viernes, 29 de abril de 2022

FECUNDIDAD


Un nuevo hijo —aducen— envejece más rápidamente a la mujer..., incluso hace peligrar su salud, hasta puede ponerla en riesgo de perder la vida...

Muchos de estos temores por perder la salud, no son más que excusas de mujeres obsesionadas con su apariencia exterior, que no quieren ver marchitada su belleza en lo más mínimo.  

La belleza exterior, por mucho que se cuide, desaparecerá con los años. No así la belleza interior, que es espiritual. Un nuevo hijo podrá tal vez marchitar en algo la belleza exterior, no así la belleza interior, que se verá rejuvenecida. Porque la generosidad, el espíritu de servicio, los nuevos retos que implica la llegada de un nuevo hijo, hacen rejuvenecer el espíritu. Un hijo preserva a la madre del decaimiento, del desaliento, del hastío prematuro.

Es cierto que la fecundidad no está exenta de peligros. Es cierto que la vida del niño a veces puede hacer peligrar la vida de la madre.  

Pero aun en estos trances graves y angustiosos, podemos comprobar que la fe y confianza en Dios producen las grandes santas que todos admiramos, de una grandeza espiritual admirable. Producen aquella clase de madre que no consiente en suprimir aquel pequeño ser humano que ya vino a la existencia, aun cuando su vida ponga en un grave peligro a la suya. Es la clase de almas heroicas que confían en Dios y en sus mandamientos, y que saben abandonarse en sus manos. Son aquellas almas que nunca se arrepentirán de haber cumplido la voluntad de Dios, aunque haya sido a costa de grandes sacrificios o de su propia vida.  

Sí; la misión de una madre puede exigir grandes sacrificios; la Iglesia rinde homenaje a esas mártires de la maternidad, y cree que se realiza en ellas la promesa de San Pablo; es, a saber: que las madres se salvan dando vida a sus hijos mientras perseveren con modestia en la fe, en la caridad y en la santidad.(I Tim 2, 15).

Mons. Tihamér Tóth. El matrimonio cristiano.

jueves, 28 de abril de 2022

ACUÉRDATE por Fray Luis de Granada


NADIE SABE CUÁNDO NI CÓMO

Acuérdate, pues, ahora, hermano mío, que eres cristiano y que eres hombre. Por la parte que eres hombre, sabes cierto que has de morir, y por la que eres cristiano, sabes también que has de dar cuenta de tu vida, acabando de morir. En esta parte, no nos deja dudar la fe que profesamos; ni en la otra, la experiencia de lo que vemos. Así que no puede nadie excusar este trago, que sea rey, que sea Papa. 

 Guía de pecadores. Fray Luis de Granada.

miércoles, 27 de abril de 2022

EL PAPEL DE LA MADRE


“Una mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Su valor es más que el de las piedras preciosas (…). Engañosa es la gracia, y vana es la hermosura; pero la mujer que teme a Dios, ésa sí que será ensalzada” (Prov. 31).

 ¿Y cuál es el papel de la madre cristiana?

“Engendrar hijos para el cielo”.

Las vacas tienen crías, los perros y las liebres también, pero mientras estos animales de Dios crían hijos para la tierra, la madre cristiana debe hacerlo para el cielo. Porque antes que saciar el cuerpo, hay que pensar en saciar el alma. Antes de pensar con qué se vestirán los hijos, hay que pensar si están revestidos de la gracia. Por eso el papel de la madre es fundamental, tanto que Nuestro Señor vivió sin padre carnal, pero no sin madre.

“Engendrar hijos para el cielo…”. Practicando las virtudes, ante todo; de allí que el Cura de Ars dijese que “las virtudes pasan suavemente de las madres a los hijos”.

De la madre uno aprenderá la primera oración o el primer insulto.

De la madre el hijo sabrá primeramente distinguir lo bueno de lo malo, de allí que sea tan nefasta esa corriente ideológica que dice que “no hay que poner límites”, “no hay que corregir”, “nunca hay que levantar la mano”.

“¿Tienes hijos? Adoctrínalos, doblega su cabeza desde su juventud” (Eclesiástico, VII, 23) pues “un caballo no domado, sale indócil, y un hijo consentido, sale rebelde" (Eclesiástico, XXX, 8).

La obligación de la madre católica es llevar a sus hijos al cielo. Y si a pesar de una buena formación el hijo se desvía, siempre queda el recurso de la oración constante por él. A Santa Mónica, que insistentemente oraba por su hijo pecador, le dijo un obispo: "No se condenará un hijo de tantas lágrimas". Y ese hijo llegó a ser un gran santo: San Agustín.


martes, 26 de abril de 2022

¿SABES QUÉ ES LA TRADICIÓN?

La Tradición es la palabra de Dios no escrita, sino transmitida de viva voz por los apóstoles y que ha llegado hasta nosotros por la enseñanza de los Pastores de la Iglesia.

La Sagrada Escritura no es el único depósito de revelación cristiana. Los apóstoles no escribieron todas las verdades que habían aprendido de boca de su divino Maestro. Muchas hay que enseñaron de viva voz a los primeros obispos, y éstos, a su vez, las transmitieron a sus sucesores.

Llámase Tradición, ya el conjunto de estas verdades así transmitidas, tradición objetiva; ya el órgano de transmisión de estas verdades, tradición subjetiva.

El órgano de la transmisión de las verdades no escritas no es otro que el magisterio de la Iglesia.

