martes, 25 de mayo de 2010

EL VALOR DEL TIEMPO




Introducción

Es útil meditar a cerca de la importancia del tiempo. Es en el tiempo que todos los santos se han santificado y preparado para su salvación. Es en el tiempo que todos los condenados tomaron el camino de la perdición eterna. El tiempo es un gran tesoro que Dios nos da para adquirir las riquezas eternas. Al momento de la muerte, cuando el alma se separa del cuerpo, se acaba el tiempo; ahora es la eternidad. Eternidad feliz para el alma que se encontraba en estado de gracia al momento de la muerte y eternidad miserable para el alma que estaba en pecado mortal. Dios nos da el tiempo para conocerlo mejor, amarlo más y preparar con su ayuda nuestra vida eterna.

¡Cuántos cristianos se dan cuenta en el lecho de la muerte de que han pasado su vida en la tierra sin haber atesorado nada para el cielo! No han trabajado ni de acuerdo a Dios ni por Dios. Han pasado su tiempo en cosas vanas que van a dejar sobre la tierra. Para evitar este tremendo dolor en la hora de la muerte, la lectura cotidiana de la vida de los santos es de sumo provecho y será de grande consuelo en el momento supremo en que nos encontremos ante la puerta de la eternidad.

Para utilizar el tiempo según Dios consideremos dos cosas:

1) El valor del tiempo
2) El buen empleo que de él debemos hacer.

El valor del tiempo

San Bernardo decía: “No hay nada tan precioso como el tiempo y no hay nada tan menospreciado”. Cada momento utilizado de acuerdo a Dios, si estamos en estado de gracia, puede merecernos tesoros de gloria y alegrías eternas. El tiempo es precioso porque es durante esta vida que Nuestro Señor nos aplica los méritos de su muerte y pasión para rescatarnos y santificarnos. El tiempo es la moneda del cielo. Cada momento vale una eternidad. Por ejemplo, un pecador que recibe la absolución un minuto antes de entregar su alma, se salva, mientras que otro, que no alcanza el perdón se condena para siempre. Y tú y yo ¿Cuándo tendremos que entregar nuestra alma? No lo sabemos. Dios sólo conoce la hora de nuestra muerte. Lo que nosotros tenemos que hacer es estar listos y velar según manda Nuestro Señor (Mateo 24, 42-44). El que ha pasado meses y, aún peor, años viviendo en pecado, debe despertarse. Es como un hombre borracho, embriagado bajo el efecto del pecado. En cualquier momento puede ser precipitado en el abismo del infierno. Estar en pecado mortal es estar al borde del infierno eterno.

¿Para qué nos da el tiempo Dios?

Dios nos da el tiempo:

1. No para amontonar riquezas, que dejaremos en esta tierra y que pueden ser causa de faltas que provoquen nuestra perdición eterna.

2. No para gozar de las criaturas, como los paganos, poniendo en ellas toda nuestra esperanza y corazón.

3. No para divertirnos, como unos materialistas epicúreos, que piensan que su vida se acaba en esta tierra como la de cualquier animal.

4. No para estar de ociosos. Es imposible recuperar los momentos perdidos. Es imposible ser ocioso y evitar el pecado. Dios mismo nos dice: “La ociosidad es maestra de muchos vicios” (Ecl. 33,29).

5. Dios nos da el tiempo para hacer penitencia de nuestros pecados pasados y reparar el mal y los escándalos que hayamos hecho. Nuestros pecados han pasado, decimos, han pasado ciertamente para nosotros, pero no para Dios, que nos pedirá cuentas de cada uno de ellos si no hacemos penitencia.

6. Dios nos da el tiempo para pedir y recibir el perdón; para adquirir la gracia que santifica a nuestra alma haciéndola hija de Dios.

7. Dios nos da el tiempo para merecer la gloria eterna con la ayuda de su gracia, obrando el bien, evitando el mal y recibiendo los santos sacramentos con frecuencia.

San Bernardo dice: “Ninguno de vosotros estime en poco el tiempo transcurrido en conversaciones ociosas, porque vale bien la pena que tengamos cuenta de él, pues se nos da para emplearlo en el negocio de la salvación de nuestra alma. Así como la palabra, una vez lanzada al aire es irrevocable, así también el tiempo, una vez transcurrido, es ya irreductible, sin que el insensato advierta lo que ha perdido” (Sermones varios, 17,3).

