lunes, 9 de septiembre de 2024

LA FILANTROPÍA EGOÍSTA Y LA VERDADERA CARIDAD


 

La filantropía egoísta es un espejismo de virtud. A primera vista, parece una acción generosa, pero en el fondo está guiada por el deseo de ser visto, de alimentar el ego, y no por el verdadero amor al prójimo. Es el acto que busca reconocimiento, no el bien del otro; una caridad vacía que sirve más para llenar el orgullo que para sanar necesidades.

En lugar de ofrecerse con humildad, quien practica esta falsa generosidad actúa para sentirse bien consigo mismo, como si cada buena obra fuera una moneda que se acumula en el banco del prestigio personal. Pero esta virtud aparente no puede compararse con la caridad verdadera, que nace de un corazón sincero, libre de la necesidad de recompensas.

Las consecuencias son claras: el alma que busca elogios se cierra al verdadero amor. La humildad, que es la base de toda virtud, desaparece, y en su lugar surge el orgullo. Por eso, debemos mirar nuestras acciones con honestidad, evitando que la vanidad disfrazada de bondad nos aparte del camino de la auténtica caridad, esa que se hace en silencio, solo por amor.

OMO

domingo, 8 de septiembre de 2024

NATIVIDAD DE MARÍA SANTÍSIMA


MARÍA BAMBINA


De Santa Ana y San Joaquín

nació, del cielo, una estrella,

una preciosa niñita

como una blanca azucena,

vestida con luz de Sol,

rondada por luna llena.


Sus ojos recién abiertos

tienen mirada serena,

contemplan el infinito

desde su cuna-saleta;

ojos misericordiosos

que piadosamente rezan

por los seres pecadores

que su intercesión esperan.


En su boca una sonrisa

anuncia la primavera,

en sus labios entreabiertos

fiat de amor aletea.

En silenciosa oración

su arrullo a la Altura llega,

es magníficat del alma,

la oblación a la Grandeza.


Está llena de la Gracia,

el Creador la contempla

y en su belleza purísima

su espíritu se recrea.

Esta niña pequeñita

será una hermosa doncella

de castidad cristalina

para cumplir la Promesa.

Es la esclava del Señor,

humilde, en total entrega,

y el Amor abre sus alas

para hacerla misionera.


Sus inocentes manitas,

de misericordia llenas,

ofrecerán el Rosario

para alcanzar, con sus perlas,

la mansión predestinada

por su amable providencia.


Será su vientre el grial

que albergará la Belleza,

futuro de salvación

que en un cuerpo de hombre llega.

Niña Pura, Inmaculada,

Niña de Dios, Niña buena,

Niña de Gracia Divina

que Dios regala a la tierra

y será corredentora,

abogada y madre nuestra.


Esta niña pequeñita,

bella y celestial princesa,

será, por su abnegación,

Reina de cielos y tierra.

Ella es hija de Dios Padre,

del Hijo madre perfecta,

del Espíritu es la esposa

y en la Trinidad se alberga.

Por su humana lealtad,

por su honestidad sin tregua

y por su perpetuo amor

¡bienaventurada sea!


Emma Margarita R.A.- Valdés

 

sábado, 7 de septiembre de 2024

ACERCA DE LA TOLERANCIA


"La doctrina católica nos dice que el deber primario de la caridad no radica en la tolerancia de ideas falsas, por sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o práctica hacia los errores y vicios en los que vemos hundidos a nuestros hermanos... Además, mientras Jesús era amable con los pecadores y con los que se extraviaron, no respetó sus falsas ideas, por sinceras que pudieran haber aparecido. Los amaba a todos, pero les instruyó para convertirlos y salvarlos. ”

⚜ Papa San Pío X ,

Nuestro mandato apostólico,

25 de agosto 1910

jueves, 5 de septiembre de 2024

LA GENERACIÓN CRISTAL Y LOS PADRES DE ALGODÓN


1. INTRODUCCIÓN: LA FRAGILIDAD DE UNA GENERACIÓN Y EL CUIDADO MAL ENTENDIDO

En los últimos años, hemos observado con creciente preocupación el surgimiento de una generación de jóvenes, comúnmente denominada “Generación de Cristal”. Se trata de una generación que, como el cristal, se quiebra con facilidad ante las adversidades y dificultades de la vida. Esta fragilidad no surge de la nada; es el resultado de un proceso educativo que, en su intento de proteger y cuidar a los hijos, ha llevado a una sobreprotección extrema, a menudo personificada en lo que hoy se conoce como “Padres de Algodón”.

