sábado, 16 de enero de 2010

REFLEXIÓN ACERCA DEL PARAÍSO


¿Pensamos en el Paraíso? Tal vez lo hemos dejado de lado... Quiero decir: no lo consideramos más. Ha desaparecido del horizonte y sólo tenemos en cuenta (¡demasiado en cuenta!) esos paraísos de sustitución, esas "migajas" de este mundo, los paraísos en la tierra.

El paraíso es Dios. Dios es nuestro futuro. Dios es nuestro presente. Dios está aquí.

Tal afirmación es necesaria y urgente, sobre todo cuando las distracciones son tan abundantes; cuando los consuelos de esta vida se nos presentan como la única posibilidad de alcanzar la soñada felicidad.

Que todo ello sea efímero no es necesario probarlo... La desilusión y la experiencia están ahí para decirnos lo que, tantas veces, no queremos ver ni oír.

Pero yo me atrevo a afirmar ahora que tampoco son suficientes los "consuelos" espirituales. En efecto, muchos pretenderán el paraíso en honores, en reconocimientos, en "satisfacciones" que coronen una vida de estudio, de consagración, de lucha aún desinteresada...

No confundamos el oro con aquello que parece oro. Nuestro corazón sólo reposará en Dios. Sólo en El hallaremos la paz que tanto ansiamos. También las consolaciones espirituales son migajas...

Pero ¿cómo convencer al hombre contemporáneo de semejante verdad cuando todo, todo le repite lo contrario?

Desde luego, se trata de plantear un auténtico desafío. Quizá el más difícil debido a nuestra educación pragmática...

La vida misma, sin embargo, es una maravillosa maestra, una introducción al Paraíso diseñada por la mano del Señor. La Providencia nunca nos traiciona y nuestra alegría ha de ser muy grande, en todo momento... y en cualquier situación.

Y con mayor razón si la Presencia de Dios nos regala ya, ahora, en este mismo instante, un paraíso verdadero. ¿No lo hemos pensado? Es una pena que "perdamos" tanto tiempo, que dejemos pasar tantas ocasiones, por el ansia o la desesperación de "ganar" partidas sin sentido...

El hombre halla en sí mismo las mayores respuestas, porque su propio corazón es el templo que se ha edificado Dios. Y si este es el anticipo, realidad inefable, ¿cuál será la que nos espera y que supera toda esperanza?

Parece que en los días que corren la Esperanza ha perdido su objeto. A fuerza de esperar cualquier cosa se nos han borrado las mejores...

¿No comprobamos -a cada paso- la búsqueda desordenada de premios de todo género, aún en los consagrados a Dios? ¿No saben, acaso, quienes todo (¿todo?) lo dejaron, que semejante renuncia comporta la total adhesión al Señor?

En no pocas ocasiones las cosas más pequeñas impiden el vuelo y nos dejan arrastrándonos por la tierra. Sí, tantas veces un sólo árbol (y no muy grande) no nos permite ver el bosque por más imponente que sea.

El paraíso comporta la renuncia al antojo menudo, a la ambición del miope, al egoísmo, a cualquier vindicta... No son las "afirmaciones" personales las que nos darán la alegría. Sabor amargo es éste, cuando se da y en él hemos puesto la esperanza..

Por el contrario, esperemos lo que no se mide ni se publicita, ni satisface inmediatamente... Abandonemos, abandonémonos con confianza...

Que el Señor nos otorga la gracia y Él mismo nace en nuestro corazón.

Autor: Alberto E. Justo
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