Dios le ha otorgado una dignidad inmensa al vientre de una mujer, que solo se compara con el Altar. En el Altar, la hostia, al momento de la Consagración, adquiere la Vida de Cristo (se realiza la transubstanciación del pan por el Cuerpo de Cristo), y el vientre, luego de la concepción, adquiere una nueva vida humana; en ambos lugares ocurre un milagro, el milagro de la Vida.
El Altar es sagrado porque allí Jesús se hace presente real y verdaderamente en la Eucaristía. El vientre materno es sagrado porque allí Dios infunde un alma inmortal a un nuevo ser. Despreciar el don de la maternidad es olvidar que Dios mismo quiso encarnarse en el seno de María.
Honremos la vida en todas sus formas y defendamos estos santuarios donde Dios obra maravillas.
I. A.
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