplo. El que comprende esto no solo mantiene viva la herencia que le ha sido confiada, sino que la engrandece con cada acto, con cada sacrificio por el bien común. La nobleza, entonces, es tanto un acto de servicio como un compromiso inquebrantable de vivir una vida de virtud.

Virtud sobre títulos

Fernando del Pulgar, en sus Loas a los Claros Varones de Castilla, expresa con firmeza:

"Ningún título pone virtud a quien no la tiene de suyo."

El principio es claro: no basta con heredar un título; es necesario ganárselo cada día. Aquellos que cumplen con su deber, que obran conforme a la justicia y el honor, se mantienen y perfeccionan en su hidalguía. Por el contrario, quienes se apoyan únicamente en los títulos heredados y no en las virtudes, pierden su nobleza.

La justicia y la virtud: Los verdaderos elevadores de la nobleza

Cervantes, siempre atento a la realidad humana, concluye:

"Los títulos no hacen grandes a los hombres; es la justicia y la virtud lo que los eleva."

Esta verdad refleja el núcleo de la nobleza auténtica: una vida de justicia, sacrificio y virtud que responde al llamado de la sangre, pero que lo trasciende para convertirse en un legado vivo y activo. La nobleza debe estar basada en el mérito, y cada acción justa y virtuosa confirma la legitimidad de quienes llevan este título.

Conclusión: La nobleza como acto continuo de grandeza

Oscar Méndez Cervantes, en El Hidalgo, concluye:

"Quien no realiza obras dignas de su nobleza se deshidalga, mientras que quien las cumple se mantiene y perfecciona en su auténtica hidalguía."

La nobleza no se hereda, se forja. La nobleza de sangre es solo el comienzo de un camino que se recorre con sacrificio y compromiso inquebrantable. El hidalgo que vive según estos principios no es solo un noble de sangre, es un noble de espíritu, alguien que ha transformado su herencia en un acto de grandeza continua.

Porque la nobleza no es un título inmóvil, es una cruz que se lleva con dignidad y que se eleva con cada acto noble que forja un legado eterno.

OMO

Bibliografía

Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Ed. Francisco Rico. Real Academia Española. 2004.

Méndez Cervantes, Oscar. El Hidalgo. Suplemento Dominical, Novedades.

De Prada, Juan Manuel. Cartas del sobrino a su diablo.

Cortés, Donoso. Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo.

Péguy, Charles. Notre jeunesse.

Maeztu, Ramiro de. Defensa de la Hispanidad.

Vázquez de Mella, Juan. El Ideal Tradicional.

Pulgar, Fernando del. Loas a los Claros Varones de Castilla.

martes, 17 de septiembre de 2024

EL ÚNICO CAMINO DE SALVACIÓN ES LA IGLESIA CATÓLICA

Compartimos este importante video muy a propósito del tema del momento. 

Solo advertimos un error cuando ahí se dice que Dios es Padre, pero también "de cierta manera" madre. Cuando sabemos que Dios es únicamente Padre y que así nos lo enseñó N.S. Jesucristo que nos dijo que oremos así: "Padre nuestro que estás en el Cielo...".

Ciertamente es doctrina católica que solo quien pertenece a la Iglesia Católica, sea a su Cuerpo o a su Alma, está en camino de salvación si cumple con la Ley Natural (compendiada en los mandamientos) y es fiel hasta el final de su vida.

Los "dioses" de las otras religiones (que son falsas) dice la Palabra de Dios (la Biblia) que en realidad son demonios. Luego no puede una falsa religión ser camino de salvación. Un no católico si cumple la Ley Natural y busca la verdad sinceramente puede llegar a tener un deseo explícito o implícito de bautizarse y eventualmente salvarse A PESAR de su falsa religión, al pertenecer al ALMA de la Iglesia Católica. Puede, eventualmente, llegar a salvarse no por su falsa religión sino A PESAR DE ELLA y a través de la verdadera Iglesia (la Católica) por pertenecer a su ALMA.

