La fuente de todas las objeciones que nos levantan los herejes es su ignorancia de algunas de nuestras verdades.
Ocurre usualmente que siendo incapaces de imaginar la conexión entre dos verdades aparentemente opuestas, y creyendo que el aceptar una entraña la exclusión de la otra, se aferran a una y excluyen la otra, y piensan que nosotros hacemos exactamente lo contrario. Ahora bien, esta exclusión es la causa de su herejía, y el ignorar el hecho de que nosotros sostenemos (también) la otra, motiva sus objeciones.
Ejemplo: Jesucristo es Dios y hombre. Los arrianos, incapaces de combinar dos cosas que creen incompatibles, dicen que es un hombre, y en esto piensan como católicos, pero niegan que sea Dios, y en eso son herejes. Pretenden que nosotros negamos su humanidad, y en eso son ignorantes.
Por ello, los católicos ignorantes son presa fácil de los propagandistas de las diversas sectas, pues éstos -con la Biblia en la mano- demuestran una verdad que ciertamente se encuentra en la Sagrada Escritura, pero que en realidad se complementa con otra verdad que la misma Palabra de Dios proclama también. Como el hereje presenta la segunda verdad como antagónica a la primera y oculta -o ignora- que ambas son enseñadas por Dios y que son complementarias y no antagónicas, convence al ignorante que cae por incauto como consecuencia de su propia ignorancia. Así, le hacen creer que los católicos obramos o creemos en algo contrario a lo enseñado por Dios. De ahí el conocido apotegma: "católico ignorante, futuro protestante".
Por eso el camino más corto para prevenir la herejía es enseñar todas las verdades completas, y el modo más seguro de refutar el error es proclamarlas todas. Y de ahí, la necesidad de que el católico cultive su fe y conozca las verdades íntegras.
Nota: En este escrito se toman las ideas centrales que explica Pascal.
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