martes, 3 de mayo de 2011

EL HEDONISMO

...es considerada como objeto...


La palabra hedonismo viene del griego, edoné, que significa placer. El origen último del hedonismo es de índole filosófica, ya que propiamente el hedonismo es un sistema filosófico, atinente al campo de la moral, que hace consistir el bien en el placer. Según esta manera de ver, el hombre encuentra su felicidad plenaria en el placer, el placer actual, inmediato, sensible. El hombre, según los hedonistas, está sujeto a la soberanía del instante; la previsión, el anhelo de un placer futuro lleva siempre consigo cierta inquietud e inseguridad, y, por lo mismo, su espera implica una cuota de dolor, que se trata de regir experimentando un nuevo placer lo más rápidamente posible. Interpretada rigurosamente, la moral del hedonismo presupone la superioridad del placer físico sobre el moral, y el principio del egoísmo, mi placer sobre todo. Excluye, asimismo, toda moderación en la búsqueda de la dicha. No importa lo que la moral diga de cada acto; lo importante es el placer que en ellos puede encontrarse.


Resulta evidente que el hombre de nuestro tiempo parece abocado a satisfacer febrilmente su ansia de placeres, sean ellos honestos o no. Se trata de pasarla lo mejor posible, a costa de lo que fuere, en busca incesante de sensaciones placenteras, siempre nuevas y cada vez más excitantes.

La búsqueda omnímoda insaciable del placer se convierte en una necesidad inconsciente, análoga al uso de estupefacientes para el drogadicto. El sufrimiento aparece con todas las características de un agresor, carente totalmente de significación.

Particularmente se busca “liberar” el campo del sexo, que ocupa un lugar privilegiado en aquella búsqueda ansiosa del placer que caracteriza al hedonismo. Se confunde el sexo con el amor, “un amor en rebajas”, todo ligero, light él también, sin contenido, siempre listo, al modo del picaflor donjuanezco, ante la primera oportunidad que se presente. Un amor así entendido considera a la mujer como mero objeto de placer, que se usa y se tira, material de descarte. En esta materia se ha llegado hasta la saturación.

Un síntoma de este desenfreno hedonístico lo constituye la erradicación del pudor, que es la atmósfera protectora del sexo. Nuestra época se caracteriza por la creciente desaparición del pudor en todos sus niveles. Se busca la comunicación con los demás y la superación de la propia soledad en la abolición de la intimidad personal; en ese mismo momento, el pudor ha quedado descartado.

El hedonismo constituye la atmósfera de la sociedad en que vivimos, una actitud que no tolera ningún tipo de cuestionamiento. Cuando frente al desbloque de la pornografía y de los placeres degradantes alguien intenta levantar todavía el ideal de la decencia y de la pureza, con frecuencia los medios de comunicación reaccionan tratando de descubrir intereses egoístas en el que defiende las normas de la ética, o sacando gozosamente a luz las inmoralidades secretas de algunas personalidades públicas que parecían encarnarlas.   Resulta inocultable la satisfacción con que algunos medios se detienen morbosamente en revolver las presuntas lacras de algunos sacerdotes y obispos, así como su gusto cuando, en un arrebato de necropornografía, atribuyen homosexualidad a grandes políticos y artistas de tiempos pasados. Todos somos iguales, igualmente corruptos, dicen. Ello constituye un eficaz aliciente a las corrientes hedonistas hoy imperantes.

P. Alfredo Sáenz, en “El Hombre Moderno”, 1998.
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