La familia es la obra predilecta de Dios Creador, y el instrumento decisivo de Dios Salvador.
Cuando el Creador finalizaba cada una de sus jornadas, miraba como todo artista lo que había hecho, y lo encontraba "bueno". En el día sexto, creó la Familia. La miró, y la encontró "muy buena". A partir de entonces ya tenía presencia y morada en la tierra, y un socio válido para compartir con él el proseguimiento de la Creación y el gobierno de la Historia.
Llegada la hora de redimir al mundo del pecado y liberarlo de la esclavitud del padre de la mentira, la estrategia salvadora de Dios eligió como instrumento la Familia. Era la lógica de las "venganzas" divinas: si toda la ruina había comenzado por una familia malograda, conveniente era que la reconstrucción empezara por una Familia plenamente conforme al designio de su Creador. Buscó, eligió, dotó Dios a una Madre ornada de todas las bellezas exigibles a quien sería domicilio santo del Altísimo. Bendijo sus esponsales con un varón justo, casto y obediente. Y a esta pareja unida en matrimonio le confió el cuidado y educación de un hijo, fruto de virginal concepción por el poder del Espíritu. Allí estaban, magistralmente diseñados, los tres grandes bienes que cualifican la alianza conyugal: fidelidad, fecundidad, perennidad.
Por cierto, el Hijo de Dios concebido y nacido en esta familia poseía, era por sí mismo todo lo necesario para operar la salvación. Pero el Hijo del hombre quiso someter el proceso salvador a la mediación de su familia. Estuvo sometido a la autoridad de su padre espiritual y de su madre virginal: el Creador a sus creaturas, el Redentor a quienes le debían a El toda gracia y salvación. Dios anticipó en la familia lo que más tarde haría con la Iglesia. Estrictamente no las necesita, puede, y sólo El puede, perdonar y salvar, reconstruir y gobernar la historia y animar las culturas sin la familia y sin la Iglesia. Pero decretó no hacerlo sin ellas. Familia e Iglesia no se arrogan títulos o poderes: simplemente obedecen un designio divino. Dios quiere que su autorretrato, su morada y su instrumento de salvación sean la Familia y la Iglesia.
Así, unidas. Nunca la una sin la otra. Se necesitan, se fecundan mutuamente. La Familia es la primera Iglesia. La Iglesia es la primera Familia. Los nombres y oficios característicos de la Familia son los mismos del lenguaje, estructura y acción de la Iglesia: Padre, Madre, Hijo, Hermano, Maestro, Amor, Obediencia, Fidelidad, Misericordia. Si alguien quiere atacar, lesionar, disminuir a la Iglesia, no tiene más que debilitar y, en lo posible, destruir la Familia. Y si prefiere iniciar su acción demoledora escogiendo como blanco la Familia, entonces se empeñará en dividir, deshonrar, amordazar o encadenar a la Iglesia. El padre de la mentira es astuto y sabe escoger. Cuando ataca algo o a alguien en particular, da con ello señal de haber intuido que es importante para Dios. Dios, por su parte, cuando permite que algo o alguien suyo sea particularmente atacado, da con ello señal de que desea verlo particularmente destacado.
El Magisterio de la Iglesia ha percibido con lucidez esta táctica y estrategia del padre de la mentira, y respondido cada una de sus embestidas. Cuando el Adversario, disfrazado de ángel de luz, pretende justificar con el nombre de "libertad" y "derecho" el asesinato de una creatura inocente ya concebida y aun no nacida, la Iglesia proclama el Evangelio de la sacralidad inviolable de toda vida humana, desde su concepción hasta su extinción natural en el tiempo : el aborto es un crimen abominable. Los Estados que lo legalizan o de cualquier modo lo cohonestan no merecen llamarse regímenes democráticos ni pueden hablar en nombre de los derechos humanos. Llamados a respetar, defender y promover el derecho a la vida, degeneran en instigadores, cómplices, encubridores y aun autores de su arbitraria eliminación. Para la Iglesia, como para la Familia, el anuncio de una vida que viene, la esperanza de una vida que nace no serán nunca motivo de "embarazo", sonrojo, bochorno o lastre, como si la risueña figura del niño representara una amenaza a la calidad de vida o una disminución del patrimonio nacional. Iglesia y Familia, así siempre unidas, son el Fuerte de Dios, como dice el Papa.
