jueves, 29 de marzo de 2018

JUEVES SANTO. Año Litúrgico de Dom Guéranger.



OFICIO DE LA NOCHE CARÁCTER DEL OFICIO. — El oficio de Maitines y Laudes de los tres últimos días de la Semana Santa difiere en muchas cosas del de los demás días del año. La Iglesia suspende las aclamaciones de alegría y esperanza con que suele comenzar la alabanza divina. Ya no se oye resonar en el templo el Domine labia mea aperies. Señor abre mi boca para que te alabe; ni Deus in adiuiorium meum intende. Señor, apresúrate a socorrerme; ni Gloria Patri al fin de los salmos, de los cánticos y de los responsorios. Los oficios no conservan sino lo que les es esencial en la forma y se han suprimido todas estas aspiraciones vivas que se habían añadido al sucederse de los siglos.

EL NOMBRE. — Dase vulgarmente el nombre de Tinieblas a los Maitines y Laudes de estos tres últimos días de la Semana Santa, porque se los celebra muy de mañana, antes de salir el sol.

EL CANDELABRO. — Un rito imponente y misterioso, propio únicamente de estos oficios confirma también este nombre. Se coloca en el presbiterio, cerca del altar, un gran candelabro triangular sobre el cual se hallan quince velas. Estas velas, así como las seis del altar, son de cera amarilla como en el oficio de difuntos. Al fin de cada uno de los salmos o cánticos se va apagando una vela del gran candelabro; sólo queda encendida la que se halla en la extremidad del triángulo. Igualmente se apagan mientras el Benedictus las velas del altar. Entonces toma un acólito la vela que quedó encendida en el candelabro y la tiene apoyada sobre el altar mientras el coro canta la Antífona que le sigue. Luego esconde la vela (sin apagarla) detrás del altar. La mantiene así, oculta a las miradas, durante la recitación de la oración final que sigue al Benedictus. Acabada esta oración, ya no se hace como antiguamente se hacía al terminar este oficio.

EL SIMBOLISMO DE LOS RITOS. — Expliquemos ahora el sentido de las diversas ceremonias. Nos hallamos en los días, en que la gloria del Hijo de Dios es eclipsada ante las ignominias de la Pasión. "Era la luz del mundo", poderoso en obras y palabras, vitoreado poco ha por las aclamaciones de la muchedumbre, pero vedle hoy despojado de toda grandeza, el hombre de dolores, un leproso, como dice Isaías. "Un gusano de la tierra y no un hombre", dice el Rey Profeta; "causa de escándalo para sus discípulos", dice el mismo Jesús. Todos le abandonan: Pedro incluso llega a negar que le ha conocido. Este abandono, esta defección casi general se halla figurada por la extinción sucesiva de las velas del candelabro triangular y de las del altar.

Sin embargo de eso, la luz desconocida de Cristo no se apaga. Se coloca un momento la candela sobre el altar. Está allí como Cristo en el Calvario donde padece y muere. Para significar la sepultura de Jesús, se coloca la candela detrás del altar; su luz no aparece más. Entonces un ruido confuso se deja oír en el santuario. Este ruido expresa las convulsiones de la naturaleza en el momento en que al expirar Jesucristo en la Cruz, tembló la tierra, se desquebrajaron las rocas y se abrieron los sepulcros. Pero de repente aparece de nuevo la candela sin haber perdido nada de su luz; el ruido cesa y todos adoran al glorioso vencedor de la muerte.

LAS LAMENTACIONES DE JEREMÍAS SOBRE JERUSALÉN. — Todas las lecciones del primer nocturno de estos tres días están sacadas de las Lamentaciones de Jeremías. En ellas se nos manifiesta el espectáculo desolador, que ofrece la ciudad de Jerusalén, cuando sus habitantes fueron conducidos cautivos a Babilonia, en castigo de su idolatría. La cólera de Dios se manifiesta en estas ruinas, que Jeremías deplora con palabras tan verdaderas y terribles. Con todo eso este desastre no es sino figura de otro más espantoso. Jerusalén tomada y asolada por los Asirlos guarda por lo menos el nombre; y el Profeta, que se lamenta ante sus muros anuncia que esta desolación no durará más de setenta años, pero en su segunda ruina, la ciudad infiel pierde hasta su nombre. Reconstruida por sus vencedores, lleva durante más de dos siglos el nombre de Aelia Capitolina; y si con la paz de la Iglesia, se la llamó otra vez Jerusalén, esto no era un homenaje a Judá, sino un recuerdo del Dios del Evangelio que Judá había crucificado en esta ciudad. Ni la piedad de Santa Elena y de Constantino, ni los valientes esfuerzos de los cruzados, no han podido conservar en Jerusalén de un modo permanente ni la sombra de una ciudad secundaria. Su suerte es la de permanecer esclava y esclava de los infieles hasta el fin del mundo. En estos días precisamente se atrajo sobre sí la maldición: he aquí por qué la Iglesia, para hacernos comprender la grandeza del crimen cometido, hace resonar en nuestros oídos los llantos del Profeta que es el único que pudo igualar con sus lamentaciones a los dolores. Esta emocionante elegía se canta de un modo muy simple que se remonta a una gran antigüedad. Los nombres de las letras del alfabeto hebreo, que dividen cada una de las estrofas, indican la forma acróstica que contiene este poema en el original. Se cantan estas lamentaciones porque los mismos judíos las cantaban.

OFICIO DE LA MAÑANA

LA PREPARACIÓN DE LA PASCUA. — Este día es el primero de los ácimos. A la puesta del sol los judíos tienen que comer la Pascua en Jerusalén. Jesús aún está en Betania, pero entrará en la ciudad antes de comenzar la cena pascual; así lo manda la Ley; y Jesús quiere observarla escrupulosamente hasta que la abrogue con la efusión de su sangre. Por lo cual envía a Jerusalén a dos de sus discípulos para que preparen el convite legal, sin darles a conocer de qué modo concluirá. Nosotros que conocemos ya este misterio cuya institución se remonta a esta última cena, comprendemos bien por qué escogió Jesús con preferencia, en esta ocasión, a Pedro y Juan para que cumpliesen sus intenciones (a. Lucas, XXII, 8). Pedro que fue el primero en confesar la divinidad de Cristo, representa la fe; y Juan que inclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús, representa el amor. ¡ El misterio que se va a promulgar en la cena de; esta tarde, se revela el amor por la fe; tal es la; enseñanza que nos da Jesucristo al escoger a estos dos apóstoles; pero éstos no podían penetrar las intenciones del corazón de su divino Maestro.

EL CENÁCULO. — Jesús que sabía todo, les indica el medio de conocer la casa a la cual va a honrar hoy con su presencia. No tendrán más que seguir a un hombre, que lleva un cántaro de agua sobre la cabeza. La casa en que entra este hombre la habita un judío opulento que reconoce la misión celeste de Jesús. Los dos discípulos propusieron a esta persona las intenciones de su Maestro; y al momento les mostró una gran sala bien aderezada. En efecto, convenía que no fuese un lugar cualquiera el que había de servir para la celebración del más augusto misterio. Esta sala, en la cual había de suceder la realidad a las figuras era muy superior al templo de Jerusalén. En su recinto había de levantarse el primer altar. Allí se ofrecería "la oblación pura", que había sido anunciada por el Profeta (Malaquías, I, II).

En este mismo lugar comenzará el sacerdocio cristiano unas horas más tarde. Allí, en fin, cincuenta días más tarde la Iglesia de Cristo, reunida y visitada por el Espíritu Santo, había de anunciarse al mundo y promulgar la nueva y universal alianza de Dios con los hombres. Este santuario de nuestra fe no ha sido borrado de la tierra; su asiento se encuentra para siempre señalado en el monte Sión.