Los “Padres de Algodón” son aquellos que, motivados por un amor profundo pero desordenado, han creado una burbuja protectora alrededor de sus hijos, evitando que enfrenten los desafíos naturales de la vida. Esta crianza excesivamente protectora, aunque bien intencionada, ha dado lugar a una serie de problemas graves en la formación del carácter y la virtud de estos jóvenes. Para abordar esta problemática, debemos recurrir a la sabiduría de Santo Tomás de Aquino y otros santos de la tradición católica, quienes nos ofrecen una guía clara y profunda sobre cómo cultivar las virtudes necesarias para una vida moral y espiritualmente sólida.

Santo Tomás de Aquino nos enseña que “la virtud de la fortaleza es la que nos hace firmes en el bien y nos fortalece para soportar el mal, incluso hasta la muerte” (Suma Teológica, II-II, q. 123, a. 1). San Juan Crisóstomo refuerza esta idea cuando dice: “Los padres no deben criar a sus hijos en la molicie, sino en la disciplina y el temor del Señor, preparándolos para enfrentar las tentaciones del mundo” (Homilías sobre Efesios, 21). Por su parte, el Papa León XIII subraya: “El verdadero amor de los padres hacia sus hijos no se muestra en consentirlos en todo, sino en formarlos en la virtud y la verdad” (Sapientiae Christianae, n. 24).

2. CAUSAS DEL COMPORTAMIENTO SOBREPROTECTOR DE LOS PADRES MODERNOS

Los padres de hoy, especialmente aquellos que han vivido su juventud en décadas pasadas más seguras y estables, experimentan una combinación de factores que los lleva a adoptar un comportamiento sobreprotector con sus hijos. Entre estos factores se encuentran:

 • Culpa por el divorcio y separación: Aproximadamente el 50% de los matrimonios con hijos terminan en separación. Los padres que atraviesan por esta experiencia a menudo sienten que han fallado a sus hijos y, como resultado, tratan de compensar su ausencia o su culpa proporcionando excesiva protección y evitándoles cualquier sufrimiento.

 • Comparación con el pasado: Muchos de estos padres crecieron en un entorno que percibían como seguro y libre, donde las actividades como salir a jugar o tener un novio o novia eran vistas con normalidad. Al ver que sus hijos no pueden disfrutar de la misma seguridad o libertad, sienten un deseo natural de protegerlos de los peligros modernos.

 • Confusión por tendencias modernas: Enfrentados a un bombardeo constante de nuevas teorías y recomendaciones sobre la crianza, desde preocupaciones sobre el gluten hasta el apego emocional, los padres se encuentran abrumados y asustados, temiendo que cualquier error pueda causar un daño irreparable a sus hijos.

 • Deseo de evitar el sufrimiento: Un deseo profundo de evitar que sus hijos experimenten el dolor o la frustración que ellos mismos han vivido, lo cual los lleva a una tendencia de sobreprotección.

Santo Tomás de Aquino nos advierte que “la prudencia es la virtud que rectifica la razón práctica, permitiéndonos discernir lo que es verdaderamente bueno y los medios adecuados para alcanzarlo” (Suma Teológica, II-II, q. 47, a. 2). Esta virtud es crucial para que los padres puedan tomar decisiones equilibradas y justas, evitando que su amor se convierta en una trampa que perpetúe la debilidad en sus hijos. San Agustín complementa esta idea al afirmar: “El amor que no está ordenado por la razón es un amor desordenado. Los padres deben amar a sus hijos, pero este amor debe estar guiado por la prudencia y la justicia” (Confesiones, Libro 1, Capítulo 11). De manera similar, San Francisco de Sales nos recuerda que “el amor verdadero no es indulgente, sino que corrige con caridad, guiando al amado hacia la perfección” (Introducción a la vida devota, Parte III, Cap. 8). Papa Pío XI enfatiza que “la educación cristiana debe ser una obra prudente, en la que se busque el verdadero bien de los hijos, más allá de los sentimientos de culpa o de miedo de los padres” (Divini Illius Magistri, n. 63).

3. CARACTERÍSTICAS DE LOS “PADRES DE ALGODÓN”: UN AMOR DESORDENADO

Los “Padres de Algodón” son aquellos que, motivados por el amor y una mezcla de culpa y miedo, buscan proteger a sus hijos de cualquier posible daño, a menudo haciendo por ellos lo que deberían aprender a hacer por sí mismos. Estos padres justifican los errores de sus hijos, les evitan las consecuencias naturales de sus acciones, y se esfuerzan por resolver todos sus problemas, grandes o pequeños.

Este tipo de crianza, aunque parece estar lleno de amor, en realidad priva a los hijos de las oportunidades de crecer en responsabilidad y autodisciplina. En lugar de preparar a sus hijos para la vida adulta, estos padres los mantienen en un estado de dependencia emocional y fragilidad.

