No es la primera vez que hombres de Iglesia, aquellos más cercanos a Cristo, han defraudado, decepcionado y escandalizado fuera y dentro por acciones u omisiones a todas luces reprobables. En un intento por comprender con mayor lucidez esta situación que nos provoca escándalo y de tratar de armonizar lo sucedido con la fe habría que reflexionar sobre esta realidad misteriosa que llamamos Iglesia, distinguiendo entre la Persona de la Iglesia y lo personal eclesial, algo que quizá hemos oído siempre y que ahora resulta de especial relevancia. La Persona de la Iglesia es el misterio del Cuerpo Místico de Cristo del que Él mismo es la cabeza, siendo el Espíritu Santo quien la anima. En este sentido cabe decir con toda propiedad que la Iglesia es santa, es decir, inalcanzable por el pecado.
En cuanto a lo personal de la Iglesia, está compuesta por hombres pecadores todos sin excepción, con todo lo que tiene de positivo y negativo la condición humana. Las insuficiencias de lo personal ya habían sido consideradas cuando se fundó; los discípulos no eran precisamente impecables, sino una selección de hombres comunes a quienes no les faltaban defectos. Ya lo había advertido Jesús cuando comparó a su Iglesia con una gran red que saca del fondo del mar todo tipo de peces incluidos los venenosos, o con aquel campo en el que crecen juntos el trigo y la cizaña en donde la criba final la realizará Él mismo. Y sin embargo, las puertas de la Iglesia deberían permanecer abiertas animando a todos a seguir el ideal de perfección trazado por el mismo Jesucristo, Sed perfectos como mi Padre Celestial es perfecto, sin olvidar lo imperfecto de nuestra condición.
Si estamos desilusionados por los escándalos de algunos clérigos de la Iglesia, la mayoría sacados a la luz después de 30 o 50 años de haberse cometido, sería injusto dejar de reconocer esa inmensa multitud de sacerdotes que se han cruzado en nuestras vidas y en las de nuestras familias. Hombres íntegros, generosos y ejemplares, llenos en su mayoría de virtudes con las que nos hemos visto favorecidos a lo largo de nuestro caminar. Recientemente, en la Catedral de Notre Dame en París, me llegó una propaganda que se distribuía entre los fieles, "Imagínate una vida sin la Iglesia", haciendo alusión a tantas celebraciones, bodas, bautizos, a la compañía de tantas comuniones y la alegría de tantas reconciliaciones. ¡Es mucho lo que muchos han recibido!
Nunca me he cruzado ni he conocido a ningún cura pederasta, aunque reconozco haberme topado con algunos sacerdotes cansados o mediocres. De lo que sí doy testimonio, y me siento agradecida, es de haber conocido a muchos sacerdotes santos y algunos ejemplares. También doy testimonio de cientos de sacerdotes entregados y generosos que, en medio de una vida sencilla, escondida, sin esperar recompensas, hacen de su cotidianeidad un poema de alabanza a Dios y de amor desinteresado por el prójimo. Un sacerdote fiel es un gran regalo que hay que agradecer, sin embargo no hay que olvidar que la gracia sacramental la recibimos indistintamente de cualquiera..
Fuente: Escrito resumido de Paz Fernández, tomado de Reforma. Título de CATOLICIDAD.
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