Quien sostenga que las falsas religiones pudieran ser caminos de salvación yerra de una manera gravísima pues pone al mismo nivel la Verdad con el error, la Luz con las tinieblas, a Cristo con Belial. Una opinión personal en este sentido, aunque sea de un Papa, no es más que eso: una opinión personal errónea que contraviene la enseñanza de Cristo y de la Iglesia, y no es ninguna definición doctrinal, y por lo mismo ni goza de la infalibilidad ni tiene ningún valor magisterial. Por lo mismo debe ser rechazada por todo católico para ser fiel a la Iglesia Católica fundada por Cristo, siguiendo la enseñanza bíblica de obedecer a Dios antes que a los hombres. Es un deber resistir a la autoridad cuando se aparta de su deber de confirmar en la fe. San Pablo puso el ejemplo cuando resistió cara a cara a San Pedro en Antioquia.

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lunes, 16 de septiembre de 2024

LAS RAÍCES IDEOLÓGICAS DEL ABORTO



El aborto, tal como lo conocemos hoy, no es simplemente el resultado de decisiones políticas o sociales contemporáneas, sino que hunde sus raíces en una serie de transformaciones filosóficas e ideológicas que han erosionado la visión tradicional de la vida humana. Para entender el aborto en su dimensión más profunda, debemos analizar las ideologías que lo han hecho posible. Estas incluyen nominalismo, protestantismo, liberalismo, modernismo, positivismo jurídico, y otros errores filosóficos que han socavado la dignidad del ser humano, tanto en el plano natural como en el orden trascendental.

NOMINALISMO: LA FRAGMENTACIÓN DEL SER HUMANO

El nominalismo fue el primer paso en la disolución de la visión unitaria del ser humano. Al negar la existencia de universales, el nominalismo fragmentó la realidad y negó la posibilidad de un valor intrínseco para la vida humana. Álvaro d’Ors destacó cómo esta ruptura con la realidad objetiva abrió las puertas a una visión relativista del ser humano, donde la vida ya no es vista como algo sagrado, sino como un objeto de decisión y manipulación.

PROTESTANTISMO: LA FRAGMENTACIÓN DE LA AUTORIDAD MORAL

El protestantismo exacerbó esta fragmentación al rechazar la autoridad única de la Iglesia y al promover una interpretación subjetiva de la moral. Rafael Gambra subraya que la ruptura protestante permitió que cada individuo se convirtiera en el juez último de lo que es correcto o incorrecto, lo que facilitó la aceptación de decisiones como el aborto bajo el pretexto de la autonomía personal.

LIBERALISMO: LA AUTONOMÍA RADICAL DEL INDIVIDUO

El liberalismo, con su énfasis en la autonomía individual, llevó esta fragmentación aún más lejos. Danilo Castellano advierte que el liberalismo desvincula la libertad de cualquier referencia a la verdad o el bien común, lo que justifica el aborto como un “derecho” individual. Este enfoque se convierte en la base para la legalización del aborto, al situar la libertad personal por encima de cualquier consideración sobre la vida del no nacido.

MODERNISMO: LA NEGACIÓN DE LA LEY NATURAL

El modernismo radicalizó aún más esta disolución, al afirmar que la moral y la verdad son constructos históricos sujetos a cambio. Miguel Ayuso señala que, bajo esta ideología, el aborto se normaliza como una evolución “natural” de la sociedad, despojando a la vida humana de su carácter inmutable y sagrado.

POSITIVISMO JURÍDICO: LA DESVINCULACIÓN DEL DERECHO Y LA MORAL

El positivismo jurídico completó esta disociación, permitiendo que el aborto se legalizara sin referencia a consideraciones morales. Álvaro d’Ors y Rafael Gambra subrayan que el positivismo transforma el derecho en un mero instrumento técnico, donde la vida humana puede ser sacrificada según el consenso social, sin reconocer su valor inherente.

MATERIALISMO Y UTILITARISMO: LA DEGRADACIÓN DEL SER HUMANO

El materialismo, tanto en su versión dialéctica como en su enfoque práctico, ha contribuido a la devaluación de la vida humana al reducirla a un mero producto biológico cuyo valor depende de su utilidad. Rafael Gambra explica que el materialismo erosiona la noción de dignidad humana, justificando el aborto como un medio de optimización social.

