viernes, 28 de febrero de 2025

EL GRITO SILENCIOSO: UNA HISTORIA DE DOLOR Y ESPERANZA


La madrugada envolvía el hospital en un silencio pesado cuando Clara llegó, sintiendo que cada paso la sumergía más en un abismo de incertidumbre. Había pensado que, al tomar una decisión, la tormenta interna cesaría, pero cada latido de su corazón parecía intensificar sus dudas.

¿Realmente iba a hacerlo?

Las voces a su alrededor eran ensordecedoras. Su pareja, con indiferencia, le había dicho: “Haz lo que creas mejor”. Sus amigas insistían en que era su derecho. Su madre, con tono severo, le recordó: “Un hijo ahora arruinará tus planes”. En todos lados, el mensaje era claro: “No es nada. Es tu cuerpo, tu elección”.

Sin embargo, en lo más profundo de su ser, una voz susurraba lo contrario. Si realmente no era nada, ¿por qué sentía ese nudo en el estómago?

Se abrazó a sí misma, intentando contener el temblor que la recorría. Las sombras del pasillo parecían cerrarse sobre ella, y el pánico la invadió. ¿Y si lo que llevaba dentro era una vida real?

Trató de desestimar esos pensamientos, repitiéndose lo que otros le habían dicho: que solo era un conjunto de células, que no había conciencia, que no importaba. Pero recordó lo que había leído en algún lugar:

 • El corazón comienza a latir alrededor de la tercera semana de gestación.

 • La actividad cerebral se detecta desde la sexta semana.

 • Para la semana doce, el feto puede responder a estímulos.

Si un feto puede responder, ¿cómo podría ser “nada”?

Apoyó la frente contra la pared fría, buscando claridad. No podía pensar con claridad. Cada argumento chocaba con su miedo, su vergüenza y la desesperación de no saber qué camino tomar.

“No estás preparada”, le decía una voz interna. “Esto arruinará tu vida. No tienes los recursos ni el apoyo. ¿Cómo criarás a un niño cuando apenas puedes contigo misma?”

Pero otra voz, más suave, le susurraba: “Si dentro de ti hay un corazón latiendo, un cerebro funcionando, un ser con ADN único… ¿tienes derecho a decidir su destino?”

Tragó saliva, sintiendo la opresión en el pecho. ¿Y si estaba a punto de cometer un error irreversible?

El miedo se transformó. Ya no era solo temor a tener al bebé, sino miedo a las consecuencias de no tenerlo.

Una enfermera se acercó con una carpeta en mano.

—Clara González. Es tu turno.

La miró, paralizada. Todo su ser le pedía que se levantara, que huyera, que protegiera lo que llevaba dentro. Pero el miedo la mantenía inmóvil.

Instintivamente, llevó las manos a su vientre. En ese gesto, una imagen de su infancia emergió: la Virgen María, con su manto azul, llevando en su seno al Salvador.

Si María hubiera considerado su embarazo como un obstáculo, si hubiera cedido al miedo… ¿qué sería de nosotros?

El pensamiento la sacudió. Si el Hijo de Dios vino al mundo a través de una mujer, ¿cómo podía ella rechazar el don que se le había confiado?

Un escalofrío recorrió su cuerpo, y por primera vez en mucho tiempo, sintió una presencia reconfortante.

No estaba sola. Nunca lo había estado.

En un susurro, sus labios pronunciaron: “Mater Dei, ora pro nobis.”

El miedo comenzó a desvanecerse, dando paso a una determinación desconocida.

Se puso de pie, dejando atrás la sombra de la desesperanza. Atravesó el pasillo del hospital, y al salir, el amanecer pintaba el cielo con tonos dorados, como si la creación misma celebrara su decisión.

Había elegido la vida.

Aunque el futuro era incierto, sabía que había abrazado el plan de Dios.

Y en ese vientre que casi fue negado, en ese santuario donde Dios depositó un alma inmortal, una nueva luz seguía latiendo. Un latido que resonaba con el amor eterno, perteneciente tanto a ella como al Creador que lo había concebido desde la eternidad.

OMO


miércoles, 26 de febrero de 2025

LA PARADOJA DEL RACISMO


 

El racismo es, en apariencia, una ideología moderna. Se habla de él como un mal nacido en la Ilustración y refinado por el positivismo decimonónico. Pero su raíz es mucho más antigua: es la herejía de la carne sin alma, del instinto sin razón, del hombre convertido en bestia que adora su propia piel como un ídolo. Es, en términos de San Agustín, la soberbia de la Ciudad del Hombre que pretende abolir la Ciudad de Dios (De Civitate Dei, XV, 1). Y, como todas las herejías, se presenta con el disfraz de una gran verdad deformada hasta lo grotesco.

EL ERROR: CUANDO EL HOMBRE SE MIRA A SÍ MISMO COMO UNA BESTIA

La Iglesia nunca ha negado las diferencias entre los hombres. Todo lo contrario: las ha afirmado como un signo de la riqueza de la Creación. Santo Tomás de Aquino, con la meticulosidad de un arquitecto celestial, explica que la variedad en la naturaleza es parte del orden divino y que la armonía del universo no se da en la uniformidad, sino en la diversidad ordenada (Summa Theologiae I, q. 47, a. 2). Lo que el racismo hace es tomar esta diversidad y pervertirla, convirtiéndola en un criterio absoluto, en un ídolo al que se le rinde culto en detrimento de la dignidad del hombre.

El racismo es el paganismo en su versión más degenerada. San Juan Crisóstomo, en su comentario a la Epístola a los Efesios, señala que la obra de Cristo es destruir la enemistad entre los pueblos (Homilía sobre Efesios, 5). No hay griego ni judío, no hay bárbaro ni escita (Col 3,11), porque lo que nos hace humanos no es nuestra sangre, sino nuestra alma inmortal. Pero el racismo niega esto: rehace el mundo en la lógica brutal de la tribu, del instinto, de la biología ciega. Es el retorno al paganismo de los ídolos, solo que esta vez el ídolo es la propia raza.

San Gregorio Magno, en sus cartas a los misioneros en Inglaterra, muestra la respuesta católica a esta visión del mundo. No les ordena convertir solo a los anglosajones de linaje puro, sino a todos los hombres que caminan bajo el sol de Dios (Epistolae, XI, 4). La Iglesia no es una nación, ni una raza, ni una cultura: es la reunión de los que buscan la Verdad.

LA HISTORIA: CÓMO LA CRISTIANDAD VIVIÓ SIN RACISMO

Elías de Tejada, con su precisión histórica implacable, desmonta la falacia de que el racismo es un fenómeno natural. Nos recuerda que en la Cristiandad medieval no existía la obsesión racial moderna. En la España visigoda, un godo y un hispanorromano podían ser parte de la misma nobleza sin que nadie los diferenciara por su sangre. En la Reconquista, un musulmán convertido podía ser noble y soldado sin que se le viera como ajeno.

