domingo, 22 de junio de 2014

DEL EGO A LA DONACIÓN


SAN FELIPE DE JESÚS
por Sor Clotide García Espejel E.D.

No pretendo invocar la historia para mencionar a nuestro Santo, Felipe de Jesús, porque sé que muchos de ustedes conocen la vida del Santo e, incluso podrían agregar datos interesantes que, posiblemente, para mí fueran desconocidos. Por lo cual, me concentraré en la reflexión sobre el proceso universal, psíquico - filosófico - teológico, el cual se realizó en él, como sucede en todos los Santos, quedando en la intimidad del protomártir las circunstancias particulares que se desarrollaron en el curso de su santificación, excepto el holocausto final que fue el martirio.

El desarrollo de este tema no apunta a su peculiar personalidad, ni a su pasión dominante o virtud fundamental; tampoco pretendo penetrar su individual espiritualidad, sino, repito, me internaré a ese plan general que sigue la gracia en el alma de todos, en escalas diferentes y que sólo espera la respuesta positiva del cristiano para lograr la santidad.

Todos los hombres, de todos los tiempos, quien más, quien menos, hemos de luchar contra el enemigo número uno de la virtud y manantial de todos los pecados, me refiero al ego, quien supliendo al yo provoca toda una desarmonía en el hombre.

Sólo la Santísima Virgen, San José y San Juan Bautista, fueron exceptuados de ese mortal y aguerrido, enemigo, cuando Dios los santificó en el vientre materno.

Respecto a San José, Padre Adoptivo de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia no ha declarado oficialmente nada sobre ese Don extraordinario, pero los teólogos hacen un razonamiento lógico y común y, concluyen: si Juan Bautista, precursor de Jesucristo, fue santificado en el vientre materno; San José, cuya vocación excede, en mucho, a la de San Juan, tuvo que ser preservado por Dios de manera singular.

"¡Amarás al Señor tu DIOS sobre todas las cosas, con toda tu alma, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a Ti mismo!".

Amar a Dios sobre todas las cosas, es - como expone en su profunda brevedad, el Catecismo de Ripalda - "perderlo todo antes que ofenderle".

San Agustín
Y, de otra manera, escuchemos a San Agustín: "Ama y haz lo que quieras", lo cual significa, que si se ama de verdad, cada acto será bien elegido para la Gloria de Dios y bien de las almas. Y si el amor al prójimo fluye del Amor de Dios, ese amor será óptimo y conducirá al auténtico amor de sí mismo.

No puede concebirse un auténtico cristianismo sin la práctica del único Amor, que es el Amor de Dios, el cual por generosidad divina, se convierte en el amor al prójimo realizado de la manera que me amo yo. Es cierto, que el amor tiene variados matices; múltiples tamaños, sin fin de expresiones; pero, en esencia, sólo es el Amor de Dios y, por Dios, el amor del prójimo y de sí. El que dice que ama a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso, pues ¿cómo dice amar a Dios que no ve, si a su prójimo que ve no lo ama? Es la eterna lucha de la vida: aprender del Amor, el verdadero amor e irlo perfeccionando a través del tiempo, para consumarlo y gozado en la eternidad. Y es un aprendizaje diario, fundamentalmente, porque al hombre le es fácil vivir luego el amor de sí, antes que el Amor de Dios y del prójimo; ya que es innato en él el amarse a sí, ahora instintivo, mañana razonado; pero siempre descubrirá después de él al tú prójimo y al Tú Dios, y sólo en el proceso de una vida generosa, cristiana, sabiamente encauzada, logrará ordenar la escala del Amor.

La creatura humana que tiene sabor a eternidad, y que desde siempre ya permanecido en la mente de Dios, hasta hacerse realidad, y una realidad concebida en el Ser Supremo y creada por Él, tiene irrefutablemente, ansia de lo trascendente, y fluye en su natural subconciencia la memoria de su origen y el despertar hacia su fin; sin embargo, la culpa original, su propia constitución de la unión substancial, alma y cuerpo, y cuya alma ha sido para ese cuerpo y necesita de él en esta vida, pues todo le llega a través de los sentidos; hace que vaya descubriendo paulatinamente el orden jerárquico de las cosas y hay cosas que sólo necesitan ser conocidas para estar en su sitio, pero otras habrán de ser logradas con esfuerzo para ocupar su lugar. Por ello el hombre tarde o nunca llega a ordenar el Amor.