I. Los apóstoles no escribieron toda la doctrina de Jesucristo.

a) La predicación era el medio indicado por Jesucristo mismo para la propagación del Evangelio. Los apóstoles no habían recibido la misión de ESCRIBIR la doctrina de Jesucristo, sino la de PREDICARLA a todo el universo. Ni siquiera escribieron un resumen sucinto de la doctrina cristiana: su símbolo fue enseñado de viva voz y recitado de memoria hasta el siglo VI. Por eso hacen depender la fe, no de la lectura de la Biblia, sino de la audición de la palabra de Dios: Fides ex auditu, auditus autem per verbum Dei. (San Pablo.)

b) Sin embargo, algunos apóstoles escribieron una parte de las enseñanzas del divino Maestro; pero no nos presentan sus escritos como un cuerpo completo de la doctrina cristiana. Los evangelistas no relatan sino algunas enseñanzas de Jesucristo y los hechos principales de su vida; los autores de las Epístolas se limitan a explicar ciertos puntos de dogma o de moral.

San Lucas nos dice que Jesucristo, después de su resurrección, pasó cuarenta días con sus apóstoles, dándoles instrucciones sobre el reino de Dios, es decir, sobre su Iglesia, y el Evangelio no dice ni una palabra de estas instrucciones.

San Juan, el último de los evangelistas, hace esta notable advertencia: "Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen una por una ni aún en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de escribir" (*) .

c) Por lo demás, la existencia de la Tradición, está probada por el uso mismo de aquellos que la rechazan. Los PROTESTANTES aceptan la inspiración divina de la Biblia, la substitución del domingo al sábado, el bautismo de los niños, etc. Pero estas verdades y prácticas no son conocidas sino por tradición: los Libros Santos no hablan de ellas. La palabra de Dios no está, pues, contenida exclusivamente en la Biblia.

Entre las verdades que no son conocidas, sino por Tradición se pueden citar la inspiración de los Libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, la designación de los Libros canónicos, el número exacto de los Sacramentos, la obligación de bautizar a los niños antes del uso de razón, la de santificar el domingo en vez del sábado, la validez del bautismo conferido por los herejes, el culto de los Santos y de las Reliquias, la doctrina de acerca de las indulgencias, la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al cielo, etc. De este modo la Tradición completa y explica las Sagradas Escrituras.

II. ¿Dónde se encuentran consignadas las enseñanzas de la Tradición?

Las verdades enseñadas oralmente por los apóstoles fueron escritas más tarde y transmitidas por los diversos medios de que se vale la Iglesia para manifestar sus creencias.

La Tradición apostólica fue consignada sucesivamente en los símbolos, en los decretos de los Concilios, en los escritos de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, en los libros litúrgicos, en las Actas de los mártires y en los monumentos del arte cristiano.

a) Símbolos. Los símbolos (o credos) de los apóstoles, de Nicea, de san Atanasio, demuestran el origen apostólico de los dogmas que contienen.

b) Concilios. Los Concilios generales son la voz de la Iglesia universal. Todos han basado sus decisiones sobre la enseñanza anterior y, particularmente, sobre la de los primeros siglos. Su doctrina no puede diferir de la de los apóstoles.

c) Escritos de los Santos Padres. Los escritos de los Santos Padres son el gran canal de la Tradición divina. Llámanse Padres de la Iglesia los escritores eclesiásticos de los primeros siglos, reconocidos como testimonios de la Tradición. Para tener derecho a este título se requieren cuatro condiciones: una doctrina eminente, una santidad notable, una remota antigüedad y el testimonio de la Iglesia.

Los primeros Padres que han consignado por escrito las Tradiciones apostólicas son: san Clemente de Roma, el año 100. San Ignacio de Antioquía, martirizado el año 107. San Policarpo, mártir (166). San Justino, filósofo y mártir (166). San Ireneo, obispo de Lión (202). San Clemente de Alejandría (217), etc.

Sus contemporáneos, Tertuliano, Orígenes, Eusebio, etc. no son más que escritores eclesiásticos, porque su santidad no fue comprobada. Si, a veces, se les da el nombre de Padres, es debido a su antigüedad y al brillo de su doctrina.

* Los Padres de la Iglesia se dividen en dos categorías:

Padres griegos y Padres latinos.

** Los principales Padres griegos son:

San Atanasio, patriarca de Alejandría (296-373). San Basilio, arzobispo de Cesárea (329-379). San Gregorio, arzobispo de Nacianzo (329-389). San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla (347-407).

**Los principales Padres latinos son:

San Ambrosio, arzobispo de Milán (340-397). San Hilario, obispo de Poitiers, muerto en 367. San Jerónimo, presbítero, traductor de la Biblia (346-420). San Agustín, obispo de Hipona (358-430). San Gregorio Magno, Papa (543-604).

Los Padres pueden ser considerados como testigos de la Tradición y como doctores de la Iglesia. Como testigos poseen una autoridad especial. Cuando todos, y aún cuando varios, presentan una doctrina como perteneciente a la Tradición apostólica, merecen el asentimiento de nuestra fe. Y, a la verdad, es imposible que autores de diversos países, de diversas nacionalidades, de diversos siglos, se hayan puesto de acuerdo para consignar en sus obras las mismas creencias, si no las hubieran recibido de la Tradición apostólica.

Cuando los Santos Padres hablan simplemente como doctores, exponiendo sus ideas propias o tratando de probar la doctrina cristiana, merecen un gran respeto, pero no un asentimiento incondicional, porque su enseñanza no se identifica con la de la Iglesia.

d) Doctores de la Iglesia. Entre los Padres, los más ilustres por su doctrina y por los servicios prestados a la ciencia sagrada, llevan el título de doctores.

