miércoles, 31 de marzo de 2021

MIÉRCOLES SANTO


El miércoles fué un día de duelo y amargura. Las terribles palabras de la víspera: – «Pasado mañana, seré entregado y crucificado», tenían oprimidos todos los corazones. Hasta entonces, los apóstoles se habían imaginado que las predicciones de Jesús sobre su pasión y muerte, contenían un misterio cuyo verdadero sentido revelarían los mismos acontecimientos; pero después de las precisas palabras de su Maestro ¿cómo hacerse ilusión? Si Jesús les abandonaba ¿qué iría a ser de ellos en esa Jerusalén en donde seguramente se perseguiría a los amigos del profeta con el mismo furor que a él? Testigo de sus alarmas y aflicciones, Jesús les consolaba afectuosamente y les alentaba asegurándole que la separación sería muy corta y que volverían a verle inmediatamente después de la resurrección. En Betania las lágrimas corrían de todos los ojos. Allí fué donde el Salvador dió el adiós, no sólo a sus queridos amigos que le hospedaban, sino también a las Santas mujeres de Galilea que se encontraban reunidas con la divina Madre en casa de Lázaro. La Virgen María lloraba en medio de sus compañeras; ya la punta de la espada anunciada por el Santo anciano Simeón, penetraba en su corazón; mas ella escuchaba con santa resignación las palabras de aliento que el divino Maestro les dirigía. Unía su sacrificio al sacrificio de su Hijo y oraba con Él por los que iba a rescatar al precio de su sangre. Y así, entre lágrimas y consuelos, llegó por fin el momento de la separación. 
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* Fuente: "JESUCRISTO; su Vida, su Pasión, su Triunfo, del Rvdo. P. Berthe, SS.RR.

martes, 30 de marzo de 2021

MARTES SANTO


 MARTES SANTO 
La conjura secreta de Judas y los del Sanhedrín contra Jesús. 

 El martes en la tarde, en los momentos mismos en que Jesús anunciaba a sus apóstoles que su muerte se verificaría dos días después, los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos del pueblo se reunían en Consejo en el palacio del gran sacerdote. La situación del Sanhedrín respecto del profeta se hacía cada día más inquietante. Este excomulgado, decían, condenado a muerte hace dos meses, reina desde hace tres días en el templo, ejerce allí una autoridad soberana; fanatiza a las multitudes y las excita a levantarse contra sus sacerdotes y doctores a quienes befa y ridiculiza en sus discursos ¿No acaba de lanzar en este mismo día contra los escribas y fariseos los más sangrientos anatemas? O se ejecutaba pronto la sentencia fulminada contra aquel revoltoso, o el gran Consejo caía en el desprecio público. Así discurrían aquellos Judíos criminales a quienes Jesús acababa de fustigar y de reducir al silencio delante de todo el pueblo. Todos estaban de acuerdo en reconocer la necesidad de acabar con él lo más pronto posible; pero todos reconocían igualmente la extrema dificultad de proceder en aquellos momentos contra tal enemigo. Sus numerosos partidarios no lo permitirían. Ni era posible apoderarse de él públicamente sin exponerse a un motín popular. Se convino en que se le tomaría insidiosamente durante la noche, en un lugar apartado y que se le reduciría a prisión sin que el pueblo lo supiera. Y como un arresto clandestino no era posible en medio de aquel ejército de peregrinos que invadían a Jerusalén y sus contornos, la asamblea decidió diferir la ejecución del proyecto hasta después de las fiestas pascuales, cuando los extranjeros hubieran en su mayor parte abandonado la ciudad santa. Pero, así como Jesús quería morir voluntariamente y no como un malhechor forzado a sufrir su pena, quería también morir a su hora y no a la hora señalada por el Sanhedrín. Había anunciado a sus apóstoles que moriría dentro de dos días, durante la fiesta y delante de todo el pueblo; así, pues, sobrevino luego una circunstancia imprevista que decidió a los consejeros a tentar pronto aquella captura de Jesús que habían resuelto postergar. En el momento en que iban a separarse, se les anunció que una persona extraña deseaba hacer al gran Consejo una revelación importante. Esta persona era el apóstol Judas. Satanás acababa de tomar plena posesión de su alma: desde un año atrás, Judas continuaba siguiendo a su Maestro, pero no creía ya en él. Ambicioso y avaro, esperaba encontrar en el reino de Jesús un puesto lucrativo; pero el día en que el Salvador rehusó la corona, dejó de ver en él al Mesías prometido y fué el primero en murmurar contra el pan eucarístico que Jesús prometió entonces a los Cafarnaítas. En esa ocasión fué cuando Jesús dijo a los doce: – «Entre vosotros hay un demonio», Judas se sintió apostrofado y bien pronto, a la incredulidad, se juntó en su corazón el desprecio y el odio al Salvador. La codicia, pasión feroz, vino entonces a ser su ídolo, se apropió sin escrúpulo del dinero cuya guarda se le había confiado; se indignó contra María Magdalena por los homenajes costosos que tributaba a Jesús y resolvió separarse de este soñador que hablaba de fundar un reino anunciando a la vez que iba a ser clavado en una cruz. Era tiempo ya de abandonarle a fin de no exponerse á perecer con él. Y como recorría a Jerusalén informándose de las disposiciones en que se encontraban los judíos después de los ardientes debates del templo, supo que el Sanhedrín buscaba precisamente el medio que se podría emplear para apoderarse sin ruido del profeta de Nazaret. En el acto, el demonio le sugirió que la ocasión era propicia para ganar dinero y pidió ser oído por el Consejo. Los conjurados acogieron gozosos al renegado que venía a ofrecerles sus servicios. Con el cinísmo de un demonio, se puso de parte de ellos; habló de su Maestro como ellos hablaban y les prometió conducir una partida de guardias y soldados al sitio mismo donde se ocultaba durante la noche; pero quería saber ante todo cómo se recompensaría este acto de alta traición: –«¿Cuánto queréis darme, preguntóles y os lo entregaré?» Se le ofrecieron treinta dineros, treinta monedas de plata equivalentes a cerca de cien francos en moneda francesa. Era una cantidad irrisoria, justamente la indemnización que se debía a un amo por haberse dado muerte a uno de sus esclavos; pero los príncipes de los sacerdotes creyeron que no se debía dar más al miserable traidor que vendía a su Señor y Judas tampoco pidió más. Ni los Judíos ofreciendo estos treinta dineros, ni Judas aceptándolos sin discusión, pensaron que daban cumplimiento a esta profecía: –«Dieron por mí en pago treinta monedas de plata» (Lib. Zacarías; cap. 11, vers.12). Después de haber recibido el precio de su crimen, Judas se comprometió formalmente a entregar la victima que acababa de vender y desde este momento sólo pensó en buscar la ocasión favorable para ejecutar su designio. La encontrará, sí, pero cuando el mismo Jesús se la presente, es decir, a la hora señalada en los decretos eternos.
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* Fuente: "JESUCRISTO: su Vida, su Pasión, su Triunfo, por el Rvdo. P. Berthe. SS. RR.

domingo, 28 de marzo de 2021

DOMINGO DE RAMOS


Con el Domingo de Ramos empieza la Semana Santa. En este día recordamos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Este domingo resume los dos puntos fundamentales de la Pascua: La Pasión y Muerte de Cristo y su Resurrección gloriosa. La Biblia menciona que cuando Jesús llegó a Jerusalén, la ciudad más importante, para celebrar la pascua, Jesús les pidió a sus discípulos traer un burrito y lo montó. Había mucha gente (niños y adultos), algunos habían estado presentes en los milagros de Jesús y habían escuchado sus parábolas, lo esperaban para recibirlo como un rey, le cantaban cánticos y salmos, y lo alababan con palmas en las manos.La gente tendía sus mantos por el camino y otros cortaban ramas de árboles alfombrando el paso. Los que iban delante y detrás de Jesús gritaban: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”. (Hosanna significa “¡viva!”). 