Jesús ha vuelto a Jerusalén con sus discípulos. Todo lo ha encontrado preparado. El Cordero Pascual, después de haberle presentado en el templo, ha sido conducido al cenáculo; se le prepara para la cena legal; los panes ácimos con las hierbas amargas son presentadas a los comensales. Pronto, alrededor de una misma mesa, de pie, con la cintura ceñida, el bastón en la mano, el Maestro y sus discípulos cumplirán por última vez el solemne rito, que les había prescrito Dios a la salida de Egipto.

LAS CEREMONIAS DE ESTE DÍA. — Pero esperemos la hora de la Santa Misa para tomar de nuevo esta narración, y recorramos antes en detalle las numerosas ceremonias, que darán carácter peculiar a este día. En primer lugar nos encontramos, con la reconciliación de los Penitentes. Hoy no es más que un mero recuerdo pero es interesante el describirla para dar de este modo un complemento necesario a la liturgia de Cuaresma. Viene después la Consagración de los Santos Óleos. Sólo tiene lugar en las iglesias catedrales, pero interesa a todos los fieles. Luego está la Misa de hoy.

LA CENA. — Proponiéndose hoy la Santa Iglesia renovar con una solemnidad especial, la acción del Salvador en la última Cena, según el precepto dado a los Apóstoles: "Haced esto en memoria mía", vamos a tomar el relato evangélico que hemos interrumpido en el momento en que Jesús entraba en la sala del festín pascual.

LA PASCUA JUDÍA. — Ha llegado de Betania; todos los Apóstoles están presentes, aun el mismo Judas, que guarda su secreto. Jesús toma asiento en la mesa sobre la que está el cordero preparado; los discípulos se sientan con Él; se observan fielmente los ritos que el Señor prescribió a Moisés siguiese su pueblo. Al principio de la cena, Jesús toma la palabra y dice a sus Apóstoles: "Ardientemente he deseado comer con vosotros esta Pascua antes de mi pasión." Hablaba de este modo, no porque esta Pascua llevase ventaja a las de los años anteriores, sino porque tendría ocasión de instituir la Pascua nueva que amorosamente había preparado a los hombres; pues habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, dice San Juan, los amó hasta el fin" (S. Juan, XIII, 1). Durante la comida, Jesús, para quien no había nada oculto en los corazones, profirió estas palabras que dejaron mudos de estupor a los discípulos: "En verdad os digo que uno de vosotros me traicionará; sí, uno de los que meten, en este momento, la mano en el plato conmigo es mi traidor." ¡Qué amargura encierra esta queja! ¡Cuánta misericordia para el culpable, que conocía la bondad de su Maestro! Jesús le abría la puerta del perdón, pero él no se aprovecha de ella. ¡Tanta era la pasión que le había dominado que él quería satisfacer con su infame venta! Se atreve a decir como los demás: ¿Soy yo, Señor? Jesús le responde en voz baja, para no comprometerle ante sus hermanos: "Sí, tú eres; tú lo has dicho." Judas no se rinde; se queda tranquilo y espera la hora de la traición. Los convidados, según el uso oriental, se colocaban de dos en dos sobre unos lechos de madera, preparados, por la munificencia del discípulo que presta su casa al Salvador, para esta última Cena. Juan, el discípulo amado, está al lado de Jesús, de suerte que puede en su tierna familiaridad, apoyar su cabeza sobre el pecho de su Maestro. Pedro, sentado en el lecho vecino, junto al Señor, que se halla así, entre los dos discípulos que había enviado por la mañana para preparar todas las cosas y que representan, el uno la fe y el otro el amor. La cena fue triste. Los discípulos estaban inquietos por la confidencia que les había hecho Jesús; se comprende que el alma de Juan tuviese necesidad de desahogarse con el Salvador, por las tiernas demostraciones de su amor.

Los Apóstoles no esperaban que una nueva comida sucedería a la primera. Jesús había guardado secreto; pero, teniendo que sufrir, debía cumplir su promesa. Había dicho en la Sinagoga de Cafarnaún: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno comiere de este pan vivirá eternamente. El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Mi carne es verdaderamente comida y mi sangre verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él" (S. Juan, VI, 41-59). Había llegado el momento, en que el Salvador iba a realizar esta maravilla de su caridad para con nosotros. Esperaba la hora de su inmolación para cumplir su promesa. Mas he aquí que su pasión ha comenzado. Ya ha sido vendido a sus enemigos; su vida en adelante estará en sus manos; puede ofrecerse en sacrificio y distribuir a sus discípulos la propia carne y la propia sangre de la víctima.

LAVATORIO DE LOS PIES. — La cena acababa, cuando Jesús levantándose, ante la extrañeza de los Apóstoles, se despoja de sus vestidos exteriores, toma una toalla, se la ciñe como un siervo, echa agua en el lebrillo y da a entender que se propone lavar los pies a los convidados. El uso oriental era que se lavasen los pies antes de tomar parte en el festín; pero el más alto grado de hospitalidad era, cuando el señor de la casa cumplía él mismo este cuidado con sus huéspedes. Jesús, es quien invita en este momento a sus Apóstoles a la divina cena y se digna hacer con ellos como el huésped más diligente; pero como sus acciones encierran siempre un fondo inagotable de enseñanzas, quiere, por lo mismo, darnos un aviso sobre la pureza que se requiere en los que han de sentarse a la mesa: "El que está limpio ya, dice, no necesita lavarse los pies" (S. Juan, XIII, 10); como si dijera: tal es la santidad de esta mesa, que para aproximarse a ella no sólo es necesario que el alma esté limpia de sus más graves manchas; sino que debe tratar de borrar las más leves, que por el contacto con el mundo hemos podido contraer y que son como ligero polvo que se pega a los pies. Explicaremos más adelante otros misterios significados en el lavatorio de los pies. Jesús se dirige primeramente hacia Pedro, futuro jefe de su Iglesia. El Apóstol rehúsa tal humillación de su Maestro; Jesús insiste y Pedro se ve obligado a ceder. Los otros Apóstoles que, como Pedro, habían quedado sobre los lechos, ven sucesivamente a su Maestro acercarse a ellos para lavarles los pies. No exceptúa al mismo Judas. Había recibido un segundo y misericordioso llamamiento, algunos momentos antes, cuando Jesús hablando a todos dijo: "Vosotros estáis limpios, pero no todos." Este reproche había sido insensible. Jesús, cuando acabó de lavar los pies de los doce se recostó en el lecho, junto a la mesa, al lado de Juan. A Pedro le ha herido la insistencia de su Maestro. Quiere conocer al traidor, que deshonra el colegio apostólico; mas no atreviéndose a preguntar a Jesús, a cuya derecha está recostado, hace unas señas a Juan que está a la izquierda del Salvador para procurar obtener una aclaración. Juan se recuesta sobre el pecho de Jesús y le dice en voz baja: "Maestro, ¿quién es"? Jesús le responde: "Aquel a quien yo dé un bocado de pan mojado." Jesús toma un poco de pan y habiéndolo mojado se lo ofreció a Judas. Era una nueva invitación, pero inútil a esta alma impasible a toda acción de la gracia; el evangelista añade: "Después que recibió el bocado entró en él Satanás. "Jesús aún le dice dos palabras: "Lo que vas a hacer hazlo pronto." Y el desdichado sale de la sala para ejecutar su crimen.

INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA. — Entonces, tomando del pan ácimo que había sobrado de la Cena, levanta los ojos al cielo, bendice el pan y lo distribuye a sus discípulos diciéndoles: "Tomad y comed, este es mi cuerpo." Los Apóstoles reciben este pan, hecho cuerpo de su Maestro; se alimentan de él; y Jesús no está sólo con ellos a la mesa, sino que está en ellos. Como este divino misterio, no es sólo el más augusto de los Sacramentos, sino que es un Sacrificio verdadero, que requiere la fusión de sangre, Jesús toma la copa, y transformando el vino en su propia sangre, le da a sus discípulos y dice: "Bebed todos de él; es la Sangre de la Nueva Alianza, que será derramada por vosotros." Los Apóstoles participan uno tras otro de esta divina bebida.