La Iglesia confiere también este título a ciertos escritores eminentes en santidad y en doctrina, que no pueden ser enumerados entre los Padres por haber vivido en época demasiado apartada de los tiempos apostólicos. Los más sabios son: santo Tomás de Aquino, san Buenaventura, san Alfonso María de Ligorio, san Francisco de Sales, etc.

e) Libros litúrgicos. Las verdades enseñadas por los apóstoles hállanse también en los libros litúrgicos. El Misal, el Pontifical, el Ritual, el Breviario, etc, contienen las oraciones, las ceremonias en uso para el Santo Sacrificio, la administración de los Sacramentos, la celebración de las fiestas. Estos libros, que datan de los primeros siglos, tienen suma importancia, por ser testimonio, no de opinión de algunos hombres, sino de la fe de toda la Iglesia.

f) Actas de los mártires. Estas Actas, al darnos a conocer las verdades que los mártires sellaron con su sangre, nos brindan pruebas incontestables de la fe primitiva de la Iglesia.

g) Monumentos públicos. Las inscripciones, grabadas en los sepulcros o en los monumentos públicos, atestiguan la creencia de los primeros cristianos acerca del bautismo de los niños, la invocación de los Santos, el culto de las imágenes y de las reliquias, la oración por los difuntos, etc. Así los confesionarios hallados en las Catacumbas de Roma prueban la divina institución de la confesión sacramental. Estos testimonios tienen tanto mayor valor cuanto que su antigüedad no puede ser puesta en duda.

III. Autoridad de la Tradición.

¿Tiene la Tradición la misma autoridad que la Sagrada Escritura? Si; la Tradición posee la misma autoridad, porque es igualmente la palabra de Dios. Y con razón, pues consiste en las verdades que Dios ha revelado y que nos conserva mediante la enseñanza infalible de la Iglesia.

Por eso el Concilio de Trento "recibe con igual respeto y amor TODOS LOS LIBROS del Antiguo y del Nuevo Testamento, cuyo autor es Dios, y TODAS LAS TRADICIONES que se refieren a la fe y a las costumbres, como dictadas por boca de Jesucristo o por el Espíritu Santo y conservadas constantemente en la Iglesia católica".

"Fácil cosa es distinguir, por medio de las siguientes reglas, las Tradiciones divinas de las que tienen un origen puramente humano:

a) Toda doctrina no contenida en la Escritura y admitida como fe por la Iglesia, pertenece a la Tradición divina. Según esta regla, reconocemos como inspirados por Dios todos los libros canónicos.

b) Toda costumbre de la Iglesia que se encuentra en todos los siglos pasados, sin que pueda atribuir su institución a ningún Concilio ni a ningún Papa, debe ser considerada como instituida por los apóstoles. De acuerdo con esta regla, consideramos como de institución apostólica el ayuno cuaresmal, la señal de la cruz, etc.

c) El consentimiento unánime, o casi unánime, de los Padres acerca de un dogma o de una ley de la que no se habla en la Sagrada Escritura, es una señal infalible de que este dogma o esta ley pertenecen a la Tradición divina y de que los apóstoles la han enseñado después de haberla aprendido de Jesucristo".

Autor: P. A. Hillaire. De su obra La Religión Demostrada


(*) Juan, XXI, 25.

lunes, 25 de abril de 2022

LA ASTUCIA DE LOS HEREJES

 
Palabras de Su Santidad Pío VI, que denuncian la astucia de los herejes para encubrir sus herejías con ambigüedades y medias tintas. Hoy en día, los modernistas vuelven a emplear la misma diabólica táctica para implementar sus innovaciones y herejías.
______________________________

Papa Pío VI, condenación del Sínodo de Pistoya, de la bula Auctorem fidei, 28 de agosto de 1794:

 “[Los doctores antiguos] conocían la habilidad de los novadores en astuto arte de engañar, los cuales temiendo ofender los oídos católicos cuidaban ordinariamente ocultarlos con fraudulentos artificios de palabras, para que entre la variedad de sentidos con mayor suavidad se introduzca en los ánimos el error oculto, y suceda que, corrompida por una ligerísima adición o mudanza la verdad de la sentencia, pase sutilmente a causar la muerte la confesión que obraba la salud. Y a la verdad este modo solapado y falaz de discurrir, aunque en todo género de oración es vicioso, mucho menos debe tolerarse en un Sínodo, cuya especial alabanza es el observar, cuando enseña, tal claridad en el decir, que no deje peligro alguno de tropezar.

“Y por tanto, si en este género de cosas se llegase a cometer error, no se pueda defender con aquella engañosa excusa que suele darse, de que lo que tal vez por descuido se dijo en una parte con mayor dureza, se halla en otros lugares más claramente explicado y aun corregido; como si esta descarada licencia de afirmar y negar y contradecirse según su voluntad, que fue siempre la fraudulenta astucia de los novadores para sorprender con el error, no fuese más propia para descubrirle que para ocultarle:
“O como si especialmente a los indoctos que por casualidad viniesen a dar con esta o la otra parte del Sínodo, que a todos se presenta en lengua vulgar, les hubiesen de ocurrir siempre aquellos otros lugares dispersos que deberían mirarse, o aun vistos estos tuviese cualquiera la suficiente instrucción para conciliarlos por sí mismo, de suerte que, como aquellos falsamente y sin consideración dicen, puedan huir todo peligro de error. Artificio a la verdad perniciosísimo de introducir el error que con sabia penetración descubierto ya antes en las cartas de Nestorio, obispo de Constantinopla, le refutó con reprensión gravísima nuestro predecesor Celestino; en las cuales cartas, bajo un estudio atento, siguiéndole los pasos a aquel taimado, cogido y detenido, armado de su locuacidad, cuando envolviendo en tinieblas lo verdadero, y volviendo después a confundir uno, y otro, o confesaba lo que había negado, o pretendía negar lo que había confesado.

“Para rebatir estas astucias, renovadas con demasiada frecuencia en todas las edades, no se ha hallado otro camino más acomodado que EL EXPONER LAS SENTENCIAS, QUE EMBOZADAS CON LA AMBIGÜEDAD, ENCIERRAN UNA PELIGROSA Y SOSPECHOSA DIVERSIDAD DE SENTIDOS, NOTAR LA SINIESTRA INTELIGENCIA A QUE ESTÁ ANEXO EL ERROR QUE REPRUEBA LA SENTENCIA CATÓLICA”.

sábado, 23 de abril de 2022

LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA VIRGEN


La verdadera devoción a la Santísima Virgen es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y espirituales con gran sencillez, confianza y ternura, e implores la ayuda de tu bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia: en las dudas, para que te esclarezca; en los extravíos, para que te convierta al buen camino; en las tentaciones, para que te sostenga; en las debilidades, para que te fortalezca; en las caídas, para que te levante; en los desalientos, para que te reanime; en los escrúpulos, para que te libre de ellos; en las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que te consuele; finalmente, en todas las dificultades materiales y espirituales, María es tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar a Jesucristo.