San Martín de Porres, hijo de un español y una esclava negra, no vio en su mestizaje un obstáculo para la santidad. Más aún, en su humildad y servicio dejó en claro que la verdadera nobleza no está en el linaje, sino en la virtud. Lo mismo puede decirse de San Pedro Claver, que pasó su vida bautizando y sirviendo a esclavos africanos en América, recordándoles que eran hijos de Dios, no mercancía de los hombres.

Esta era la visión de la Cristiandad. El concepto de cristiandad es clave aquí, porque no se trataba de una utopía igualitaria sin jerarquías, sino de un orden en el que cada pueblo encontraba su lugar no por el color de su piel, sino por su participación en la Tradición. Los caballeros negros etíopes, los soldados mongoles de la Rusia ortodoxa, los santos mestizos del Nuevo Mundo: todos forman parte del mismo edificio espiritual, construido no sobre el barro de la biología, sino sobre la piedra de la fe.

LA HEREJÍA MODERNA: CÓMO EL RACISMO NACIÓ DEL MATERIALISMO

El racismo, en su forma moderna, es hijo de dos monstruos: el racionalismo ilustrado y el positivismo materialista. Con la Ilustración, se sustituyó la noción cristiana de persona por la de “individuo”, y con el positivismo, se intentó reducir al individuo a una serie de determinaciones biológicas. San Agustín ya había advertido contra esta mentalidad cuando denunció a los que creen que el destino del hombre está escrito en las estrellas (Confesiones, VII, 6), y el positivismo, en el fondo, no hizo más que reemplazar la astrología por la genética.

La Revolución Francesa destruyó el orden tradicional de las naciones cristianas y lo reemplazó con un nuevo mito: el del Estado-nación homogéneo. Fue en ese contexto que nacieron los nacionalismos modernos, y con ellos, la idea de que la identidad de un pueblo no estaba en su fe ni en su cultura, sino en su raza. En el siglo XIX, esto se combinó con el darwinismo mal digerido para producir las doctrinas racistas que inspiraron el colonialismo europeo, las leyes de segregación en Estados Unidos y, finalmente, el delirio racial del nazismo.

San Pío X vio con claridad los peligros de este materialismo, condenando enérgicamente cualquier intento de reducir la sociedad a criterios puramente biológicos (Pascendi Dominici Gregis, 1907). La Iglesia nunca aceptó la obsesión moderna por clasificar a los hombres como ganado, porque siempre supo que la dignidad humana proviene de Dios, no de la sangre.

LA VERDAD: LA JERARQUÍA QUE IMPORTA

Frente al error moderno, la posición católica es clara: la única jerarquía real es la de la virtud y la gracia. No todos los hombres son iguales en talentos, en inteligencia o en fuerza, pero todos tienen el mismo destino eterno. Como dice Santo Tomás, las desigualdades en este mundo solo tienen sentido si se ordenan al bien común y a la salvación (Summa Theologiae I-II, q. 96, a. 4).

San Francisco de Asís abrazó a los leprosos, sin preguntar de qué pueblo eran. Santo Tomás Moro defendió la dignidad del hombre común frente a la tiranía de un rey que se creía por encima de la ley. San José de Cupertino, con su mente simple pero su corazón de fuego, alcanzó una santidad más alta que la de muchos sabios. Porque en el cristianismo, la única superioridad legítima es la de la santidad.

El racismo es, pues, una contradicción. Es un error filosófico, una herejía teológica y una estupidez monumental. Es la insistencia irracional de querer encerrar el espíritu en la cárcel de la biología. Pero el espíritu es libre. Y la verdad católica es clara: en la vida eterna no se nos preguntará de qué color era nuestra piel, sino si nuestra alma estaba en gracia.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

 • Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae.

 • San Agustín, De Civitate Dei.

 • San Juan Crisóstomo, Homilías sobre Efesios.

 • San Gregorio Magno, Epistolae.

 • San Agustín, Confesiones.

 • San Pío X, Pascendi Dominici Gregis.

 • Elías de Tejada, Racismo.

martes, 25 de febrero de 2025

¿POR QUÉ LA ORACIÓN DE UNA MADRE ES TAN PODEROSA?


En Lucas 7, Jesús vio pasar una enorme procesión fúnebre en Naím. 

Estaba allí la ciudad entera. 

Vio cómo lloraban jóvenes y mujeres.

Vio a los pastores y a los apóstoles que lloraban. 

Vio a los ancianos llorar. 

Vio padres que lloraban. 

Vio niños que lloraban.

Veía la tristeza en el rostro de las personas. 

Nada parecía moverlo, hasta que vio a la madre.

La Bíblia dice que tuvo compasión cuando la vio e inmediatamente resucitó a su hijo de la muerte (Lucas 7: 12-15). 

Fue el grito desesperado de una madre lo que tocó el Corazón de Dios.

Todavía hoy, las madres que lloran frente al Señor por sus familias, sus matrimonios, sus casas… tocan el Corazón de Dios.

Cuando una madre deja de orar, su familia (especialmente sus hijos) corren peligro.

Satanás encuentra un punto débil y comienza a destruir la casa… hasta que las cosas, gracias a la oración de la madre, vuelven a su lugar legítimo, como ancla de la casa.

En los Salmos 17, 36, 57, 63 y 91 el papel de Dios se compara al de una MADRE.

Como una madre protege, y defiende a sus hijos, así también Dios nos protege bajo la sombra de sus alas. 

Encontramos refugio en Él y podemos quedarnos allí hasta que pase el peligro. 

El papel de una madre es tan fundamental que un padre no recibirá respuesta a sus oraciones si la deshonra o no la respeta (1 Pedro 3: 7).

Por el simple hecho de gozar de este favor, las madres son las personas más atacadas de la casa.

El diablo tiene terror a las madres que ORAN pues son como la central eléctrica de la casa.

Es el mismo Dios el que ha puesto dentro de las madres la gracia y la resistencia necesarias para hacer frente a cualquier situación.

Hoy, como mujer, como madre de familia, considérate bendecida. Considérate privilegiada y “PELIGROSA” CUANDO ORAS.

Invitamos a todas las madres a transmitir este mensaje a otras madres para forjar un ejército de madres que protegen a sus hijos y a la sociedad de la maldad.

 Veamos, ahora, como santa Mónica luchó, rezó y lloró ante Dios por la conversión de su hijo, al grado que san Ambrosio le profetizó: "No puede perderse un hijo de tantas lágrimas". Y gracias a la persistente labor y oraciones logró convertirlo nada menos que en un gran santo: san Agustín. No olvidemos que la mejor educación es la que se refuerza con el ejemplo, pues las palabras se van pero el ejemplo arrastra.

 UN HIJO DE MUCHAS LÁGRIMAS 

Mónica era africana, de Tagaste, región tunecina, nacida el año 331. Hija de familia cristiana noble, pero pobre, fue educada inicialmente en la piedad, ascesis y letras por una criada solícita.