INSTITUCIÓN DEL SACERDOCIO. — Estas son las circunstancias de la Cena del Señor, cuyo aniversario nos reune hoy; pero no las habríamos relatado todas lo bastante, si no añadiésemos un hecho esencial. Lo que pasa hoy en el Cenáculo, no es un suceso acaecido una vez en la vida al hijo de Dios, y los Apóstoles no son los solos convidados privilegiados a la mesa del Señor. En el Cenáculo, así como ha habido más de una comida, así también ha habido algo más que un Sacrificio, por divina que haya sido la víctima ofrecida por el Soberano Pontífice. Ha habido la institución de un nuevo Sacerdocio. ¿Cómo habría dicho Jesús a los hombres: "Si no coméis mi carne y bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros", si no se hubiese propuesto establecer en la tierra un ministerio por el cual se renovase, hasta el fin de los tiempos, lo que acaba de hacer en presencia de sus discípulos? Mas dice a los hombres que ha escogido: "Haced esto en memoria mía." Les da por estas palabras el poder de cambiar también ellos el pan en su cuerpo y el vino en su sangre; y este poder se transmitirá en la Iglesia por la ordenación, hasta el fin de los siglos. Jesús continuará obrando por el ministerio de hombres pecadores la maravilla que ha hecho en el Cenáculo; Y, al mismo tiempo, que dota a su Iglesia del único Sacrificio, nos da a nosotros, según su promesa, por el pan del cielo, el medio de "vivir en Él y Él en nosotros". Vamos, pues, a celebrar hoy otro aniversario no menos maravilloso que el primero: La institución del Sacerdocio Cristiano.

LA MISA DEL JUEVES SANTO. — Para expresar de manera sensible a los ojos de los fieles, la majestad y unidad de esta Cena que el Salvador dio a sus discípulos y a todos nosotros en su persona, la Iglesia prohibe hoy a los sacerdotes, la celebración de toda misa privada, fuera del caso de necesidad. Quiere que sólo se ofrezca un sacrificio, al que asisten todos los sacerdotes; a la comunión se acercan al altar, revestidos de estola, insignia de su sacerdocio, para recibir el Cuerpo del Señor de manos del celebrante. La misa del Jueves Santo es una de las más solemnes del año; y aunque la institución de la fiesta del Santísimo Sacramento tiene por objeto honrar con el mayor esplendor este misterio, la Iglesia, al instituirlo, no ha querido que el aniversario de la Cena del Señor pierda ninguno de los honores que se le deben. El color de las vestiduras es el blanco como en los días de Navidad y de Pascua; todo duelo ha desaparecido. Muchos ritos anuncian que la Iglesia teme por su Esposo, pero suspende por un momento los dolores que la oprimen. En el altar el sacerdote ha entonado el himno angélico: "Gloria a Dios en las alturas". Las campanas lanzadas a vuelo, acompañan el canto hasta el fin; pero a partir de este momento permanecerán mudas y durante las largas horas de su silencio, darán a la ciudad un tono de soledad y de abandono. La Iglesia quiere hacernos sentir, que este mundo, testigo de los padecimientos y muerte de su Creador, ha dejado toda melodía y se ha quedado triste y desierto. Y añadiendo a esta impresión general, un recuerdo más preciso, nos trae a la memoria que los Apóstoles pregoneros de Cristo figurados por las campanas cuyo sonido llama a los fieles a la casa de Dios, han huido y han dejado a su Maestro en manos de sus enemigos. Después del canto del Evangelio, suspéndese en cierta manera la Misa, para dar lugar a la ceremonia del Mandato o lavatorio de los pies, que, antiguamente se verificaba después de mediodía, y que el Decreto del 16 de noviembre de 1955 prescribe se haga ahora en este sitio de la Misa, al menos allí donde es posible.

LOS MONUMENTOS. — Aún cuando la Iglesia suspende por algunas horas la celebración del Sacrificio eterno, no quiere con eso que su divino Esposo pierda ninguno de los honores que le son debidos en el Sacramento del Amor. La piedad católica ha hallado medio para transformar en un triunfo para la Eucaristía los instantes, en los que la Hostia Santa parece como inaccesible a nuestra indignidad. Prepara un monumento en cada templo. Allí traslada el cuerpo del Señor; y aunque esté cubierto de velos los fieles le asediarán con sus aspiraciones y adoraciones. Vendrán a honrar el reposo del Hombre-Dios; "donde estuviere el cuerpo allí se congregarán las águilas" ( San Mateo, V, 28). De todas las partes del mundo se elevarán a Jesús un concierto de vivas y afectuosas oraciones, en compensación de los ultrajes que recibió en estas mismas horas de parte de los judíos. Allí se reunirán las almas fervientes, donde ya mora Jesús, y los pecadores arrepentidos por la gracia y en vías de reconciliación.

LA ESTACIÓN. — En Roma la Estación se celebra en San Juan de Letrán. La grandeza de este día, la Reconciliación de los Penitentes, y la consagración del Crisma, piden unánimemente esta metrópoli de la ciudad y del mundo. Hoy con todo eso tiene lugar la función en el Palacio Vaticano.

miércoles, 28 de marzo de 2018

RECORDATORIO IMPORTANTE


JUEVES Y VIERNES SANTOS

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ÍNDICE TEMÁTICO PARA ESTA SEMANA SANTA

ATENTO AVISO


Estimados amigos-lectores, existe abundante material apropiado para estas fechas en CATOLICIDAD. Para que puedan consultarlo y aprovecharlo durante estos santos días ponemos a continuación este ÍNDICE TEMÁTICO (hagan clic en los temas que vayan eligiendo). Seguramente obtendrán grandes frutos espirituales.

Recordemos que el próximo Viernes Santo obligan el ayuno y la abstinencia de carne bajo pena de pecado grave. Procuremos seguir los oficios y la liturgia durante estos días evitando actividades profanas. Integremos a nuestra familia en la debida piedad de los días santos. No olvidemos realizar la Confesión anual -que prescriben los mandamientos de la Santa Iglesia- en estas fechas. Que Cristo nos alcance nuestra conversión espiritual para no pecar más y perseverar hasta el fin para poder salvos.

¡Tengan ustedes una Santa semana!

LA SEMANA SANTA, DÍA A DÍA

VÍA CRUCIS EN ALTA RESOLUCIÓN

VÍA CRUCIS EN VIDEO

VIERNES SANTO: JESÚS EN EL CALVARIO

A LA VIRGEN DE LA SOLEDAD DEL SÁBADO SANTO

SUFRIMIENTOS MORALES DE CRISTO por el Cardenal Newman

VIERNES SANTO, SEGÚN LAS VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICH (Resumen 1era. Parte)

2a. PARTE: LA PASIÓN, SEGÚN LAS VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICH (Resumen)

3a. PARTE: LA RESURRECCIÓN, según las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich (Resumen)

MI CRISTO ROTO (AUDIO Y TEXTO)

ROMANCERO DE LA VÍA DOLOROSA de Fr. Asinello (AUDIOS).