San Luis María Grignion de Montfort - “Tratado de la Verdadera Devoción".


jueves, 21 de abril de 2022

EL PADRE ROMÁN ADAME, UN MÁRTIR MEXICANO DE CRISTO REY


Nacido en Teocaltiche, Jalisco, el 27 de febrero de 1859, fue ordenado presbítero por su obispo, Don Pedro Loza y Pardavé, el 30 de noviembre de 1890, tras lo cual, le fueron conferidos varios nombramientos hasta que el 4 de enero de 1914 llegó al que sería su último destino, Nochistlán, Zacatecas.

Prudente y ponderado en su ministerio, fue nombrado Vicario Episcopal foráneo para las parroquias de Nochistlán, Apulco y Tlachichila.

Quienes lo conocieron, lo recuerdan fervoroso; rezaba el oficio divino con particular recogimiento; todas las mañanas, antes de celebrar la Eucaristía, se recogía en oración mental. Atendía con prontitud y de buena manera a los enfermos y moribundos, predicaba con el ejemplo y con la palabra. Evitaba la ostentación; vivía pobre y ayudaba a los pobres. Su vida y su conducta fueron intachables y la obediencia a sus superiores constante. Edificó en su parroquia un templo a Señor San José y algunas capillas en los ranchos; fundó la asociación Hijas de María y la cofradía Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento.

En agosto de 1926, viéndose como todos los sacerdotes de su época, en la disyuntiva de abandonar su parroquia o permanecer en ella aún con la persecución religiosa, el anciano párroco de Nochistlán se decidió por la segunda, ejerciendo su ministerio en domicilios particulares y no pasó un año cuando tuvo que abandonar su domicilio, siendo desde entonces su vida, un constante andar de la «Ceca a la Meca».

La víspera de su captura, el 18 de abril de 1927, comía en la ranchería Veladores; una de las comensales, María Guadalupe Barrón, exclamó: ¡Ojalá no vayan a dar con nosotros! Sin titubeos, el párroco dijo: ¡Qué dicha sería ser mártir!, ¡dar mi sangre por la parroquia!.

Un nutrido contingente del ejército federal, a las órdenes del Coronel Jesús Jaime Quiñones, ocupaban la cabecera municipal, Nochistlán, cuando un vecino de Veladores, Tiburcio Angulo, pidió una entrevista con el jefe de los soldados para denunciar la presencia del párroco en aquel lugar.

El coronel dispuso de inmediato una tropa con 300 militares para capturar al indefenso clérigo. Después de la media noche del 19 de abril; sitiada la modesta vivienda donde se ocultaba, el señor cura fue arrancado del lecho, y sin más, descalzo y en ropa interior, a sus casi setenta años, maniatado, fue forzado a recorrer al paso de las cabalgaduras la distancia que separaba Veladores de Yahualica.

Al llegar a río Ancho, uno de los soldados, compadecido, le cedió su cabalgadura, gesto que le valió injurias y abucheos de sus compañeros. El Padre Adame estuvo preso, sin comer ni beber, sesenta horas. Durante el día era atado a una columna de los portales de la plaza, con un soldado de guardia y durante la noche era recluido en el cuartel; conforme pasaban las horas, su salud se deterioraba.

A petición del párroco, Francisco González, Jesús Aguirre, y Francisco González Gallo, gestionaron su libertad ante el coronel Quiñones, quien, luego de escucharlos, les dijo: Tengo órdenes de fusilar a todos los sacerdotes, pero si me dan seis mil pesos en oro, a éste le perdono la vida.

Con el dinero en sus manos, el coronel quiso fusilar a quienes aportaron la cantidad, pero intervinieron Felipe y Gregorio González Gallo, para garantizar que el pueblo no sufriera represalias. El azoro y el terror impuesto por los militares y la inutilidad de las gestiones cancelaron las esperanzas de obtener la libertad del párroco.

La noche del 21 de abril un piquete de soldados condujo al reo del cuartel al cementerio municipal. Muchas personas siguieron al grupo llorando y exigiendo la libertad del eclesiástico. Junto a una fosa recién excavada, el sacerdote rechazó que le vendaran los ojos, sólo pidió que no le dispararan en el rostro; sin embargo antes de fusilarlo uno de los soldados, Antonio Carrillo Torres, se negó repetidas veces a obedecer la orden de preparen armas, por lo que se le despojó de su uniforme militar y fue colocado junto al señor cura. Se dio la orden ¡apunten!, enseguida la voz ¡fuego!; el impacto de las balas derrumbó al Padre Adame y, acto continuo, a Antonio Carrillo. Quince minutos después, cuatro vecinos colocaron el cadáver del mártir en un mal ataúd, y lo sepultaron en la fosa inmediata al lugar de la ejecución, donde yacía el soldado Carrillo.

Años después, fueron exhumados los restos del sacerdote y trasladados a Nochistlán, Zacatecas, donde se veneran. El párroco de Yahualica, Don Ignacio Íñiguez, testigo de la exhumación, consignó que el corazón de la víctima se petrificó, y su Rosario estaba incrustado en él.

El 21 de abril de 2000 fue canonizado junto con 25 mártires más.


miércoles, 20 de abril de 2022

LA VIRGEN CUIDÓ CON ESMERO Y AMOR QUE NO SE PERDIERA NI UNA GOTA DE LA SANGRE DE JESÚS, MIENTRAS QUE AHORA LOS SACERDOTES DAN LA COMUNIÓN EN LA MANO Y CAEN PARTÍCULAS CONSAGRADAS AL SUELO


LA VIRGEN MARÍA DURANTE LA FLAGELACIÓN DE SU HIJO JESUCRISTO, SEGÚN LAS VISIONES Y REVELACIONES QUE TUVO LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH:

"Cuando volvió en sí, vio que los sayones se llevaban a su Hijo despedazado. Jesús se limpió los ojos llenos de sangre para ver a su Madre. Ella alzó dolorosamente las manos hacia Él y siguió con la vista las sangrientas huellas de sus pies. Entonces vi que María y Magdalena se apartaron del pueblo hacia otro lado y se acercaron al sitio de la flagelación, y, rodeadas y ocultas por las demás mujeres y otras buenas personas que se arrimaron, se tiraron al suelo junto a la columna y secaron con aquellos paños hasta la mínima gota que encontraron de la santa sangre de Jesús”.

Esto lo representó Mel Gibson en su filme sobre LA PASIÓN.


martes, 19 de abril de 2022

PECADOS CONTRA EL ESPÍRITU SANTO


 Los seis pecados contra el Espíritu Santo son:
 1. Presunción.
 2. Desesperación.
 3. Resistir la verdad conocida.
 4. Envidia del bien espiritual de otro.
 5. Obstinación en el pecado.
 6. Impenitencia final.

1º. La desesperación.
Entendida en todo su rigor teológico, o sea, no como simple desaliento ante las dificultades que presenta la práctica de la virtud y la perseverancia en el estado de gracia, sino como obstinada persuasión de la imposibilidad de conseguir de Dios el perdón de los pecados y la salvación eterna. Fue el pecado del traidor Judas, que se ahorcó desesperado, rechazando con ello la infinita misericordia de Dios, que le hubiera perdonado su pecado si se hubiera arrepentido de él.

2º. La presunción.
Que es el pecado contrario al anterior y se opone por exceso a la esperanza teológica. Consiste en una temeraria y excesiva confianza en la misericordia de Dios, en virtud de la cual se espera conseguir la salvación sin necesidad de arrepentirse de los pecados y se continúa cometiéndolos tranquilamente sin ningún temor a los castigos de Dios. De esta forma se desprecia la justicia divina, cuyo temor retraería del pecado.

3º. La impugnación de la verdad.
Conocida, no por simple vanidad o deseo de eludir las obligaciones que impone, sino por deliberada malicia, que ataca los dogmas de la fe suficientemente conocidos, con la satánica finalidad de presentar la religión cristiana como falsa o dudosa. De esta forma se desprecia el don de la fe, ofrecido misericordiosamente por el Espíritu Santo, y se peca directamente contra la misma luz divina.

4º. La envidia del provecho espiritual del prójimo.
Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no sólo se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el mundo» (Santo Tomás). Entristecerse de la santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de los pecados y santificación de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de los justos.

5º. La obstinación en el pecado.
Rechazando las inspiraciones interiores de la gracia y los sanos consejos de las personas sensatas y cristianas, no tanto para entregarse con más tranquilidad a toda clase de pecados cuanto por refinada malicia y rebelión contra Dios. Es el pecado de aquellos fariseos a quienes San Esteban calificaba de «duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo» (Act. 7,51).

6º. La impenitencia deliberada.
Por la que se toma la determinación de no arrepentirse jamás de los pecados y de resistir cualquier inspiración de la gracia que pudiera impulsar al arrepentimiento. Es el más horrendo de los pecados contra el Espíritu Santo, ya que se cierra voluntariamente y para siempre las puertas de la gracia. «Si a la hora de la muerte –decía un infeliz apóstata– pido un sacerdote para confesarme, no me lo traigáis: es que estaré delirando».

¿Son absolutamente irremisibles?

En el Evangelio se nos dice que el pecado contra el Espíritu Santo «no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero» (Mt. 12,32). Pero hay que interpretar rectamente estas palabras. No hay ni puede haber un pecado tan grave que no pueda ser perdonado por la misericordia infinita de Dios, si el pecador se arrepiente debidamente de él en este mundo.

Pero, como precisamente el que peca contra el Espíritu Santo rechaza la gracia de Dios y se obstina voluntariamente en su maldad, es imposible que, mientras permanezca en esas disposiciones, se le perdone su pecado.

Lo cual no quiere decir que Dios le haya abandonado definitivamente y esté decidido a no perdonarle aunque se arrepienta, sino que de hecho el pecador NO QUERRÁ ARREPENTIRSE Y MORIRÁ OBSTINADO EN SU PECADO.

La conversión y vuelta a Dios de uno de estos hombres satánicos no es absolutamente imposible, pero sería en el orden sobrenatural un milagro tan grande como en el orden natural la resurrección de un muerto.

Fray Antonio Royo Marín

sábado, 16 de abril de 2022

SÁBADO SANTO


LO QUE FUE EL CORAZÓN DE JESÚS PARA SU SANTÍSIMA MADRE DURANTE SU PASIÓN.

     Siendo Jesús el hijo más perfecto, el mejor hijo que haya existido, sintió con dolor amarguísimo la repercusión de los terribles dolores que su amadísima Madre tuvo que sufrir durante toda su vida, principalmente en los días de su Pasión. Los dolores de Jesús eran los de María, y los de María eran los de Jesús.

     Llegado el día de su acerba Pasión, Nuestro Señor, obediente hasta la muerte a su Santa Madre lo mismo que a su Padre celestial, pidió a la Santísima Virgen, en común sentir de los Santos, consentimiento para llevar a cabo su sangriento sacrificio, y Ella se lo dio con un amor y un dolor inconcebibles. Jesús le dio a conocer sus futuros sufrimientos, y le pidió que en ellos le acompañara en espíritu y en cuerpo.

     Así, pues, María ofreció su Corazón, y Jesús entregó su cuerpo; y de esta suerte la Madre tuvo que sufrir en su Corazón todos los tormentos de su Hijo, y el Hijo tuvo que sufrir a la vez torturas inconcebibles en su cuerpo, y en su sagrado Corazón las del Corazón de su Madre.

     Después de tu tierna despedida, el Salvador fue a abismarse en el océano inmenso de sus dolores, llevando, como aguda saeta atravesada en su Corazón, el pensamiento y las desolaciones de Aquella a quien Él amaba sobre todas las cosas. Por su parte, la Santísima Virgen, entrando en profunda oración, empezó a acompañarle interiormente y a participar de las angustias de su agonía. María decía con Jesús: “Señor, cúmplase vuestra voluntad y no la mía”.

     Durante la terrible noche de la Pasión, la Santísima Virgen siguió en espíritu a su querido y adorable Jesús, vendido traidoramente, abandonado, maltratado, cubierto de insultos y ultrajes, abofeteado, escupido. ¡Qué noche! El Corazón de Jesús no dejó un solo instante el Corazón desgarrado de su Madre, y le enviaba incesantemente gracias extraordinarias para que pudiera sufrirlo todo sin morir. Entre otras gracias, le envió a San Juan, su discípulo amado, que ya no la dejó, y fue el único entre los Apóstoles que la acompañó hasta el pie de la Cruz y al sepulcro.

     Sabiendo que se acercaba el momento en que debía seguir, no sólo con el corazón, sino también personalmente, a la Víctima divina hasta el sangriento altar del sacrificio, salió al clarear el día, acompañada de San Juan, de María Magdalena y de otras santas mujeres. Pronto, confundida entre la turba del pueblo, vio a su Hijo, su Señor, su Dios, y su único Amor; le vio pálido y desfigurado, arrastrado como vil malhechor del palacio de Caifás al de Pilatos, del palacio de Pilatos al de Herodes, y otra vez al de Pilatos, vestido de blanco en señal de loco. Vio a su dulce e inocente Cordero azotado y bañado en sangre en el pretorio; y luego, cubierto con andrajoso manto de púrpura, con irrisorio cetro de caña en sus manos, y coronado de espinas, ser mostrado a un pueblo ebrio de furor, y por último condenado a muerte. En sus oídos resonaba la horrible blasfemia: “¡Crucifícale, crucifícale! No tenemos otro rey que el Cesar.”

     Y durante todo este tiempo Jesús miraba a su Madre, a veces con los ojos del cuerpo, ¡siempre con los ojos del Corazón! ¡Qué de angustias en esta mirada! Imitando al inocente Cordero que se dejaba inmolar en silencio, María, como Oveja de Dios, lloraba y sufría en silencio. Sólo el silencio podía convenir a semejantes dolores.

     Se pone en marcha el lúgubre cortejo. La Oveja podía seguir a su Cordero por el rastro de su sangre. Con esta sangre divina mezclaba la de su Corazón, es decir, sus lágrimas. Vio a su Amado, a su Jesús, caer bajo el peso de la Cruz. Le vio subir la cuesta del Calvario. Le vio, después de clavado en el terrible madero, elevarse como ensangrentada bandera de salvación y de esperanza, de amor y de justicia, de vida y de muerte, dominando la multitud. El amor la obligó a aproximarse lo más que pudo a su adorable Hijo, y durante aquellas horas interminables sufría con Jesús dolores que jamás podrá el hombre comprender; dolores divinos, en expresión de San Buenaventura. Todo lo que Jesús pendiente de la Cruz sufría en su alma y en su cuerpo, lo sufría la Madre de los Dolores en su Corazón.

      Y desde lo alto de la Cruz, a través de las lágrimas y de la sangre que oscurecían sus ojos, el Redentor contemplaba a su Santísima Madre, y daba a sus sufrimientos un mérito que sólo Él medir podía.

     La Sacratísima Oveja y el divino Cordero se miraban en silencio y se comunicaban sus dolores. Y a medida que el sacrifico avanzaba a su término, a medida que la santa Víctima entraba en las angustias de la muerte, el sufrimiento inenarrable de Jesús, y por consiguiente de María, de María y por consiguiente de Jesús, subían, subían siempre como la marea de los grandes mares. Este sufrimiento llegó a su colmo cuando, consumado todo, el Verbo eterno crucificado exhaló su último grito de horrible angustia y de triunfo, inclinó la cabeza y entregó su espíritu. Jesús expiró mirando a su Madre. María fue la primera que recibió aquella divina mirada en Belén, cuando el Hijo de Dios vino al mundo; justo era que fuese también la última en gozar de ella cuando el misterio de la Redención se consumaba en el Gólgota.
  
     ¡Oh! ¡Quién pudiese sondear los misterios de amor y de dolor contenidos en aquella última mirada de Jesús moribundo! Esta caía sobre la más perfecta de todas las criaturas, sobre la Virgen inmaculada, sobre la Hija predilecta del Padre Eterno, sobre la Madre de Dios-Hijo, sobre la Obra maestra y Esposa del Espíritu Santo. Caía sobre la mejor de las madres; sobre la que Jesús amaba más que a todas las criaturas de la tierra y de los cielos; sobre la compañera fidelísima de toda su vida y de todos sus trabajos.

     Desde lo alto de la Cruz, el Corazón de Jesús nos dio por Madre a todos y a cada uno la Santísima Virgen en la persona de San Juan. Si, del fondo de ese Corazón lleno de amor han salido estas dos palabras escritas en caracteres de fuego en el corazón de los verdaderos cristianos: ¡He ahí a vuestro Hijo! Y ¡He ahí a vuestra Madre! ¡Recibir por Madre a la inmaculada Madre de Dios! ¡Qué legado! ¡Qué donación tan divina! Bien se reconoce en ella al Sagrado Corazón de Jesús: sólo Él era capaz de semejante exceso de ternura! ¡Así se "venga" de los pecadores, dándoles su Madre inmaculada!
  
     ¡Oh buen Jesús! Inocentísimo Cordero, que tanto sufristeis en vuestra Pasión y que visteis el Corazón virginal de vuestra Madre abismado en un océano de dolores! Enseñadme, si os place, a acompañaros como Ella en vuestras aflicciones.

     Enseñadme a odiar el pecado, y a ser un buen hijo para con vuestra Madre. Pobre corazón mío, tan débil y tan culpable, ¿No te derretirás de dolor viendo que eres la causa de los indecibles dolores de tan Santa Madre y tan dulcísimo Salvador?

     ¡Oh Jesús crucificado, amor de mi corazón! ¡Oh María, mi consuelo, y Madre mía! Imprimid en mi alma un gran desprecio de las vanidades y placeres mundanales, y haced que tenga siempre ante mis ojos vuestros sagrados dolores, a los cuales deberé mi salvación y mi eterna felicidad. Amén. 

 Monseñor Louis-Gastón de Ségur. 
(1820 - 1881)


miércoles, 13 de abril de 2022

ÍNDICE TEMÁTICO DE SEMANA SANTA

 


LA SEMANA SANTA, DÍA A DÍA

VÍA CRUCIS EN ALTA RESOLUCIÓN

VÍA CRUCIS EN VIDEO

VIERNES SANTO: JESÚS EN EL CALVARIO

A LA VIRGEN DE LA SOLEDAD DEL SÁBADO SANTO

SUFRIMIENTOS MORALES DE CRISTO por el Cardenal Newman

VIERNES SANTO, SEGÚN LAS VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICH (Resumen 1era. Parte)

2a. PARTE: LA PASIÓN, SEGÚN LAS VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICH (Resumen)

3a. PARTE: LA RESURRECCIÓN, según las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich (Resumen)

MI CRISTO ROTO (AUDIO Y TEXTO)

ROMANCERO DE LA VÍA DOLOROSA de Fr. Asinello (AUDIOS).

REFLEXIÓN CUARESMAL

REFLEXIÓN ESPIRITUAL PARA CUARESMA por San Máximo Confesor, Abad y Relato sobre la misericordia de Dios

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN

NO OLVIDES LA CONFESIÓN EN LA CUARESMA Y LA COMUNIÓN PASCUAL (Mandamientos)

ATTENDE DOMINE (Canto Penitencial)

CORONA DE LOS 7 DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

LA EDAD EN QUE OBLIGA EL AYUNO Y LA ABSTINENCIA

EL MARTIRIO DEL CARDENAL MINDSZENTY Y LA ABSTINENCIA

Ver la película LA PASIÓN de Mel Gibson: LA PASIÓN DE CRISTO, EL FILME (EXCELENTE CALIDAD)

Ver el filme EL MÁRTIR DEL CALVARIO con Enrique Rambal

CINCO PASOS PARA REALIZAR UNA BUENA CONFESIÓN

LA PASIÓN DEL SEÑOR por Fray Luis de Granada 

EVANGELIO DE LA PASIÓN 

LA "LEGALIDAD" DEL CRIMEN DEL CALVARIO

EL INICUO JUICIO A JESÚS

LA ROCA FRIA DEL CALVARIO

LA VIRGEN QUE LLORA Y RIE

A LAS PENAS DE JESÚS CRUCIFICADO, Saeta del Siglo XVII

LA PEDRADA de José María Gabriel y Galán (Poesía)

CONTEMPLANDO A CRISTO CRUCIFICADO

¿DÓNDE ESTÁN LAS RELIQUIAS DE LA PASIÓN?




sábado, 9 de abril de 2022

CRISTO ESTÁ ÍNTEGRAMENTE EN CADA PARTÍCULA DE LA HOSTIA CONSAGRADA, POR ELLO EVITEMOS TOMAR LA EUCARISTÍA EN LA MANO


 «Igual que el sol no se puede dividir, tampoco se pueden separar Dios y el hombre (esto es, no se puede dividir a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre) en la blancura de la hostia. Supongamos que ésta fuese dividida: si se pudiera hacer de ella millares de millares de trocitos, en cada uno estaría (Cristo) todo Dios y todo hombre (es decir íntegramente Cristo con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad), como te he dicho; como el espejo que se quiebra, y, a pesar de todo, no se parte la imagen que se vé en él, así al dividir la hostia, no se separa a Dios y al hombre sino que cada parte lo contiene todo». 

Santa Catalina de Siena

viernes, 8 de abril de 2022

TRIDUO AL DIVINO ROSTRO DE N.S. JESUCRISTO CONTRA LA EPIDEMIA, IMPLORANDO SUS MISERICORDIAS Y SUS PERDONES. Escrito por la Beata Concepción Cabrera de Armida.

Confiando en que Dios oye nuestras súplicas, les compartimos ese texto escrito por Concepción Cabrera de Armida durante la epidemia de la Gripe Española, para orar, ahora, pidiéndole al Señor cese, o al menos disminuya, la pandemia del Covid-19 que en esta época nos toca enfrentar. Puede hacerse delante de una imagen del Divino Rostro o un Crucifijo y les invitamos a no hacerlo solo a manera de Triduo, sino a manera de súplica diaria, en adelante, lo que dure este tiempo de contingencia.

ACTO DE CONTRICIÓN

¿Cómo acercarme a Ti, Faz Adorable de mi Jesús, en que veo estampados mis crímenes? Esas heridas, esos golpes, esa Corona de Espinas y esa Sangre Preciosa qué otra cosa son que las huellas de mis pecados… Necesito, Señor, romper primero mi corazón con el arrepentimiento de mis maldades y así, contrito y humillado, pedirte perdón y la Misericordia que nunca niegas a quien la solicita con amor. 

Me pesa, Señor, de haberte ofendido de tantos modos… Cuento mis culpas en cada herida de tu Rostro Sacrosanto y mi alma se estremece de dolor al ver mi obra, la obra de un hijo ingrato, que así ha pagado los innumerables beneficios que de tu Bondad ha recibido. ¡Perdón, piedad, misericordia!

