Su pureza era tal que la ofrendó a Dios con su voto secreto de perpetua virginidad. Tan secreto que ni sus tutores, cristianos o no, lo conocían, y por eso, como era costumbre, le buscaron, en linaje tan noble como era el suyo, un esposo, que había de ser el joven Valeriano; y, por añadidura, era todavía infiel.
Cecilia jurídicamente debía aceptar el compromiso matrimonial, pero en su oración había logrado del Señor que le enviara visiblemente al ángel de su guarda con la promesa de que defendería su virginidad.
La situación era comprometida, pues aunque entonces no eran raros los matrimonios de infieles y paganos, y bien sabría Cecilia que algunas mujeres convirtieron a sus esposos, con todo, en la vida íntima, no podría disimular la señal de la cruz, los ayunos, oraciones, asistencia a los sagrados ritos. Así es que, fiada en Dios y confortada por el ángel, decidió plantear inmediatamente la delicada situación.
Era, pues, el mismo día de la boda. Podemos describirla con el ceremonial usado entonces, y hasta confirmado en el traje nupcial con los vestidos que aún guardan sus reliquias.
La casa de los Caecilii en el Campo de Marte tenía el atrio, el impluvio y otros aposentos rebosantes de convidados. Dentro, en el gyneceo, las amigas de Cecilia la ayudaban en el adorno de su atuendo nupcial. Una túnica de lana blanca ceñida con una banda del mismo color, los cabellos cubiertos con el flammeum, fino velo de color de llama, que le cubría la frente y las seis trenzas de su peinado y caía sobre el vestido en pliegues elegantes.
Llega la hora y se abren las cortinas del tablinum, aparece Cecilia ante la expectación de los convidados radiante de hermosura y distinción. De antemano se habían firmado las capitulaciones matrimoniales.
Al resplandor de las antorchas que llevaban los convidados, avanza Cecilia acompañada de su tutor; lleva en las manos el huso y la rueca; delante dos niños patrimi, es decir, cuyos padres no habían muerto, sembraban de flores el camino. Un coro de tibícines y cantores animaban el cortejo. El pueblo bordaba el trayecto de aclamaciones.
Llegados al solar de los Valerios, adornado de flores, colgaduras y cortinas de lana blanca, se detiene la comitiva en el umbral; los acompañantes claman: Thallassiol
Aparece Valeriano y, ritualmente, pregunta a Cecilia:
—¿Quién eres tú?
—Donde tú Cayo, seré yo Caya, dice la novia como su antepasada Cecilia Tanaquil.
Valeriano le presenta un vaso de cristal con agua límpida, una llave de casa y la invita a sentarse sobre un tapiz de lana con el huso y la rueca en las manos.
Hermoso simbolismo de las virtudes y ocupaciones familiares, muy semejante, a pesar de ser pagano, al del libro bíblico de los Proverbios, que comentó fray Luis de León en La perfecta casada.
Siguió el espléndido convite nupcial, se multiplicaban los plácemes, y los poetas entonaban los himnos y epitalamios al son de sus liras.
Y entretanto... Es el momento culminante que nos han guardado las actas:
Canentibus organis... Sonaban los instrumentos mientras Cecilia en su corazón cantaba al Señor solamente diciendo: "Hágase mi corazón inmaculado para que no quede confundida".
Cuando todos ya se habían marchado, Cecilia dijo a su esposo:
—Querido Valeriano: tengo un secreto que revelarte, si me juras guardar secreto.
Lo prometió y Cecilia prosiguió:
—Tengo un ángel de Dios que guarda mi virginidad: si te acercaras a mí con amor impuro, desenvainaría su espada y cortaría en flor tu vida; pero si me amas y respetas mi pureza, se hará tu amigo y nos colmará de bienes.
Inspirado por Dios Valeriano y trémulo de emoción le dijo:
—Para creer tus palabras tendría que ver al ángel y ver demostrado que no es otro hombre el que ocupa tu corazón. De ser así, los dos moriríais a mis manos. Cecilia replicó:
—Para ver al ángel tendrás que creer en un solo Dios y ser purificado. Vete al tercer miliario de la vía Appia; verás allí un grupo de mendigos que me conocen, salúdalos de mi parte, diles que te lleven al buen anciano Urbano y él te hará conocer a Dios, te dará un vestido de color de nieve, y luego, purificado, vuelve a casa y verás al ángel.
Apenas amanecido fue al Pagus Triopius: junto al llamado locus trucidatorum, por los cristianos allí sacrificados, estaban las catacumbas de Pretextato y encontró al obispo Urbano.