REFLEXIÓN CUARESMAL

REFLEXIÓN ESPIRITUAL PARA CUARESMA por San Máximo Confesor, Abad y Relato sobre la misericordia de Dios

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN

NO OLVIDES LA CONFESIÓN EN LA CUARESMA Y LA COMUNIÓN PASCUAL (Mandamientos)

ATTENDE DOMINE (Canto Penitencial)

CORONA DE LOS 7 DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

LA EDAD EN QUE OBLIGA EL AYUNO Y LA ABSTINENCIA

EL MARTIRIO DEL CARDENAL MINDSZENTY Y LA ABSTINENCIA

Ver la película LA PASIÓN de Mel Gibson: LA PASIÓN DE CRISTO, EL FILME

Ver el filme EL MÁRTIR DEL CALVARIO con Enrique Rambal

CINCO PASOS PARA REALIZAR UNA BUENA CONFESIÓN

LA PASIÓN DEL SEÑOR por Fray Luis de Granada 

EVANGELIO DE LA PASIÓN 

LA "LEGALIDAD" DEL CRIMEN DEL CALVARIO

EL INICUO JUICIO A JESÚS

LA ROCA FRIA DEL CALVARIO

LA VIRGEN QUE LLORA Y RIE

A LAS PENAS DE JESÚS CRUCIFICADO, Saeta del Siglo XVII

LA PEDRADA de José María Gabriel y Galán (Poesía)

CONTEMPLANDO A CRISTO CRUCIFICADO

¿DÓNDE ESTÁN LAS RELIQUIAS DE LA PASIÓN?




domingo, 25 de marzo de 2018

MILES Y MILES DE ARGENTINOS POR LA VIDA. LOS MEDIOS DIRÁN QUE FUERON UNOS CUANTOS.


Fotos CitizenGO Argentina

DOMINGO DE RAMOS


SALIDA DE BETANIA. — Jesús, dejando en Betania a su madre María, a Marta y a María Magdalena con su hermano Lázaro, se dirige, este día, muy de mañana, hacia Jerusalén, acompañado de sus discípulos. María se estremece al ver acercarse su hijo a sus enemigos que pretenden derramar su sangre; con todo eso no va hoy Jesús a Jerusalén a buscar la muerte sino el triunfo. Es necesario que el pueblo proclame rey al Mesías antes que éste sea crucificado; que, ante las águilas romanas, en presencia de los Pontífices y Fariseos, mudos de rabia y de estupor, resuenen las voces infantiles, confundidas entre los gritos de los ciudadanos en alabanza del Hijo de David.

CUMPLIMIENTO DEL VATICINIO. — El Profeta Zacarías había predicho esta ovación preparada en la eternidad para el Hijo del hombre en vísperas de su humillación. "Alégrate con grande alegría, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén; mira que viene a ti tu Rey, justo y salvador, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna". Viendo Jesús que había llegado la hora de cumplirse este oráculo manda a dos de sus discípulos que vayan y le traigan una asna y un pollino que encontrarán no lejos de allí. El Salvador se encontraba en Betfagé, situado en el monte de los Olivos. Los discípulos ponen inmediatamente en ejecución el mandato de su Maestro.

DOS PUEBLOS. — Los Santos Padres nos han proporcionado la clave del misterio de estos dos animales. El asna representa el pueblo judío sometido al yugo de la Ley; "el pollino en el que, según el Evangelio, no había montado nadie todavía" ', representa a la gentilidad a quien nadie había subyugado aún. La suerte de ambos pueblos se decidirá dentro de unos días. El pueblo judío será desechado por no haber recibido al Mesías; en su lugar Dios elegirá al pueblo gentil, indómito hasta entonces, pero que se convertirá en dócil y fiel.

CORTEJO TRIUNFAL. — Dos discípulos aparejan al pollino con sus vestidos; Jesús entonces, queriendo realizar el vaticinio del profeta, monta sobre el animal y se prepara de este modo a entrar en la ciudad. Mientras tanto en Jerusalén corre el rumor de que Jesús se aproxima. Inspirados por el Espíritu divino la turba de judíos reunidos en la ciudad de toda Palestina para celebrar en ella la Pascua, sale a recibirle con palmas y gritos clamorosos. El cortejo que iba acompañando a Jesús desde Betania, se confunde con esta multitud ferviente de entusiasmo; unos tienden sus vestidos por el camino, otros enarbolan ramos de palmera a su paso. Resuena el grito de "Hosanna" y recorre la ciudad la noticia de que Jesús, hijo de David entra en ella como Rey.

EL REINO MESIÁNICO. — Así fue cómo Dios, ejerciendo su poder sobre los corazones, preparó, en la ciudad en que pocos días después sería pedida su sangre a gritos, un triunfo para su Hijo. Este día Jesús tuvo un momento de gloria y la Iglesia quiere que renovemos cada año el recuerdo de este triunfo del Hijo del hombre. Cuando nacía el Emmanuel, vimos llegar del lejano oriente a Jerusalén a los Magos en busca del Rey de los judíos, para adorarle y ofrecerle sus presentes; hoy es la misma Jerusalén la que sale a recibirle. Ambos acontecimientos tienen un mismo fin: reconocer a Jesucristo como Rey; el primero por parte de los gentiles, el segundo por parte de los judíos. Era menester que el Hijo de Dios recibiese ambos tributos antes de su Pasión. La inscripción que Pilatos pondrá dentro de poco sobre la cabeza del Redentor: Jesús Nazareno, Rey de los judíos, será el carácter indispensable de su mesianismo. Inútiles serán los esfuerzos de los enemigos de Jesús para cambiar los términos del escrito; no lograrán su fln. "Lo que he escrito, escrito está", respondió el gobernador romano. Su mano confirmó, sin saberlo, las profecías. Israel proclama hoy a Jesús por su Rey; bien pronto será disperso en castigo de su perjurio; pero ese Jesús, a quien ha proclamado, permanecerá siempre Rey. De este modo se cumplió a la letra aquel mensaje del Angel que dijo a María anunciándole la grandeza del hijo que iba a concebir: "El Señor le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob eternamente'". Jesús comienza en este día su reinado sobre la tierra; y como el primer Israel va a sustraerse de su cetro, un nuevo Israel, nacido del grupo fiel del antiguo, va a nacer, formado de gentes de todas las partes del mundo, y ofrecerá a Cristo el imperio más extenso que jamás ha ambicionado un conquistador.

Tal es el misterio glorioso de este día en medio del duelo de la Semana de Pasión. La Iglesia quiere que nuestros corazones se desahoguen en un momento de alegría en el que saludamos a Jesús como Rey. Ha organizado la liturgia de este día de tal forma que encierre en sí juntamente alegría y tristeza; la alegría al unirse a las aclamaciones con que resonó la ciudad de David; la tristeza volviendo en seguida al curso de su gemidos por los dolores de su Esposo divino. Todo el drama está dividido como en tres actos distintos, cuyos misterios e intenciones vamos a explicar uno tras otro.

LA BENDICIÓN DE LAS PALMAS

La bendición de las palmas o de los ramos, como vulgarmente se dice, es el primer rito que se desarrolla ante nuestra vista; y podemos juzgar de su importancia por la solemnidad que la Iglesia despliega en su celebración.

Durante largos siglos diríase que iba a celebrarse la santa Misa sin otra intención que la de celebrar el aniversario de la entrada de Jesús en Jerusalén: Introito, Colecta, Epístola, Gradual, Evangelio, incluso el Prefacio, se sucedían como se hace para preparar la inmolación del Cordero sin mancha; pero después del triple Sanctus la Iglesia suspendía estas solemnes fórmulas y su ministro procedía a la santificación de los ramos que tenía delante. Ahora, después .de la reciente reforma, después del canto de la antífona Hosanna, estas ramas de árbol, objeto de la primera parte de la función, reciben con una sola oración, acompañada de la incensación y de la aspersión del agua bendita, «una virtud que los eleva al orden sobrenatural y los hace a propósito para ayudar a la santificación de nuestras almas y a la protección de nuestros cuerpos y de nuestras casas. Los fieles deben tener con respeto estos ramos en sus manos durante la procesión y colocarlos con honor en sus casas, como un signo de su fe y una esperanza en la ayuda divina.