En su juventud formó parte de la comunidad de creyentes que vivió duras experiencias de persecuciones contra los cristianos, y muertes martiriales. ¡En aquellos tiempos pocos males se podían temer tanto como las crueldades de una persecución impía!

A sus veinte años contrajo matrimonio con el joven Patricio, un hombre pagano en religión e infiel en moral, que la hizo pasar sufrimientos desmedidos. Pero afortunadamente, vencido por la honradez de Mónica, murió después de recibir el bautismo. Tuvieron tres hijos: dos de ellos no le crearon problemas; pero el tercero, Agustín, fue amor y espina de dolor de su madre por sus devaneos culturales, religiosos y familiares.

Tras no pocas peripecias, un día Agustín, maestro en artes, se marchó de Tagaste a Roma, y dejó a su madre en Tagaste. Ella, que vivía con el corazón del hijo, siguió sus pasos, y acabó dando con él en Milán. Cuando eso sucedía, Agustín había cambiado ya mucho, y se estaba volviendo más reflexivo sobre sí mismo. Entonces Mónica buscó al Pastor de la diócesis, y tuvo la oportunidad de ponerlo en contacto con san Ambrosio. Éste trabajó amablemente con Agustín y éste se convirtió a Cristo. Recibió el bautismo en abril del año 387.

En esas favorables circunstancias, Mónica, cumplida la misión de salvar a su hijo, volviéndolo sinceramente a Cristo, intensificó su profunda entrega a Dios y a la oración, dando gracias y preparando su encuentro con el Padre. Falleció santamente ese mismo año 387.

ORACIÓN:

Señor, Dios nuestro, Tú inspiraste a san Ambrosio estas bellas palabras: ‘¡No puede  perderse un hijo de tantas lágrimas!'; Tú convocaste a Agustín para que retornara de la infidelidad a la gracia; Tú coronaste de gloria a una madre que vivía sólo para Ti y para sus hijos. Te prometemos orar diariamente por el alma de nuestros hijos. Concédenos también a nosotros la gracia del amor, del dolor, de las lágrimas, de la conversión definitiva a Ti. Amén.


sábado, 22 de febrero de 2025

EL EMPERADOR QUE NO CREÍA EN EL PROGRESO


Marco Aurelio abrió los ojos y miró a su alrededor. No estaba en Roma, ni en el limes danubiano, ni en los campos de batalla contra los germanos. Se encontraba en un mundo donde la dignidad de la piedra había sido sustituida por el reluciente vacío del cristal y el metal. Un mundo donde los muros no se construían para sostener la civilización, sino para reflejar su imagen deformada.

En ese momento, su mirada cayó sobre un objeto que le resultó familiar: un libro. Más aún, era su propio libro. Sus Meditaciones, escritas sin intención de ser publicadas, estaban ahora en manos de un hombre moderno, que lo hojeaba con la displicencia de un catador ante un vino que no ha sido embotellado ayer.

—Interesante —dijo el hombre, con una sonrisa que no ocultaba su condescendencia—. Pero es un poco… anticuado.

—¿En qué sentido? —preguntó el emperador con serenidad.

—Bueno, toda esta insistencia en la disciplina, en el autodominio, en la gratitud… Son valores obsoletos. Hoy sabemos que cada uno debe expresarse libremente, sin restricciones ni imposiciones externas.

Marco Aurelio asintió lentamente, como quien escucha a un bárbaro explicar por qué es mejor quemar una ciudad que gobernarla.

—Así que habéis descubierto que la libertad consiste en hacer lo que se quiere.

—Por supuesto —respondió el hombre con aire de autosuficiencia—. Es la base de nuestro tiempo.

—¿Y habéis descubierto también que la justicia consiste en obedecer a quien grita más fuerte?

El hombre frunció el ceño.

—No es eso…

—Entonces, ¿qué habéis descubierto exactamente?

—Que la felicidad no puede depender de restricciones artificiales. Que las normas del pasado no tienen por qué regirnos hoy. Que cada generación debe reinventarse a sí misma.

El emperador se tomó un momento para considerar esta afirmación. Miró a su alrededor y observó a la multitud que pasaba por la calle, apresurada y abstraída, incapaz de ver más allá de sus propios reflejos en las pantallas que llevaban en las manos.

—Habéis cambiado muchas cosas —dijo finalmente—, pero no habéis descubierto nada nuevo. Mis antepasados creían que la virtud se transmitía de generación en generación, como un fuego que se cuida y se aviva. Vosotros, en cambio, creéis que cada generación debe prender su propia hoguera y arrojar en ella todo lo anterior.

—El progreso exige romper con el pasado.

—Entonces habéis convertido la historia en un constante empezar de nuevo, sin aprender jamás. Habéis cambiado la sabiduría de los ancianos por la opinión de la multitud, la razón por la emoción, la virtud por el deseo.

El hombre cruzó los brazos.

—No necesitamos lecciones del pasado.

Marco Aurelio sonrió con una leve melancolía.

—Eso mismo dijeron los bárbaros antes de que Roma cayera.

OMO

viernes, 21 de febrero de 2025

LA CRUZ DEL CATÓLICO


Cargar la cruz cristiana significa morir a los propios deseos y sufrir persecución por causa de la fe hasta el punto de perder -si es necesario- la vida por seguir a Cristo al obedecer la gran misión de ir y hacer discípulos de todas las naciones. (Ver: Mateo 28:16-20).


jueves, 20 de febrero de 2025

EL ÚLTIMO HOMBRE EN PIE


Si alguien hubiera preguntado en el pueblo de San Eustasio quién era Sebastián, las respuestas habrían sido variadas y contradictorias. Para algunos, era un excéntrico, el último rezagado de una época que la modernidad había dejado atrás como una diligencia polvorienta en plena autopista. Para otros, era un sabio, el último ser humano cuerdo en una aldea entregada a la demencia colectiva. Para los niños, era simplemente el abuelo de Magdalena, lo cual era de por sí una credencial de nobleza. Pero lo que nadie negaba —ni siquiera los más convencidos de la Ilustración Iluminada de Última Generación— era que Sebastián era un hombre peligroso.

No porque portara armas ni liderara revueltas. No porque tuviera en su casa libros prohibidos o hubiera incendiado algún símbolo de progreso certificado por la ONU. No. Sebastián era peligroso porque creía en la Verdad. Y no sólo creía en ella, sino que la defendía con la peor de las armas: el sentido común.

I. El Héroe y el Mito del Progreso

San Eustasio no siempre había sido una cárcel de pantallas luminosas y pensamientos oscuros. Hubo un tiempo en que los niños corrían por las calles sin temor a ser atropellados por un auto sin conductor y sin dueño. Hubo un tiempo en que los hombres se quitaban el sombrero ante una dama y los jóvenes aspiraban a ser caballeros en lugar de influencers. Pero ahora la única reverencia que se hacía era ante el Estado, y la única vocación noble era la de obedecer sin preguntar.

Sebastián recordaba. Y eso era imperdonable.

Veía cómo la gente se entregaba, con el fervor de una procesión pagana, a las últimas novedades en pensamiento obligatorio. Veía cómo en los templos del consumo se anunciaban verdades en oferta, con un 20% de descuento si las comprabas antes del fin de la semana. Veía cómo los intelectuales hablaban sin cesar de la libertad mientras prohibían toda forma de disentir. Y sobre todo, veía cómo el mundo que una vez creyó en santos y mártires ahora creía en máquinas y estadísticas.

Y mientras todos celebraban los avances de la humanidad con la euforia con que un hombre enloquecido celebraría haber cortado la cuerda que lo mantenía suspendido en el abismo, Sebastián se mantenía en pie, con su chaleco gastado y su mirada imperturbable, como un caballero que se ha quedado a defender un castillo en ruinas porque sabe que dentro de esas ruinas está la única bandera que aún vale la pena salvar.

II. Magdalena y la Última Resistencia

Magdalena, su nieta, tenía algo en ella que la hacía diferente de los otros niños. Quizás era la manera en que escuchaba las historias de su abuelo sin el escepticismo impaciente de los modernos. O quizás era la manera en que miraba las estrellas como si supiera que alguien las había encendido a propósito.

Una tarde, Magdalena regresó de la escuela con el ceño fruncido.

—Abuelo, ¿es cierto que la familia es una construcción social?

—Por supuesto —respondió Sebastián, inclinándose para encender su pipa—. Como el sol. O el mar. O el amor. Todo es una construcción, si tienes la paciencia de negarlo el tiempo suficiente.

Magdalena frunció aún más el ceño.

—Pero dicen que la familia tradicional ya no es necesaria.

Sebastián rió con ganas.

—Ah, claro. Como tampoco son necesarias las raíces para los árboles. Y si eres un progresista moderno, tampoco es necesario el suelo.

—Dicen que podemos inventar nuevas formas de familia…

—Por supuesto —dijo el anciano, entusiasmado—. Yo mismo tengo en mente una magnífica innovación: una familia donde un hombre se case con una mujer, tengan hijos y vivan juntos, queriéndose, hasta la muerte.

Magdalena se tapó la boca para reír.

—Abuelo, ¡eso es lo de siempre!

—Exactamente. Y por eso funciona.

III. La Inspección del Estado

No pasó mucho tiempo antes de que alguien denunciara a Sebastián por “adoctrinamiento nocivo”. Una mañana, mientras preparaba café en una cafetera que probablemente tenía más historia que la mitad de los edificios del pueblo, llamaron a la puerta.

Era un hombre de traje impecable, con el tipo de expresión que sólo puede tener alguien que ha sido completamente vaciado de alma y rellenado con políticas gubernamentales.

—Señor Sebastián —dijo con una sonrisa que parecía impresa en su rostro—, venimos a hablar sobre el bienestar de su nieta.

—¿Tiene algún problema de salud? —preguntó Sebastián, sirviendo café con una calma insultante.

—No, no. Pero hemos recibido informes de que usted le está enseñando… valores anticuados.

—Por supuesto —asintió Sebastián—. También le enseño matemáticas.

El inspector lo miró, desconcertado.

—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

—Oh, es muy simple —respondió Sebastián—. Si dejo que aprenda matemáticas modernas, pronto pensará que dos más dos son cinco, o seis, o cualquier número que le parezca bien en el momento. Y si dejo que aprenda moral moderna, pronto pensará que la verdad es relativa y que la familia es opcional. Pero resulta que ni los números ni las familias funcionan así.

El inspector se aclaró la garganta.

—Nos preocupa que Magdalena no esté recibiendo una educación basada en la inclusión y la diversidad.

Sebastián asintió gravemente.

—Por supuesto. Nada me parecería más preocupante que la idea de que ella deba pensar exactamente lo mismo que todos los demás.

El inspector comenzó a perder la paciencia.

—Señor Sebastián, la educación moderna se basa en la libertad de pensamiento.

—Maravilloso —dijo Sebastián—. Entonces es libre de pensar como yo.

El inspector se levantó, ofendido.

—Esto no ha terminado.

—Nada de lo que es verdadero termina —respondió Sebastián, encendiendo su pipa.

IV. El Último Hombre en Pie

Sebastián fue arrestado poco después. La acusación era vaga, pero el veredicto era claro: era culpable de existir de manera incorrecta.

Magdalena, sin embargo, no lloró. Sabía lo que su abuelo le había enseñado: que el mundo moderno era una gran broma, y que sólo los verdaderamente libres podían reírse de ella. Sabía que la verdad no muere en las prisiones, y que la historia está repleta de hombres que fueron arrojados a mazmorras por decir cosas que, cincuenta años después, serían inscriptas en mármol.

Y así, mientras la maquinaria del progreso seguía avanzando como un tren sin conductor, Magdalena recogió la antorcha de su abuelo. Y cuando la historia de su abuelo se contaba en susurros entre los que aún creían en cosas tan escandalosas como Dios, la verdad y la belleza, ella sonreía y decía:

—El último hombre en pie nunca está solo.

Y entonces encendía una vela. Porque siempre habrá luz mientras alguien la encienda.

OMO

miércoles, 19 de febrero de 2025

LA GRAN DEVOCIÓN

 

"Ya falta poco para irme al cielo. Tú quedas aquí para decir que Dios quiere establecer en el mundo la Devoción al Inmaculado Corazón de María. Cuando vayas a decirlo, no te escondas. Dí a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Corazón de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón de María, que Dios la confió a Ella. Si yo pudiese meter en el corazón de toda la gente la luz que tengo aquí dentro del pecho, que me está abrasando y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María..."

Palabras de Santa Jacinta Marto a su prima Lucía, ambas tuvieron el privilegio junto a San Francisco Marto de contemplar a la Santísima Virgen María en Cova da Iría.


martes, 18 de febrero de 2025

LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO CONDENA LA EXPOSICIÓN BLASFEMA EN INSTALACIONES DE LA UNAM



 

La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM)  la dizque exposición "artística" presentada en la Academia de San Carlos, en Ciudad de México, por ser ofensiva para la fe católica.

Por medio de un comunicado, los obispos señalaron que el arte debe ser un vehículo de encuentro y diálogo, y no una herramienta de burla o desprecio hacia las creencias de religiosas: “Nos duele y preocupa cuando el arte se utiliza para herir la sensibilidad y los símbolos sagrados... pues esto no construye puentes sino que profundiza las divisiones en nuestra sociedad”.

En su comunicado, los obispos mexicanos hacen un llamado a la reflexión sobre el verdadero poder transformador del arte.

La CEM haciendo referencia a la exposición blasfema señala que, “apelando a la libertad de expresión, usan la burla, el desprecio y la intolerancia hacia otros otros miembros de la comunidad”.