Las actas hablan de una visión celestial en la que se les apareció un anciano vestido de blanco con un libro en las manos que decía:
"Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Señor, Padre de todos."
—¿Crees ya o dudas aún?—le dijo Urbano.
—Nada más verdadero bajo el firmamento—respondió el joven.
Y tras rápida catequesis le concedió el bautismo.
No hay razón para dudar, por ser sobrenatural, de esta visión, pues eran frecuentes en la primitiva Iglesia. Ni tampoco es increíble el que vuelto a su casa encontrara Valeriano a su Cecilia junto al ángel, que tenía en sus manos dos coronas de fragantes rosas purpúreas, que ofreció a cada uno de los desposados, promesa y símbolo de su triunfo martirial.
—Pídeme, Valeriano, la gracia que más ansías—añadió el ángel.
—Nada quiero más en el mundo que a mi hermano Tiburcio. Concededme que él confiese como yo a Jesucristo. Llegó en esto Tiburcio y, sorprendido, exclamó:
—¿Qué aroma es este de rosas y de lirios?
Aquí las actas, con fundamento documental y recuerdos de la tradición, trenzan un bello diálogo redaccional con doctas catequesis de Cecilia, tomadas del libro De pudicitia, de Tertuliano. Con la conversión y bautismo de Tiburcio concluye la emocionada escena.
La corta vida matrimonial de los esposos pudiera describirse como por aquellos años lo hacía Tertuliano en su libro Ad uxorem:
"Juntos oran, juntos se postran ante Dios, juntos ayunan y se instruyen. juntos van a la iglesia a recibir a Cristo. Comparten las alegrías y las preocupaciones. Ningún secreto, ninguna discusión, ningún disgusto. A ocultas van a repartir sus limosnas. Nada impide que hagan la señal de la cruz, sus devociones externas, sus oraciones. Juntos cantan los himnos y salmos; y sólo rivalizan en servir mejor a Jesucristo." Era el año 176.
MARTIRIO DE LOS DOS HERMANOS
Marzo del 177; aparece en escena un prefecto de la ciudad, Almaquio, que en realidad era sólo un pretor subalterno; Aemaquio o Amaquio, según Guéranguer y Rossi.
Por denuncias de un colega llamado Tarquinio llamó Almaquio a su tribunal a los dos hermanos. Ante su confesión les ofrece un libelo o certificado de haber sacrificado a los dioses, sin haberlo hecho, por unos miles de sextercios. El diálogo parece copiado de las actas archivadas en los escrinios judiciales. Se negaron en absoluto aun a disimular su fe cristiana.
Manda Almaquio azotarlos; los entrega luego a Máximo con un pelotón de soldados con orden de ejecutarlos a la madrugada siguiente.
Aún pudo de noche visitarlos Cecilia, acompañada de Urbano. Nuevamente el ángel se apareció a todos; lo vió también Máximo, que se convirtió y fue con Valeriano y Tiburcio degollado. El antiquísimo (s. v) martirologio jeronimiano pone con Máximo también a otros compañeros.
Cecilia recogió los cadáveres, los embalsamó y, depositados en un sarcófago, los colocó en un lóculo de las catacumbas de Pretextato.
Poco duró la viudez de Cecilia. Sintetizan las actas estos meses en la expresiva frase: Quasi apis argumentosa, como una diligente abeja servía al Señor. Recientes excavaciones persuaden de que las catacumbas de Calixto fueron aquellos días iniciadas por Cecilia en terrenos familiares. En ellas preparó su sepultura, allí habían de tener sepulcro varios papas y mártires celebrados en elegantes inscripciones poéticas del papa español San Dámaso, que delicadamenite alude a Santa Cecilia, "la que ambicionó defender su pudor virginal".
Así fue; a los cinco meses, Almaquio vió la manera de confiscar los bienes de Cecilia y apoderarse de ellos. La llama a su tribunal, la ordena ofrendar incienso a los ídolos a lo que ella se niega; él hipócritamente, se duele de que tenga que marchitar su florida juventud y, tras una escena que patéticamente amplifica la Passio, decreta su muerte. La llevan a su casa, detenida bajo custodia, hasta que llegara el día de la ejecución, que se retrasó—para llevarla a cabo sin que en el pueblo pudiera haber protestas o alborotos— hasta los próximos días del 4 al 19 de noviembre, en que se celebraban los Ludi Romani en el Coliseo y el Circo Máximo.