ANTIGÜEDAD DEL RITO. — No es necesario explicar al lector que las palmas y los ramos de olivo, que reciben en este momento la bendición de la Iglesia, se llevan en memoria de aquellos con que el pueblo de Jerusalén honró la marcha triunfal del Salvador, pero no está mal decir unas palabras sobre la antigüedad de esta costumbre. Comenzó pronto en oriente y probablemente en Jerusalén desde que la Iglesia gozó de paz. En el siglo iv San Cirilo, obispo de esta ciudad, creía que la palmera que había suministrado sus ramos al pueblo que vino al encuentro de Cristo, existía todavía en el valle del Cedrón '; nada más natural que tomar ocasión de esto para instituir un aniversario conmemorativo de este suceso. En el siglo siguiente se establece esta ceremonia, no solamente en las Iglesias orientales, sino también en los monasterios de que estaban llenos los desiertos de Egipto y de Siria. Al principio de cuaresma, muchos santos monjes obtenían de su Abad el permiso de internarse en lo más recóndito del desierto para pasar este tiempo en profundo retiro; pero debían volver al monasterio el domingo de Ramos, como se colige de la vida de San Eutimio escrita por su discípulo Cirilo. En occidente tardó bastante en establecerse este rito; el primer rastro que encontramos se halla en el Sacramentarlo Gregoriano que se remonta al final del siglo vi o principios del vii. A medida que la fe penetraba en el norte no era posible solemnizar esta ceremonia en toda su integridad pues la palmera y el olivo no arraigan en nuestro clima. Fue necesario reemplazarlas por ramos de otros árboles; mas la Iglesia no permitió cambiar nada de las oraciones prescritas para la bendición de estos ramos, pues los misterios expuestos en estas hermosas oraciones, tienen su fundamento en el olivo y la palma del relato evangélico, representados por nuestros ramos de boj y de laurel.

LA PROCESIÓN

El segundo rito de este día es la célebre procesión que sigue a la bendición de los ramos. Tiene por objeto representar la marcha del Salvador a Jerusalén y su entrada en esta ciudad; y, para que nada falte en la imitación del relato del Santo Evangelio, los Ramos que acaban de ser bendecidos son llevados por todos los que toman parte en esa procesión. Entre los judíos era una señal de regocijo llevar en la mano ramos de árboles; y la ley divina les autorizaba esta costumbre. Dios había dicho en el Levítico al establecerla festividad de los Tabernáculos: "El primer día tomaréis gajos de frutales hermosos, ramos de palmera, ramas de árboles frondosos, de sauces de la ribera, y os regocijaréis ante Yavé, vuestro Dios" Para testimoniar su entusiasmo por la llegada de Jesús •ante los muros de la ciudad, los habitantes de Jerusalén, incluso los niños, recurrieron a esta gozosa demostración. Vayamos nosotros también delante de nuestro Rey y cantemos el Hosanna a este vengador de la muerte y liberador de su pueblo.

Durante la Edad Media, en muchas iglesias, se llevaba en esta procesión el libro de los Evangelios que representaba a Jesucristo cuyas palabras contenía. Designado de antemano un lugar y preparado para la estación, la Procesión se detenía: el diácono abría entonces el sagrado libro y cantaba el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén. En seguida descubríase la Cruz que había permanecido velada hasta aquel momento; todo el clero se postraba ante ella solemnemente y cada uno depositaba a sus pies un fragmento del ramo que tenía en su mano. Se reanudaba la procesión precedida de la Cruz, descubierta, hasta que el cortejo entra en la iglesia. En Inglaterra y Normandía, desde el siglo xi, se practicaba un rito altamente representativo de la escena que tuvo lugar en este día en Jerusalén. En la procesión se llevaba triunfalmente la Sagrada Eucaristía. La herejía de Berengario que negaba la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía acababa de manifestarse en esta época. Y este triunfo de la Sagrada Forma era preludio lejano de la Institución de la festividad y procesión del Santísimo Sacramento. Siempre con la misma intención de renovar la costumbre evangélica, existe en Jerusalén otra costumbre en la procesión de Ramos. Toda la comunidad de Franciscanos que custodia los santos Lugares marchan de mañana a Betfagé. Allí el P. Guardián de Tierra Santa, vestido de pontifical, sube sobre un asno revestido con mantos, acompañado por los religiosos y católicos de Jerusalén, que llevan todos palmas, ingresa en la ciudad y baja hasta la puerta de la iglesia del Sto. Sepulcro donde se celebrará la Misa con toda pompa.

Hemos reunido aquí, como de costumbre, los diferentes hechos con que puede elevarse la mente de los fieles en los variados misterios litúrgicos; estas manifestaciones de fe les ayudarán a comprender por qué la Iglesia quiere que, en la procesión de los Ramos, sea honrado Jesucristo como presente al triunfo que ella le otorga en este día. Busquemos por medio del amor "a este humilde y dulce Salvador que viene a visitar a la hija de Sión", como dice el profeta. Aquí está en medio de nosotros; a él se dirije el tributo de nuestros ramos; unámosle también el de nuestros corazones. Se presenta para ser nuestro Rey; acojámosle y digamos: Hosanna al hijo de David.

LA ENTRADA EN LA IGLESIA. — Antiguamente, hasta la última reforma, el fin de la procesión iba acompañado de una ceremonia llena de un profundo simbolismo. Al momento de entrar en la iglesia, el cortejo se hallaba con las puertas cerradas. La marcha triunfal se detenía; pero los cantos de alegría no se suspendían. Un himno especial a Cristo Rey resonaba a la puerta de la iglesia, con su alegre estribillo, hasta que el subdiácono golpeando con el asta de la cruz las puertas, conseguía que se abriesen, y el pueblo, precedido del clero, entraba aclamando al único que es la Resurrección y la vida.

El fin de esta escena era rememorar la entrada del Salvador en otra Jerusalén, de la que la de la tierra no era sino figura. Esta Jerusalén es la patria celestial cuya entrada Jesucristo nos ha procurado. El pecado del primer hombre había cerrado sus puertas; pero Jesús, el Rey de la gloria, las abrió por la virtud de su Cruz, ante la cual no pudieron resistir.

Este mismo canto, en honor de Cristo Rey, se ha conservado, pero la parada a la puerta de la iglesia ha quedado suprimida. Prosigamos, pues, tras los pasos del Hijo de David, puesto que él es el Hijo de Dios y nos invita a tomar parte en su reino. Así es como la Iglesia en la procesión de los Ramos que no es otra cosa que la commemoraeión de los acontecimientos de aquel día, eleva nuestra mente al misterio de la Ascensión por el que se pone fin, en el cielo, a la misión del Hijo de Dios en la tierra. Pero ¡ay! los días intermedios entre ambos triunfos no son todos días de alegría, y antes que termine la procesión la Iglesia, que se ha levantado unos momentos de su tristeza, vuelve a gemir continuamente.

LA MISA

La tercera parte de la función de hoy es el santo sacrifcio. Todas sus melodías están rebosantes de desaliento; la lectura de la Pasión, que va a tener lugar en seguida, señala el punto culminante de la jornada. En el siglo v o vi la Iglesia adoptó para el relato un recitado especial que se convirtió en un verdadero drama. Primeramente el Cronista que relata los hechos de un modo grave y patético; Cristo, en cambio, tiene un acento noble y suave que contrasta vivamente con el tono elevado de los demás interlocutores y con los gritos del pueblo judío. En el momento en que El se deja pisotear por los pecadores, llevado del amor que nos tiene, entonces es cuando nosotros debemos gritar que es nuestro Dios y nuestro Rey soberano. Estos son los ritos generales de este gran día; para la completa inteligencia de las oraciones y lecturas insertamos, como solemos, todos los detalles necesarios.