La siguiente Oración contiene una perfecta explicación del simbolismo de la ceremonia de hoy. A semejanza de lo que hicieron las turbas que con palmas salieron al encuentro al triunfador de la muerte y del infierno, Dios nos hace hoy una entrega anticipada de la palma para estimularnos a luchar con denuedo por conseguir, al encontrarnos en los umbrales de la eternidad, otra palma que nunca se marchite, sino que permanezca por siempre fresca y lozana: 

"Oh Dios que ordenando todas las cosas de un modo admirable, quisiste darnos a conocer, hasta por las criatura sinsensibles, la salvación que de tu liberalidad nos proviene: te imploramos la gracia de que los corazones de tus fieles se compenetren del significado místico del acto realizado en este día por aquellas turbas que, ilustradas por la luz de lo alto, salieron al encuentro al Redentor alfombrándole el paso con ramos de palma y de olivo; puesto que los ramos de palma previenen a los triunfos que han de seguirse sobre el príncipe de la muerte, y los retoños de olivo anuncian como a gritos que ya ha llegado una especie de unción espiritual. Ya entonces aquella turba dichosa en ella prefiguraba cómo nuestro Redentor, compadeciéndose de las miserias humanas, había de luchar con el príncipe de la muerte del cual triunfaría muriendo; por eso le obsequió con tales símbolos para significar a la vez los triunfos de su victoria y la abundancia de su misericordia. Así pues, conservando con fe viva también nosotros aquel hecho y su significado, te rogamos, oh Señor Santo, Padre todopoderoso, eterno Dios, por el mismo nuestro Señor Jesucristo, nos concedas la gracia de merecer que algún día participemos de su gloriosa resurrección, después de haber obtenido la victoria sobre el imperio de la muerte en Áquel y por Áquel de quien te has dignado hacernos miembros. Que contigo vive y reina por los siglos de los siglos". 

 * Beato Cardenal Ildefonso Schuster

viernes, 26 de marzo de 2021

DE LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS


"Hemos llegado ya a la crucifixión, al último tormento que da la muerte a Jesucristo: hemos llegado al Calvario, que es el teatro del amor divino, al Calvario en donde todo un Dios pierde la Vida sumergido en un océano de dolores. Habiendo, pues, el Señor llegado con mucha pena a la cima del monte, le arrancan por tercera vez con violencia los vestidos apegados a sus sangrientas llagas, y le arrojan sobre la cruz. El divino Cordero se tiende en este lecho de dolor, presenta a los verdugos sus manos y sus pies para ser clavados, y levantando los ojos al cielo, ofrece a su Padre el gran sacrificio de su vida por la salud de los hombres. Estando ya clavada una mano, los nervios se encogieron, y fue necesario, como se le reveló a santa Brígida, que se estirase violentamente con cordeles la otra, así como también los pies, hasta el lugar de los clavos, por cuya causa los nervios y las venas se dilataron y rompieron con un dolor espantoso. Así lo dice la revelación. Por manera que se le podían contar todos los huesos, como David lo había ya predicho. ¡Ah Jesús mío! ¿Por quién fueron clavadas vuestras manos y vuestros pies en ese madero, si no es por el amor que habéis tenido a los hombres?". 

Para leer todo el 12o. Capítulo "De la crucifixión de Jesús" (Págs. 152 y ss.) del libro: "Reloj de la Pasión, o sea, reflexiones afectuosas sobre los padecimientos de Nuestro Señor Jesucristo" por San Alfonso María de Ligorio lo pueden leer en: http://bit.ly/relojdelapasionligorio

miércoles, 24 de marzo de 2021

LA VERDADERA PAZ NO ESTÁ EN LO QUE OTROS DIGAN DE TI


JESUCRISTO. 1. Hijo, no te enojes si algunos tuvieren mala opinión de ti, y no te dijeren lo que querías oír. 
Tú debes sentir de ti lo peor, y tenerte por el más flaco de todos. 
Si andas dentro de ti, no harás mucho caso de palabras que se lleva el viento. 
Gran discreción es callar en tiempo contrario, y convertirse a mí de corazón, y no turbarse por el juicio humano. 

2. No sea tu paz en la boca de los hombres, que si pensaren bien o mal de ti, no serás por eso diferente del que eres. 
¿A dónde está la verdadera paz y la verdadera gloria sino en mí? 
El que no desea contentar a los hombres, ni teme desagradarlos, gozará de mucha paz. 
Del desordenado amor y del vano temor nace todo desasosiego del corazón y toda distracción de los sentidos. 

 Tomás de Kempis, “Imitación de Cristo”, L. III, C. XXVIII.

martes, 23 de marzo de 2021

TEME LA MUERTE ETERNA

“Todos los hombres temen la muerte de la carne, y pocos la del alma. Todos procuran que no llegue la muerte de la carne, que ciertamente ha de llegar algún día: por eso sufren. Se esfuerza para no morir, el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar, el hombre que ha de vivir eternamente. Y cuando se esfuerza para no morir, sin razón se esfuerza; pues puede diferir la muerte, pero no evitarla. En cambio, si no peca, no se esfuerza en vano, y vivirá para siempre". 

 San Julián de Toledo

sábado, 20 de marzo de 2021

DEGRADACIÓN


El alma de nuestra Patria, que vivificó ese imperio donde no se ponía el sol, en lenta agonía se acerca al ocaso. La impiedad se apoderó de nuestra Patria, destruyendo la familia. El divorcio legaliza la impiedad y en cadena, ésta va cayendo casa sobre casa y así sobre todos nuestros pueblos; lo que nos rodea es un campo de ruinas y desolación. El aborto es el arma con que los impíos secan la fuente de la vida, de la esperanza y de un mañana, y a quienes alcanzan a nacer les tratan de mancillar su inocencia (con la ideología de género y la pornografía). Con mezquino egoísmo (con microabortivos y anticonceptivos) se esteriliza toda paternidad, los hogares, no son hogares, son un estéril erial invadido de bestias grandes y pequeñas. ¡Pobres ancianos! Apartamos su venerable presencia de nuestra existencia y los olvidamos sin piedad junto con sus tesoros de historia y experiencia, y una vez eutanasiados, cremamos sus restos porque no tenemos piedad ni con los muertos... No enseñan ya la verdad en los colegios... Nada ayuda a que los pueblos vivan en paz... El pueblo quebrantado, degradado, depravado por los vicios, sojuzgado por la tiranía de las multinacionales... Es impiedad la pornografía... Es la misma impiedad quien inspira las artes. El espíritu de este mundo moderno, con su crueldad impía borra del ayer el apoyo al mañana, y así denigra las tradiciones que les permiten a los católicos ser la sal de este mundo. 

P. Ramón García, Consiliario de la Comunión Tradicionalista

viernes, 19 de marzo de 2021

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA SMA. VIRGEN


Hoy celebramos a San José, guardián de Jesús y casto esposo de María. | Patrón de la Iglesia Universal y de la Buena Muerte. | Modelo para los padres de familia. 

