La tradición católica ha invocado a San José como patrono de la buena muerte. Nuestra cultura occidental ha llegado a valorar que la buena muerte es aquella que tiene lugar sin que el que la padece se dé cuenta de lo que está ocurriendo. La fe nos dice lo contrario: la enfermedad y la agonía son una ocasión de gracia para preparar el Encuentro; son uno de los momentos cumbres de nuestra vida. El vigor físico decae muy pronto, la agilidad psicológica entra en declive un poco más tarde, el demonio tratará de hacer dudar sobre la fe y la vida futura, pero la salud espiritual alcanza en la agonía su corona al vencer al demonio con el arrepentimiento de nuestros pecados con un acto de Contrición Perfecta por amor a Dios y propósito firme de no volver a pecar y de confesarse a la brevedad. Bienaventurados los moribundos que son auxiliados espiritualmente por un sacerdote. Nunca dejemos de llevarlo a nuestros familiares y amigos con el tonto prejuicio de que se pueden espantar. ¡Jesús, José y María, asistidme en mi agonía!
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