El tiempo es breve y no está en nuestro poder. El pasado, como un río se fue, y ya no nos pertenece. El futuro, lo esperamos pero no existe todavía y puede faltarnos. ¡Cuántos jóvenes pensaban vivir muchos años y murieron de repente sin ninguna preparación para su eternidad!

Sólo el tiempo presente nos pertenece, pero éste consiste solamente en un instante. Dios no nos da mas que uno a la vez y pasa muy rápidamente. Tenemos que aprovechar ese instante como Dios lo quiere, viviendo según su voluntad en santidad y honrando el nombre de católico que llevamos. Los santos son los grandes maestros y sabios que utilizaron el tiempo de acuerdo con la voluntad de Dios y pudieron triunfar, ganando la eternidad: Imitémoslos leyendo su vida y sus obras.

El buen empleo del tiempo

¿Cómo se pierde el tiempo? Muchos pierden el tiempo por pereza, no haciendo caso de él, no haciendo nada y perdiéndolo irremisiblemente. Otros lo pierden por falta de orden, de regularidad en su vida y en su trabajo; van de una cosa a otra y no terminan nada. El profeta Ageo (1,6) les dice: “Habéis sembrado mucho y recogido poco”. Otros lo pierden no haciendo lo que deben de hacer, lo que es su deber y obligación. El demonio los engaña y les hace pecar por negligencia y descuido del deber de estado. Otros lo pierden en cosas vanas, inútiles o incluso peligrosas, envenenándose y haciéndose tibios. Finalmente, otros lo pierden haciendo el mal, pecando, acumulando esos pecados y preparándose para el suplicio eterno. ¡Ay de estos ciegos!

¿Cómo utilizar bien el tiempo?

San Bernardo nos da tres condiciones para utilizar bien el tiempo:

En primer lugar, obrar con orden según la importancia de las acciones que tenemos que hacer: el alma antes que el cuerpo, Dios antes que todo. Nuestro Señor nos dice: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os darán por añadidura” (Mat. 6,33). Siempre Dios sea el primer servido y no el último. ¡Cuantos inconsciente afirman no tener tiempo de servir a Dios, de cumplir sus deberes religiosos, de salvar su alma, de consagrar unos días al retiro espiritual para convertirse y hacerse católicos fervorosos para el bien de su hogar y familia.

En segundo lugar, después de los deberes de estado y religiosos, poner las obligaciones de justicia y caridad antes de lo que es fantasía y capricho. Respecto a las cosas indiferentes y libres, preguntarse: ¿Qué vale eso en comparación de la eternidad? ¿Para qué sirve? ¿En qué es nocivo para mí, para mi alma, mi familia?

En tercer lugar hacerlo todo cuidadosamente por amor a Dios, porque el que trabado cumpliendo su deber sirve a Dios y por el mismo hecho se santifica estando en gracia de Dios. Hacer también todo con fervor y entusiasmo como si tuviésemos que morir inmediatamente después y dar cuenta de nuestros actos a Dios. Hacerlo todo ad majorem Dei gloriam, para la mayor gloria de Dios, como decía San Ignacio de Loyola.

El que utiliza su tiempo para glorificar a Dios, santifica su alma, para servir al bien y utilidad del prójimo, para cumplir su deber de estado, en la hora de la muerte tendrá alegría y consuelo.

Conclusión

San Antonio María Claret escribe: “No pierda jamás un instante de tiempo porque la ociosidad abre la puerta al demonio y a todos los males” (Cartas Selectas, Madrid, 1996, BAC, p.13). Todos somos llamados a la santidad y si todavía no somos santos es porque “la distancia que nos separa de los santos es obra de nuestra pereza y comodidad” (García Vieyra, O.F.: Los dones del Espíritu Santo, Buenos Aires, 1994, p.44). Es tiempo para despertarnos. Si utilizamos bien el tiempo que Dios nos da, todos podemos ser los santos que Dios quiere, salvarnos y salvar a muchísimas almas.

Padre M. Boniface

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2 comentarios:

  1. Es verdad...el tiempo se nos escurre como agua y no lo sabemos aprovechar para las cosas de Dios.

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  2. Muy buen escrito

    José

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