Aprovechó aquella tregua Cecilia para catequizar a muchos—400 dicen las actas—, que se convirtieron por su ejemplo, y disponer de sus bienes en favor de los pobres y de la Iglesia.
MARTIRIO DE SANTA CECILIA
Llegado su día, la mandan encerrar en el caldarium o cuarto de la calefacción, por donde pasaban los tubos del agua calentada en el hipocaustum. Allí tenía que morir asfixiada, como Octavia, la esposa de Nerón y Fausta, la esposa de Constantino.
Alguien ha leído en viejos códices: Candentibus organis; organa se llamaban las tuberías. Y entonces se interpretaría que, estando al rojo los elementos de la calefacción, Cecilia seguía entonando sus cánticos al Señor.
Ello es que pasaba el tiempo y no moría. Llaman al lictor que la degüelle: le da tres tajos (vacilante quizá de temor la espada) y, como la ley no permitía un golpe más, la dejaron por muerta. Aún vivió tres días, y al fin expiró con sonrisa angelical, con las manos enlazadas de manera que una mostrara el índice, tres dedos la otra, confesando la unidad de Dios y trinidad de personas.
Así, en blanquísimo mármol de Carrara, la representa Maderna en la bellísima estatua yacente de la basílica transtiberina.
La segunda después de la Madre de Dios es, entre las vírgenes, Santa Cecilia: modelo de todas, pues guardó la virginidad aun siendo desposada y la sublimó con su martirio glorioso. Así lo dice el obispo de la alta Edad Media Adhelmo en su libro De virginitate, que publicó la Patrología de Migne en su volumen 89.
Y este alto aprecio lo confirmó la liturgia, que pone a Santa Cecilia, con solas otras seis vírgenes, en el canon de la misa; y es la que más basílicas tuvo en Roma y quizá más templos en toda la cristiandad; la más ensalzada por pintores y escultores, y la más celebrada por los músicos, que la aclaman por su patrona celestial.
De ello, aparte de sus preciosas reliquias, cuya famosa historia es un monumento, nos han quedado las actas martiriales, Passio Stae, Caeciliae, cuya historicidad substancial proclaman los más sabios arqueólogos antiguos y modernos, como Baronio. Rossi, Duchesne, Allard, Guéranger, Wilpert, Kirsch, Marucchi.
Autor: José Artero
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Santa Cecilia es muy conocida en la actualidad por ser la patrona de los músicos. Sus actas cuentan que, al día de su matrimonio, en tanto que los músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón. De ahí que se le relacione con la música. Ya en la edad media la empezaron a pintar tocando algún instrumento (generalmente el piano), pero en realidad en ningún lugar consta que tocase alguno.
ResponderEliminarMucha música comercial que alimenta el corazón de la gente, sin lugar a dudas, le alejan de la vida con Dios, dado que no transmiten valores objetivos que conduzcan una recta conciencia sobre el sentido de la propia existencia; por el contrario, mucha música habla de sensualidad, sexo, relaciones prematrimoniales, divorcios e infidelidades y otra aún es peor pues mezcla ya mensajes de satanismo.
ResponderEliminarEntonces, nuestro deber se convierte en escuchar y propagar música que alimente el corazón y la conciencia, que fundamente la razón y la fe, que favorezca la vivencia de valores que conduzcan nuestra existencia por el sendero del bien.
Últimamente el canto gregoriano, gracias a Dios, ha tenido un gran auge y mucha juventud ha redescubierto, también, la buena música clásica que por su belleza y armonía alimenta los valores del espíritu aunque no sea estrictamente religiosa.
Lo lamentable es la pobreza musical en muchos templos donde la música y cantos profanos son empleados con letra religiosa. Ni que decir de tantos instrumentos contrarios a la liturgia que lamentablemente se emplean también. Los responsables de los templos han empobrecido la cultura musical del pueblo e introducido ritmos, canciones y elementos profanos que no elevan el alma a Dios, sino conducen la liturgia a una gravísima desacralización y a una absoluta pobreza musical.
Santa Cecilia, ruega porque todo esto acabe y se restablezca el buen juicio en estos aspectos tan importantes para la religiosidad de los fieles católicos.
Estoy plenamente de acuerdo con lo que dices.
ResponderEliminarGustavo Carmona
-Creo que mi vecino está loco
ResponderEliminar-Por qué?
-De pronto, todas las noches a las tres de la mañana, se pone como loco a golpear las paredes.
-Y tú que haces?
-Nada, seguir tocando la batería.
¡FELIZ DÍA DE LOS MÚSICOS!