 San José es un santo tan grande como desconocido. De Él únicamente sabemos los datos históricos que San Mateo y San Lucas nos narran en el Evangelio. San José pasa por el misterio de Cristo como de puntillas y, sin embargo; qué poderoso es ante su Hijo.   

 El nombre de José es de origen hebreo y significa "Dios me ayuda", y eso sí que se demostró ampliamente en la historia de Salvación. Sin duda, fue el fiel ejemplo de lo que debe ser un padre putativo (adoptivo).   

 San José ocupa un sitio muy pequeño en las páginas del Evangelio y, sin embargo, desempeña una misión gigante, imprescindible para que se realice la obra de la Encarnación del Verbo. Despierta admiración su Fe tan silenciosa, su saber estar en el centro del plan de Dios, su amor exquisito y delicado a María. Después de Ella, nadie como José conoció en tanta intimidad el corazón de Cristo.  

  “Más allá de ser el esposo de la Virgen María (Mt 1,16), perteneciente a la casa y a la familia de David (Lc 2,4), hombre dócil a la voluntad de Dios (Mt 2, 13-15.19), observante de las leyes religiosas (Lc 2,46-51), el carpintero y Padre adoptivo del Salvador del Mundo (Mc 6,1-6), en la Sagrada Escritura se le ha dado un Título que engloba una especial grandeza a los ojos de Dios: VARÓN JUSTO "vir justus" (Mt 1,19).  

 Efectivamente, san José tiene un lugar muy especial en la historia de la salvación y posee virtudes tan especiales como la sencillez y el amor perfecto, manifestado en la discreción del silencio.  

  La vida de san José se entiende a la luz de lo que Dios quiso de Él.  

 En el plan de la salvación, escondido desde el principio y revelado en la plenitud de los tiempos, Dios había previsto que su Hijo naciera de la Virgen María, en una familia como todas, y que en ella se desarrollara humanamente. La vida de Jesús sobre la tierra iba a ser como la de un hombre más: nacer indefenso, necesitado de un padre que le protegiera. En el cumplimiento de esta misión paternal, en la adopción, habría de estar toda la esencia de la vida de san José y su mismo sentido.  

 En el "ser padre de Jesús" habría de estar toda la vocación de san José y su misma vida, y es que en  medida de que un ser humano percibe el peculiar encargo de Dios, es como puede encontrar el sentido de su propia vida.  

 En el momento en que el Ángel le reveló el misterio de la concepción virginal de Jesús, san José aceptó plenamente su misión, a la que permaneció firme hasta la muerte.  

 Su misión radicó en el ser la cabeza de la Sagrada Familia, por lo que toda la felicidad de este varón justo consistió en el haber entendido la voluntad de Dios y en llevarla a cabo fielmente hasta el final.  

  La vida de san José estuvo llena de gozo y de cruz: Las dificultades en Belén, las palabras oídas a Simeón en el Templo, la huida a Egipto con la Virgen María y el Niño; la vida sin recursos en un país extraño; el regreso de Egipto a la muerte de Herodes; la necesidad de ganar el sustento diario para la Sagrada Familia. Y es que en el trabajo encontramos el medio normal para hacer útil una vida y san José es verdaderamente ejemplar.  

  La Iglesia ve en san José a su Patrono Universal, ya que al igual que Jesús necesitó de su protección y continuos desvelos, de la misma manera la Iglesia se confía a sus cuidados.  

 San José es una figura extraordinaria, venerable, cuya vocación y dignidad admiramos, y cuya fidelidad al servicio de Jesús y de la Virgen María agradecemos profundamente.  

 Reconocemos en Él, por su oración, su discernimiento, el amor y la discreción para con la Virgen, a un verdadero maestro de la vida interior. Es también un hombre "apostólico", empeñado en su tarea, servidor fiel de Dios y en relación contínua con Jesús. San José es un verdadero hombre de Dios pero que está plenamente en el mundo y que no huye de sus deberes.  

  Asimismo le reconocemos como el patrono de la buena muerte, ya que su muerte fue como la desearíamos cualquiera de nosotros: entre Jesús y la Virgen María, bajo la mirada de ellos y bajo su custodia."  

  PIDAMOS A SEÑOR SAN JOSÉ NOS ASISTA EN EL ÚLTIMO MOMENTO PARA TENER UNA BUENA Y SANTA MUERTE. 

 B.N.S.R.

lunes, 15 de marzo de 2021

CINCO CAMINOS DE PENITENCIA por San Juan Crisóstomo.

 


  "¿Queréis que os recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al Cielo. 

 El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el salmista: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa» y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.  

 Este es un primer y óptimo camino de penitencia (necesario para el perdón de los pecados); hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas. Porque si perdonáis a los demás sus culpas –dice el Señor–, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.  

 ¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.  

  Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad.  

 También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.  

 Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.  

 No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar aduciendo tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías deponer tu ira y mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes –hablo de la limosna–, pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.  

 Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo". 

 San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el diablo tentador (2, 6: PG 49, 263-264).

viernes, 12 de marzo de 2021

UN MAL SACERDOTE ES EL QUE NO CUMPLE CON SU DEBER DE PREVENIR DEL INFIERNO A SUS FIELES


"Yo me digo muchas veces: Es de fe que hay cielo para los buenos e infierno para los malos; es de fe que las penas del infierno son eternas; es de fe que basta un solo pecado mortal para hacer condenar a una alma, por razón de la malicia infinita que tiene el pecado mortal, por haber ofendido a un Dios infinito. Sentados esos principios certísimos, al ver la facilidad con que se peca, con la misma con que se bebe un vaso de agua, como por risa o por diversión; al ver la multitud que están continuamente en pecado mortal, y que van así caminando a la muerte y al infierno, no puedo tener reposo, tengo que correr y gritar, y me digo: 

 Si yo viera que uno se cae en un pozo, en una hoguera, seguro que correría y gritaría para avisarle y preservarle de caer; ¿por qué no haré otro tanto para preservar de caer en el pozo y en la hoguera del infierno?  

  Ni sé comprender cómo los otros sacerdotes que creen estas mismas verdades que yo creo, y todos debemos creer, no predican ni exhortan para preservar a las gentes de caer en los infiernos.  

  Y aun admiro cómo los seglares, hombres y mujeres que tienen fe, no gritan, y me digo: Si ahora se pegara fuego en una casa y, por ser de noche, los habitantes de la misma casa y los demás de la población están dormidos y no ven el peligro, el primero que lo advirtiese, ¿no gritaría, no correría por las calles gritando: ¡fuego, fuego! en tal casa? Pues ¿por qué no han de gritar fuego del infierno para despertar a tantos que están aletargados en el sueño del pecado, que cuando se despertarán se hallarán ardiendo en las llamas del fuego eterno?".  

  SAN ANTONIO MARÍA CLARET

jueves, 11 de marzo de 2021

UNA MISIONERA DE 8 AÑOS


Una historia realmente impresionante: 

 Madrid, 7 de marzo de 2021

 Asunto: Fallecimiento de Teresita, niña de 8 años. 

Queridos sacerdotes, Esta vez no os escribo para convocaros a ninguna reunión ni para pediros estadísticas o comunicaciones. Esta vez os escribo, simple y llanamente, para notificaros el fallecimiento de una niña que ha repercutido mucho en mi vida personal y como Vicario. Una niña: Teresita; y unos padres: Teresa y Eduardo. ¡Una familia cristiana!...

