lunes, 26 de diciembre de 2011

ALABARÁN AL SEÑOR LOS QUE LO BUSCAN

 
Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán el Señor los que lo buscan:
viva su corazón por siempre.
Lo recordarán y volverán al Señor
hasta los confines de la tierra;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Ante Él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante Él se inclinarán los que bajan al polvo.
Me hará vivir para Él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor. (Salmo 21).

«Alabarán al Señor los que lo buscan» (Salmo 21,27). Los que lo busquen lo encontrarán, los que lo encuentren lo alabarán. ¡Qué te busque, pues, Señor, invocándote, y que te invoque, creyendo en ti! Porque tú te nos has revelado por la predicación. Te invoca, Señor, esta fe que me has dado, esta fe que me has inspirado a través de la humanidad de tu Hijo por el ministerio de tu predicador. Y ¿cómo invocaré yo a mi Dios, mi Dios y mi Señor? Cuando le invocaré, le llamaré para que venga a mí. Pero ¿es que hay en mí un lugar donde mi Dios pueda venir, ese Dios que ha hecho el cielo y la tierra» (Gn 1,1)? Así, pues, mi Dios y Señor, ¿es que hay en mí alguna cosa que pueda contenerte? ¿Es que el cielo y la tierra que tú has creado, y en los cuales me has creado a mí, te pueden contener?... Puesto que yo mismo existo ¿puedo pedirte que vengas a mí, a mí que no existiría si tú no existieras en mí?...

¿Quién me concederá poder descansar en ti? ¿Quién me concederá que vengas a mi corazón, que lo embriagues para que yo olvide mis males y pueda estrecharte, a ti mi único bien? ¿Quién eres tú para mí? Ten compasión de mí para que pueda hablar. ¿Quién soy a tus ojos para que me mandes amarte?... En tu misericordia, Señor Dios mío, dime lo que tú eres para mí. Di a mi alma que tú eres mi salvación (Sl 34,3). Díselo; que yo lo oiga. Mira que el oído de mi corazón está a la escucha, delante de ti, Señor, haz que te oiga, y «di a mi alma: Yo soy tu salvación». Correré hacia esta palabra y al fin te asiré. (San Agustín, Confesiones, I, 1-5).
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