Este amor de sí, cuando es desordenado, es base de muchos pecados y, cuándo se ordena debidamente, es manantial de virtudes. Por lo que igual que puede conducir a la felicidad verdadera, puede llevar al gran fracaso que no se detiene sino, a veces, hasta la misma eternidad infeliz. Ese amor de sí mismo tan genuino, tan natural, si no se encauza correctamente, se convierte en egoísmo, egoísmo que puede ir desde un egoísmo relativo, y ascendente hasta un egoísmo absoluto, que consiste en amarse sobre todas las cosas e, incluso, sobre el mismo Dios. El egoísmo no es simplemente el amor de sí, sino el exagerado e irracional amor de sí y desprecio de todo lo demás.

Egoísmo, del latín ego, inmoderado y excesivo amor que uno se tiene a sí mismo y que le hace a uno atender sólo al propio interés sin cuidar o cuidarse de los demás. "El egoísmo o amor desordenado -afirma Santo Tomás- es el origen de todos los pecados, pues todo pecado procede del apetito desordenado de algún bien temporal; pero esto no sucedería, si no amáramos desordenadamente a nuestro propio yo, que es para quien buscamos ese bien equivocado; de donde se manifiesta que el desordenado amor de sí mismo es la causa de todo pecado". De él proceden las tres concupiscencias de que habla el Apóstol San Juan (I Jo. 2, 16), la de la carne, la de los ojos y, la peor, la soberbia de la vida que son resumen y compendio de todos los desórdenes". (Santo Tomás de Royo Marín).

Escuchemos a este propósito al gran San Agustín: "Dos amores han levantado dos ciudades: el amor propio, llevado hasta el desprecio de Dios, la ciudad del mundo; el Amor de Dios, llevado hasta el desprecio de sí mismo, la Ciudad de Dios". La una se gloría en sí misma, la otra en el Señor y, hoy, como nunca, encontramos frente a frente esas dos ciudades de las que nos habla San Agustín, aún en las cosas más santas: Los Sacramentos la oración, el apostolado, hallamos el amor al ego y, lo más peligroso es, que esas almas pierden el sentido de la realidad espiritual y no descubren su gran equivocación, no trabajan para Dios sino para sí mismas. El mismo amor de los hijos, de los esposos, de los padres, sutilmente llega a ser un amor desordenado al Yo.

"Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame". (Lc. 9,23).

San Felipe de Jesús de quien sabemos era un niño travieso y un joven inquieto, con ciertos pecados de juventud, pues consta que tuvo que volver plenamente a Dios y, si alguien ha de tomar otra vez el camino, es porque en un momento lo desvió; por ello nuestro Santo, como todo hombre, hubo de reflexionar sobre el estado y actitud de su ego. Felipe, rico en temperamento y llamado desde la eternidad a la vocación de mártir y de primer Santo de la Nueva España: igual que alguna vez torció la senda, vuelve en él y trata de recuperarla. Tócalo la gracia; como indudablemente muchas veces ya había sucedido, pues nosotros sólo conocemos el momento en que por vez primera acude al Colegio de Santa Bárbara en Puebla y toma el Hábito de Novicio Franciscano, volviendo al mundo poco tiempo después, y la segunda vez, la definitiva, la que lo conduce a la santidad, cuando llamando a las puertas del Convento Franciscano de Santa Isabel en Manila, entra para siempre. Pero no sabemos, antes de esta decisión, cuantas luchas, cuántos arrepentimientos, cuántas meditaciones: resoluciones e irresoluciones hoy y mañana, y de ello, el único testigo, el Cielo. La lucha es la fase primera del despertar al Amor, al Amor con mayúsculas. Y triunfa, esta batalla la gana, ha descubierto su yo y ha derrotado al ego. El yo es la persona misma consciente de su origen, su camino y su meta universal y particular y al decir consciente no hablo sólo de conocimiento sino de la decisión de seguir la ruta haciendo honor al origen, salvando el camino y alcanzando el destino temporal y eterno. Fulton J. Scheen, uno de mis autores favoritos en mi lejana adolescencia dice: "El ego es lo que pensamos que somos, es el niño consentido, petulante, alborotador y mimado; el origen de nuestros errores en la vida; el Yo, es lo que en realidad somos. El Yo es nuestra personalidad hecha a imagen y semejanza de Dios".

