viernes, 25 de septiembre de 2009

LA VIRGEN PERDIÓ EL PAÑUELO


Triana es Sevilla; pero es algo más que Sevilla. Sevilla se mira en el río que la ciñe, se refleja en sus aguas: temblorosa y mínima. Este reflejo en el río es Triana. Nace como Venus de las espumas. Por eso está del otro lado del Guadalquivir. Triana es una Sevilla de agua, de reflejos y de aromas sobre el Guadalquivir. Sevilla la guitarra y Triana la canción. Sin el río no existiría Triana. El Guadalquivir es más trianero que sevillano.
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Pero, ¿qué es Triana? ¿Una ciudad, un barrio, un pueblo?
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Nada de eso. Y aquí está su anarquismo inclasificable. Para ser ciudad, le falta algo; para ser pueblo le sobra mucho; para ser barrio, tiene excesiva personalidad que le impide subordinarse a un todo. Y el elemento substancial por excelencia es en Triana la Virgen de la Esperanza. Hay que contar con Ella para todo. Es imprescindible.
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¿Con qué culto honrará Triana a la Esperanza? Aquí la respuesta es única y definitiva: “Sacando la Virgen a la calle”. Éste es el supremo culto que rinde Triana como tal, a la Esperanza. Triana saca la Virgen a la calle para festejar su Asunción. No se trata de un acto penitencial; se trata de felicitar y festejar a la Virgen.
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Pero resultó que La Virgen, a su paso por las calles, perdió el pañuelo. Y de estos detalles exquisitos vive la sensibilidad de Triana, que donde otros no ven sino una casualidad ella adivina una voluntad libre que se decide y obra personalmente.
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En otras latitudes se diría, a lo más: “se cayó el pañuelo que llevaba la Virgen”. En Triana se dice: “La Virgen no quiere llevar hoy pañuelo”. Porque el caso fue que al salir de noche, advertimos que se había caído el pañuelito blanco que llevaba en su mano derecha.
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Se comentó mucho el caso: que la Virgen estaba muy contenta, que la Virgen ya no quería llorar más y que por eso tiraba el pañuelo.
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Todo acabo cuando Fernando se subió al “paso” y le volvió a colocar el pañuelo en su mano.
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Alguien insistía convencido, tirándole de la chaqueta: “Déjalo, niño, que la Esperanza no quiere hoy pañuelo; ¡te lo digo yo!”
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Fernando no le hizo caso y volvió a salir la Virgen con su pañuelo como si llevara desmayada en su mano una paloma blanca.
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Pero esta mañana, cuando íbamos a desembocar en la calle Betis, alguien dio otra vez el grito de alarma: “¡La Virgen volvió a perder el pañuelo!”
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Y era cierto; los bien torneados dedos de la Esperanza llevaban, en lugar del pañuelo, un rayo de sol y un puñadito de brisa trianera.
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Aquello ya no parecía casualidad.
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Quisieron parar la Virgen y ponérselo de nuevo. Pero entonces ya insistí yo:
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¡Déjalo, Triana, la Virgen
No quiere pañuelo ya!
Se le cayó ayer de noche
y hoy también de “madrugá”.

-Pero, ¿no ves cómo llora?
-¡Llora de felicidad!
Y las lágrimas de gozo
que ni tienen hiel ni sal
ni se enjugan ni se limpian,
¡ésas se dejan rodar
bonitas como la lluvia
de mayo sobre el cristal!

La Virgen llora de gozo,
¡Mira que bonita va!
Y toda Triana al volverse
se contagia y llora igual...
Nadie se seca las lágrimas,
son de gozo, ¡qué más da!
Los pañuelos han huido
-gaviotas blancas- al mar...
Han ido a limpiar las lágrimas
de Cádiz, que llora sal.

El pañuelo de la Virgen
ha volado; ¿dónde está?
Se le cayó ayer de noche
y hoy también de "madrugá".

No lo busques; no lo encuentras.
¡Ella lo saldrá a buscar
por el barrio el Viernes Santo
llorando, de "madrugá"!
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Padre Ramón Cué S.J.
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Río Guadalquivir

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