El utilitarismo, por su parte, ha sido una de las principales corrientes filosóficas que ha subordinado la dignidad humana a criterios de utilidad, bienestar o sufrimiento. En su lógica, el valor de una vida humana se mide en términos de su capacidad para maximizar el bienestar o minimizar el sufrimiento. Bajo este enfoque, el aborto se justifica cuando se considera que traer al mundo a un niño no deseado o en condiciones difíciles causaría más dolor que placer a la madre, la familia o incluso a la sociedad.

Este enfoque deshumaniza completamente al ser humano al reducirlo a un objeto de cálculo. El utilitarismo no se preocupa por la inviolabilidad de la vida, sino por los efectos que dicha vida podría tener sobre los demás. De esta forma, el sacrificio de la vida inocente es visto como un mal menor en aras del “bien mayor”, que no es otro que la maximización de la felicidad de quienes deciden.

Las consecuencias de esta visión son devastadoras. Al justificar el aborto en base a la utilidad, se crea una cultura en la que el valor de la vida humana está condicionado por circunstancias externas y subjetivas. La vida del no nacido se convierte en algo contingente, algo que puede ser eliminado si no cumple con ciertos criterios de bienestar o conveniencia. Este enfoque no solo erosiona la dignidad del ser humano, sino que también socava el principio fundamental de que toda vida tiene un valor intrínseco, independientemente de las circunstancias en las que esa vida se desarrolle.

DARWINISMO SOCIAL: EL ABORTO COMO SELECCIÓN

El darwinismo social ha sido otro factor importante en la justificación del aborto. Esta ideología, que ve la vida humana como parte de un proceso de selección natural, justifica la eliminación de individuos “no deseados” o “débiles” en nombre del progreso. Álvaro d’Ors critica esta visión deshumanizante, que reduce a la vida humana a una cuestión de supervivencia y utilidad.

CONCLUSIÓN: LA RUPTURA CON EL ORDEN NATURAL Y EL PLAN DIVINO

El aborto no es solo una manifestación de una crisis moral en el orden natural, sino una fractura mucho más profunda en el plano trascendental. Cada vida inocente destruida no solo refleja el colapso de una civilización que ha renunciado a la verdad, sino también un acto de rebeldía contra el plan divino que otorga a la vida humana su carácter sagrado e inalienable. En su afán de convertirse en el amo y señor de la creación, la humanidad ha usurpado un papel que le pertenece exclusivamente a Dios.

La aceptación del aborto no es solo la negación de la dignidad humana tanto en el plano natural como en el espiritual. Es una herida profunda en el alma de la humanidad, un rechazo del misterio de la vida y del amor creador de Dios. Al interrumpir una vida, el ser humano no solo destruye un cuerpo, sino que rompe una cadena de amor que trasciende el tiempo y el espacio.

El aborto es el pecado más grave contra la creación, una negación del propósito divino inscrito en cada vida humana. Nos enfrentamos al peor de los crímenes, porque no solo es un ataque contra lo que somos en la tierra, sino contra lo que estamos llamados a ser en eternidad. El aborto es la manifestación de una humanidad que ha olvidado su lugar en el cosmos, que ha renegado de su alianza con Dios.

Es urgente un retorno a Dios, un reencuentro con el orden trascendental que nos otorga nuestra verdadera dignidad. La vida humana es un don sagrado, y solo reconociendo esta verdad podremos empezar a sanar las heridas que hemos abierto en el corazón de nuestra civilización. Al defender la vida, defendemos no solo nuestra humanidad, sino también nuestra relación con el Creador. Porque en cada vida que defendemos, estamos preservando el plan divino y protegiendo lo más precioso que nos ha sido dado: la vida misma.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

 • Álvarez d’Ors, A. (1995). El Derecho y la Realidad del Ser. Madrid: Ediciones Rialp.

 • Gambra, R. (1997). La Crisis de la Civilización. Madrid: Speiro.

 • Ayuso, M. (2011). El Estado en su Laberinto. Madrid: Speiro.

 • Castellano, D. (2004). La Subversión Cultural del Liberalismo. Madrid: Biblioteca Tradición.

 • Madiran, J. (1977). La Droite et la Gauche. Paris: NEL.

 • de Prada, J. M. (2014). “El Aborto es Necesario”. ABC (Madrid), 24 de noviembre de 2014.

