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Mons. Demetrio Fernández |
"El que mira a una mujer deséandola, ya cometió adulterio en su corazón" (Mt. 5, 28).
Estimados fieles:
Impacta escuchar tan directamente esta palabra ("Huid de la fornicación") en la liturgia de este domingo. Parece dirigida especialmente a nuestro tiempo, donde la incitación a la fornicación es continua en los medios de comunicación, en el cine, en la TV, (en internet), incluso hasta en algunas escuelas de secundaria, dentro de los programas escolares.
San Pablo se dirige a los corintios, una ciudad portuaria donde había de todo, también de lo malo. En el imperio romano, la honestidad y la castidad fue decayendo y las costumbres entre los jóvenes y adolescentes era en ciertos ambientes, sobre todo deportivos, una depravación. San Pablo se dirige directamente a los jóvenes y les exhorta: “Huid de la fornicación”, y les da una razón de peso: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…que habita en vosotros? No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros” (1Co 6,20). Precisamente, una de las ideas que hoy más se gritan con ansia de libertad es la contraria: “Yo soy mía/mío, y con mi cuerpo hago lo que quiero”.
El Evangelio de Jesucristo tiene repercusiones en todos los ámbitos de la persona, también en el campo de la sexualidad. La sexualidad humana vista con ojos limpios es el lenguaje y la expresión del amor verdadero, de un amor que no busca sólo su interés y su satisfacción, sino que es donación, entrega. Un amor que busca la felicidad del otro y que está dispuesto al sacrificio y a la renuncia. Un amor que tiene su ámbito y su cauce en el matrimonio estable y bendecido por Dios.
La castidad es la virtud que educa la sexualidad, haciéndola humana y sacándola de su más brutal animalidad. Cuando la sexualidad está bien encauzada, la persona vive en armonía consigo misma y en armonía con los demás, evitando toda provocación o violencia. La castidad viene protegida por el pudor. Cuando la sexualidad está desorganizada es como una bomba de mano, que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo. Y esto sea dicho para todos los estados de vida: para la persona soltera, en la que no hay lugar para el ejercicio de la sexualidad, para la persona casada, que ha de saber administrar sus impulsos en aras del amor auténtico, para la persona consagrada, que vive su sexualidad sublimada en un amor más puro y oblativo.
“Huid de la fornicación”, nos dice san Pablo. Me ha llamado la atención un libro publicado estos días, en el que una candidata a miss Venezuela explica su experiencia reciente con un título que lo dice todo: “Virgen a los treinta”. Precisamente no alcanzó el título(*) al que se presentaba por no aceptar la propuesta de la fornicación, que al parecer era una condición (no escrita) del concurso. En ella se ha cumplido esta palabra de san Pablo. Y el libro se ha convertido en bestseller (el más vendido) entre los jóvenes y las jóvenes de su entorno, de nuestro tiempo. Es posible llegar virgen al matrimonio, aunque el ambiente no sea favorable. Es posible vivir una consagración total, de alma y cuerpo, al Señor como una ofrenda al Señor que beneficia a los demás. Es posible ser fiel al propio marido, a la propia mujer. Más aún, a eso invita la Palabra de Dios en este domingo, huyendo de la fornicación. Y la Palabra de Dios tiene fuerza para que se cumpla en nuestras vidas.
“Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…glorificad a Dios con vuestro cuerpo!” Damos gloria a Dios no sólo con nuestros buenos pensamientos y deseos, con nuestra voluntad que busca someterse a la voluntad divina, purificando continuamente la intención. Damos gloria a Dios también con nuestro cuerpo. Dios nos ha amado también corporalmente, al hacerse carne el Hijo de Dios. El cristianismo es la religión de la redención de nuestra carne. Nuestro amor a Dios, a Jesucristo, pasa por nuestro cuerpo. La gracia de Dios es capaz de organizar nuestra sexualidad humana y hacerla progresivamente capaz de expresar el amor más auténtico, el único que hace feliz a toda persona humana.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba España
jueves, 12 de enero de 2012
-Los dos primeros paréntesis son de Catolicidad-
(*) Nota de Catolicidad: Vivian Sleiman es una hermosa joven venezolana de origen libanés, que recientemente ha convertido en bestseller el relato de su vida. Una historia que tiene como título "Virgen a los treinta". En ella relata como se presentó al concurso de Miss Venezuela en el 2001. Era la favorita... pero no ganó. ¿La causa? Se retiró cuando uno de los sujetos del jurado le exigió relaciones sexuales como condición para obtener la corona. Vivian reveló que quiere “preservar la virginidad hasta encontrar el amor verdadero”. Agregó: “Tomé la decisión de permanecer virgen por convicción, hasta que llegue el momento”. No hemos leído el libro (lo que nos impide opinar sobre lo recomendable o no de su contenido), pero deseamos que el "momento" a que se refiere Vivian, sea el del amor verdadero dentro del matrimonio, tal como lo enseña la moral cristiana.