Os brevemente. El pasado 11 de febrero, Jornada del enfermo, este año he ido a celebrar la Eucaristía al Hospital de La Paz. La he celebrado acompañado de los capellanes y de una variada asamblea: médicos, enfermeras, familiares de enfermos, etc. Al concluir la Eucaristía, acostumbro a ir con los capellanes a visitar a algunos enfermos para administrarles la Unción o darles la comunión. Esta vez los capellanes, sabiendo mi costumbre, habían propuesto que fuera a visitar a una niña gravemente enferma, que la operaban de un tumor en la cabeza al día siguiente. Con muchísimo gusto acepté la propuesta. Hemos llegado a la UCI debidamente equipados, he saludado a médicos y enfermeras, y acto seguido me han llevado a la cama de Teresita que estaba junto a su madre Teresa. Un vendaje blanco rodeaba toda su cabeza, pero tenía la cara suficientemente descubierta como para percibir un rostro verdaderamente brillante y excepcional. La he saludado con todo afecto, indicándole que en ese momento venía en nombre del Sr. Cardenal Arzobispo de Madrid para traerle a Jesús.

Ahora os entrecomillo las expresiones de Teresita; me dice: “¿me traes a Jesús verdad?”, sí, le respondo, te traigo a Jesús y la fuerza del Espíritu Santo con la Extremaunción. A continuación me dice: “¿Sabes una cosa? Yo quiero mucho a Jesús”. Lo oye su madre y dirigiéndose a su hija le dice: “dile a Ángel lo que tú quieres ser”. Mira fijamente a su madre y le dice: “¿Se lo digo de verdad?” y la mamá dice: “tú verás”. Teresita me dice: “yo quiero ser misionera”. Me impacta tanto su respuesta, totalmente inesperada para mí, que cogiendo fuerzas de dónde no tenía, por la emoción que me produjo su respuesta, que le digo: “Teresita, yo te constituyo ahora mismo misionera de la Iglesia, y esta tarde te traeré el documento que lo acredita y la cruz de la misionera”. Ella añade: “P. Ángel ¿sabes una cosa?: yo rezo para que muchos niños conozcan a Jesús”. A continuación le he administrado el Sacramento de la Extremaunción, le he dado la comunión y la bendición apostólica. Ha sido un momento de oración, sumamente sencillo pero profundamente sobrenatural. Se han unido a nosotros algunas enfermeras que espontáneamente nos hicieron unas fotos, para mí totalmente inesperadas, y que quedarán como un recuerdo imborrable. Nos hemos despedido mientras ella con su mamá se quedaba rezando y dando gracias.

Esa mañana tenía una reunión de Arciprestazgo; en cuanto la terminé fui directamente a la Vicaría y ayudado por los secretarios Miguel y Mª Pilar, elaboramos el oficio de misionera bajo un pergamino verdaderamente precioso. Recogí la cruz de la misionera y a las cinco de la tarde regresé de nuevo al Hospital de La Paz. Me estaban esperando los capellanes y fuimos derechos a la UCI nuevamente. En cuanto me ve la mamá dice en voz alta: “Teresita ¡no me lo puedo creer! Viene el Sr. Vicario con el regalo para ti”. La niña que estaba medio dormida se despertó de inmediato y cogió entre sus manos el documento y la cruz. La mamá se lo lee en voz alta, mientras ella escucha atentamente y ocurre lo que nos imaginábamos, se emociona hasta que la madre la consuela, y Teresita dice en voz alta: “esa cruz pónmela en la barra para que la vea bien, y mañana la llevo al quirófano. Ya soy misionera”. Nos despedimos con estas palabras de Teresita: “Entonces P. Ángel ¿soy misionera?”, y yo respondo “tú eres misionera”.

Aquí podría terminar el relato de esta sencilla y profunda experiencia. Lo que yo no me podía imaginar es que a través de los contactos de los padres, este testimonio llegó a oídos del Delegado Nacional de Misiones. Me llama al día siguiente y me hace esta pregunta: “¿tú has constituido en el Hospital de La Paz a una niña misionera?” efectivamente, le digo, “ayer después de darla la Extremaunción y la comunión, la constituí misionera con la oración preceptiva y posteriormente le llevé el documento y la cruz de la misionera”. A continuación me dice: “este testimonio ha dado la vuelta en todo el mundo misionero de España y ya han puesto a Teresita como una nueva protectora para los niños en misión”. Posteriormente los papás me han ido reenviando mensajes de distintas personas impactadas por el testimonio de Teresita.

Hoy domingo, 7 de marzo, a las 9:00 h. Teresita ha partido hacia el cielo. Se la ha velado en el Tanatorio de El Escorial. Estando rezando el Rosario con los papás y el aforo al máximo permitido, me ha llamado el Sr. Cardenal, D. Carlos Osoro, para hacerse presente. Han sido unas palabras llenas de esperanza que han consolado abiertamente a los padres, familiares y niños compañeros de Teresita. Ha concluido D. Carlos dando la bendición a Teresita de cuerpo presente y a todos los acompañantes.

Cuando he creído que estaba todo terminado, la tía de Teresita en voz alta y delante de todos en la sala del Tanatorio me dice: “P. Ángel ¿me permite que le ponga el audio que Teresita me envió el mismo día que usted la constituyó misionera?”. Por supuesto, respondí, y textualmente oimos con una voz muy suave, como de alguien que está cansado, pero que saca fuerzas de dónde no las tiene, y dice: “Hola tía, te cuento una cosa muy importante para mí, esta mañana después de recibir la Extremaunción y la comunión, el Vicario de Madrid me ha constituido misionera: ya soy misionera”. Como os podéis imaginar quedé sin palabras.

El entierro será mañana día 8 de marzo a la misma hora que la Eucaristía por D. Tomás Juárez. Los padres han comprendido perfectamente que no pueda acompañarles físicamente. Estaré en la Misa de gloria que celebrarán a finales del mes de marzo.

Disculpad la extensión de la carta pero si este testimonio no lo comparto con los sacerdotes, vida consagrada y laicos de la Vicaría VIII ¿con quién lo voy a compartir?.

Os invito, pues, a que recéis por Teresita y, sobre todo, a que os encomendéis a ella porque estoy convencido que va a proteger de un modo especial a toda la Vicaría VIII, en la cual ella fue constituida misionera. Recibid un fuerte y fraterno abrazo.

Ángel Camino Lamela, osa. Vicario Episcopal. Vicaría VIII

domingo, 7 de marzo de 2021

TENGO MIEDO (Meditación cuaresmal)


 

PUBLICADO POR: CIRCULO SACERDOTAL CURA SANTA CRUZ. MARZO DE 2021.
Fuente: Periódico La Esperanza https://periodicolaesperanza.com/. Artículos de CIRCULO SACERDOTAL CURA SANTA CRUZ: https://periodicolaesperanza.com/archivos/author/circulo-sacerdotal-cura-santa-cruz

Meditación cuaresmal. Autor: Rvdo. Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de la Comunión Tradicionalista.

 I- Qué es el Temor de Dios.

 Con frecuencia observamos que cuando el temor de Dios disminuye en la balanza de nuestras conciencias, pesan mucho más los miedos. Pesan más, porque quien manipula la imaginación con su diabólica astucia, multiplica los miedos al infinito, siempre en el mismo sentido, es decir, dejando de lado sistemáticamente las posibilidades optimistas, las eventualidades positivas. Poco a poco, nuestra alma se va alejando de la unión con Dios, debilitando la Fe y la Esperanza; cada día se refuerzan las numerosas cadenas con que los miedos atan a las almas, haciéndolas serviles, esclavas.