NOMBRES DADOS A ESTE DÍA. — Este domingo, además de su nombre litúrgico y popular de Domingo de Ramos o de Palmas, tiene el de Domingo del Hosanna, a causa del grito triunfal con que los judíos saludaron la llegada de Jesús. Nuestros padres le llamaron Domingo de Pascua florida, porque Pascua que se celebrará dentro de ocho días, está hoy como en flor y los fieles pueden empezar el cumplimiento pascual de la comunión anual desde este momento. Los españoles, al descubrir el Domingo de Ramos de 1513 el vasto territorio vecino de México le dieron el nombre de Florida en recuerdo de esta denominación. También se llama a este domingo Capitilavium, es decir lava-cabezas porque en los siglos medievales, los padres lavaban la cabeza de sus hijos nacidos en los meses anteriores cuyo bautismo podían retrasar sin peligro hasta el Sábado Santo, con el fin de que este día estuvieran decentes para ser ungidos con el Santo Crisma. En épocas anteriores este domingo recibió, en algunas iglesias, el nombre de Pascua de los Competentes. Se llamaba competentes a los catecúmenos admitidos al bautismo. Se reunían hoy en la Iglesia y se les explicaba detenidamente el símbolo que les habían explicado en el precedente escrutinio. En la Iglesia mozárabe española se les explicaba sólo este día. Por fin, los griegos le designaron con el nombre de Baiphore, es decir Porta-Palma.

Lagrimas de Jesús

Pongamos fin a esta jornada del Redentor en la ciudad de Jerusalén recordando algunos otros hechos de importancia. San Lucas nos enseña que durante la marcha triunfal de Jesús hacia la ciudad ocurrió que antes de entrar en ella Cristo comenzó a llorar sobre Jerusalén, y desahogó su dolor en estos términos: "¡Oh si al menos en este día conocieses lo que podría darte la paz! Pero ahora está oculto a tus ojos, porque días vendrán sobre ti, y te rodearán de trincheras tus enemigos, y te cercarán y te estrecharán por todas partes y te echarán por tierra a ti y a los hijos que tienes dentro, y no dejarán piedra sobre piedra por no haber conocido el tiempo de tu visita"'. Hace unos días el santo Evangelio nos mostró a Jesús llorando ante la tumba de Lázaro; hoy vuelve a derramar lágrimas al contemplar a Jerusalén. En Betania lloraba al pensar en la muerte del > cuerpo, castigo del pecado; pero esta muerte tiene remedio. Jesús es "la resurrección y la vida, y aquel que cree en él no morirá para siempre" El estado de Jerusalén en cambio, es una figura de la muerte espiritual; y esta muerte no tiene remedio, si el alma no viene a tiempo al autor de la vida. He aquí por qué las lágrimas que Jesús derrama hoy se hacen tan amargas. En medio de las aclamaciones de que es objeto al entrar en la ciudad de David, su corazón está oprimido por la tristeza; porque sabe él mejor que nadie "que no conocieron el tiempo de su visita". Consolemos al corazón del Redentor y hagámonos su ciudad fiel.

Vuelta Betania

Sabemos por San Mateo que el Salvador finalizó este día en Betania. Su presencia suspende las inquietudes de su madre y tranquiliza a la familia de Lázaro. En Jerusalén no hubo nadie que le hospedase; al menos el Evangelio no hace mención de ello. Todos los que mediten la vida de Nuestro Señor pueden hacerse esta consideración: Jesús honrado por la mañana con magnífico triunfo, por la tarde se ve obligado a buscar hospedaje fuera de la ciudad que le había recibido con tanto fervor. Entre las carmelitas descalzas existe la tradición de ofrecer al Salvador una reparación por el abandono que sufrió de parte de los habitantes de Jerusalén. Se prepara en medio del refectorio una mesa, colocando en ella una ración de la comida; después de la refección de la comunidad se ofrece esa ración a Jesús y se distribuye entre sus miembros, los pobres.

Año Litúrgico - Dom Prospero Guéranger.

viernes, 23 de marzo de 2018

LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN



LA COMPASIÓN DE NUESTRA SEÑORA. — La piedad de los últimos tiempos ha consagrado de una manera especial esta temporada a la memoria de los dolores que María sufrió al pie de la cruz de su divino Hijo. La siguiente semana está consagrada toda entera a la celebración de los misterios de la Pasión del Salvador; y aunque el recuerdo de María compaciente también se halle presente en el corazón del fiel, que sigue piadosamente todos los actos de este drama, los dolores del Redentor, el espectáculo que forman la misericordia y la justicia divinas uniéndose para obrar nuestra redención, preocupan con demasiada viveza el pensamiento, para que sea posible honrar, como se merece, el misterio de la participación de María en los padecimientos de Jesús.

HISTORIA DE LA FIESTA. — Era, pues, conveniente que se eligiera un día del año para cumplir con este deber; y ¿qué día más a propósito que el Viernes de la semana en que nos hallamos, que está ya toda entera dedicada al culto de la Pasión del Hijo de Dios? Ya en siglo XV, en 1423, un arzobispo de Colonia, Tedorico de Meurs, introdujo esta fiesta en su Iglesia por un decreto sinodal (Labbe, Concilios, t. XII, p. 365. El decreto daba la razón por la institución ele esta fiesta: "Honrar la angustia que sufrió María, cuando nuestro Redentor se inmoló por nosotros y recomendó esta Madre bendita a San Juan, y, sobre todo, para que sea reprimida la perfidia de los herejes Husitas."). Se fue extendiendo poco a poco con diversos nombres por las provincias de la catolicidad a causa de la tolerancia de la Sede Apostólica, hasta que finalmente el Papa Benedicto XIII, por un decreto del 22 de agosto de 1727, la inscribió solemnemente en el calendario de la Iglesia católica con el nombre de Fiesta de los siete dolores de la Bienaventurada Virgen María. En este día la Iglesia quiere honrar a María que sufre al pie de la cruz. Hasta la época en que el Papa extendió a toda la cristiandad esta fiesta con el título nombrado más arriba, se la designaba con distintas apelaciones: Nuestra Señora de la Piedad; la Compasión de nuestra Señora; en una palabra, esta fiesta había sido ya admitida por la piedad popular antes de haber obtenido la consagración de la Iglesia.

MARÍA CORREDENTORA. — Para comprender mejor el objeto y para dedicar en este día a la Madre de Dios y de los hombres, las alabanzas que la son debidas, debemos acordarnos que Dios ha querido, en los designios de su infinita sabiduría, asociar a María, de todos los modos, a la regeneración del género humano. Este misterio presenta una aplicación de la ley que nos revela toda la grandeza del plan divino; nos muestra una vez más al Salvador hiriendo el orgullo de Satanás por el débil brazo de una mujer. En la obra de nuestra salvación hallamos tres intervenciones de María, tres circunstancias en que ella es llamada a unir su acción a la del mismo Dios. La primera en la Encamación del Verbo que no se encarnó en ella, sino después de su consentimiento, por un solemne Fiat que salvó al mundo. La segunda en el Sacrificio de Jesucristo en el Calvario al que ella asiste para participar en la ofrenda expiatoria; la tercera el día de Pentecostés, en que recibe al Espíritu Santo, como le recibieron los demás Apóstoles, para contribuir así eficazmente al establecimiento de la Iglesia. Ya hemos expuesto en la fiesta de la Anunciación, la parte que tomó la Virgen de Nazaret en el acto más grande que Dios ha querido realizar para su gloria y para el rescate y santificación del género humano. En otro lugar tendremos ocasión de mostrar a la Iglesia naciente, elevándose y desenvolviéndose con la acción de la Madre de Dios; hoy nos toca examinar la parte que corresponde a María en el misterio de la Pasión de Jesús; exponer los dolores que ha sufrido junto a la cruz; los nuevos títulos que ha conquistado para nuestro filial reconocimiento.