Y prosigue Monseñor: "Las vidas de nuestros dos nosotros mismos no pueden ser vividas simultáneamente, si pretendemos e intentamos hacerlo, sufrimos ansiedades, remordimientos y descontento interno. Si la verdadera libertad se ha de hallar en nosotros mismos, el ego debe ceder al nacimiento de nuestra propia personalidad".

Nuestro Felipe con una madurez de adulto siendo aún muy joven, hace una introspección de sí y concluye, cómo su ego ha omnibulado a su yo; su egoísmo ha agotado su personalidad y ayudado de la luz y fortaleza que le da el Espíritu Santo, pisotea el ego y hace se manifieste el yo, el verdadero uno mismo, el que tiene en sí la imagen divina. El yo, la verdadera personalidad a la que los filósofos llaman "subsistente" esto es: capaz de volver a su propia esencia, de coincidir consigo mismo, de verse a sí mismo, tal cual es realmente, y de conocerse por la reflexión.

Esto debiera dar vergüenza al mundo de hoy, donde no existe la introspección, ni en los jóvenes, ni en los que no somos jóvenes.


Una vez descubierto y triunfante el yo, penetra San Felipe en una etapa más del Amor, pues ha de ser la Caridad quien lo guíe y, como flujo y reflujo, mientras más conozca el Amor más aprenderá a amar, sobre todo al Crucificado o ¿acaso no nos dice mucho San Felipe cuando se agregó de Jesús?, Jesús ... Jesús es su Amor y si Jesús ha muerto por él, claro que Felipe morirá por Jesús. Los religiosos, todos, que algo añadimos consciente y voluntariamente a nuestro nombre de pila, cuando entramos a la vida religiosa, podemos penetrar el porqué de Felipe de Jesús, porque ya amaba a Jesús, porque era su principio y su fin, porque era la razón de su vivir. En cada Santo contemplamos cómo brilla especialmente, una virtud madre de las otras, es solamente como para distinguirlo, porque al fin no se canoniza a nadie si no fue capaz de practicar todas las virtudes en un grado extraordinario, pero, de todos modos en unos percibimos más la fortaleza, en otros la sencillez, en algunos la paciencia, en otros la bondad; en muchos la pureza, el amor al trabajo ... Pero brilla en cada Santo una Virtud diferente. Advirtiendo que son la Fe, la Esperanza y la Caridad, las tres virtudes teologales base y fundamento de las otras virtudes. Pero de las tres virtudes teologales, la que brilla como refulgente estrella en todos los santos es la Caridad, el Amor que matizado, expresado según la vocación particular y la propia personalidad, no deja de ser la caridad para Dios y para el Prójimo. El amor jamás se esconde, siempre es evidente en los Santos y va en crescendo mientras más se descubre él y descubre a su Creador.

"Y en mis largas vigilias convencerme
que Tú eres todo Oh Dios, y yo soy nada;
nada que ayer despierta y hoy se duerme".

Pasada la fase del descubrimiento del Yo, el Amor pide más y el hombre sabe que ha empezado y que no termina allí, por ello Felipe de las Casas, conoce que ha de romper con el mundo; y llega al desprendimiento de sí, oigamos lo que nos dice la imitación de Cristo: "Quien me sigue no anda en tinieblas", "Vanidad de vanidades y toda vanidad sino amar y servir solamente a Dios. Suma Sabiduría es, por el desprecio del mundo, ir a los reinos celestiales. Vanidad es buscar riquezas perecederas y esperar en ellas, también es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente. Vanidad es seguir el apetito de la carne, y desear aquello por donde después te sea necesario ser castigado gravemente. Vanidad es desear larga vida y no cuidar que sea buena. Vanidad es mirar solamente a esta presente vida, y no proveer a lo venidero. Vanidad es amar lo que tan presto se pasa y no buscar con solicitud el gozo perdurable. Procura pues no desviar tu corazón de lo visible y traspasarlo a lo invisible, porque los que siguen su sensualidad manchan su conciencia y pierden la gracia de Dios".