  Cae la noche sobre la inteligencia, porque perdido el temor de Dios, que es el principio de la sabiduría, “Initium sapientae, timor Domini” (El inicio de la sabiduría está en el temor de Dios), se apaga en nuestras conciencias la Luz que ha venido al mundo, queda inmersa en tinieblas interiores, perdemos la capacidad intelectual de discernir y con la voluntad paralizada, nos encontramos entonces a merced de los miedos, pues la imaginación se ve invadida por mesnadas de fantasmas surgidos de lo más profundo del imperio de la oscuridad y la mentira.

  El don del Temor de Dios es uno de los integrantes del “Sacro Septenarium” que pedimos en Pentecostés, el Señor nos lo da cual dote paterna cuando somos adoptados como hijos suyos en el bautismo, aunque se desarrolla en plenitud desde el día de nuestra confirmación, para poder combatir con valentía los miedos. Desempeña una función decisiva en el florecimiento de la esperanza, pues el santo Temor de Dios nos constituye en la humildad y nos conforma por la Caridad. Así, el alma consciente de la propia flaqueza y debilidad personal, evita todo repliegue y vana complacencia en sí misma, para arrojarse, generosa y confiada, en el seno del Padre.

  El Espíritu de Temor lleva a una audaz y filial confianza en Dios, y conduce a un abandono total en el amor divino, forma suprema de la Caridad, que junto con la Fe nos sostiene en la Esperanza por los misteriosos itinerarios del alma que avanza hacia Dios, transitando caminos en el agua, sin dejarnos invadir por aquellas dudas y miedos que abrieron abismos en el mar, bajo los pasos de San Pedro. ¡Son tantos los pánicos y miedos que arrastran en sentido contrario de la sabiduría y la cordura, conduciendo también al precipicio de absurdas locuras!

  El Santo Temor de Dios, no es tener miedo a Dios, porque la Caridad excluye el miedo, nos dice San Juan. Es el profundo respeto que Santo Domingo Savio formula como lema de su vida: «Antes morir que pecar». Es la prudencia fiel que sostiene a la casta Susana ante las insidias y amenazas de los perversos. Es la audacia firme que manifiesta el corazón de Blanca de Castilla cuando le dice a su hijo, el futuro Rey de Francia, San Luis: «prefiero verte muerto a que cometas un solo pecado mortal». El Temor de Dios es el que fundamenta cada acto de la caridad heroica en todos y cada uno de los actos martiriales.

  El Temor de Dios nos confirma en la esperanza, y produce en nosotros un fuerte deseo de no ofenderle, dándonos también la certeza de que Él nos dará la gracia para ello. Nuestro deseo de no pecar es más que una obligación; es un anhelo que nace del amor filial que nos infunde la caridad que busca la unión con Dios en todo. De esta manera, como criterio supremo, tememos agraviarle o portarnos de una manera que pueda deteriorar esa unión. Y esto, no lo debemos hacer meramente por temor al castigo, sino porque, como hijos suyos que somos, le amamos profundamente, porque le consideramos digno de nuestro amor, reverencia, obediencia, admiración y respeto.

  ¿Cómo los mártires el miedo a los más atroces tormentos, a los suplicios más terribles? Con la fe puesta en Dios, pues tenían la certeza de que hacían un buen negocio y gracias a su humildad, al conocimiento profundo de sí mismos y al temor de ofender al Señor, se despojaron de su nada a cambio del Todo. Nuestro Señor lo dejó dicho: «Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por Mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿Qué puede dar el hombre a cambio de su alma?» (Mt XVI). Como todas las gracias de Dios, el don del Santo Temor es un regalo precioso que debemos cuidar, pues perderlo, implicaría abrir las compuertas al dique de todos los miedos y sus consecuencias nefastas.

  II.- La pérdida original del Temor de Dios: la llegada de los miedos y terrores.

  Aun cuando fuimos bautizados y el pecado original fue borrado de nuestra alma, en nuestra naturaleza quedan heridas profundas de esa falta original; algunas de ellas son los miedos que pululan en la imaginación, y que, llegando a obsesionar, alteran las realidades, debilitan la razón, perturban la voluntad, inquietan el alma con angustias y ansiedades. En definitiva, traen consigo las más imprudentes decisiones y las más cobardes indecisiones. Nos hacen desertar del combate y apostatar de la fe, negando al Señor ante los hombres, tantas o más veces, que el atemorizado San Pedro.

  Desde que cometió el pecado original, el ser humano siente la opresión del miedo. Lo más notable es que incluso tiene miedo de Dios. Nuestro padre Adán le desobedece pues ha perdido el Santo Temor, temerariamente se atreve a comer del fruto prohibido; y cuando el Señor le pregunta « ¿Dónde estabas?», su respuesta denota cuán temeroso se encontraba: «Te oí en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».  Un claro ejemplo de lo mucho que el pecado nos acobarda. Si hubiera creído en el amor de Dios, y en vez de excusarse se hubiera atrevido a pedir perdón, otro gallo nos cantara.

  Esos miedos, que la imaginación multiplica hasta el infinito, vienen a contaminar y atrofiar la prudencia, que, como matriz de todas las virtudes, acaba considerando que la caterva de fantasmas son auténticas realidades. Esos fantasmas proliferan en los escenarios cinematográficos de la imaginación, agigantados por cierta complacencia mórbida en celebraciones de moda como Halloween. Quimeras y espectros imaginarios, causan muchas más bajas en las tropas que las cargas enemigas. El instinto de la propia conservación, sin la guía de la razón, no puede producir otra cosa que el pavor y, exacerbado, algo muy contagioso: el pánico, el terror.

  Un psicólogo podría decirnos que una gran parte de las enfermedades de la psiquis son efecto de los miedos y sus consecuentes ansiedades, que en la medida en que influyen en la voluntad y la inteligencia, condicionan la libertad, perturban la serenidad y el equilibrio de unos y de otros.

  Podemos sentir un sinnúmero de miedos: a la muerte y a las enfermedades, a vernos separados de quienes, y de cuanto amamos, por no tener el control de las situaciones. ¡Cuánta ansiedad y angustia provocan los miedos a las eventuales desgracias que les puedan llegar a acaecer a nuestros deudos y amigos!

  A la vista de lo frágil que es todo lo humano, existe un gran temor a que por calumnias y murmuraciones, se nos despoje, del honor y el buen nombre, mediante el escarnio público y el descrédito y sus consecuentes humillaciones, que por el concurso de internet pueden adquirir dimensiones planetarias.

  En resumen, los miedos, mientras no sean irracionales y desproporcionados, si son racionalmente dominados y heroicamente sobrenaturalizados, pueden llegar a ser piedra de edificación y no de tropiezo.

  III.- El mundo y sus miedos asociados.

  El mundo, como enemigo del alma que es, con todo su aparatoso poderío mediático, económico y administrativo, policial y jurídico, se asemeja a una hidra de siete cabezas que nos quiere sojuzgar con infinitos miedos, devorando nuestro tiempo, libertad y espíritu, además de la paz temporal y la gloria eterna.

  El miedo crea una atmósfera opresiva en el ambiente, similar a un crudo invierno, que con sus nieves y fríos, impide a la naturaleza florecer y dar frutos. Un clima donde el terror y el pánico corren como vientos huracanados, arrancando de cuajo a quienes no tienen suficientemente enraizadas sus almas en el Temor de Dios. No debemos olvidar que este mundo que nos sobrecoge con su prepotencia, ha sido vencido, el Señor nos dice «no temáis, yo he vencido al mundo». «No temáis, pequeño rebaño».