Los obispos denuncian que la exposición blasfema en la Antigua Academia San Carlos de la CDMX, perteneciente a la Universidad Autónoma de México “queda a deber mucho a la sociedad, pues el arte es novedad que busca construir el encuentro y alimentar la esperanza”.

“El auténtico arte no necesita profanar lo sagrado para ser provocador, su mayor provocación debe ser la apelación a lo más auténtico del ser humano, su dignidad, su trascendencia y su capacidad de construir un mundo mejor”, enfatizaron los obispos mexicanos.

__________________

El día de ayer otros grupos católicos fueron a una nueva manifestación de desagravio en la Antigua Academia San Carlos. Algunos de ellos fueron arbitrariamente encerrados dentro de las instalaciones, ilegalmente privados momentáneamente de su libertad y fotografiadas y archivadas sus identificaciones personales. Finalmente se impusieron con rezos, cantos religiosos y vivas a Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe, sumándose a los demás manifestantes que afuera coreaban fuertemente los rezos y consignas católicas.

lunes, 17 de febrero de 2025

LA ROSA Y EL FUEGO


Sofía caminaba con prisa, como siempre. Tacones altos, un bolso de marca colgando de su muñeca y un café en la otra mano. No estaba segura de adónde iba, pero tampoco le importaba. Últimamente, su vida transcurría en una inercia cómoda: moda, redes, fiestas, música. Todo parecía diseñado para ser visto, para ser compartido. Era hermosa, y lo sabía. Pero en los últimos meses, una sensación incómoda crecía en su interior, como un murmullo que no podía acallar.

El mundo entero la aplaudía, pero algo dentro de ella se sentía vacío.

Aquel día, decidió desviarse por un parque solitario, con árboles centenarios que parecían susurrar historias del pasado. Entonces la vio.

Sentada en un banco de piedra, una anciana giraba entre sus dedos una rosa marchita. Sus manos estaban arrugadas, pero en su porte había algo sereno, algo inquebrantable. Sofía no pudo evitar detenerse.

—Es hermosa, ¿verdad? —dijo la anciana sin apartar la vista de la flor.

Sofía asintió, aunque en realidad la rosa parecía a punto de deshacerse.

—Hace días que fue cortada, pero su perfume sigue aquí —continuó la anciana—. No tiene la frescura de ayer, pero aún entrega su esencia.

Sofía frunció el ceño.

—¿Y qué pasará cuando ya no huela?

La anciana la miró con sus ojos claros, tan profundos que Sofía sintió un vértigo extraño.

—Se volverá polvo. Como todas las cosas que se quedan en lo superficial.

Sofía sintió un escalofrío.

—No entiendo…

La anciana sonrió con ternura, pero su mirada era firme.

—Hoy, la belleza se ha vuelto un disfraz, un engaño. Nos han convencido de que ser bellas es atraer miradas, pero no nos dijeron que el cuerpo es solo un envoltorio. Nos entrenaron para mostrarnos, pero no para ser. Nos hicieron creer que valemos por lo que revelamos, pero jamás por lo que ocultamos.

Sofía sintió un nudo en la garganta.

—¿Y qué tiene de malo la belleza? —preguntó, con un tono más defensivo del que pretendía.

—Nada —respondió la anciana—. Lo malo es cuando la belleza se vacía de significado. Cuando la usas como un anzuelo y no como un don. Cuando el vestido no realza la dignidad, sino que la destruye. Cuando una mujer deja de ser un misterio para convertirse en un escaparate.

Sofía sintió que el suelo se volvía inestable bajo sus pies.

—Las mujeres hoy son como rosas de plástico —continuó la anciana—. Se ven perfectas, pero no tienen perfume. No mueren, pero tampoco viven. No duelen, pero tampoco aman. Han cambiado el fuego por el artificio, la esencia por la imagen.

—Pero… ¿no es importante sentirse bien con una misma? —insistió Sofía, buscando un resquicio para su propia defensa.

La anciana inclinó la cabeza con dulzura.

—Sí, pero dime, ¿sentirse bien es lo mismo que ser libre?

Sofía abrió la boca, pero no supo qué responder.

—Hoy te dicen que eres libre si puedes hacer lo que quieras con tu cuerpo —continuó la anciana—. Pero la verdadera libertad no es seguir deseos que otros han sembrado en ti. Es elegir el bien, aunque nadie lo haga. Es saber que eres más que un vestido, más que un like, más que un cuerpo bien formado.

—Pero si me visto bonita, ¿qué daño hay en eso? —insistió Sofía.

La anciana sonrió con dulzura.

—Nada, hija. Dios mismo viste de hermosura los lirios del campo. Pero fíjate: su belleza no es forzada, ni fingida, ni provoca en otros deseos desordenados. Crecen con dignidad, con gracia. La verdadera belleza atrae el alma, no solo los ojos. ¿Te has preguntado si lo que llevas puesto lleva a alguien a mirar más allá de tu cuerpo?

Sofía bajó la vista, inquieta.

—Pero… la moda cambia —susurró, más para sí misma que para la anciana.

—Y la verdad no —respondió la anciana con firmeza—. ¿Sabes por qué el mundo insiste tanto en desnudar a la mujer? Porque la desnudez no es solo física, es espiritual. Cuanto más se exhibe el cuerpo, menos se valora el alma. Cuanto más se muestra, menos se protege. Y cuanto menos se protege, más fácil es que la traten como un objeto de usar y tirar.

El aire se volvió denso.

—Hemos olvidado que el cuerpo es un templo —continuó la anciana—. Y en el templo no se entra de cualquier manera, ni se permite que cualquiera entre a profanarlo. Una mujer que se viste con dignidad se respeta, y quien se respeta, enseña a los demás a respetarla.

Sofía sintió la urgencia de replicar, de justificar la moda, de hablar de la libertad. Pero una parte de ella sabía que no tenía respuesta.

—¿Y qué significa arder? —preguntó finalmente, con la voz más débil de lo que esperaba.

—Arder significa no temerle a la verdad. Significa que tu belleza no sea un señuelo, sino un reflejo de lo que eres por dentro. Que en vez de atraer miradas, ilumines almas. Que seas una mujer que inspira a otros a mirar hacia arriba, no hacia abajo.

Sofía miró su reflejo en la pantalla de su celular apagado. Su ropa ajustada, su pose ensayada, sus labios perfectamente delineados. Por primera vez en años, sintió que aquello no la representaba.

La anciana extendió la rosa marchita. Sofía la tomó entre sus manos. Suavemente, acercó la flor a su nariz y aspiró su aroma. Todavía olía a algo.

—Las rosas no nacen para adornar escaparates —susurró la anciana—. Nacen para ser jardín, para ser fragancia, para ser fuego.

Sofía levantó la vista, pero la anciana ya no estaba.

Solo quedaba la rosa.

