domingo, 6 de octubre de 2013
LA MADRE QUE MÁS NOS AMA por San Alfonso María de Ligorio
Si María es Nuestra Madre, bien está que consideremos cuánto nos ama. El amor hacia los hijos es un amor necesario; por eso –como reflexiona Santo Tomás- Dios ha puesto en la divina ley, a los hijos, el precepto de amar a los padres; mas, por el contrario, no hay precepto expreso de que los padres amen a sus hijos, porque el amor hacia ellos está impreso en la naturaleza con tal fuerza que las mismas fieras, como dice San Ambrosio, no pueden dejar de amar a sus crías.
Y así, cuentan los naturalistas, que los tigres, al oír los gritos de sus cachorros, presos por los cazadores, hasta se arrojan al agua en persecución de los barcos que los llevan cautivos. Pues si hasta los tigres, parece decirnos nuestra Amadísima Madre María, no pueden olvidarse de sus cachorros, ¿cómo podré olvidarme de amaros, hijos míos? “¿Acaso puede olvidarse la mujer de su niño sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo nunca me olvidaré de ti” (Is 49, 15).
Si por un imposible una madre se olvidara de su hijo, es imposible, nos dice María, que yo pueda olvidarme de un hijo mío. María es Nuestra Madre, no ya según la carne, como queda dicho, sino por el amor. “Yo soy la Madre del amor hermoso” (Pr 24, 24). El amor que nos tiene es el que la ha hecho Madre Nuestra, y por eso se gloría, dice un autor, en ser Madre de Amor, porque habiéndonos tomado a todos por hijos es todo amor para con nosotros.
¿Quién podrá explicar el amor que nos tiene a nosotros miserables pecadores? Dice Arnoldo de Chartes que ella, al morir Jesucristo, deseaba con inmenso ardor morir junto al Hijo por nuestro amor. Y así, cuando el Hijo –dice San Ambrosio- colgaba moribundo en la Cruz, María hubiera querido ofrecerse a los verdugos para dar la vida por nosotros.
Los Santos, porque así amaban a Dios, se lanzaron a hacer cosas heroicas por sus prójimos. Pero ¿quién ha amado a Dios más que María? Ella lo amó desde el primer instante de su existencia más de lo que lo han amado todos los Ángeles y Santos juntos en el curso de su existencia.
Reveló la Virgen a Sor María del Crucificado que era tal el fuego de amor que ardía en su corazón hacia Dios, que podría abrasar en un instante todo el universo si lo pudieran sentir. Que en su comparación eran como suave brisa los ardores de los Serafines. Por tanto, como no hay entre los espíritus bienaventurados quien ame a Dios más que María, así no puede haber, después de Dios, quien nos ame más que esta amorosísima Madre. Y si se pudiera unir el amor que todas las madres tienen a sus hijos, todos los esposos a sus esposas y todos los Ángeles y Santos a sus devotos, no alcanzaría el amor que María tiene a una sola alma. Dice el P. Nierembergh que el amor que todas las madres tienen por sus hijos es pura sombra en comparación con el amor que María tiene por cada uno de nosotros. Más nos ama Ella sola –añade- que lo que nos aman todos los Ángeles y Santos.
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