Una reflexión para entender el verdadero amor.
Conocí Alex a mis 18 años en la facultad de ciencias químicas donde ambos estudiábamos, nos tocó en el mismo equipo de investigación y el trato continuo hizo que pronto se encendiera primero la mecha del cariño, del interés mutuo y a poco surgió como una clara luz el amor como fuego que nos impulsaba a estar el mayor tiempo juntos, aún después de realizar nuestros trabajos de investigación. Yo soñaba despierta, Alex llenaba todos mis momentos y todos los poros de mi cuerpo. Una noche estábamos juntos en un pequeño huerto en la parte trasera de mi casa, una pequeña farola iluminaba el lugar, pero otra luz brillaba en mi corazón. Platicábamos tan a gusto, parecía que el tiempo se había detenido, como en esas fotos donde percibes que el agua se ha congelado formando bellísimos cristales. Pero de pronto, algo me hizo bajar a la realidad. En medio de la conversación, Alex me interrogó sobre mi amor, mi cariño y mi ilusión. Le respondí que lo amaba y que no lo cambiaría por nada del mundo, y al instante, como si lo hubiera tenido todo planeado, él dejó caer de una manera tan sutil, tan “ingenua”, casi infantil, su petición: “Ivonne, si en verdad me quieres tanto, si en verdad me amas, entonces dame una prueba de que me quieres”.
Esa petición aparentemente tan ingenua, hizo que mi entraña se conmoviera, que el piso se me hundiera, y que la cabeza me diera vueltas y vueltas. En ese momento, no se porqué, me acordé de Cristo en aquella terrible tentación: “Mira todas las riquezas del mundo, todo es mío, y todas ellas serán tuyas si te postras y me adoras”. Lo que Alex me proponía era caer a sus pies, esclavizarme, hacerme suya, convertir en polvo mi dignidad y convertirme en un objeto de placer y de lujuria. Pero también pensé en la grandeza del amor que Cristo me proponía, que engrandecía nuestra condición humana, y que nos hacía mirar a los demás con los ojos mismos de Dios: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”. Qué grande era el amor que Cristo nos proponía, qué dignidad tan grande nos deparaba, hasta distinguirnos de otros hombres, a los que también obliga el afecto, la atención, el servicio a los demás, pero que a nosotros los cristianos, nos compromete a amar sin medida, sin límites, “ámense como yo los he amado”, con aquel amor entrañable y cálido de Jesús, el que se emocionaba ante las gentes desorientadas y derrengadas, como ovejas sin pastor, el que sentía lástima ante la viuda de Naín, el que lloraba ante el amigo Lázaro, el amor generoso y entregado del que pasó por la vida haciendo el bien, el que no encontraba lugar ni tiempo para descansar, el que tocaba a los leprosos y a los marginados; el amor valiente y comprometido del que denunciaba las hipocresías y las incoherencias y proclamaba la libertad de los hijos de Dios.
¡Qué ruin era en cambio lo que Alex me proponía! Una esclavitud, una degradación, un momento de placer, un vil trato sexual, un aherrojarme ante un hombre al que sólo le importaba verme tirada bajo su mirada lasciva. Cualquiera diría que estoy exagerando, cuando muchas muchachitas de mi edad y más jóvenes aún, se insinúan, se ofrecen e incluso piden ese momento de placer “para ver qué se siente”. Amor “Light”, que en el fondo no es amor, como muchas cosas que estamos experimentando en esta nueva época.
Hay un amor que Cristo nos propone, el “nuevo mandamiento”, nuevo porque no excluye a nadie, porque quiere llegar a todos los hombres de todas las épocas. Porque la glorificación de Cristo que será también la glorificación del hombre, lo conseguiremos ya no imponiendo más cruces como la que Alex quería ponerme y la que algunos queremos imponer sobre los hombros de los demás.
Necesitamos del amor de Cristo que libera, que tomó sobre sí la cruz para librarnos del pecado, y que nos pide ya no más cruces, sino un amor a toda prueba, un amor que haga nuestro mundo luminoso, alegre, fraternal, y donde los creyentes, los cristianos, los católicos encabecen la marcha de la alegría, de la vida, de la fraternidad, hasta que todos los hombres puedan decir como en los primeros tiempos de la Iglesia: “Mirad cómo se aman”.
A Alex lo despedí en aquél mismo momento, no le guardé rencor, lo perdoné también al instante, pero le pedí que siguiera su camino, porque había matado en un santiamén el amor que pudo haber crecido alto, frondoso, acogedor, como esos grandes árboles plantados al borde de nuestras carreteras, pero que sólo llegó a ser como los cardos espinosos que sangran y dan dolor.
Fuente del texto: Catholic.net NO OLVIDES REZAR LAS ORACIONES DE LOS DÍAS TRECE DE CADA MES: http://catolicidad-catolicidad.blogspot.com/2011/06/convocatoria-todos-nuestros-amigos.html
Quiero publicarla en Facebook pero me sale otra leyenda en el casillero que no tiene que ver con nada del título de este interesante blog. Yo deseo que lo vean en mi página, pero así sale y esto realmente le resta la atención a mis amistades de verlo. Que lástima. Aló mejor se arregla este desperfecto. Díganme como.
ResponderEliminarEstimada María:
EliminarEs sencillo, una vez que ya te diste PREVIAMENTE de alta en tu facebook:
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Un abrazo en Cristo
Atte
CATOLICIDAD