 • Vallet de Goytisolo, J. (1983). Consideraciones Jurídicas sobre el Aborto. Madrid: Revista General de Legislación y Jurisprudencia.

sábado, 14 de septiembre de 2024

15 de septiembre: NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES


  Color litúrgico: blanco.

Las raíces de la conmemoración actual se remontan al Nuevo Testamento, pero la conmemoración no se celebró como fiesta universal de la Iglesia hasta 1814. Antes de eso, la devoción a Nuestra Señora de los Dolores surgió por primera vez durante las celebraciones locales en todo el Mediterráneo en el siglo XI.

En 1233, siete hombres devotos de Florencia tuvieron una visión de la Santísima Virgen María, que los inspiró a formar una comunidad religiosa que más tarde se conocería como los Siervos de María. Alrededor del año 1240, estos mismos hombres recibieron otra visión de la Madre de Dios, acompañada de ángeles. Ella les informó sobre su misión, les proporcionó sus hábitos, les presentó su regla de vida y fundó personalmente su orden. En esa aparición, recibieron instrucciones de difundir la devoción a los Siete Dolores de María, que se convirtió en una de sus misiones centrales. Gracias a los esfuerzos de la orden de los Siervos de María en los siglos posteriores, la celebración litúrgica en honor a Nuestra Señora de los Dolores se expandió gradualmente.

A finales del siglo XIII se compuso la oración tradicional Stabat Mater (Madre de pie), que rápidamente se hizo muy conocida. Esta oración pone de relieve el profundo dolor del corazón de María cuando se encontraba ante la cruz con tremenda fuerza y ​​compasión maternal por su Hijo.

En 1809, contra los deseos del Papa, Napoleón decidió anexionar los Estados Pontificios al imperio francés. Después de que el Papa Pío VII excomulgara a Napoleón, el emperador arrestó al Papa y lo encarceló entre 1809 y 1814. Después de la derrota de Napoleón en 1814, el Papa Pío VII fue liberado. En agradecimiento por la protección otorgada a él y a toda la Iglesia por intercesión de la Santísima Virgen, el Papa extendió la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores a toda la Iglesia latina.

Tradicionalmente, la Memoria de Nuestra Señora de los Dolores conmemora los siete dolores en el Corazón de María según están registrados en las Escrituras:

1. La profecía de Simeón (Lucas 2:33–35)

2. La huida a Egipto (Mateo 2:13-15)

3. Pérdida del Niño Jesús por tres días (Lucas 2:41–50)

4. María se encuentra con Jesús en su camino al Calvario (Lucas 23:27-31; Juan 19:17)

5. Crucifixión y muerte de Jesús (Juan 19:25-30)

6. El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz (Lucas 23:50–54; Juan 19:31–37)

7. El entierro de Jesús (Isaías 53:8-9; Lucas 23:50-56; Juan 19:38-42; Marcos 15:40-47)

La Santísima Virgen María supo por primera vez acerca de la espada que atravesaría su corazón cuando presentó al Niño Jesús en el Templo con San José al octavo día para que le pusieran nombre y lo circuncidaran. “Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: “Este niño está destinado a la caída y al levantamiento de muchos en Israel, y a ser señal de contradicción (y a ti misma una espada atravesará), para que queden al descubierto los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2:34-35). La profecía de Simeón fue la primera perforación de su corazón porque es el primer registro bíblico de que María sabía que su Hijo sufriría. Los siguientes seis dolores tradicionales pintan el cuadro en desarrollo del cumplimiento de esa profecía.

Al honrar el Corazón Dolorido de la Santísima Madre, es importante entender que un corazón “dolorido” no es lo mismo que un corazón “triste”. Teológicamente hablando, la tristeza resulta de una forma de autocompasión, o un apego malsano a algo que se perdió. El dolor, por otro lado, es una de las Bienaventuranzas, y por lo tanto una de las cualidades más santas que podemos poseer. “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). “Llorar” es tener un corazón triste. En este contexto de las Bienaventuranzas, un corazón que llora es un corazón que ama. El duelo, o el santo dolor, resulta de un corazón que presencia el pecado y se lamenta por ello. En el caso de la Santísima Madre, ella presenció el trato brutal a su Hijo, su rechazo, sufrimiento y muerte. Ella no se desesperó al presenciarlo. No sucumbió a la confusión y la frustración. No se encerró en sí misma, sintiendo lástima por sí misma, sino que reaccionó con el amor empático que brota del corazón más sagrado. Sintió un dolor santo, no tanto porque se sintiera mal por su Hijo, sino porque se afligía por los pecados que le habían infligido ese sufrimiento y anhelaba ver esos pecados redimidos.