Muy encomiable y digna de ejemplo, en verdad, la actitud de esta joven que valora y defiende su virginidad al rechazar a ese sujeto del jurado, pues otras en su lugar -como están ahora los tiempos- habrían accedido; no obstante hay que precisar también algo de lo que ella no es consciente: lo desaconsejable (e incongruente con la moral) de esos "concursos de belleza" donde la exhibición pública del cuerpo es su misma razón de ser, como si en ello consistiera el valor de la mujer a la que se trata más como "hembra" (lo que "vale" son sus proporciones y formas que muestra "generosamente" para deleite del público); reduciéndola, así, en su gran dignidad y cosificándola, al exigirle enseñar lo que las mujeres honestas siempre han reservado para la vista de su esposo, practicando estas últimas las (muy preciadas por Dios) virtudes del pudor y la modestia en el vestir (no sólo en el actuar), hoy tan en desuso y consideradas -lamentablemente- por tantos y tantas como algo obsoleto. Sin embargo, las palabras de Cristo permanecen eternamente vigentes: "El que mira a una mujer deséandola, ya cometió adulterio en su corazón" (Mt 5, 28). La mujer (y también el hombre), por ello, no debe buscar esa provocación con vestimentas escasas, o de algún modo sugerentes o provocativas, pues de hacerlo se convierte en causa culpable de ese mal deseo y de ese tipo de adulterios del corazón. El vestido es para vestir y no para sugerir. El buen gusto no está reñido con la modestia y el pudor, virtudes que -hoy en día- parecen estar reservadas para las almas exquisitas y generosas con Dios.
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Roxana dijo...
ResponderEliminarGuau! Tan excelente la carta pastoral del obispo recordando la moral católica como el comentario de Catolicidad enalteciendo a la mujer.
Dios los bendiga.
Roxana
Muy buena la carta del Obispo. Ojalá en Argentina también se recordara.
ResponderEliminarY a la también excelente nota de ustedes, agrego que no hay que descuidar la vestimente para ir a Misa.Acá, lamentablemente es muy común, jóvenes en minis, shorts, bermudas, escotes, hombros descubiertos; y nadie les dice nada...Y a veces hasta están en el mismo Altar, tocando la guitarra.
Dios quiera que de una vez por todas se ponga un poco de orden y se exija respeto para entrar a la Casa de Dios.
Pero en la Carta de San Pablo no se hace referencia al género. ¿Por qué siempre que se tratan estos temas se termina hablando de la pureza y la castidad solo para la mujer? ¿Es que las enseñanzas de San Pablo no van también destinadas a los hombres?
ResponderEliminarLa castidad, según el estado de cada persona, es para todos. Hombres y mujeres. Nunca hemos señalado lo contrario. Esto se puede constatar en los temas correlativos que aparecen en las etiquetas (Castidad, modestia, Sexo). Incluso en este mismo post señalamos "La mujer (y también el hombre), por ello, no debe buscar esa provocación" (ver último párrafo). Al parecer, no te percataste de ello. Ahora, que también hay que reconocer que en el tema de modas provocativas, es algo que por lo general infringe más la mujer, mientras el hombre infringe más otro tipo de pecados (como la fornicación y los malos pensamientos y deseos).
ResponderEliminarTienes toda la razón en lo demás, pues los diez mandamientos obligan por igual a hombres como a mujeres. Y esto es lo que una cultura "machista" no considera. Algunos padres desorientados no ven mal, por ejemplo, que el varón no llegue casto al matrimonio y es algo que sólo infunden en sus hijas. ¡Verdadero error! Pues Dios no juzgará con distintas reglas los comportamientos que violan los preceptos morales.
Un abrazo en Cristo.
Atte
CATOLICIDAD