¿Y nos amamos? ¿Nos vemos siquiera con benevolencia? ¿No estamos cargados de murmuraciones, de celos, de intransigencias, de acrimonias? ¿No nos ignoramos o, conociéndonos, nos desconocemos? ¿No hervimos en bochornosas disidencias a la hora suprema de la unión?...
Nos engañamos miserablemente si nos creemos cristianos sin amor fraterno. Vana será nuestra ofrenda, nula nuestra plegaria, farsa nuestra cristiandad. Jesús insiste: “Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve después a presentar tu ofrenda”.
Desterremos toda prevención, toda suspicacia, toda dureza para el prójimo. Abramos anchamente el corazón a la dulce indulgencia, a la comprensión benévola, a la magnánima cordialidad. Sólo por el amor nos redimimos, sólo por el amor somos cristianos. “En esto conocerán que sois mis discípulos…”
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