  En muchas ocasiones es grande el miedo a lo desconocido, teniendo en cuenta que aquello que no sabemos es demasiado. También existe el miedo a los compromisos y a las posibles equivocaciones en la toma de decisiones, a los eventuales rechazos y posibles fracasos; sin olvidar el miedo a perder un trabajo, un puesto o un salario.

  La lista continúa y es muy larga: miedo a que se rían de nosotros, miedo al ridículo. Incluso el miedo al éxito y a alguna de sus consecuencias, como la envidia, que ha reducido a tantos a la mediocridad. ¡Cuántos santos y héroes quedaron en proyectos por el miedo a ser distintos! Perecieron bajo la opresión de la mediocre igualdad. Miedo del otro, miedo al que está arriba, que nos lleva a ser obsecuentes y serviles; miedo de los que están debajo, con los que se puede llegar a ser crueles e injustos; y miedo a los costados, delante o detrás. Todos ellos van socavando los cimientos de la Cristiandad, que se debilita por mentirosos que temen decir la verdad, por traidores que temen las consecuencias de la lealtad y sacrifican el bien común por miedo a perder su bien personal, en definitiva, se van quebrantando los vínculos de la caridad que deberían fortalecer el tejido social.

  Podemos continuar desgranando temores y miedos. El miedo a comprometerse en proyectos concretos de vida perpetúa la adolescencia de muchos adultos que, asustados, entierran sus talentos ante la perspectiva de tener que dar cuenta de ellos; el Temor de Dios debería animarles a no presentarse el día del juicio con las manos vacías. Son presa de este miedo los eternos estudiantes que huyen del mundo laboral, incapaces de emprender con entusiasmo nuevas empresas. También los solteros empedernidos, que eternizan los flirteos, o el concubinato, antes de pronunciar con valentía el «sí quiero» al pie del altar. Como la higuera maldita, frondosos pero estériles, víctimas de un invierno peor que el de Narnia, los matrimonios egoístas se niegan a multiplicar ese talento maravilloso que es la vida. Otro miedo muy real es el de comprometerse cuando Dios llama a dejar las redes y seguirle. Algunos jóvenes, por sus miedos indecisos, llevarán una vida triste, como triste quedó el Señor cuando miró al joven rico. Bajo el temor mundano viven quienes rehúyen el contacto natural, real y directo, y solo se muestran valientes en el ciberespacio, ciudadanos de una tenebrosa civilización artificial.

  En estos tiempos de crisis, tribulación y apostasía, por miedo a la persecución o a llegar a ser tentados más allá de nuestras fuerzas, se levantan oleadas de miedos escatológicos, que se alimentan con toda suerte de profecías, acontecimientos reales pero también de ciencia ficción. Es entonces cuando le llega a nuestra vida el Apocalipsis. El Enemigo utiliza la situación y adapta su método según su objetivo. A los católicos, el miedo apocalíptico los consigue paralizar quitándoles toda Esperanza en un mañana. Se quedan inmóviles como la mujer de Lot, estatuas de sal, que miran hacia Sodoma y Gomorra con nostalgia y hacia adelante con tristeza, sin avanzar por la senda mientras hay luz del sol, no dejando al Padre decidir la hora y el día en que se cerrará para siempre el Libro en que se escribe la historia. Logra convencerlos de que ya no hay nada que hacer. Entonces entierran sus talentos, y antes de salir a combatir se rinden ante la posibilidad de ser vencidos. De manera muy distinta procede el Enemigo con los malos, a quienes empuja en una frenética dinámica proselitista: van las sectas, de puerta en puerta, gritando ¡Maranatha! Así, no solo logra que apostaten de su Fe y abandonen sus tesoros espirituales, sino también los bienes materiales, que quedan,  en las manos del gurú para su disfrute.

  Todos deberían animarse a avanzar por el camino que nos lleva a la Jerusalén Celeste, recordando que si Dios en el Antiguo Testamento, dirigió a su pueblo a través del desierto y nunca les faltó su guía de noche y de día, ni el agua para su sed, ni el maná para su alimento, Dios en el Nuevo Testamento, se ha revelado mucho más cercano por la Encarnación. Él nos aportará las gracias logísticas para que hagamos ese camino, confiados en que nunca nos faltarán ni sus gracias divinas, ni el pan de cada día.

  Así como los miedos apocalípticos crecen por la situación de crisis en la jerarquía de la iglesia, los temores de los jefes nos afectan en todos los ámbitos. El miedo hace volubles a los jefes a la hora de las decisiones, cambiantes en sus determinaciones e inestables en el logro de sus objetivos, porque si los motivos y causas de sus decisiones se encuentran entre sus miedos, las consecuencias serán de terror. Es ingente la pléyade de jefes cobardes, que a la zaga de Pilatos han sido perjuros, pues cediendo paulatinamente han sido capaces de sacrificar la justicia y hasta su propio honor. Una vez perdido el Santo Temor de Dios, por miedo a la chusma y al qué dirán del Emperador o de algún dios del Panteón, llegan a condenar a muerte al mismo Hijo del Hombre.

  Es frecuente ver tanto entre las autoridades civiles y militares, como en la jerarquía de los clérigos, con qué tranquilidad dejan bajo las patas de los caballos a muchos inocentes, tan solo por miedo a la opinión pública.

  Distintos son los miedos, que multiplicados al infinito por la dinámica democrática, han llevado a la traición a tantos líderes cobardes, plebeyos irredentos, que un día serán juzgados por las almas nobles, que fueron libres de verdad, porque sólo temían a Dios. Su juicio lo hará el mismo Jesús, Nuestro Señor y Rey, que venciendo todos los miedos en Getsemaní, clavado en la cruz, dio la vida por nosotros en el Calvario

  IV.-El demonio maneja los miedos.

  Otro enemigo del alma es «el mono de Dios», que, instrumentalizando la imaginación, «la loca de la casa», aunque no siempre logra con los miedos, privar al alma de la gracia, sí consigue que pierda la paz. Él es quien trata de despojarnos del Santo Temor de Dios, a la vez que infunde miedos infinitos, obsesivos, que forman parte de sus mentiras más grandes, de las cuales tiene toda la paternidad.

  Mucho se esfuerza el demonio en infundir el miedo a pedir perdón y confesar los pecados. De esta manera, esclaviza muchas almas, arrastrándolas, con Judas a la desesperación. Libres y felices serían si con San Pedro confesaran sus negaciones con tres actos de amor, y oirían con San Dimas, que supo transformar su suplicio en propiciación, la promesa divina de su salvación. Confesarse es de valientes que venciendo el amor propio, el miedo al qué dirán y a ¡tantas cosas! contritos, confiesan su pecado, y el Señor que colma de bienes a los humildes, les concede la gracia de la reconciliación.

  El demonio, capitán e inspirador de terroristas y tiranos, de tantos déspotas que ejercen autoridad jurídica sin ninguna autoridad moral que oprimen sociedades e individuos, ha encontrado en los miedos esa palanca de apoyo que descubrió Arquímedes, y su poder es proporcional al terror que logre provocar, método que aplican sus secuaces con mortífera eficacia en detrimento de la civilización católica.