Al conmemorar hoy el Doloroso Corazón de María, tenemos una oportunidad importante para reflexionar sobre nuestro propio dolor. ¿Es nuestro dolor egocéntrico, que se concentra en las heridas que sentimos? ¿O es desinteresado, es decir, se extiende nuestro dolor a los demás, lamentándonos de manera santa por los pecados que presenciamos? Cuando nuestro dolor es santo, nos llenamos de compasión y empatía espiritual. La palabra “compasión” significa “sufrir con”. La Santísima Madre, unida al Sagrado Corazón de su Hijo, sufrió con sus hijos pecadores mientras veía cómo sus pecados crucificaban a su Hijo. No albergaba odio alguno al presenciar esos pecados, sólo un anhelo indescriptible de ver la gracia de su Hijo derramarse sobre quienes lo habían rechazado y pecado contra Él.

Medita hoy sobre el Santo y Doloroso Corazón de la Santísima Virgen María. Mientras lo haces, trata de comprender más plenamente su corazón. La única manera de comprender la profundidad del amor que hay en su corazón es a través de la oración. En la oración, Dios te revelará su amor inmaculado y te inspirará a imitarla más plenamente, alejándote de todo egoísmo para abrazar más plenamente el altruismo, a fin de compartir el amor perfecto que comparten esta madre inmaculada y su Hijo divino.

Oración :

Inmaculado y Doloroso Corazón de María, te doy gracias por la infinita compasión que tuviste por aquellos que pecaron contra tu Hijo y por amarme con ese mismo amor. Mientras te lamentas con un santo dolor por mis propios pecados, por favor, reza por mí, para que pueda comprender más plenamente tu compasión. Mientras lo hago, rezo para que pueda imitar y participar más plenamente de ese amor que fluye de tu puro y perfecto Corazón Doloroso.

Nuestra Señora de los Dolores, ruega por mí.


MEDITACIÓN: LA VISTA DE LA CRUZ ES EL CONSUELO DEL CRISTIANO.


I. Nada hay más consolador para un cristiano que poner sus ojos en la cruz; ella es quien le enseña a sufrir todo, a ejemplo de Jesucristo. Esta cruz anima su fe, fortifica su esperanza y abrasa su corazón de amor divino. Los sufrimientos, las calumnias, la pobreza, las humillaciones parecen agradables a quien contempla a Jesucristo en la cruz. La vista de la serpiente de bronce sanaba a los israelitas en el desierto, y la vista de vuestra cruz, oh mi divino Maestro, calma nuestros dolores. No pienses en tus aflicciones ni en lo que sufres, sino en lo que ha sufrido Jesús (San Bernardo).

II. ¡Qué dulce debe ser para un cristiano, en el trance de la muerte, tomar entre sus manos el crucifijo y morir contemplándolo! ¡Qué gozo no tendré yo, entonces, si he imitado a mi Salvador crucificado, viendo que todos mis sufrimientos han pasado! ¡Qué confianza no tendré en la cruz y en la sangre que Jesucristo ha derramado por mi amor! ¡Qué dulce es morir besando la cruz! El que contempla a Jesús inmolado en la cruz, debe despreciar la muerte (San Cipriano).

III. Qué consuelo para los justos cuando vean la señal de la cruz en el cielo en el día del juicio, y qué dolor, en cambio, para los impíos que habrán sido sus enemigos. Penetra los sentimientos de unos y otros. Qué pesar para los malos por no haber querido, durante los breves instantes que han pasado en la tierra, llevar una cruz ligera que les hubiera procurado una gloria inmortal, y estar ahora obligados, en el infierno, a llevar una cruz agobiadora, sin esperanza de ver alguna vez el fin de sus sufrimientos.

El amor a la cruz.

