martes, 15 de diciembre de 2020

EN EL ATARDECER DE LA VIDA SEREMOS JUZGADOS EN EL AMOR 

 

Esta frase del místico español y doctor de la Iglesia, San Juan de la Cruz, expresa que al final de la vida, cuando nos presentemos ante Dios, la posible pregunta a responder será: ¿cuánto has amado? 

Dios nos preguntará cuánto hemos amado a los demás, cuánto dimos de nosotros mismos, cuánto superamos nuestro egoísmo y salimos de nuestro egocentrismo para ayudar a los demás, cuánto fuimos capaces de mirar el corazón de la otra persona para entenderla y comprenderla, cuánto explotamos nuestra capacidad de amar que fue dada a cada uno en mayor o menor medida. Y sí, también cuánto di de mis recursos materiales y espirituales, además de mi tiempo, para ayudar a los más necesitados. De aquí la importancia de practicar las obras de misericordia -corporales y espirituales- recomendadas por la Iglesia. Es decir, las dimensiones del amor de Dios se miden por las obras de servicio a los demás. 

Podríamos añadir, ¿He guardado los mandamientos de la ley de Dios? ¿Cómo he vivido mi fe manifestada en las obras? ¿qué hice por evangelizar al prójimo? ¿A cuántas personas le hablé del amor de Dios? 

Esta frase nos llama a un profundo examen de conciencia, para tomar pasos concretos que nos lleven a crecer en el amor de Dios, que está directamente vinculado al amor del prójimo y al servicio de la Iglesia. ¿Cómo estamos amando, es decir, ayudando al prójimo, en lo material y espiritual? San Juan, el discípulo amado nos presenta este mensaje de Jesús en su evangelio, “Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). 

En un mundo donde el amor es ultrajado y confundido con cualquier cosa, somos nosotros quienes debemos rescatar su verdadero significado, recordando que hemos sido creados para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor. Creados para amarlo y para transmitir ese Amor a nuestros semejantes.

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