OMO

sábado, 15 de febrero de 2025

CATÓLICOS PROTESTAN FRENTE A LA EXPOSICIÓN BLASFEMA


  Posteriormente a lo acontecido con el señor de la tercera edad que fue violentamente expulsado de la exposición blasfema solo por estar rezando hincado dentro del recinto de la misma (ver nuestro post de ayer), un numeroso grupo de católicos protestó ayer, horas más tarde, contra la exposición rezando el rosario a las afueras de la Antigua Academia Nacional de San Carlos de la CDMX, dependiente de la UNAM.

Los manifestantes acusaron a la exposición como evidente “cristianofobia” y señalaron que “la blasfemia no es arte”. Lamentaron que una persona de la tercera edad haya sido expulsada violentamente horas antes "violando sus derechos más elementales" y exponiendo la integridad física de una persona septuagenaria que "fue aventada a la calle sin ninguna consideración a su edad". Asimismo hicieron la observación de que resulta inconcebible que con recursos públicos se financien estas burlas y ofensas contra la fe de un pueblo que es mayoritariamente católico, usando los impuestos que paga no para su beneficio sino para burlarse de sus creencias religiosas.

Con mantas condenando la cristianofobia, imágenes del Inmaculado Corazón de María y esculturas de la Virgen de Fátima elevaron preces y cantos religiosos en desagravio por las blasfemias expuestas.

Ante los sucesos, la UNAM cerró temporalmente la blasfema exposición, sin indicar si será reabierta.



viernes, 14 de febrero de 2025

LA INTOLERANCIA DE LOS "TOLERANTES"

 


Nota: Si no abre el vídeo, favor de verlo aquí: 

https://www.facebook.com/share/v/15dLtunpJq/

Católico que pacíficamente rezaba hincado como desagravio a una exposición blasfema que se presenta en instalaciones de la UNAM, en la Ciudad de México, pide cinco minutos para terminar sus oraciones, pero es violentamente desalojado sin oponer resistencia mientras grita vivas a Cristo Rey, a la Virgen de Guadalupe y denuncia a esa exposición como contraria a la fe del pueblo mexicano.

Es cargado violentamente contra su voluntad y es arrojado al suelo de la calle.

Se habla de "libertad" y se pide "tolerancia" para la blasfemia, pero un sencillo fiel que rezaba pacíficamente al sentir heridas sus creencias no puede ser tolerado solo durante cinco minutos.

Aplican la ley del embudo en esto de la tolerancia y la libertad. Parece que solo el mal tuviera "derechos".

Nota: Agradecemos al lector que nos envió este video.

jueves, 13 de febrero de 2025

ORACIÓN A LA INMACULADA


Oh María Inmaculada, soberana Reina de los cielos y la tierra, y nuestra bondadosa Abogada, te suplicamos dígnate interceder por nosotros. Ruega a Dios que envíe a San Miguel y todos los santos Ángeles alejar a todos los obstáculos que se oponen al reinado del Sagrado Corazón de Jesús en las almas, nuestras familias, nuestro país y el mundo entero.

Y tú, San Miguel, príncipe de la celestial milicia, te suplicamos de todo corazón que vengas a nuestro auxilio. Defiéndenos contra los ataques de satanás; y por el poder que Dios te confirió, después de asegurar la victoria de la Iglesia en este mundo, guía nuestras almas hacia las eternas moradas. Amén.

¡Sagrado Corazón de Jesús, venga a nos el tu Reino!

 San Pío X otorgó, mediante rescripto del 29 de Junio de 1906, a esta oración 300 días de Indulgencia.

miércoles, 12 de febrero de 2025

SOY TRIGO DE DIOS: EL MARTIRIO COMO TRANSFIGURACIÓN EN CRISTO

En la aurora de la cristiandad, cuando la sangre de los justos marcaba con su carmín las arenas del circo, surgieron voces que no clamaban por piedad, sino por consumación. Eran los mártires, testigos en el sentido más alto de la palabra, cuyas almas, encendidas en la llama del amor divino, anhelaban su tránsito como el ciervo anhela las aguas vivas. Entre ellos brilla con luz singular San Ignacio de Antioquía, quien, al presentir la cercanía de su sacrificio, pronunció palabras que resuenan como un eco de la eternidad:

“Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras para llegar a ser pan puro de Cristo.”

¿Qué es este grito sino la expresión suprema de la fe llevada a su cumbre? No es lamento, ni resignación, ni simple valentía natural; es la voz de un alma que ha comprendido el misterio más profundo del cristianismo: morir en Cristo es renacer en gloria, ser triturado es ser transformado, desaparecer en la oblación es encontrar la plenitud del ser.

El martirio es la más alta configuración con el Redentor; es la expresión última y perfecta del amor. El mundo lo ve como derrota, pero la Iglesia lo canta como triunfo; los verdugos creen que destruyen, pero sólo purifican; la muerte parece devorar al justo, pero en verdad lo exalta.

1. Trigo de Dios: el martirio como sacrificio eucarístico

San Ignacio no se limita a aceptar el martirio: lo desea, lo abraza, lo ruega. No como quien desespera de la vida, sino como quien ha comprendido que el verdadero sentido de la existencia no está en conservarla, sino en ofrecerla. Su metáfora del trigo encierra un simbolismo sublime: el mártir no es un condenado, es un pan en preparación; no es una víctima inerme, sino un holocausto voluntario.

La Escritura nos da la clave para interpretar este misterio:

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.” (Juan 12, 24)

La Iglesia ha entendido siempre que en la oblación del mártir se prolonga el sacrificio de Cristo. La Eucaristía es el centro del cristianismo porque es el memorial vivo del sacrificio del Calvario; pero el martirio es su actualización en la carne de los santos. De ahí que la Iglesia primitiva celebrara la Misa sobre las tumbas de los mártires: en ellos se hacía visible lo que en el altar se realizaba místicamente.

San Ignacio lo comprende con toda la lucidez de un alma inflamada por Dios: su muerte no es aniquilación, sino transfiguración. Como el trigo es triturado para convertirse en pan, así él será triturado para convertirse en oblación perfecta. No se aferra a la vida, porque su corazón late con la certeza de que muriendo con Cristo se puede reinar con Él.

2. El martirio: la unión total con Cristo

El mundo no entiende el martirio. Para la mentalidad terrenal, la muerte es siempre un mal, un fracaso, una pérdida irreparable. Pero Cristo ha dado un giro absoluto a esta visión:

“Quien pierda su vida por mí, la hallará.” (Mateo 16, 25)

San Ignacio es un alma totalmente poseída por esta verdad. No teme a las fieras, no se resiste al suplicio, no busca caminos de evasión. Al contrario, su única inquietud es que los fieles de Roma, movidos por la compasión humana, intercedan para librarlo. Por eso les escribe con vehemencia:

“Dejadme ser imitador de la Pasión de mi Dios.” (Carta a los Romanos, 6)

Aquí está el núcleo del martirio cristiano: no es una simple muerte heroica, sino una identificación plena con Cristo crucificado. Santo Tomás de Aquino explica que el martirio es la forma más alta de la caridad, porque en él el hombre entrega su vida por amor a Dios (Suma Teológica, II-II, q. 124, a. 3).