Orad por la conversión de los infieles.

viernes, 13 de septiembre de 2024

EL ENGAÑO DEL INDIVIDUALISMO Y NARCISISMO MODERNOS EN LA JUVENTUD ACTUAL


Introducción: El Desafío Moderno frente a la Verdad Eterna

En la sociedad moderna, el individualismo y el narcisismo han llegado a ser pilares que guían el comportamiento y la mentalidad del ser humano. Se ha establecido un culto al “yo”, una exaltación de la autonomía personal que rechaza la responsabilidad comunitaria y el sacrificio por el otro. Esta cultura, profundamente enraizada en las tendencias contemporáneas, ha alejado al hombre de su propósito trascendente, de su comunión con Dios y de su compromiso con el prójimo.

Sin embargo, estos no son problemas nuevos; son manifestaciones modernas de los viejos pecados del orgullo y la autosuficiencia que han marcado la historia del hombre desde la caída original. La Iglesia Católica, a través de sus doctores, santos y encíclicas, ha ofrecido desde siempre las respuestas necesarias para contrarrestar estos vicios y reconducir al hombre hacia su verdadero fin: la unión con Dios. Este artículo analizará cómo los errores del individualismo y el narcisismo modernos han destruido los vínculos humanos y espirituales, y cómo la tradición católica ofrece las soluciones para restaurar el orden divino en la vida del hombre.

La Tecnología y las Redes Sociales: Instrumentos de Alienación Espiritual

En la actualidad, la tecnología y las redes sociales han sido adoptadas como medios predominantes de comunicación, entretenimiento e incluso autoafirmación. Aunque la tecnología en sí misma no es mala, el uso desmedido y desordenado de estas herramientas ha alienado al hombre de su verdadera naturaleza social y espiritual. En lugar de ser un medio para profundizar las relaciones humanas, las redes sociales han creado una ilusión de conexión, donde la cantidad de interacciones superficiales sustituye a los vínculos profundos y auténticos que requieren sacrificio y dedicación.

Santo Tomás de Aquino enseña que el hombre es un ser social por naturaleza, hecho para vivir en comunidad (Summa Theologica, II-II, q. 58, a. 5). Sin embargo, cuando las relaciones se limitan a interacciones virtuales, se rompe la comunión verdadera, y la superficialidad digital reemplaza el compromiso personal. Este fenómeno, promovido por el uso excesivo de las redes sociales, deshumaniza al hombre, ya que lo reduce a un conjunto de datos, imágenes y frases que buscan aprobación inmediata.

Los efectos de esta alienación son devastadores. La vida de oración, la contemplación y el silencio, elementos esenciales para la vida espiritual, se ven gravemente obstaculizados por la constante distracción que generan los dispositivos tecnológicos. Los santos y doctores de la Iglesia, como San Bernardo de Claraval y San Juan de la Cruz, enfatizaron la necesidad de la soledad y el recogimiento para escuchar la voz de Dios en el alma. En su encíclica Miranda Prorsus, el Papa Pío XII advertía que los medios de comunicación, mal utilizados, pueden desviar al hombre de su vocación sobrenatural, creando un ambiente de distracción y superficialidad que obstaculiza la gracia.

Para revertir este fenómeno, es necesario restaurar el sentido del silencio y la verdadera comunión. El hombre debe aprender a utilizar la tecnología como un medio y no como un fin en sí mismo, subordinando su uso a los principios de la virtud y el bien común. Además, es esencial que las familias y comunidades cristianas fomenten tiempos de encuentro real, de conversación sincera y de oración compartida, dejando a un lado las distracciones tecnológicas.

El Individualismo y el Narcisismo: La Idolatría del Yo

El individualismo moderno ha exaltado el “yo” por encima de todo, promoviendo una cultura de autoafirmación y autogratificación que rechaza cualquier forma de dependencia o sumisión. Este individualismo se manifiesta principalmente en el narcisismo, que busca la constante validación y admiración de los demás, ya sea en la vida cotidiana o, más comúnmente hoy, en las redes sociales. Este culto al “yo” ha distorsionado la verdadera libertad cristiana, que no es la capacidad de hacer lo que uno quiera, sino la capacidad de hacer lo que es bueno y justo, conforme a la voluntad de Dios.

