"¡Ah! No es posible callar, Madre mía. No callaré aunque supiese que de mí han de hacer pedazos, no quiero callar; llamaré, gritaré, daré voces al cielo y a la tierra, a fin de que se remedie tan gran mal. No callaré… Y si de tanto gritar se vuelven roncas o mudas mis fauces, levantaré las manos al cielo, se espeluznarán mis cabellos, y los golpes que con los pies daré en el suelo, suplirán la falta de mi lengua… Tal vez me diréis que ellos, como enfermos frenéticos, no querrán escuchar al que les quiere curar; antes bien me despreciarán y perseguirán de muerte. ¡No importa!”.
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