lunes, 8 de febrero de 2010

LA GRACIA SANTIFICANTE ES UN DON PERSONAL


Autor: P. Jorge Loring S.J.

La gracia santificante es una cualidad que hace subir de categoría al hombre dándole como una segunda naturaleza superior.

--La gracia santificante es un don personal sobrenatural y gratuito, que nos hace verdaderos hijos de Dios. La recibimos en el Bautismo--.

1. La gracia santificante es un don sobrenatural, interior y permanente, que Dios nos otorga, por mediación de Jesucristo, para nuestra salvación.

Don sobrenatural: Supera la naturaleza humana.

Don permanente: Mora en el alma mientras se está en gracia, sin pecado mortal. Sólo Dios da la gracia santificante.

Todas las gracias son concedidas por los méritos de Jesucristo.
Dios nos da la gracia santificante para salvarnos.

La gracia santificante es una cualidad que hace subir de categoría al hombre dándole como una segunda naturaleza superior. Es como una «semilla de Dios». La comparación es de San Juan.

Desarrollándose en el alma produce una vida en cierto modo divina como si nos pusieran en las venas una inyección de sangre divina. La gracia santificante es la vida sobrenatural del alma. Se llama también gracia de Dios.

La gracia santificante nos transforma de modo parecido al hierro candente que sin dejar de ser hierro tiene las características del fuego.

«Lo que Dios es por naturaleza, nos hacemos nosotros por la gracia».

La gracia de Dios es lo que más vale en este mundo. Nos hace participantes de la naturaleza divina. Esto es una maravilla incomprensible, pero verdadera. Es como un diamante oculto por el barro que lo cubre.

El siglo pasado Van Wick construyó con guijarros una casita en su granja de Dutoitspan (Sudáfrica). Un día, después de una fuerte tormenta, descubrió que aquellos guijarros eran diamantes: el agua caída los había limpiado del barro. Así se descubrió lo que hoy es una gran mina de diamantes. La gracia es un diamante que no se ve a simple vista.

La gracia nos hace participantes de la naturaleza divina, pero no nos hace hombres-dioses como Cristo que era Dios, porque su naturaleza humana participaba de la personalidad divina, lo cual no ocurre en nosotros.

Dios al hacernos hijos suyos y participantes de su divinidad nos pone por encima de todas las demás criaturas que también son obra de Dios, pero no participan de su divinidad. La misma diferencia que hay entre la escultura que hace un escultor y su propio hijo, a quien comunica su naturaleza.

Cuando vivimos en gracia santificante somos templos vivos del Espíritu Santo. La gracia santificante es absolutamente necesaria a todos los hombres para conseguir la vida eterna. La gracia se pierde por el pecado grave.

En pecado mortal no se puede merecer. Es como una losa caída en el campo. Debajo de ella no crece la hierba. Para que crezca, primero hay que retirar la losa. Estando en pecado mortal no se puede merecer nada.

Quien ha perdido la gracia santificante no puede vivir tranquilo, pues está en un peligro inminente de condenarse.

La gracia santificante se recobra con la confesión bien hecha, o con un acto de contrición perfecta, con propósito de confesarse.

El perder la gracia santificante es la mayor de las desgracias, aunque no se vea a simple vista. Sin la gracia de Dios toda nuestra vida es inútil para el cielo.

Por fuera sigue igual, pero por dentro no funciona: como una bombilla sin corriente eléctrica. Dice San Agustín que «como el ojo no puede ver sin el auxilio de la luz, el hombre no puede obrar sobrenaturalmente sin el auxilio de la gracia divina».

En el orden sobrenatural hay esencialmente más diferencia entre un hombre en pecado mortal y un hombre en gracia de Dios, que entre éste y uno que está en el cielo. La única diferencia en el cielo está en que la vida de la gracia -allí en toda su plenitud- produce una felicidad sobrehumana que en esta vida no podemos alcanzar.

Esta vida es el camino para la eternidad. Y la eternidad, para nosotros, será el cielo o el infierno. Sigue el camino del cielo el que vive en gracia de Dios.

Sigue el camino del infierno el que vive en pecado mortal.Si queremos ir al cielo, debemos seguir el camino del cielo. Querer ir al cielo y seguir el camino del infierno, es una necedad.

Sin embargo, en esta necedad incurren, desgraciadamente, muchas personas. Algún día caerán en la cuenta de su necedad, pero quizá sea ya demasiado tarde.

2. Además de la gracia santificante Dios concede otras gracias que llamamos gracias actuales, que son auxilios sobrenaturales transitorios, es decir, dados en cada caso, que nos son necesarios para evitar el mal y hacer el bien, en orden a la salvación. Pues por nosotros mismos nada podemos. No podemos tener una fe suficiente, ni un arrepentimiento que produzca nuestra conversión.

Las gracias actuales iluminan nuestro entendimiento y mueven nuestra voluntad para obrar el bien y evitar el mal.

Sin esta gracia no podemos comenzar, ni continuar, ni concluir nada en orden a la vida eterna.

Según Pelagio, monje inglés del siglo V, el hombre con sus fuerzas morales puede, hacer el bien y evitar el mal, convertirse y salvarse.

Pero la doctrina católica sostiene que el hombre no puede cumplir todas sus obligaciones ni hacer obras buenas para alcanzar la gloria eterna sin la ayuda de la gracia de Dios. Merecer el cielo es una cosa superior a las fuerzas de la naturaleza humana.

Pero como Dios quiere la salvación de todos los hombres, a todos les da la gracia suficiente que necesitan para alcanzar la vida eterna. Con la gracia suficiente el hombre podría obrar el bien, si quisiera.

La gracia suficiente se convierte en eficaz cuando el hombre colabora.

Los adultos tienen que cooperar a esta gracia de Dios. Dijo San Agustín: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti».

«Dios ha querido darnos el cielo como recompensa a nuestras buenas obras. Sin ellas es imposible, para el adulto, conseguir la salvación eterna.

»Nuestra salvación eterna es un asunto absolutamente personal e intransferible. Al que hace lo que puede, Dios no le niega su gracia.

»Y sin la libre cooperación a la gracia es imposible la salvación del hombre adulto» .

Con sus inspiraciones, Dios predispone al hombre para que haga buenas obras, y según el hombre va cooperando, va Dios aumentando las gracias que le ayudan a practicar estas buenas obras con las cuales ha de alcanzar la gloria eterna. «Tan grande es la bondad de Dios con nosotros que ha querido que sean méritos nuestros lo que es don suyo».

Esta gracia, que nos eleva por encima de la naturaleza caída, la mereció el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo en la cruz. La obtenemos mediante la oración y los Sacramentos.
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2 comentarios:

  1. Que la Gracia del Señor, esté siempre con ustedes.
    Los quiero mucho.
    Vuestra hermana en la Fe, desde los Andes Sanjuaninos

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  2. Edit:

    También nosostros te tenemos en gran estima y te queremos. Dios te llene de bendiciones.

    Un abrazo en Cristo

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