El padre de la mentira sabe que para conspirar contra la vida debe destruir el matrimonio. El nombre mismo lo dice: matrimonio, oficio de maternidad. El primer bien de la alianza conyugal es concurrir a la perpetuación de la vida: esa vida que es uno de los nombres de Cristo, y de cuya intangibilidad es Dios mismo el principal garante y el más severo Juez. ¿Cómo se atenta contra el matrimonio? Negándole aquel atributo que lo hace ser lo que es : la indisolubilidad del vínculo conyugal. Si la promesa de los contrayentes excluye la voluntad y capacidad del "para siempre", aquello podrá llamarse "convivencia, pacto de cohabitación, comunidad de bienes, sociedad, compañía" de responsabilidad limitada y condicionada al tiempo, al desencanto o a la veleidad: en ningún caso matrimonio. La indisolubilidad es el matrimonio. Y no porque sea sacramento, lo cual excluiría la indisolubilidad como requisito esencial del matrimonio celebrado entre no creyentes o no católicos. La ley constitucional del matrimonio quedó plasmada en el relato del Génesis: la unión heterosexual, varón y mujer, que hace de los dos una sola carne, que permanece abierta a la fecundidad y que no puede desligarse por autoridad humana. Es ese carácter de consorcio indisoluble el que le permite al matrimonio ser sacramento, es decir, signo eficaz de la alianza de amor entre Cristo y su Esposa, la Iglesia. El matrimonio religioso no es indisoluble por ser sacramento: es sacramento porque es ya, naturalmente, indisoluble.
Se comprende el júbilo con que el padre de la mentira celebra cada "triunfo" de sus corifeos, cuando éstos hacen pasar como conquista libertaria y pluralista la disolución del vínculo conyugal legítimamente celebrado y consumado. Bien sabe aquél lo que éstos tristemente ignoran o fingen ignorar: que el divorcio engendra una cultura de empobrecimiento, envejecimiento y envilecimiento personal y nacional. Si el contrato más importante que un ser humano está llamado a firmar, si la empresa de mayor importancia estratégica que una nación puede cobijar quedan, por imposición de la ley, sometidos a un estatuto de obligada precariedad, al punto de que la voluntad unilateral e irrazonada de uno de los contrayentes o socio es suficiente para sentenciar su liquidación, resulta evidente que todos los contratos y empresas, todas las profesiones, oficios y obligaciones que por su naturaleza dependen de la estabilidad jurídica y sicológica correrán la misma suerte. En la vida humana todo está apostado a la fidelidad. Y de ello es signo y garante la indisolubilidad del vínculo conyugal.
Vendrán, se anuncian, están ya incoados nuevos ataques contra la familia. La figura del paterfamilias, que en los relatos bíblicos se presenta como factor determinante en la trasmisión de la fe, y que el derecho romano consagró como pilar de la estructuración jurídica, política y pedagógica de la república, es ahora una de las prioridades en la lista de demolición. Se le caricaturiza, se le desautoriza, lo despojan de su dignidad, lo motejan de tirano si pretende guardar orden y jerarquías. Nuevas técnicas reproductivas lo hacen incluso superfluo : donantes de espermios pueden ocupar el lugar del progenitor y educador permanente. Y la exaltación de la libertad cambia en su esencia el sentido de la autoridad: ya no se manda ni sanciona, sólo se acompaña y secunda. Pocas cosas estigmatizan hoy tanto como el simple temor de ser considerado "padre autoritario". "Castigo" se ha hecho sinónimo de violencia. El padre abdica su autoridad y suplica el mendrugo de la "amistad". Como si el corregir y sancionar no pudieran – y no debieran- ser prueba de amor responsable.
Fruto previsible de estas corrientes culturales es el auge de la simple convivencia, que al principio es pre-conyugal y termina, por su propia lógica, siendo opción permanente. Su culminación, igualmente previsible y lógica, es vivir cada quien en su departamento, y encontrarse o desencontrarse cuando y como quieran: sin compromiso. El divorcio trae consigo la devaluación del matrimonio. Y la devaluación del matrimonio desincentiva la generación de hijos, provocando un impacto demográfico que arriesga convertir la nación en museo, desarticulando el entero sistema laboral y previsional, afectando la identidad cultural y poniendo en riesgo la seguridad nacional.
La última "conquista" del padre de la mentira es el exitoso intento de quitarle al matrimonio su carácter heterosexual. Como siempre, invocando altisonantes razones de justicia, equidad y no discriminación. El irracional descaro del argumento es su mejor aliado para hacerlo atractivo, aceptable y socialmente indisputable. Cualquier personalidad que se atreva a manifestar su pensamiento en contrario se le destituirá, con escándalo, de todo cargo de figuración nacional e internacional.
El balance para el binomio Iglesia-Familia no parece favorable. ¿Estará Dios perdiendo la batalla, o en la batalla a sus instrumentos favoritos e indispensables? Recordemos: Dios permite se ataque lo que El quiere que se destaque. La aparente victoria de la mentira abortista, divorcista, antivida, antifamilia, no puede tener ni tendrá otro efecto que suscitar, en la Iglesia, una más potente conciencia, cruzada y cultura por la vida y por la familia; y en la familia, una cada vez más vital adhesión y confianza para con la Iglesia. Bien sabe ya, la familia, que sólo en la Iglesia tiene su punto de apoyo y su defensora intrépida hasta el martirio. Bien sabe, la Iglesia, que sólo en la familia se construye nuclearmente el futuro de la humanidad.
La Familia y la Iglesia unidas, jamás serán vencidas. . .
Por el Pbro Raúl Hasbún
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