Santo Tomás de Aquino considera el orgullo como el vicio raíz de todos los pecados, ya que coloca al hombre por encima de Dios y lo desvía de su propósito natural y sobrenatural (Summa Theologica, II-II, q. 162, a. 6). El narcisismo moderno es una clara manifestación de este orgullo, donde el hombre se coloca en el centro de su propio universo, buscando la aprobación y la atención de los demás mientras rechaza la humildad y el sacrificio.

San Agustín, en su obra De Civitate Dei, describió la “ciudad de Dios”, fundada en el amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo, en contraste con la “ciudad terrena”, fundada en el amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios. El narcisismo moderno es una clara expresión de esta ciudad terrena, donde el hombre, en su amor desordenado por sí mismo, rechaza la necesidad de depender de Dios y servir a los demás. Este amor propio desordenado no solo separa al hombre de Dios, sino que lo aliena de su prójimo, ya que las relaciones humanas auténticas requieren sacrificio y entrega, no una búsqueda constante de autoafirmación.

La solución a este vicio, según la tradición católica, es la humildad. San Bernardo de Claraval enseñaba que la humildad es la base de todas las virtudes, ya que nos permite vernos como realmente somos, criaturas dependientes de Dios y destinadas a servir a los demás. La humildad nos libera del narcisismo y nos abre a la gracia de Dios, permitiendo que nuestras vidas se orienten hacia el bien común y no hacia nuestra propia satisfacción egoísta.

El Rechazo del Compromiso: Huida de las Obligaciones Naturales

La cultura moderna promueve una visión de la vida donde el compromiso es visto como una carga que limita la libertad individual. Esta mentalidad se manifiesta en el rechazo del matrimonio, de la vida familiar y de las vocaciones religiosas, así como en la tendencia a evitar cualquier tipo de compromiso duradero. Este rechazo no es más que una manifestación de la aversión al sacrificio y la renuncia, valores que son esenciales para la vida cristiana.

León XIII, en su encíclica Arcanum, subraya la dignidad del matrimonio como un sacramento y una vocación que exige sacrificio y compromiso, pero que también ofrece las gracias necesarias para la santificación del hombre y la mujer. El rechazo del matrimonio y de la familia, que se observa tan comúnmente en la sociedad moderna, es un ataque directo contra esta institución sagrada. La negación del compromiso matrimonial refleja una mentalidad hedonista que busca evitar cualquier forma de sacrificio en favor de una vida de placer y comodidad.

El compromiso, en todas sus formas, es esencial para la vida cristiana. El matrimonio, la vida religiosa, el trabajo y las responsabilidades familiares son medios por los cuales el hombre participa en la obra redentora de Cristo. Al rechazar estos compromisos, el hombre no solo evade sus responsabilidades terrenales, sino que también niega su llamado a la santidad. La vida cristiana no es un camino fácil; está marcada por la cruz, el sacrificio y la entrega total a Dios y al prójimo.

La solución radica en restaurar la verdadera comprensión del compromiso como un medio de santificación. El matrimonio y la familia deben ser vistos como una vocación divina, una colaboración con Dios en la creación y la redención. Las vocaciones religiosas y laborales también deben ser entendidas como formas de servicio y entrega, que imitan a Cristo en su sacrificio por la humanidad.

Uno de los fenómenos más curiosos y preocupantes de la modernidad es el tratamiento de los animales como sustitutos emocionales de las relaciones humanas. Esta tendencia, que se manifiesta en la popularidad de los “perrhijos” y la humanización de las mascotas, refleja un vacío afectivo que caracteriza a la sociedad moderna. En lugar de buscar relaciones profundas y significativas con otras personas, muchas personas prefieren vincularse emocionalmente con animales, que no exigen el sacrificio, la paciencia y el esfuerzo que requieren las relaciones humanas auténticas.

Santo Tomás de Aquino enseña que el hombre es superior a los animales, ya que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, con una razón y una voluntad orientadas hacia el bien supremo (Summa Theologica, I, q. 93, a. 1). Aunque los animales son parte de la creación de Dios y deben ser tratados con respeto, no deben ocupar el lugar que corresponde a las relaciones humanas. El fenómeno de los “perrhijos” es un signo de un desorden afectivo, donde el hombre, al evitar las relaciones humanas complejas, proyecta su necesidad de amor y compañía en criaturas inferiores.

