Amado que encarcelado
te quedaste en el altar:
amor te puso cadenas
y sin movimiento estás.
Afuera, el mundo se muere
de frío y de soledad...
En tu sagrario hallaría
su remedio substancial:
la plenitud llameante
del amor y la verdad.
¡Pero ignora o lo olvida
y así envejece en su mal!
Tú no te puedes mover,
él no te viene a buscar,
¡y él y Tú, los dos se mueren
de frío y de soledad!
¡Ven a mi pecho, Señor:
yo te quiero libertar!
Ven conmigo, iremos juntos,
todo lo recorrerás:
calles, comercios, talleres,
los campos y la ciudad.
Iremos juntos, Amado:
¡dónde esté yo, Tú estarás!
(Señor, házme transparente:
no te opaque mi maldad!)
De tu prescencia al efluvio
volverán todos la faz;
la sorpresa y el hechizo
poco a poco crecerán,
el asombrado deseo
con más ardor mirará,
¡y al ver tu plena hermosura
conquistados quedarán,
que es conocerte y amarte
un sólo rapto vital!
Tu impotencia de moverte
fue designio de bondad.
Así como es tesorero
el rico, de tu caudal,
para que al dar tenga el júbilo,
virtud e industria de dar,
pero si cierra su mano
con codicia criminal
a Ti y al pobre defrauda
siendo dos veces rapaz;
así me das el tesoro
de tu Cuerpo celestial,
no para el gozo egoísta
de esconderte en mi heredad,
mas para el gozo magnánimo
de llevarte a los demás,
entregándoles contigo
la perfecta Caridad.
Amado que encarcelado
te quedaste en el altar:
ven conmigo; vamos fuera;
donde esté yo, Tú estarás,
te llevaré a todas partes,
¡que así te podré pagar
a Ti, Libertador mío,
mi deuda de libertad!
.
Alfonso Junco.
historiador y poeta
mexicano.
DELANTE DE LA CRUZ
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