  En los abundan las historias que cuentan las hazañas de los misioneros que se enfrentaron a los hechiceros locales, a causa de la tiranía opresiva que ejercían, mediante el miedo sobre las tribus paganas que terminaban adorando al demonio: Dii gentia, demonia (los dioses de los paganos son demonios). Se palpaba incluso físicamente entre ellos, el imperio que producía el terror a todo, en todo y por todo.  Como si fuera un círculo vicioso que va «in crecendo» desde los acontecimientos más anodinos, avatares climáticos o el tiempo meteorológico, hasta culminar, a instancia de los brujos, en sacrificios humanos para contentar a los dioses más siniestros. Eso de que los paganos solo tienen «miedo de que el cielo caiga sobre sus cabezas», es algo que solo sucede en las historietas de Obélix y Astérix. San Pablo enseñó en el Areópago a los atenienses quién era ese Dios desconocido.  Ante la posibilidad de provocar la ira de un Dios ignoto, aquellas almas que aún vivían bajo el terror pagano, le habían levantado un altar por si las dudas. Pero nuestro Dios es amor y solo a Él debemos temer. No le ofendamos bajo ninguna circunstancia ni a causa de ningún miedo.

  Se constata con frecuencia que muchos duermen intranquilos a sabiendas de que un pequeño ratón merodea por su dormitorio, o que detrás de la mesilla de luz puede vivir una araña. ¿Cuántos antes de dormir miran debajo de la cama, o ante el más leve ruido extraño pasan las noches en insomnio que se pueblan con más fantasmas, incluso, que en las mismas pesadillas? Sin embargo, son capaces de dormir tranquilos a pesar de tener muerta el alma, y dejan que les venza el sueño sin hacer un acto de contrición por las faltas graves, o leves, de la jornada. ¿Es porque nos da más miedo que el pecado, el ratón o una araña? Recemos bien las oraciones de la noche y no olvidemos que no debemos temer a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temamos más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la Gehena. Un día con los rayos de la luz perpetua veremos cómo se desvanecen los miedos, igual que desaparecieron aquellos que nos aterrorizaban de pequeños, cuando con las primeras luces de la mañana se esfumaban todos los fantasmas y nos reíamos viendo lo tontos que habíamos sido. Así nos reiremos entonces, del mismo modo en que nos reímos ahora después del susto de algún amigo pícaro.

  V.- La prudencia de la carne, sus falsas seguridades y los respetos humanos.

  La prudencia de la carne, que se ha disfrazado de virtud, nos engaña aportando una seguridad ficticia, porque su fin no es trascendente ni su impulso es sobrenatural. «Nam prudentia carnis, mors est, prudentia autem spiritus, vita et pax» (pues la prudencia de la carne es muerte, pero la del espíritu es vida y paz) (Rom. VIII, 6). Detrás de ella se esconden los cobardes, en ella se escudan los traidores, hacia ella huyen los desertores, con ella se disfrazan los hipócritas.

  Los «aseguradores» han encontrado una mina inagotable de argumentos persuasivos, y sobre todo lucrativos, explotando los miedos. La infinita gama de peligros, constituye una fuente interminable de beneficios para los vendedores de seguros que viven de los miedos y los eventuales infortunios. Muchos son los que necesitan blindar de todo riesgo sus existencias, no sólo con los seguros del coche, de vivienda, de salud, sino que, además, contratan toda suerte de garantías para hacer frente a toda clase de eventuales accidentes.

  Entre las promesas de los políticos, una de las más demagógicas, es la de prometer seguridad a los ciudadanos que les votan. Ellos saben también, cómo explotar los miedos que nutren a la democracia, cuando por miedo muchos votan al mal menor. Para proporcionar la seguridad prometida, no les queda otro remedio que poner detrás de cada ciudadano un policía, y detrás de cada policía otro más, y como esto en la vida real es irrealizable, ahora intentan lograrlo siguiendo a cada individuo por el cybermundo, que termina estableciendo una nueva esclavitud, la de la civilización artificial.

  Los impíos acusan a los sacerdotes de explotar los miedos, de traumatizar a sus rebaños, cuando predican a los niños y a las almas sencillas las postrimerías: muerte, juicio, infierno y gloria. La consideración de esas realidades debería ayudarnos a vivir en el Santo Temor de Dios que permite al alma sentirse como Gulliver en el país de los enanos; en cambio, las almas libradas a los miedos, vivirán como Gulliver en el país de los gigantes. Desgraciadamente muchos pastores olvidaron que la ley del miedo del Antiguo Testamento ya ha sido abolida, y actúan con las malas artes del gurú en la nauseabunda atmósfera de las sectas. Instrumentalizan al mismo Espíritu Santo, enredan las conciencias en marañas de escrúpulos. Por no predicar la verdad que se encarna en la Caridad del Nuevo Testamento, oprimen y coartan esa libertad interior que es herencia propia de los hijos de Dios. En vez de ayudarles a gozar de la condición de redimidos, perpetúan la culpabilidad.

  En los repliegues del corazón, en los tibios recovecos del egoísmo, tenemos agazapados, escondidos, un ejército de cobardes, todos uniformados con los colores de lo razonable con que se disfrazan los traidores, que impiden salir de su zona de confort a los que tienen una cita con el heroísmo. Podríamos considerar que esos miedos viajan como polizones en la bodega, escondidos en los vericuetos del alma, auténtico caballo de Troya pletórico de enemigos, y si la imaginación les abre la puerta, surgen de lo más profundo, amotinados como furiosos revolucionarios, para quitarle el timón a la cordura y la razón.

  Si Cristóbal Colón se hubiera dejado amilanar por toda aquella mitología que proliferaba en el fecundo imaginario colectivo, aquellos espectros y quimeras mucho más terribles que los mismos peligros de la mar, jamás le habrían dejado zarpar hacia el Nuevo Mundo, pero confiando en Dios y en Santa María, se enfrentó a Leviatán. Supo domar y ponerle rienda a todos los cíclopes y lestrigones, hidras y sirenas; a tales fantasmas jamás los encontró en su ruta, porque tenía su mirada clavada en la Cruz del Sur, y era su alma una vela henchida por el soplo del Espíritu; de esta manera, venció las tormentas y la calma chicha.

  ¿Cuántos proyectos han sucumbido en estado embrionario? El efecto letal lo causan los resultados del temor: la cobardía, la mezquindad y el egoísmo, que inconscientemente dan el golpe de gracia a quienes han de enfrentar enemigos. Podemos ser sus víctimas, y caer fulminados, incluso antes de salir de la misma trinchera. Esos miedos por lo general tienen una mayor capacidad mortífera que la fuerza efectiva de los adversarios

  El «respeto humano» es otro de los nombres del miedo. El miedo al qué dirán, ha establecido la tiranía de lo políticamente correcto, donde las sociedades anónimas no son sólo un artilugio legal o la figura jurídica de una compañía comercial, sino también el espejo de nuestra sociedad, que diluye en el anonimato la responsabilidad que implica defraudar a accionistas e inversores. Puesto que el miedo no es tonto y tampoco hay nada más cobarde que el dinero, deberíamos animarnos a atesorar para el cielo, allí donde no llegan ladrones ni el óxido corrompe, invirtiendo nuestra hacienda y nuestro tiempo en el servicio de Aquel que es el único capaz de darnos por uno, un ciento.

  Con el «respeto humano», se evita, metódica y sistemáticamente, ser piedra de contradicción, rehuyendo, por principio de educación mundana, entrar en aquellos temas en los cuales pudiera no existir el consabido consenso, o realizar alguna hazaña que ponga en evidencia la mediocridad y abominable tibieza de los cobardes o afirmar algo que ponga en evidencia las incoherencias liberales.

