Porque a las luchas interiores se agregan las acometidas y tentaciones exteriores de los demonios, que unas veces nos combaten abiertamente, y otras por caminos ocultos se introducen en nuestras almas, de tal modo que apenas podemos vernos libres de ellos. Llámalos el Apóstol príncipes por la excelencia de su naturaleza(1), porque son superiores en naturaleza a los hombres y a las demás cosas creadas que tienen sensibilidad; los llama también potestades, porque superan, no sólo por virtud de su naturaleza, sino además por su poder; dice que son los adalides del mundo de las tinieblas, pues no solamente gobiernan al mundo ilustre y noble, esto es, a los buenos y piadosos, sino también al oscuro y tenebroso; es a saber: a los que, encenegados en las torpezas y en la ignorancia de una vida infame y criminal, son esclavos del diablo, príncipe de las tinieblas. Designa igualmente a los demonios con el nombre de espíritus malignos, porque hay malicia de la carne y del espíritu. La malicia que se denomina carnal, excita el apetito a los gustos y placeres que se perciben con los sentidos. Los espíritus malignos son los malos deseos y las ambiciones depravadas, propias de la parte superior del alma, que son tanto peores que las demás, cuanto es más elevada y noble la inteligencia y la razón. Y esta malicia satánica, por proponerse principalmente privamos de la herencia del cielo, por eso dice el Apóstol: En las cosas celestiales. De lo dicho puede deducirse que son poderosas las fuerzas de los enemigos, su ánimo invencible, su odio contra nosotros cruel e implacable, y que nos hacen además guerra constantemente; de modo que no puede haber paz, ni pueden concertarse treguas con ellos.
Cuán grande es la audacia y perversidad del diablo para tentarnos.
Y cuán atrevidos sean, demuéstralo la voz de Satanás, según el Profeta (2): Escalaré el cielo. Acometió a los primeros padres en el Paraíso(3), persiguió a los Profetas, deseó apoderarse de los Apóstoles, a fin de, como dice el Señor por el Evangelista(4), zarandearlos como el trigo; y ni aun se avergonzó ante la presencia misma(5) de Cristo nuestro Señor; por lo cual expresó San Pedro su insaciable ambición e inmensa actividad diciendo(6): Vuestro enemigo el diablo anda girando, como león rugiente, alrededor de vosotros, en busca de presa que devorar.
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Pidámosle no nos deje caer en tentación |
Pero no es sólo Satanás el que tienta a los hombres, sino que, a veces, bandas de demonios acometen a cada uno, como lo declaró aquel diablo que, preguntado(7) por Cristo, Señor nuestro, qué nombre tenía, contestó: Tengo por nombre Legión; esto es, una multitud de demonios que habían atormentado a aquel desgraciado; y de otro demonio se lee(8): Toma consigo otros siete espíritu, peores que él, y entrando habitan allí, y el último estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero.
Por qué persiguen los demonios a los perversos menos, y a los justos más.
Hay muchos que, por no sentir en sí mismos de ningún modo las tentaciones y acometidas de los demonios, creen que todo esto es falso; y no es de extrañar que a éstos no los combatan los demonios (9), a los cuales se han entregado ellos voluntariamente, pues no hay en ellos religión, ni caridad, ni virtud alguna digna del nombre cristiano; de donde resulta que se hallan plenamente en poder del diablo, y no es necesaria tentación alguna para triunfar sobre aquellos, en cuyas almas está ya residiendo a gusto suyo. Mas los que se han consagrado a Dios, llevando en la tierra una vida celestial, éstos son, sobre todo, el objeto de las acometidas de Satanás; a éstos los aborrece furiosamente; continuamente arma asechanzas contra ellos. Llena está la historia de las Sagradas Letras de varones justos a quienes, aun estando con plena advertencia de la razón, pervirtió por violencia o por engaño. Adán(10), David(11), Salomón(12) y otros(13) que será difícil enumerar, sufrieron furiosos ataques de los demonios y su sagaz astucia, a la que no es posible resistir con el ingenio y las fuerzas humanas. ¿Quién, pues, se figurará estar bastante seguro con sus propias fuerzas? Por consiguiente, debemos pedir a Dios, humilde y rectamente(14), no permita que seamos tentados más de lo que podemos sino que de la misma tentación haga sacar provecho para poder sostenemos.
No pueden los demonios tentar a los hombres cuanto ni todo el tiempo que quieren.
Pero acerca de esto, si algunos se horrorizan del poder diabólico, por su ánimo apocado o por ignorancia del asunto, se alentará a los fieles a que, al sentirse azotados por las olas de las tentaciones, recurran al puerto de esta petición; porque Satanás, con todo su gran poder y tenacidad y con su odio capital contra el humano linaje(15) no puede tentarnos ni atormentarnos todo lo que quiere ni todo el tiempo que desea, sino que todo su poderío está subordinado a la voluntad y permiso de Dios. Muy conocido es el ejemplo de Job(16), del cual si Dios no hubiera dicho al diablo: Mira, todo cuanto posee lo dejo a tu disposición, nada de él hubiera tocado Satanás; y por el contrario, si Dios no hubiera añadido(17): sólo que no extiendas tu mano contra su persona, en la primera embestida del diablo hubieran caído el mismo Job con sus hijos y haciendas. Pues hasta tal grado está limitado el poder de Satanás, que ni aun en aquellos cerdos(18) de que hablan los Evangelistas hubieran podido entrar sin la divina licencia.
(1) Ephes., 6, 12
(2) Isaías, XIV, 13.
(3) Gén., III, 12
(4) Luc., :XXIII, 31
(5) Matt., IV, 3.
(6) 1 Petr., V, 8.
(7) Luc., VIII, 30.
(8) Matt., XII, 45; Luc., XI, 26.
(9) Judith., XI, 1; Luc., II 21; Joan., XV, 19, etc.
(10) Gén., III, 2.
(11) II Reg., XI, 2, 3.
(12) III Reg., XI.
(13) Judth., XVI, 4; IV Reg., XV, 13; Esech., IV; IV RegXX, 13.
(14) 1 Cor., X, 13.
(15) Apoc., II, xx.
(16) Job,I, 12.
(17) Job, I, 12.
(18) Matt., VIII, 31; Marc., V, 11; Luc., VIII, 32
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