miércoles, 7 de octubre de 2020

7 DE OCTUBRE ANIVERSARIO DE LA VICTORIA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO. 



El 7 de Octubre de 1571 la flota de la Santa Liga, al mando de don Juan de Austria, derrotó a la armada turca en la batalla naval de Lepanto. Este triunfo se logró gracias a que el Santo Padre San Pío V junto con toda la Cristiandad rezó el Santo Rosario, pidiendo la intercesión de la Santísima Virgen María. Debido a esa intercesión la Cristiandad, cuyas flotas y efectivos eran muy inferiores en número, logró el triunfo sobre los turcos. En agradecimiento a la Santísima  Virgen se instituyó, en esta fecha, la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.


LEPANTO. 

 Por: Óscar Méndez Cervantes. 

 Alguna vez dijimos que la España del Siglo XVI, velaba “en tensa vigilia militar de caballero andante por todas las encrucijadas del planeta en que se emboscaban los hacedores de entuertos”. Uno de los más notables refrendos de esa afirmación la hallamos en la efemérides de este día 7 de octubre, mismo que en el año de 1571 fue testigo de “la más memorable y alta ocasión que fueron los pasados siglos, ni espera ver los venideros,” que dijo Cervantes en el prólogo de sus Novelas Ejemplares. 

En la encrucijada geográfica e histórica del golfo de Lepanto, España dio, una vez más, batalla decisiva para los destinos de la humanidad. Salvó del embate de oriente la vieja cultura europea: grecorromana y cristiana. Dio al poderío otomano un golpe de efectos tales como no los tuvieron aquellas victorias anteriores que lograron hacer levantar a los turcos el sitio de Belgrado en 1454 y el de Viena en 1529; no obstante su importancia, la terrible amenaza islámica seguía pertinaz, suspendida sobre Europa. Así como la toma de Granada en 1492 marca e fin del ala izquierda de gran movimiento de pinzas con que el mahometismo intentó estrangular a la Cristiandad, la victoria de Lepanto terminó también, prácticamente, con el impulso de su ala derecha y balcánica, al mismo tiempo que acabó con la hegemonía de Constantinopla sobre las aguas románicas del Mediterráneo. Hegemonía que alguna vez llegó a poner en riesgo grave a la misma Roma. Desde Lepanto se inicia la irremediable decadencia de la Sublime Puerta, hasta llegar a ese estado de postración que en los últimos tiempos valió al Imperio Otomano el dictado humillante de “el hombre enfermo”. 

Este resonante lance naval tiene un valor ejemplar que le da actualidad. Recuerda a la Latinidad y a las naciones cristianas en general que sólo en la asociación del espíritu y de fuerza pueden hallar una garantía efectiva de salvaguarda contra el mundo oriental, hoy embravecido como nunca lo fue antaño. Y si en las ondas de Lepanto la Santa Liga formada por España, el Pontificado y Venecia salvó a la civilización, hoy una nueva Santa Liga de signo cristiano, en que las querellas particularistas se desvanezcan para hacer frente al peligro común, es lo único que puede repetir la hazaña de entonces.. Ojalá que la secular oración de la Iglesia que pide a Dios “por la paz entre los príncipes cristianos” alcance el que se abran los ojos de cuantos llevan sobre sí, de un modo o de otro, las responsabilidades de la actual contienda y que dicen adorar al mismo Cristo. El tesoro cultural, la libertad, la salud moral y material de nuestro mundo estarían, entonces sí, efectivamente asegurados. 

Particular apremio de unidad es para la estirpe hispánica el fasto hoy rememorado y en el cual la aportación principalísima fue suya en lo que hace a contingentes armados, a valor, a pericia y a la brillante capitanía del príncipe don Juan de Austria, digno hijo del “rayo de la guerra,” Carlos V, según la expresión cervantina. Los pueblos hispánicos, flor la más exquisita de catolicidad, guardianes “de lo que queda en el mundo –de la vieja Cristiandad,” deben estrechar comunes ataduras en todos los órdenes como prenda de supervivencia en la actual encrucijada histórica. Es ello exigencia y sentido de la hora que vivimos, en la cual se marcan claras tendencias de las grandes unificaciones anglosajona, germánica, eslava y amarilla; en la que hasta se oye un subterráneo rumor que apaga antiguas divisiones de reinos de “taifas” y actuales sumisiones a potencias occidentales y que proyecta al mundo musulmán a reconstituir el Califato único, cuya voz sonaría más que fuerte en el orden futuro. Sin propósito agresivo para nadie; pero con un elemental instinto de defensa orgánica y vital, sin cerrar los ojos a las nuevas realidades, siempre adictos a su propio espíritu y estilo, nuestros países deben ponerse a tono con la Historia. 

Sólo de esta suerte, quizá, en ocasión no deseada, pero posible, podrían en el porvenir tener renovada verdad para todos los de la estirpe las palabras del poeta:

 “Gracias a vosotras, duras 
 “austeridades sin tacha
 “de la vieja hispanidad, 
 “cuando la Bestia hecha hierro 
 “tambaleante, y el mal 
 “hecho dureza y volumen, 
 “quiso la tierra asolar, 
 “para ponérsele enfrente 
 “-flor que vence al huracán- 
 “quedaba en la vieja España, 
 “la de las cortas palabras 
 “y la del largo rezar, 

Un bizarro don Juan de Austria redivivo en cada corazón auténticamente hispánico, fiel a su Fe, a su Patria y a las tradiciones de su Raza; capaz de remozar dignamente los lauros de Lepanto, y repetir con derecho las estrofas definitivas de Herrera “el Divino” cuando dice de la gloria de aquel día: 

 “Cantemos al Señor, que en la llanura 
 “venció del ancho mar al Trace fiero; 
 “tú, Dios de las batallas, tú eres diestra, 
 “salud y gloria nuestra…

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