Y es que el mártir no sólo imita a Cristo: en él se cumple el misterio de la Cruz. Como enseña San Pablo:

“Con Cristo estoy crucificado; y no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí.” (Gálatas 2, 20)

Por eso San Ignacio no teme, no se lamenta, no retrocede. Su carne será despedazada, pero su alma se unirá irrevocablemente al Amado.

3. El martirio como semilla fecunda

Roma creía que exterminaba a los cristianos al entregarlos a la espada y a la hoguera, pero en verdad los multiplicaba. En el martirio se revelaba con potencia el misterio del cristianismo: la muerte no vence, la Cruz no destruye, la sangre no apaga la fe, sino que la enciende más. 

La sangre de los mártires es semilla de cristianos.

San Ignacio no fue derrotado en el circo romano: fue coronado en la eternidad. No fue devorado por las bestias: fue absorbido por la gloria. Su martirio no fue el fin de su misión: fue su cumplimiento más alto.

Las fieras han pasado, los emperadores han caído, los coliseos son ruinas, pero la fe que él confesó con su sangre sigue viva. Su grito sigue resonando en la Iglesia:

“Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras para llegar a ser pan puro de Cristo.”

Que su testimonio nos inflame con el ardor de los mártires. Que su ejemplo nos inspire a vivir con radicalidad nuestra fe. Que su voz nos recuerde que sólo en Cristo se encuentra la verdadera vida.

OMO


Bibliografía

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos.

Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 124, a. 3.

La Sagrada Escritura (versión Vulgata y traducciones tradicionales).


martes, 11 de febrero de 2025

NO ME DESAMPARES, MADRE


No me desampare tu amparo,

No me falte tu piedad.

No me olvide tu memoria.

Si tú, Señora, me dejas, ¿quién me sostendrá?

Si tú, me olvidas, ¿quién se acordará de mí?

Si tú, que eres estrella de la mar y guía de los errados, no me alumbras, ¿dónde iré a parar?

No me dejes tentar del enemigo,

Y si me tentare, no me dejes caer.

Y si yo cayere, ayúdame a levantar.

¿Quién te llamó, Señora, que no le oyeses?

¿Quién te pidió, que no le otorgases?


FRAY LUIS DE GRANADA.

_____________________________________

INVOCACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES.

1– ¡Oh! Querida Virgen de Lourdes, cómo un pobre peregrino, me postro delante de Ti, anegada mi alma en llanto y dolor. Recibe mi plegaria y mis lágrimas. 

AVE MARÍA.

2– ¡Oh! Querida Virgen de Lourdes, mi alma está triste, se halla pobre y desamparada. Ayuda, sostiene y consuela a quien te ama y ruega. 

AVE MARÍA. 

3– ¡Oh! Querida Virgen de Lourdes, en mi corazón nace la esperanza de que en verdad me oirás. Espero, espero, pues, la gracia. Madre mía, siempre te amaré. 

AVE MARÍA.

lunes, 10 de febrero de 2025

MURIÓ GRITANDO: ¡VIVA CRISTO REY!


José Sánchez del Río, dio su vida el 10 de febrero de 1928.

Dios se valió de un pequeño muchacho para manifestar su grandeza. Tenía casi 15 años de edad. El deseo ardiente de santidad y de fidelidad a Cristo hasta el martirio prendieron en su corazón desde su más tierna edad. La gracia divina actuó sirviéndose también de una naturaleza, de un carácter claramente fuerte y decidido. Se nota en José esa unión exquisita entre la naturaleza y la gracia. Se puede decir que a pesar de su adolescencia, se encontró con el misterio de Cristo y quedó arrebatado y fascinado por Él. Se había unido a la lucha con los cristeros y cuando el caballo del general Guízar cayó muerto en la refriega del combate, le cedió su caballo diciéndole que era importante que él salvara la vida.

Capturado y atormentado para que declinara de su fe, se mantuvo firme. Ya cuando iba a ser ejecutado, le permitieron escribir una carta a su madre y en sus palabras denotan una visión trascendental de su muerte y por ello la consuela: ‘Yo muero muy contento porque muero en la raya, al lado de nuestro Señor. No te apures por mi muerte, qué es lo que me mortifica; antes diles a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del mas chico’.

sábado, 8 de febrero de 2025

LA ÚLTIMA CAMPANA


NADIE NOTÓ EL SILENCIO

Nadie notó el momento exacto en que las campanas enmudecieron.

Al principio, fue algo discreto. Se hablaba de seguridad, de protocolos, de evitar riesgos innecesarios. No era momento para sentimentalismos. Luego, cuando alguien preguntó por qué las iglesias seguían cerradas mientras los centros comerciales abrían, la respuesta fue simple: la fe podía practicarse en casa.

La fe, decían, era asunto privado.

Las campanas no eran necesarias.

EL DIÁLOGO ENTRE EL SACERDOTE Y EL SACRISTÁN

El padre Esteban caminaba lentamente por la nave vacía de la iglesia. Cada paso resonaba en la piedra como un eco lejano de tiempos mejores.

Martín, el sacristán, estaba sentado en un banco al fondo, mirando el suelo. No había misa. No había velas encendidas. Solo la oscura soledad de un templo que, sin su pueblo, parecía más muerto que vivo.

—¿Cuánto tiempo más cree que durará esto, padre? —preguntó, sin levantar la vista.

El sacerdote suspiró y se apoyó en el respaldo de un banco.

—El tiempo no es el problema, Martín. El problema es lo que se ha perdido en este tiempo.

El sacristán alzó la cabeza.

—¿Y qué se ha perdido? La gente sigue viva. Siguen adelante.

—¿Siguen adelante? —El sacerdote sonrió con tristeza—. Sí, siguen adelante… pero sin Dios. Y peor aún, sin esperanza.

Martín frunció el ceño.

—¿Esperanza?

—Mira a tu alrededor. Han cerrado las iglesias, han prohibido los sacramentos, y la gente ha aceptado todo sin protestar. ¿Por qué? Porque han aprendido a temer más a la muerte que a la ausencia de Dios.

Martín asintió en silencio.

—Antes, cuando alguien moría —continuó el sacerdote—, se preparaban con los sacramentos. Se buscaba la confesión, la extremaunción, la Misa de difuntos. Sabían que la muerte no era el fin, sino el comienzo. Pero ahora…

—Ahora la ven como la peor tragedia posible —terminó Martín.

—Exactamente. Y ese miedo los ha vuelto dóciles. Controlables.

Martín se pasó una mano por el rostro.

—Recuerdo cuando mi abuela nos contaba sobre los mártires. Sobre San Ignacio de Antioquía, que iba al martirio con gozo y escribió: “Es hermoso morir para el mundo y vivir para Dios.” Ahora, la gente haría cualquier cosa por evitar la muerte.

