Dejemos que el mundo se afane por lo suyo; dejemos que Herodes se turbe; dejemos que en Jerusalén nadie se dé cuenta de nada, que cada cual esté en sus negocios, en sus placeres, en sus caprichos. Nosotros hagamos como María y José: toda nuestra atención esté puesta en ese Niño que ha de nacer, y ha de cambiar tan profundamente nuestra historia por su nacimiento. Hagamos como los pastores, que dejan todas las ovejas en el campo y corren a lo único importante: ver con los propios ojos al Salvador recién nacido, a quien encuentran...¿en un palacio, rodeado de guardas, cuidado ricamente? No: en un pesebre, envuelto en pañales... Hagamos como los Magos, que se separan de todo, se van de su corte real, y todo lo sacrifican en aras de un Niño, al que deben buscar en Occidente, en la dirección de Jerusalén... Nadie les hace caso, pero ¿qué les importa? Ellos siguen su estrella, esa estrella que los conduce a Belén, y en Belén, a la casa en que encuentran a un Niño junto a su Madre y a San José, y sin embargo adoran en Él a Dios, ofreciéndole incienso, reconocen en Él al Rey del universo, ofrendándole oro, y confiesan su naturaleza mortal y pasible, presentándole mirra....
miércoles, 23 de diciembre de 2009
EL GENUINO SENTIDO DE LA NATIVIDAD
¡Qué pena nos tiene que dar en estos días que se haya logrado difuminar totalmente, en todas partes, el sentido religioso de la Navidad! Se silencia olímpicamente que la Navidad es el Nacimiento del Hijo de Dios, del Creador, de nuestro Redentor, y se logra hacerlo de la manera más astuta y maliciosa: inundando todo con propagandas de regalos, de compras, de grandes almacenes; poniendo por todas partes el papá Noel consumista de los protestantes; explicando de mil maneras el sentido de la Navidad, que son las compras, el champán, la comida en familia, los regalos... ¿Y Nuestro Señor? Ah!, ¿pero existió? Por eso, nosotros no podemos olvidar esta importantísima fiesta, y dejar de celebrarla cumplidamente por lo que es, por lo que vale: por ser el aniversario de nuestra Redención, de la hora feliz en que, después de más de cuatro mil años de espera impotente, de gemidos de liberación, de sufrimientos y de pecados, nos llega por fin el Salvador prometido. ¡Por fin! ¡Ya era hora!! ¡¡¡Bendito sea Dios y su Santísima Madre!!! ¿Qué sería de nosotros sin esa Navidad?
Dejemos que el mundo se afane por lo suyo; dejemos que Herodes se turbe; dejemos que en Jerusalén nadie se dé cuenta de nada, que cada cual esté en sus negocios, en sus placeres, en sus caprichos. Nosotros hagamos como María y José: toda nuestra atención esté puesta en ese Niño que ha de nacer, y ha de cambiar tan profundamente nuestra historia por su nacimiento. Hagamos como los pastores, que dejan todas las ovejas en el campo y corren a lo único importante: ver con los propios ojos al Salvador recién nacido, a quien encuentran...¿en un palacio, rodeado de guardas, cuidado ricamente? No: en un pesebre, envuelto en pañales... Hagamos como los Magos, que se separan de todo, se van de su corte real, y todo lo sacrifican en aras de un Niño, al que deben buscar en Occidente, en la dirección de Jerusalén... Nadie les hace caso, pero ¿qué les importa? Ellos siguen su estrella, esa estrella que los conduce a Belén, y en Belén, a la casa en que encuentran a un Niño junto a su Madre y a San José, y sin embargo adoran en Él a Dios, ofreciéndole incienso, reconocen en Él al Rey del universo, ofrendándole oro, y confiesan su naturaleza mortal y pasible, presentándole mirra....
Dejemos que el mundo se afane por lo suyo; dejemos que Herodes se turbe; dejemos que en Jerusalén nadie se dé cuenta de nada, que cada cual esté en sus negocios, en sus placeres, en sus caprichos. Nosotros hagamos como María y José: toda nuestra atención esté puesta en ese Niño que ha de nacer, y ha de cambiar tan profundamente nuestra historia por su nacimiento. Hagamos como los pastores, que dejan todas las ovejas en el campo y corren a lo único importante: ver con los propios ojos al Salvador recién nacido, a quien encuentran...¿en un palacio, rodeado de guardas, cuidado ricamente? No: en un pesebre, envuelto en pañales... Hagamos como los Magos, que se separan de todo, se van de su corte real, y todo lo sacrifican en aras de un Niño, al que deben buscar en Occidente, en la dirección de Jerusalén... Nadie les hace caso, pero ¿qué les importa? Ellos siguen su estrella, esa estrella que los conduce a Belén, y en Belén, a la casa en que encuentran a un Niño junto a su Madre y a San José, y sin embargo adoran en Él a Dios, ofreciéndole incienso, reconocen en Él al Rey del universo, ofrendándole oro, y confiesan su naturaleza mortal y pasible, presentándole mirra....
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