El desprendimiento de todo lo creado es una condición esencial para llegar a la santidad. San Juan de la Cruz reduce todo su sistema místico al desprendimiento de todo lo creado, como elemento negativo, y a la union con Dios, por el Amor, como elemento positivo. Es un hecho que en la medida que el alma se va vaciando de las criaturas se va llenando de Dios. San Juan de la Cruz es inflexible en elgir el desprendimiento total del alma que quiera volar a Dios, a base del bello símil del ave asida a un hilo delgado, que por muy delgado que sea, le impide volar, no se permite el más pequeño apego voluntario a cualquier cosa de la tierra. Su fiel discípula Sor Isabel de la Trinidad, llegó a escribir que basta un deseo cualquiera para impedir la perfecta unión con Dios, escuchemos:

"Un alma que discute consigo misma, que se ocupa de sus sensibilidades, que alienta un pensamiento inútil, un deseo cualquiera, esta alma dispersa sus fuerzas, no está totalmente ordenada a Dios, su lira no vibra al unísono y el maestro cuando la pulsa, no puede hacer salir armonías divinas, hay allí todavía demasiado de lo humano, hay una disonancia". (Sor Isabel de la Trinidad).

La razón de la urgente necesidad absoluta de desprendimiento de las creaturas para la perfecta unión con Dios, la da magistralmente San Juan de la Cruz:

1.- "Dios es el todo, el ser necesario y absoluto, acto purísimo sin sombra de potencia, que existe por sí mismo y posee la plenitud absoluta del ser; y las creaturas comparadas con él son como nada; seres contingentes y caducos que tienen mas de potencia (no ser) que de acto (ser)".
2.- "Dos contrarios no caben en un sujeto: se excluyen mutuamente. Y así la luz es incompatible con las tinieblas, y el todo con la nada."
3-. "Si pues las creaturas son la nada y las tinieblas, y Dios es el todo y la luz, síguese en el alma que piensa unirse con Dios que ha de desprenderse de las "creaturas".
4.- "Y así es menester que el camino y subida para Dios sea un ordinario cuidado de hacer, cesar y modificar los apetitos; y tanto más presto llegará el alma cuanto más presta en esto cediera. Mas hasta que cesen no hay llegar, aunque más virtudes ejercite, porque le falta el conseguirlas en perfección, lo cual consiste en tener el alma vacía y desnuda y purificada de todo apetito."
San Juan de la Cruz
Y así todo anhelo, todo deseo, llevará como único fin la gloria de Dios, la salvación propia y la salvación de las almas.

Inicia San Felipe el camino de la desnudez espiritual: quítate poder, apártate placer, no brilles dinero, muere ego, vive el yo, rómpase los lazos con el mundo para entregarse a Dios. No es desprecío a las criaturas; sino el tratar de enmendarlas en su justo valor, mirando con San Juan de la Cruz lo que tiene de imperfecto y limitado para no ver en ellas más que el rastro y la huella del amado y así borrada la visión terrena de las cosas, mirar sólo la honra y la gloria de Dios, al todo no se llega sino por la senda estrecha de la negación absoluta de las nadas y expone San Juan de la Cruz con su original sublimidad:



"Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada".

"Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada".

"Para venir a serlo todo no quieras ser algo en nada".

"Para venir a saberlo todo no quieras saber algo en nada".

"Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas".

"Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes".

"Para venir a lo que no posees, has de ir por donde no posees".

"Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres".

"Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo, porque para venir del todo al todo has de negarte del todo en todo".

"Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tener sin nada querer porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro".



Fuente: http://eremitasdedios.blogspot.mx/2014_02_01_archive.html

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