—Porque ya no creen en la vida eterna —asintió el sacerdote—. Y cuando un pueblo deja de creer en la vida eterna, la muerte se convierte en su tirano.

Martín se quedó en silencio un momento.

—¿Y qué podemos hacer, padre? No podemos obligarlos a creer.

El sacerdote lo miró fijamente.

—No, pero podemos recordarles lo que han olvidado.

—¿Cómo?

El padre Esteban sonrió y señaló el campanario.

—Las campanas siempre han llamado a la batalla. Y esta es la mayor batalla de todas.

Martín abrió los ojos con sorpresa.

—Pero… si hacemos sonar la campana, la gente nos mirará como locos.

—O tal vez como despertadores. ¿Recuerdas lo que decía Santa Teresa de Ávila? “Muero porque no muero.” Esa es la actitud cristiana ante la muerte. No debemos temerla, sino anhelar la unión con Dios. Y es momento de que todos lo recuerden.

Martín miró la cuerda de la campana.

—¿Está seguro?

—Lo estoy. La muerte no es el fin. Pero el miedo a la muerte sí puede serlo.

LA CAMPANA QUE DESPERTÓ LA NOCHE

Esa noche, la ciudad dormía bajo el peso de su propia resignación.

Nadie caminaba por las calles. Nadie miraba las iglesias vacías.

Pero Martín subió los escalones de la torre con pasos firmes.

Arriba, el viento golpeaba la piedra fría. Frente a él, la cuerda de la campana colgaba, inmóvil, como si hubiera sido olvidada.

Sabía que lo que estaba a punto de hacer tendría consecuencias. Sabía que algunos se enfurecerían. Que otros se asustarían.

Sabía que una campana podía ser más peligrosa que un discurso.

Porque recordaría a la gente lo que habían olvidado.

Martín cerró los ojos.

Y tiró de la cuerda.

EL SONIDO QUE LO CAMBIÓ TODO

El tañido rasgó la noche.

No fue un sonido cualquiera. Fue un eco profundo, primitivo, como si el tiempo hubiera retrocedido siglos.

En las casas, los ancianos alzaron la cabeza.

En los departamentos, los niños preguntaron qué era ese sonido.

En la ciudad dormida, el eco de la campana rompió la inercia del miedo.

El padre Esteban sonrió.

—Hemos vuelto.

Y entonces, sucedió algo inesperado.

A lo lejos, otra campana comenzó a sonar.

Luego otra.

Y otra.

En distintos rincones de la ciudad, los campanarios que habían estado en silencio durante meses despertaban uno a uno.

Los párrocos, los sacristanes, los fieles que aún se atrevían a creer, todos comprendieron en ese instante que la batalla no había terminado.

Las campanas resonaban en la noche, llamando no solo a la oración, sino al despertar de un pueblo que se había dejado adormecer en el miedo.

Al otro día, cuando intentaron silenciarlos, ya era tarde.

Las campanas habían sonado.

Y la fe, que había sido enterrada bajo el miedo, había despertado de nuevo.

OMO

jueves, 6 de febrero de 2025

JESÚS CAUTIVO, JESÚS ENCARCELADO POR AMOR EN EL SAGRARIO


Miradle a través de esa reja, tras los muros del tabernáculo, está Jesús prisionero, vencido por su propio Corazón...Así, hace veinte siglos, el Jueves Santo, por la noche, se dejó conducir maniatado, del huerto de la agonía, a la prisión en que le arrojó el inicuo juez...Y esa noche afrentosa, horrenda en soledad y desamparo del Maestro, y lejos, muy lejos de todos los que Él amaba, se prolongaba en todos los Sagrarios de la tierra...

La blasfemia, la negación, la indiferencia, la impureza, la soberbia, el sacrilegio...todo ese clamoreo deicida, todo ese torrente de fango y de ignominia tiene el triste privilegio de llegar hasta sus plantas, de subir hasta su rostro y profanarlo como el beso del traidor...¡Y Jesucristo no se va!...¡Es el Cautivo del amor, su Corazón le ha traicionado! ¡Está ahí, envuelto en el ultraje humano...; está ahí, sentado en el banquillo de reos...; tiene un gran delito: haber amado con pasión de Dios, al hombre!...¡Vedlo, así le paga éste...con olvido y soledad!...

Extracto del libro "Hora Santa" del R. Padre Mateo Crawley- Boevey.

lunes, 3 de febrero de 2025

VOY CONTIGO A DESCLAVARLE


 
VOY CONTIGO A DESCLAVARLE


Se rajó la entraña oscura

del templo, la piedra herida,

y un luto de cal y sombras

se abrazó a la colina.


Brama el viento en los olivos,

se parte el alba en ceniza,

y un quejido de campanas

se ahoga en la lejanía.


La sangre baja despacio,

es un río que vacila,

como si dudara el mundo

en dejarle sin vida.


Pero no duda: yo he sido.

Yo fui el martillo y la espina,

fui la mano que alzó el látigo,

fui el golpe, fui la saliva.

Yo fui el miedo de los míos,

la traición de aquel que huía,

fui la espalda que no quiso

darle un hombro en su agonía.


—Voy contigo a desclavarle,

Madre mía, Dolorida,

pero ¿cómo desclavarlo

si fui yo quien lo hería?


Si en mis manos tengo el hierro

que abrió llagas infinitas,

si mis labios, como aquellos,

también niegan su justicia.


Voy contigo, pero el peso

de mis culpas me marchita,

y aunque arranque de su carne

los clavos y las espinas,

seguiré llevando dentro

la mano que le afligía.


—Déjame llorar, María,

déjame besar su herida,

pues aunque quite los clavos,

fui yo quien se los ponía.


Presente lo tenéis todos:

el más puro, el más herido,

el que en su frente llevaba

la flor más roja y más triste.


Rostro hundido, boca seca,

ojos llenos de raíles

por donde escapan sus lágrimas

como niños infelices.


Y el pueblo, ciego y desnudo,

escupe y calla, maldice.

¡Ay, si supieran quién era!

¡Ay, si supieran…!


Pero es tarde. Y tú, Madre,

con los ojos arrasados de llanto,

con las manos vacías de carne,

con el alma tendida entre espinas,

sigues firme, sigues madre, sigues sola.


Y yo, que le puse el peso,

que empujé el madero,

que abrí con mis culpas sus grietas y llagas,

debo ir también,

debo arrodillarme donde caiga tu sombra,

debo ser el último en verle,

el último en tocar su sangre,

el último en dejar la culpa

en la piedra que le ahoga.


Voy contigo a desclavarle,

a soltarle las heridas,

a arrancarle con mis manos

lo que hicieron mis espinas.

A bajarle, Madre Santa,

y al bajarle, ser herida,

que se clave en mí su muerte

hasta el fondo de mi vida.