Este fenómeno es también una manifestación del alejamiento de Dios. El hombre, creado para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, ha perdido su sentido de propósito trascendente y busca llenar ese vacío con relaciones desordenadas. La tradición católica siempre ha subrayado la importancia del orden en los afectos: el amor a Dios debe ser el centro de la vida del hombre, seguido por el amor al prójimo. El amor a los animales, aunque natural, debe estar subordinado a estos amores superiores.

La solución a este problema es restaurar el orden correcto de los afectos. El hombre debe aprender a amar a Dios sobre todas las cosas y a ver en sus semejantes la imagen de Dios. Las relaciones humanas, aunque difíciles, son el medio por el cual el hombre participa en la vida divina. Al reordenar sus afectos según este principio, el hombre encontrará la verdadera plenitud y felicidad que las relaciones desordenadas nunca pueden ofrecer.

La Búsqueda de Seguridad y la Renuncia a la Cruz

La cultura moderna está obsesionada con la seguridad, tanto física como emocional. Este deseo de evitar todo sufrimiento y sacrificio es contrario a la enseñanza cristiana, que siempre ha visto el sacrificio como un medio esencial de santificación. El rechazo del sufrimiento, manifestado en la búsqueda constante de comodidad y bienestar, es una negación de la cruz de Cristo, que es el camino hacia la vida eterna.

Los santos y doctores de la Iglesia siempre han enseñado que el sufrimiento es una parte esencial de la vida cristiana. San Juan de la Cruz, en su Subida al Monte Carmelo, explica que el alma solo puede alcanzar la unión con Dios a través del sufrimiento y la renuncia a los placeres mundanos. Esta enseñanza, aunque difícil de aceptar para el hombre moderno, es la clave para entender el verdadero significado de la cruz en la vida cristiana.

El hombre moderno, al rechazar el sufrimiento, se priva de las gracias que solo se obtienen a través del sacrificio. La cruz no es solo un símbolo de sufrimiento, sino también de redención. Cristo, al cargar con su cruz, nos mostró el camino hacia la vida eterna. Al seguir su ejemplo, el hombre encuentra no solo la redención, sino también la verdadera paz y libertad.

La solución es aceptar la cruz como parte esencial de la vida cristiana. El sufrimiento no debe ser evitado, sino abrazado como un medio de santificación. La tradición católica nos enseña que, al ofrecer nuestros sufrimientos a Dios, participamos en la obra redentora de Cristo. Esta aceptación del sufrimiento nos libera de la obsesión moderna por la comodidad y la seguridad, y nos lleva a una vida de verdadera paz y gozo en Cristo.

Conclusión: El Retorno a la Tradición como Única Vía hacia la Verdadera Redención

El individualismo, el narcisismo, el miedo al compromiso, el desorden de los afectos y la obsesión por la seguridad son manifestaciones de una sociedad que ha perdido de vista su propósito trascendente. Estos errores, aunque profundamente enraizados en la modernidad, no son insuperables. La tradición católica, con su sabiduría perenne, ofrece las soluciones necesarias para restaurar el orden divino en la vida del hombre.

La solución no está en nuevas ideologías o sistemas, sino en el regreso a las verdades eternas que la Iglesia ha proclamado desde su fundación. La humildad, el sacrificio, el compromiso y el amor ordenado son los pilares sobre los cuales se puede reconstruir una sociedad verdaderamente cristiana. Al abrazar nuevamente estas virtudes, el hombre encontrará no solo la paz interior, sino también la comunión con Dios y el prójimo, que es el fin último de su existencia.

OMO

Bibliografía

 • Agustín de Hipona. (2017). Confesiones. Ciudad Nueva.

 • Bernardo de Claraval. (2007). De la Consideratione. Eunsa.

 • León XIII. (1880). Arcanum Divinae. Vatican: Libreria Editrice Vaticana.

 • Pío XI. (1930). Casti Connubii. Vatican: Libreria Editrice Vaticana.

 • Pío XII. (1957). Miranda Prorsus. Vatican: Libreria Editrice Vaticana.

 • Santo Tomás de Aquino. (2009). Summa Theologica. Eunsa.

 • San Francisco de Sales. (2005). Introducción a la Vida Devota. Editorial Mestas.

 • San Juan de la Cruz. (2004). Subida al Monte Carmelo. Biblioteca de Autores Cristianos.