viernes, 27 de diciembre de 2024

MARÍA, LA ZARZA ARDIENTE

 

Pero, oh María, no sólo eres la zarza que arde sin consumirse, sino también aquella que, en su humildad, se deja consumir para dar paso a la luz. Porque tu grandeza no está en conservar, sino en entregarte; no en resistir el fuego, sino en convertirte tú misma en llama que desaparece en el resplandor de Cristo.

Tú eres esa zarza que, al ser tocada por el fuego divino, se consume en silencio, no para desaparecer, sino para dejar que el Verbo brille. ¿No es acaso este tu más alto milagro, Madre? Que, siendo llena de gracia, te hagas pequeña; que, siendo el trono del Altísimo, te conviertas en sierva. Te consumes, María, no porque Dios te anule, sino porque tú misma te entregas por completo. Tu voluntad se quema en la hoguera del amor, para que sólo Él quede visible, sólo Él sea conocido y amado.

Al contemplarte, zarza ardiente, vemos cómo te consumes para ser el primer altar donde Cristo, el Cordero, se ofrece al mundo. Tu carne da paso a su carne; tu sangre, a su sangre. Toda tú, oh Madre, eres el campo donde el trigo celestial germina y da fruto. Y aunque ardes en esta ofrenda, no eres destruida, sino glorificada, porque en tu abnegación el mundo encuentra la puerta del cielo.

Así, en el ardor de tu ser, nos muestras el misterio más sublime: el que se da, lo gana todo; el que se consume por amor, es elevado a la eternidad. Como la zarza ardiente del Sinaí, que dejó de ser zarza para convertirse en signo de lo eterno, también tú, María, desapareces ante los ojos del hombre, para que Cristo sea lo único visible. No porque te pierdas, sino porque en Él encuentras tu plenitud.

Oh María, ¿qué más podemos decir de ti? Que te consumas por amor no es pérdida, sino ganancia; no es extinción, sino comunión perfecta con el fuego eterno. Tú nos enseñas que la verdadera grandeza no está en conservarnos, sino en entregarnos. Que la zarza arda para que la luz sea vista; que la madre se esconda para que el Hijo reine. Así, en tu humildad, María, nos guías hacia el misterio último: que sólo cuando desaparecemos en el fuego del amor divino, alcanzamos la eternidad.

Bendita seas, zarza consumida en la plenitud de Cristo. Porque en tu ardor encontramos la enseñanza más alta: que la entrega total es la forma más pura de la gloria. Tú, que te consumiste en el sí más perfecto, haznos llamas vivas, pequeñas zarzas ardientes, dispuestas a desaparecer en el fulgor del amor de Dios. Amén.

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