Esa sotana fascinante que encandiló mi infancia, que ensoñé de mil anhelos y dibujé con ternura en mi imaginación cándida…
Esa sotana grave que cautivó mis pupilas párvulas, ese hábito amado, anhelo de infante, motor de mi destino y prenda que colmaría mi vida.
Ahí estaba solitaria y silenciosa, austera e interpelante mi vieja sotana de solemne azabache, depauperada en grisáceo, una bella grisalla por aguerrida usanza, condecorada de brillo inmarcesible.
Prenda preciada que une el cielo con la tierra. Un atuendo sacro que te configura con lo que representa, una segunda piel no nacida de la sangre ni de la carne sino de lo alto, una sotana traída por ángeles a aquellos que fueron llamados.
Mi vieja sotana raída, de horas eternas de apostolado fatigoso, mi vieja sotana curtida en mis luchas y mil sudores y mil veces lavada y siempre revivida.
Sotana de negro, que no de luto, sotana sagrada, traje talar grave, sotana cercana y amiga, pero que establece un dique infranqueable con lo que no es de Dios.
Sotana santa, nobleza obliga a bien llevarla, sotana abrigo y cobijo de santos, sotana reliquia viva, sotana que sobrevive al siglo, sotana tradicional mil veces combatida y siempre victoriosa.
Mi sueño soñado que me entierren con la mortaja santa, revestido con la santa sotana, y la muerte no será temida, sino dulce, si con ella duermo plácido el sueño de los justos y cuando mis huesos marchitos sean polvo que se fundan con ese santo hábito, prenda de resurrección y de plenitud que no se marchita.
"A la sotana"
- Javier Navascúes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario