sábado, 4 de mayo de 2013

LA VERDADERA SABIDURÍA


El que teme a Dios no se contenta con huir del mal, que esto no tanto sería temer a Dios, como temer la pena y el castigo; se esfuerza también por hacer el bien, porque el temor filial, cual debe ser el de Dios, quiere agradarle, y por consiguiente solicita hacer lo que le agrada. La prudencia, o por mejor decir la verdadera sabiduría, es inseparable de toda virtud cristiana.

Tenga uno en buena hora todo el ingenio imaginable, sin esta guía no dará paso que no sea en un precipicio; por el contrario, el más moderado entendimiento, dotado de mucha piedad, pocas veces dejará de caminar con acierto.

Desengañémonos, que no hay otra verdadera sabiduría sino la de la salvación eterna. La sabiduría del mundo es una necedad enmascarada, es una sabiduría insensata. Quien yerra en los principios, ¿cómo puede acertar en lo demás?. Algún día conocerán esos sabios de perspectiva, aunque lo conocerán muy tarde, que anduvieron errados y descaminados. Ergo erravimus, nos insensati.

La verdadera sabiduría consiste en no equivocar el fin, y en acertar con los medios. Y pregunto: ¿son por ventura de este carácter esos discretos del mundo? No tienen pues que aspirar a esta verdadera gloria, ni crean que la sabiduría cristiana se halla en los sabios del siglo. Con toda verdad se puede decir que no hay rectitud, no hay bondad, no hay entendimiento sino en los buenos cristianos, ellos solos son los sabios verdaderos; ellos sí que logran la alegría, la quietud, y aun la felicidad de esta vida. Mientras viven son respetados, y esta gloria les acompaña hasta la sepultura. Es la estimación un tributo que se debe a la virtud. Ninguno se exime de pagarle. Aun los mismos que la persiguen, la respetan. No puede separarse la verdadera gloria de la verdadera piedad. ¡Buen Dios! ¿Qué inmortalidad puede esperar el que se condena?

La ciencia más acabada
es que el hombre en gracia acabe,
pues al fin de la jornada
aquel que se salva, sabe,
y el que no, no sabe nada.

En esta vida emprestada,
do bien obrar es la llave,
aquel que se salva sabe,
el otro no sabe nada.

TOMADO DEL "AÑO CRISTIANO" DE CROISSET
Visto en Itinerarium mentis

2 comentarios:

  1. Este artículo me hizo acordar al libro de San Luis María de Montfort (El Amor de la Sabiduría Eterna), que recomiendo mucho

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  2. El temor de Dios no consiste en temer la condenación, sino en temer perder su amistad, por la tristeza que tal pérdida causa en un alma que ama a un Dios tan extremadamente bueno.
    "Muéveme, Dios, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera Cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera." (Oración atribuida a San Juan de Ávila.)

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