LA PREDICCIÓN DE SIMEÓN.— Cuarenta días después del nacimiento de Jesús la Bienaventurada Virgen presentó a su Hijo en el templo. Un anciano aguardaba al Niño y le proclama "la luz de los pueblos y gloria de Israel". Mas volviéndose pronto hacia su madre, la dijo: "Este niño será también piedra de escándalo (signo de contradicción) y una espada traspasará tu alma." Este anuncio de dolores para la madre de Jesús nos hace comprender, que ya han cesado las alegrías del tiempo de Navidad, y que ha llegado un tiempo de amarguras para el hijo y para la madre. En efecto, desde la huída de Egipto hasta estos días en que la maldad de los judíos prepara el mayor de los crímenes, ¿cuál ha sido la situación del hijo humillado, desconocido, perseguido, cubierto de ingratitudes? ¿Cuál ha sido, por consiguiente, la continua inquietud, la angustia persistente del corazón de la más tierna de las madres? Mas hoy previendo el curso de los acontecimientos pasemos adelante, y coloquémonos en la mañana del Viernes Santo.

MARÍA, EL VIERNES SANTO. — María sabe que, esta misma noche, su Hijo ha sido entregado por uno de sus discípulos, por un hombre a quien Jesús había elegido por confidente, a quien ella misma había dado más de una vez señaladas muestras de bondad maternal. Después de cruel agonía ha sido encadenado como malhechor y la soldadesca le ha conducido a casa de Caifás, su principal enemigo. De allí le han llevado a la presencia del gobernador romano, cuya intervención era necesaria a los príncipes de los sacerdotes y doctores de la ley, para que ellos pudiesen, según su deseo, derramar la sangre inocente. María se halla en Jerusalén; Magdalena y los amigos de Jesús la rodean; pero no pueden impedir los gritos del pueblo que llegan a sus oídos. ¿Y quién, por otra parte, sería capaz de alejar los presentimientos del corazón de tal madre? No tarda en extenderse por la ciudad la noticia de que se ha pedido al gobernador que Jesús de Nazaret sea crucificado. ¿Permanecerá María a un lado, en este momento en que todo un pueblo está en pie para acompañar con sus insultos hasta el Calvario a ese Hijo de Dios que ella llevó en su seno, que alimentó con su pecho? ¡Lejos de ella tal cobardía! Se levanta, se pone en marcha y se coloca en el camino por donde debe pasar Jesús. El aire está infectado de gritos y blasfemias. Esta multitud que precede y sigue a la víctima está compuesta de gente feroz e insensible: solamente un grupo de mujeres deja escapar lamentaciones dolorosas y por esto merece atraer las miradas de Jesús. ¿Podía María mostrarse menos sensible a la suerte de su Hijo, que lo que manifestaron estas mujeres a quienes no unían con él sino lazos de admiración y de reconocimiento? Insistimos en este hecho para mostrar el horror que profesamos a ese racionalismo hipócrita que, pisoteando todos los sentimientos del corazón y las tradiciones de la piedad católica de Oriente y de Occidente, ha querido poner en duda la verdad de esta Estación de la calle de la Amargura, que señala el lugar del encuentro del hijo con su madre. La secta no se atreve a negar la presencia de María al pie de la cruz; el Evangelio es en este punto demasiado explícito; pero, antes que rendir homenaje al amor maternal más tierno que ha existido, prefiere dar a entender, que mientras que las Hijas de Jerusalén marchaban sin miedo en pos de Jesús, María se dirige al Calvario por senderos desconocidos.

LA MIRADA DE JESÚS Y DE MARÍA. — Nuestro corazón filial será más justo para con la mujer fuerte por excelencia. ¿Quién podrá decir el dolor y amor que expresaron sus miradas al encontrarse con las de su Hijo, cargado con la cruz? ¿Quién podrá decir asimismo la ternura y resignación con que respondió Jesús al saludo de su Madre? ¿Con qué afecto Magdalena y las otras santas mujeres sostendrían en sus brazos a quien debía subir todavía al Calvario, a recibir el último suspiro de su Hijo? El camino del Vía Crucis es aún largo, desde la cuarta hasta la décima estación, y si es regado con la sangre del Redentor, es bañado también con las lágrimas de su madre.

LA CRUCIFIXIÓN. — Jesús y María han llegado a la cumbre de esta colina que debe servir de altar al más augusto de los sacrificios; mas el decreto divino no permite a la madre acercarse a su hijo. Cuando la víctima esté preparada se acercará aquella que la deba ofrecer. Esperando este solemne momento ¡qué tormentos para Nuestra Señora a cada martillazo que daban en el madero sobre los miembros delicados de su Jesús! Y cuando, por fin, le es permitido acercarse con Juan el discípulo amado, con Magdalena y las otras compañeras; ¡qué angustias mortales experimenta el corazón de esta madre, que, elevando sus ojos, contempla con lágrimas el cuerpo destrozado de su hijo, violentamente extendido sobre el patíbulo con el rostro bañado en sangre, y cubierto de esputos, con la cabeza coronada con una diadema de espinas! ¡He aquí, pues, al rey de Israel, cuyas grandezas le había anunciado el ángel, el hijo de su virginidad, al que ella ha amado como a su Dios, y al mismo tiempo como fruto bendito de su vientre! Más que para ella, le ha concebido, le ha criado, le ha alimentado para los hombres; ¡y son esos mismos hombres los que le han puesto en tal estado! Si todavía, por uno de esos prodigios que están en poder de su Padre, pudiera ser devuelto al amor de su madre; ¡si esta justicia con la cual él se ha dignado cumplir todas nuestras obligaciones, se contentase con lo que ya ha sufrido! Mas no; es necesario que muera, que exhale su alma en, medio de la más cruel agonía.

EL MARTIRIO DE MARÍA. — María se halla al pie de la cruz para recibir el adiós de su Hijo; se va a separar de ella y en breves momentos no poseerá de este hijo tan querido más que un cuerpo inanimado y cubierto de heridas. Mas cedamos la palabra a San Bernardo, cuyos escritos usa hoy la Iglesia en los oficios de Maitines: "Oh madre, exclama, al considerar la violencia del dolor que traspasó tu alma, te proclamamos más que mártir; pues la compasión que has tenido con tu hijo ha sobrepasado todos los padecimientos que puede soportar el cuerpo. ¿No ha sido más penetrante que una espada para tu alma esta frase: Mujer, he ahí a tu hijo? ¡Cambio cruel! ¡En lugar de Jesús recibe a Juan; en lugar del Señor, al servidor; en lugar del Maestro, al discípulo; en lugar del Hijo de Dios, al hijo del Zebedeo; un hombre, en fin, en lugar de un Dios! ¿Cómo no habría de ser traspasada tu tierna alma, si aún nuestros mismos corazones de hierro y de bronce, se sienten desgarrados al solo recuerdo de lo que padeció el tuyo? No os asuste, pues, hermanos míos, el oír decir que María ha sido mártir en su alma. No tiene motivos para escandalizarse, sino aquel que haya olvidado que San Pablo cuenta, como uno de los mayores crímenes de los gentiles, el que no tuvieran afectos. El corazón de María estuvo exento de este defecto; ¡que se halle lejos también del corazón de aquellos que la honran!

En medio de los clamores y de los insultos que ascienden hasta su hijo elevado en la cruz, María siente que se dirigen a ella estas palabras que la muestran que no tendrá en la tierra más que un hijo de adopción. Las alegrías maternales de Belén y de Nazaret, alegrías tan puras y tan frecuentemente turbadas por la inquietud, se repliegan en su corazón y se cambian en amarguras. ¡Fue la madre de un Dios y su hijo le es arrebatado por los hombres! Eleva una vez más sus ojos hacia su amadísimo Hijo, le ve como una víctima, agobiado por una ardiente sed, que ella no puede apagar. Contempla su mirada que se extingue; su cabeza que se inclina hacia el pecho; todo está consumado.

