viernes, 10 de marzo de 2017

TESTAMENTO SUPREMO


Contemplemos aquella escena cuya soberana hermosura conmovió a los ángeles testigos de ella, en la última Cena.

Jesús acaba de instituir la divina Eucaristía… Una sombra de infinita tristeza… casi de agonía, nubla su fisonomía adorable…: es que ve ahí a Judas; el ingrato tiene ya en su poder la suma que ha recibido para entregar a su Señor.

Diríase que Juan, el predilecto, lo ha adivinado todo, leyendo ya esta historia de perfidia en los ojos de su Amigo Divino… Y como quien se ofrece para pagar con creces, para reparar esa infamia, ved cómo se acerca, cómo se estrecha a Jesús… Y más; con una confianza espontánea y sencilla descansó amorosamente su cabeza sobre el Corazón de Jesús…

¡Ah, y ciertamente Jesús, complacido y consolado, recompensó esa intimidad reclinando su adorable Corazón en el de Juan, su apóstol… y su amigo!… ¡En ese momento de gloria se lo confió, sin duda, se lo dio por entero… y desde entonces, Jesús y Juan se unieron con vínculo eterno… más allá de la vida y más allá de la muerte!… ¡Jesús agoniza en el Calvario!… ¡A sus pies, cerca de Juan… más cerca aún de la Reina Inmaculada, está… Magdalena!… ¡A un lado, la inocencia conservada, y del otro, la inocencia recobrada!… ¡Y ambos, Juan y Magdalena, por testigo la Reina Inmaculada, reciben igualmente, en testamento supremo, el Corazón de Jesús!

Tomada de LA HORA SANTA, por el padre Mateo Crawley-Boevey (1875-1960).

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