  Ese «respeto humano» es el que condiciona la militancia religiosa y política de tantos tradicionalistas vergonzantes, que no tienen claro todo lo que implica el hecho de renunciar al mundo con el bautismo. En tácita complicidad con el sistema, son espectadores con la sonrisa condescendiente de los biempensantes. Se sitúan cómodamente para contemplar desde lo alto de alguna confortable situación, con la misma cruel indiferencia con que los romanos asistían al Coliseo, para ver cómo las fieras devoraban a los mártires. Hoy son muchos los que se mantienen al margen de toda militancia que comprometa su puesto, ponga en peligro su carrera o les haga sufrir la cuarentena que les imponga su ámbito social o familiar. Se limitan a observar indiferentes a quienes se baten en las arenas por el honor de su Dios, su Patria y su Rey.

  Dentro de la misma clerecía el miedo a las excomuniones, con las que amenaza la jerarquía, ha llevado a muchos católicos a la apostasía. Desprecian el juicio de Dios por miedo a que el juicio de los hombres les imponga algún «sambenito». Son Clérigos miopes que, por no perder ese puestito que es la gran meta de sus tibias y mediocres existencias, por no perder sus prebendas, no aspiran a ocupar el puesto que Dios reserva en la gloria a los valientes que se hacen violencia. El temor de recibir los epítetos descalificadores con que el mundo designa a los que le hacen frente,  el miedo a perder la soldada, la seguridad social, la jubilación y sus beneficios, hace que muchos clérigos renuncien por un plato de lentejas a esa primogenitura a la que su vocación les llama. Si tuvieran que posicionarse, sin preocuparse por la caridad, la verdad o la justicia, indefectiblemente se sumarán a la mayoría; y en su hipocresía, ya encontrarán la manera de disfrazar sus cobardías con santas razones, y así acallar la voz de sus conciencias. Cobardemente se solazan inmersos entre la chusma, confiados en el anonimato que da el ser uno más en la masa, que inevitablemente lleva, hoy como ayer, a gritar ¡Crucifícale!  En definitiva, traicionan a sus pares, son desleales con las autoridades y cual viles mercenarios, por miedo al lobo, abandonan sus rebaños.

  Cuando llegaron los murmullos hostiles de la ciudad al Colegio Apostólico, y comienza a oírse el ruido sordo de la tormenta que se desencadenará el Viernes Santo, los Apóstoles querían disuadir al Señor de subir a Jerusalén, pero hubo un valiente que venciendo todos los miedos les dijo: «vayamos y muramos con Él», y nos dio ejemplo de intrépido valor, venciendo los terrores.

  Las batallas más terribles se libran en lo más íntimo del alma, el corazón es el más cruento campo de batalla, pero puesta nuestra fe en un Dios que es fiel, estamos seguros de que nunca nos faltará su gracia. En consecuencia, podremos vencer al más letal de los enemigos de nuestro bien particular y del bien común: el miedo. No olvidemos nunca que esas victorias secretas son las más importantes de todas; permanecen ocultas a los ojos de los hombres, en cambio son patentes ante los ojos de Dios, ante quien nunca seremos héroes anónimos. Por su exquisita pureza de intención ¡que hermosas son estas victorias, que no podrá jamás empañar la vanagloria!

  Cuaresma es el tiempo favorable para hacer penitencia, y es urgente que mortifiquemos los sentidos interiores, sojuzguemos uno a uno esos enemigos llamados miedos. Normalmente se presentan ante nuestro espíritu formulados condicionalmente, al menos los miedos que consentimos lúcida y voluntariamente, a los que les hemos dado plena libertad y hasta alimentado su voracidad de manera imprudente. Sería oportuno, para poderla someter, cortarle los canales que le suministran alimentos. Construyamos, sobre la roca del temor divino y no sobre las arenas inconsistentes de los miedos, un reino interior de gracia y de paz.

  En esta Cuaresma, deberíamos ir acercándonos a la Semana Santa con la valentía determinada de Santo Tomas, «vayamos y muramos con Él», porque sin Viernes Santo no podría haber Pascua de Resurrección y si morimos con Cristo, resucitaremos con Cristo. Mortificando cada día ese sentido interno que tanto daño nos causa y que denominamos imaginación. Ahora, que es el momento de elegir un sacrificio cuaresmal, y dudamos entre dejar el chocolate o el Instagram, vivamente os animo a mortificar la imaginación y así poder domar los miedos. No valen más los sacrificios que uno elige, que aquellos que la caridad de Cristo nos urge, pide y exige.

  Se trata de abrazar con amor esa cruz que da más miedo y me ofrece Jesús, esa cruz de la cual huyo como un pagano y que evito como un judío; precisamente aquella que me produce más miedo, es la que tiene para mí la gracia de la verdadera sabiduría. Domando esas fieras íntimas, espectros secretos, sin temor al martirio y a la persecución, pues quienes seguimos a Cristo debemos tener asumido que si así trataron al leño verde ¿Cómo tratarán al seco? La Escritura nos advierte que «quien ama su vida la perderá», por eso quien la da por perdida, no podrá jamás perder el soberano placer de verla tan bien perdida.

  Los miedos ponen trabas que solo tú conoces, intuyes y padeces, ponen grilletes a tus pies y cadenas a tus alas, para que no puedas despreciar lo pequeño, despojarte de lo mezquino, despegar de lo más bajo hacia un destino sublime. No olvides que tu omega es tan noble y divino, como lo fue el alfa de tu existencia, ese fin último divino. Confía el transcurrir de tu existencia a  ese Amor que, entre el alfa y el omega de tu vida, se llama Providencia.

  Dios nos ama y cuida de tal manera que no llegamos a comprenderlo del todo. ¿Qué nos sugiere cuando nos dice que hasta tiene contados nuestros cabellos? Que ni las nimiedades más banales que nos conciernen, le son ajenas. Por hallarnos lejos de Dios, nos están asediando los miedos. En las horribles pesadillas de esta noche, tengamos el Rosario en la mano para sentir la tierna y segura protección de nuestra Madre. Cuanto más cerca estemos de Dios, más lejos estaremos de los miedos, y para estar más cerca de Él, nada mejor que el refugio de su Corazón Inmaculado. Ante almas revestidas del temor de Dios, capaces de vencer todos los miedos, los enemigos temblarán.

  Oración de S. M. Isabel I Reina de Castilla, Isabel la Católica.

  Tengo miedo, Señor, de tener miedo y no saber luchar. Tengo miedo, Señor, de tener miedo y poderte negar. Yo te pido, Señor, que en Tu grandeza no te olvides de mí; y me des con Tu amor la fortaleza para morir por Ti.

  Rvdo. P. José Ramón García Gallardo, Consiliario de la Comunión Tradicionalista

sábado, 6 de marzo de 2021

CUARESMA

 


“La observancia de la Cuaresma es el lazo de nuestra milicia; por ella nos diferenciamos de los enemigos de la Cruz de Jesucristo; por ella esquivamos los azotes de la cólera divina; por ella, amparados con la ayuda celestial durante el día, nos fortalecemos contra los príncipes de las tinieblas. Si esta observancia se relaja, cede en desdoro de la gloria de Dios, deshonra de la religión católica y peligro de las almas cristianas; y no hay duda que este descuido sea fuente de desgracias para los pueblos, desastres en los negocios públicos e infortunios para los individuos.”

 (Benedicto XIV, Constitución Non Ambigimus, 30-05-1741)