PETICIÓN

La epidemia golpea hoy al mundo. Yo vengo a pedirte, Jesús, que cese ya esta enfermedad que nos aflige. ¡Oh lágrimas de Jesús, que tantas veces se unieron a las de María, laven hoy los pecados del mundo y que su riego Santo y Bendito fertilice con la Gracia los corazones que lloran! Cese ya el azote de la epidemia, que tantas víctimas hace. Di una sola palabra, Señor, y cesará la epidemia y nuestras almas serán curadas. 

“Ámense los unos a los otros”, dices, y vendrá la Paz por el Espíritu Santo a los hombres de Buena Voluntad. Amaremos al Espíritu Santo e imploraremos su Reinado de Paz en los corazones. Una sola palabra, Jesús, y nuestra alma será sana y salva. Una sola palabra, Jesús, y la epidemia desaparecerá y todos alzaremos el grito de gratitud, arrepentidos, amando.

Señor, te pedimos tu Paz y tu Perdón. Te lo pedimos por María Nuestra Madre. Te pedimos tu Amor de Padre, de Hermano, de Dios, y todas tus Bendiciones para nuestras familias. Así como la restauración de todas las cosas en Cristo, por medio del Espíritu Santo y por intercesión de María.

ORACIÓN FINAL

Vine abrumado y me voy consolado. “Llamad y se os abrirá”, “pedid y recibiréis”; y yo, con toda la fe de mi alma cristiana, creo, espero y confío en tu infinito Amor, que es más grande que todos los crímenes del mundo, y en tu Misericordiosa Bondad.

Te pido una vez más, cese ya esta epidemia que nos agobia. Míranos compasivo, óyenos clemente. Envíanos al Espíritu Santo que renovará la faz de la tierra. 

Madre de Guadalupe, que nos has dejado tu Imagen, Prenda de tu amor. Tú que nos prometiste ser Madre Amorosa y Tierna de cuantos soliciten tu amparo, pide a Jesús, cese la epidemia y que envíe un como Nuevo Pentecostés con el Espíritu Santo. Amén.

________________________________________

Tomado del folleto elaborado por la Madre Guadalupe Labarthe Cabrera.


martes, 5 de abril de 2022

SÚPLICAS A LA VIRGEN SANTÍSIMA, MADRE DEL ETERNO JUEZ


Oh Madre de misericordia, yo me arrojo a vuestros pies, avergonzado y confuso por mis pecados, y temblando de horror por el riguroso juicio que me espera después de mi muerte.

Temo aquel paso tremendo de esta vida a la otra, cuando mi alma entre por la vez primera en aquellas regiones de la eternidad y en aquel nuevo mundo, donde es glorificada la infinita Bondad y la eterna Justicia de Dios: y ¿qué suerte me ha de caber allí para siempre? Oh Madre de misericordia, rogad por mí, miserable pecador.

Temo aquel espantoso Tribunal, donde ha de comparecer mi alma, y donde me he de ver solo frente a frente de todo un Dios para ser juzgado: ¿y qué va a ser de mí en aquel riguroso juicio? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.

Temo la sabiduría infinita del soberano Juez, porque es testigo de todas mis obras, palabras y pensamientos; y ¿qué podré responder si Él me acusa? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.

Temo la rectitud inflexible de aquella divina Justicia que no se tuerce por el favor ni por el interés, sino que pesa en perfectísima balanza las obras de los hombres, para dar a cada uno lo que ha merecido: y ¿en dónde están mis buenas obras y merecimientos? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.

Temo el poder omnipotente del supremo Juez, y desmaya mi corazón al solo pensamiento de que puede condenarme. Y si Él me condena ¿quién podrá ya librarme? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.

Temo la terrible acusación del maligno espíritu, y me lleno de espanto, viendo que podrá decir de mi vida que ha sido una cadena de iniquidades y pecados. Y ¿cómo me defenderé de los cargos que me haga? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.

Temo mi propia conciencia, agitada como las olas del mar y conturbada por los remordimientos, testimonios irrefragables de mi vida culpable. Y ¿qué podré replicar a las voces de mi propia conciencia? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.

Temo aquel examen tan riguroso que se ha de hacer de todos los días y actos de mi vida, del tiempo de mi niñez, del tiempo de mi mocedad, del tiempo de mi edad adulta, de los pecados que he cometido, de los que ocasioné con mis escándalos, de los que no impedí pudiendo estorbarlos, de las buenas obras mal hechas, y de las que dejé de hacer por negligencia culpable: y ¿cuál será la cuenta que podré dar a mi Dios? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.

Temo la misma defensa de mi Ángel Custodio, que tal vez, triste y lloroso apenas podrá responder y volver por mí: y solo podrá oponer a la terrible acusación del demonio, una penitencia poco sincera de mis gravísimas culpas, y algunas obras buenas llenas de defectos y desagradables a los purísimos ojos de Dios: y ¿qué será de mí, si el Ángel de mi guarda me desampara? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.

Temo finalmente la sentencia inapelable del Eterno Juez, y se estremecen mis carnes de horror, al considerar que si me halla indigno de entrar en la mansión celestial de los Justos, me arrojará para siempre de su presencia, y fulminará contra mí el espantoso anatema de la eterna reprobación. No lo permitáis, oh Madre de bondad, y por las entrañas de vuestra misericordia, oíd las súplicas de un pecador arrepentido, que clama a Vos diciendo: Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.

Oración. 

Oh piadosísima Virgen María, madre y refugio de los pecadores, a quien el Dios de la justicia cedió el imperio de la misericordia; ya que en aquel riguroso Juicio no podré acudir a vuestra intercesión, os suplico ahora que me alcancéis la gracia de una sincera penitencia, y de una perfecta enmienda de mi vida, a fin de que al comparecer después de mi muerte ante el divino tribunal, merezca una sentencia favorable de eterna salvación. Por los méritos de vuestro Hijo, nuestro Señor, que en unión del Padre y del Espíritu Santo, vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.