LA LANZADA. — María no se separa del árbol del dolor, a cuya sombra la ha retenido hasta el presente su amor maternal, y con todo ¡qué emociones tan crueles la aguardan todavía! ¡Un soldado traspasa de una lanzada ante sus ojos el pecho de su Hijo muerto! "¡Ah!, sigue diciendo San Bernardo, es tu corazón—oh madre—, el que ha sido traspasado por el hierro de la lanza, más bien que el de tu Hijo, que ya ha exhalado el último suspiro. Su alma no está ya allí; pero está la tuya que no puede separarse" (Sermón de las doce estrellas). La imperturbable madre persiste en la guarda de los restos sagrados de su Hijo. Sus ojos le contemplan al bajarle de la cruz; y cuando ya, por fin, los amigos de Jesús, con todo el respeto que deben al hijo y a la madre, se le devuelven, tal como le ha dejado la muerte, le recibe en sus rodillas que fueron en otros tiempos el trono en que recibió los presentes de los príncipes de Oriente. ¿Quién será capaz de contar los suspiros y sollozos de esta madre, al estrechar contra su corazón los despojos inanimados del más querido de los hijos? ¿Quién será capaz al mismo tiempo de contar las heridas de que se halla cubierto el cuerpo de la víctima universal?

LA SEPULTURA DE JESÚS. — El tiempo corre, el sol va acercándose a su ocaso; hay que apresurarse a encerrar en el sepulcro el cuerpo de quien es el autor de la vida. La madre concentra toda la energía de su amor en un último beso y oprimida de un dolor inmenso como el mar, entrega este cuerpo adorable, a aquellos que después de haberlo embalsamado, le deben encerrar bajo la piedra de la tumba. Se cierra el sepulcro y María acompañada de Juan, su hijo adoptivo, y de Magdalena, seguida de los dos discípulos que han asistido a las exequias, y de las santas mujeres, se internan en la ciudad maldita.

LA NUEVA EVA. — ¿No veremos nosotros en todo esto, nada más que el espectáculo de las aflicciones que ha padecido la madre de Jesús junto a la cruz de su hijo? ¿No había sido intención de Dios el haberla hecho asistir en persona a la muerte de su hijo? ¿Por qué no la ha arrancado de este mundo, como a José, antes de que llegara el día en que la muerte de Jesús debía causar en su corazón una aflicción, que sobrepasara a todas aquellas que han padecido todas las madres después del origen del mundo? Dios no lo ha hecho por que la nueva Eva tenía que desempeñar un papel al pie del árbol de la cruz. Del mismo modo que el Padre celestial requirió su consentimiento antes de enviar al Verbo Eterno a esta tierra, fueron requeridas la obediencia y abnegación de María para la inmolación del Redentor. ¿No era este hijo, que ella había concebido después de haber consentido en el ofrecimiento divino, el bien más querido de esta madre incomparable? El cielo no se lo debía de arrebatar sin que ella misma lo ofreciera.

¡Qué lucha tan terrible se entabló entonces en este corazón tan amante! ¡La injusticia, la crueldad de los hombres le arrancaba a su hijo! ¿Cómo ella, su madre, puede ratificar, con su consentimiento, la muerte de aquel a quien ama con doble amor, como a hijo y como a Dios? De otro lado, si Jesús no es inmolado, el género humano permanecerá presa de Satanás, el pecado no será reparado, y en vano será ella madre de un Dios. Sus honores y sus alegrías serán para ella sola, y nos abandonará por tanto a nuestra triste suerte. ¿Qué hará, pues, la virgen de Nazaret, esa virgen que lleva un corazón tan grande; esa criatura siempre pura, cuyos afectos, jamás se vieron tildados de egoísmo, que tan frecuentemente se filtra en las almas en que ha reinado el pecado original? María por delicadeza para con los hombres, al unirse, al deseo de su hijo, que no vive sino para su salvación, consigue un triunfo sobre sí misma; pronuncia por segunda vez su FIAT y consiente en la inmolación de su hijo. No se lo exige la justicia de Dios; ella misma es quien lo cede; pero en cambio es elevada a un grado tal de grandeza, que jamás pudo concebir en su humildad. Una unión inefable se establece entre la ofrenda del Verbo encarnado y la de María; la sangre divina y las lágrimas de la madre corren mezcladas y se confunden para operar la redención del género humano.

EL VALOR DE MARÍA. — Examinad ahora la conducta de esta madre y el valor que la anima. Bien distinto por cierto del de esta otra madre, de quien nos habla la Escritura, la infortunada Agar, que después de haber procurado inútilmente saciar la sed de Ismael, asfixiado por el ardiente sol del desierto, se alejó para no ver morir a su hijo; María habiéndose enterado de que el suyo ha sido condenado a muerte, se pone en pie y corre hasta que lo encuentra y le acompaña hasta el lugar en que debe morir. Y ¿cuál es su actitud al pie de la cruz de su hijo? ¿Se muestra desfallecida y abatida? ¿El dolor inaudito que la oprime le han hecho acaso caer por tierra o en manos de los que la rodean? No; el Santo Evangelio contesta con una sola palabra a esta cuestión: "María permanecía en pie (stabat) junto a la cruz." El sacrificador está de pie ante el altar, para ofrecer su sacrificio. María debía guardar actitud semejante. San Ambrosio, cuya alma tierna, y cuya profunda inteligencia de los misterios nos han transmitido rasgos tan preciosos acerca del carácter de María, lo dice todo en estas breves palabras: "Se mantenía en pie frente a la cruz, contemplando con sus maternales miradas las heridas de su hijo; esperando, no la muerte de su querido hijo, sino más bien la salvación del mundo" (Comentario de S. Lucas, CXXIII).

MARÍA NUESTRA MADRE. — Así esta madre de dolores en circunstancias parecidas, lejos de maldecirnos, nos ama, sacrifica por nuestra salvación hasta los gratos recuerdos de las horas de alegría que había experimentado en su hijo. A pesar de los gritos de su corazón de madre, se le devuelve a su Padre como un tesoro confiado en depósito. La espada penetraba cada vez más profunda en su alma; mas nosotros estamos ya salvados; y, a pesar de que no fue mas que una pura criatura, cooperó con su hijo a nuestra salvación. ¿Tenemos motivos para admirarnos, después de esto, de que Jesús eligiera este mismo momento para proclamarla madre de los hombres, en la persona de Juan que nos representaba a todos? Nunca el corazón de María se había sentido tan inclinado a nuestro favor. Que en adelante sea pues esta nueva Eva, la verdadera "Madre de todos los vivientes." La espada que atravesó su inmaculado corazón nos ha franqueado la entrada en él. En el tiempo y en la eternidad, María hará extensivo a nosotros el amor que siente a su Hijo; por que acaba de oírle decir, que nosotros también en adelante lo seremos para ella. Por habernos rescatado, él es nuestro Señor; por haber cooperado tan generosamente a nuestro rescate, ella es nuestra Señora.

ORACIÓN

Con esta confianza, oh Madre afligida, venimos hoy a rendirte con la Santa Iglesia nuestro filial homenaje. Jesús, el fruto de tu vientre, fue concebido por Ti sin dolor; nosotros, hijos tuyos por adopción, hemos penetrado en tu corazón por la espada. ¡Amadnos, pues, oh María, corredentora de los hombres! ¿Y cómo no hemos de reputar nosotros, como seguro, el amor tan generoso de tu corazón, cuando sabemos que para nuestra salvación, te has unido al sacrificio de tu Jesús? ¿Qué pruebas no nos has dado constantemente de tu ternura maternal, tú que eres reina de misericordia, refugio de pecadores, abogada infatigable de todas nuestras miserias? Dígnate, oh madre, vigilar sobre nosotros. Concédenos el poder sentir y gustar la dolorosa pasión de tu Hijo. Se ha realizado en tu presencia; has tenido parte en ella. Haznos penetrar todos los misterios para que nuestras almas rescatadas con la sangre de Jesús y rociados con tus lágrimas, se conviertan al Señor y se mantengan firmes en su servicio.

Año Litúrgico de Dom Guéranger