Santo Tomás de Aquino afirma que “la justicia es la virtud que da a cada uno lo que le corresponde. En el caso de los hijos, esto implica permitirles asumir responsabilidades y enfrentar las consecuencias de sus acciones” (Suma Teológica, II-II, q. 58, a. 1). San Basilio el Grande agrega: “No es justo ni prudente que los padres resuelvan todos los problemas de sus hijos, pues así les privan de la posibilidad de aprender a resolverlos por sí mismos” (Reglas Morales, Regla 21). San Juan Bosco también nos advierte: “La educación debe ser un equilibrio entre la firmeza y el afecto; los padres deben guiar a sus hijos con amor, pero sin consentir en sus caprichos” (Mémoires de l’Oratoire, Cap. 12). Además, Papa San Pío X subraya: “Los padres deben evitar tanto el rigor excesivo como la indulgencia excesiva; ambos extremos son perjudiciales para la formación de los jóvenes en la virtud” (Acerbo Nimis, n. 18).

4. CONSECUENCIAS DE LA CRIANZA CON SOBREPROTECCIÓN: LA “GENERACIÓN DE CRISTAL”

La sobreprotección ha dado lugar a lo que hoy conocemos como la “Generación de Cristal,” jóvenes que, al haber sido protegidos de todas las dificultades, carecen de la fortaleza necesaria para enfrentarlas cuando finalmente se presentan. Estos jóvenes muestran una baja tolerancia a la frustración, tienden a la depresión y, en casos extremos, pueden desarrollar comportamientos destructivos tanto hacia ellos mismos como hacia los demás.

Estos jóvenes son altamente dependientes de sus padres y del entorno que los rodea, incapaces de tomar decisiones por sí mismos o de asumir responsabilidades. La falta de exposición a las dificultades de la vida ha dejado a esta generación emocionalmente frágil y extremadamente vulnerable a cualquier tipo de crítica o adversidad.

Santo Tomás de Aquino nos enseña que “la fortaleza es la virtud que permite al hombre permanecer firme en el bien y resistir las adversidades. Sin fortaleza, el alma se quiebra ante el primer signo de dificultad” (Suma Teológica, II-II, q. 123, a. 2). San Bernardo de Claraval afirma que “la fortaleza no consiste en no temer, sino en resistir el miedo y continuar en la búsqueda del bien” (Sermones sobre el Cantar de los Cantares, Sermón 33). Asimismo, San Ignacio de Loyola nos instruye que “el hombre fuerte es el que enfrenta los desafíos y los supera, confiando siempre en la gracia de Dios y en su propia perseverancia” (Ejercicios Espirituales, n. 23). Papa León XIII también advierte: “La educación en la fortaleza es esencial para preparar a los jóvenes para las luchas de la vida. Sin esta virtud, caerán fácilmente en la desesperación y la fragilidad” (Rerum Novarum, n. 13). Finalmente, San Alfonso María de Ligorio nos recuerda que “el alma que no ha sido formada en la fortaleza es como un barco sin timón, que se desvía y se hunde al menor viento de dificultad” (Práctica del amor a Jesucristo, Cap. 2).

5. LA PARADOJA DEL AMOR SIN LÍMITES: UN CAMINO HACIA LA DEBILIDAD

Existe una gran paradoja en el amor sin límites de los “Padres de Algodón”: en su deseo de proteger a sus hijos de todo mal, en realidad les están negando la capacidad de crecer y madurar. Este amor desordenado, que busca evitar a toda costa el sufrimiento, termina produciendo hijos frágiles que, incapaces de enfrentar las realidades de la vida, desarrollan una dependencia emocional y una fragilidad que los hace vulnerables ante cualquier dificultad.

Análisis desde la Caridad y la Prudencia:

Santo Tomás de Aquino nos enseña que “la caridad es el amor que busca el verdadero bien del otro, y debe estar guiada por la prudencia para no convertirse en un amor desordenado” (Suma Teológica, II-II, q. 23, a. 1). Este amor verdadero, que debe ser el fundamento de la relación entre padres e hijos, no puede caer en la trampa de la indulgencia sin límites. La caridad exige un amor que esté dispuesto a corregir y a guiar, incluso cuando esto implique permitir que los hijos enfrenten dificultades.

San Agustín nos recuerda que “amar a nuestros hijos significa querer lo mejor para ellos, y esto incluye corregirlos cuando se desvían y guiarlos hacia el bien, incluso cuando esto implique dolor o sacrificio” (Sermones, 94, 9). Este principio subraya la necesidad de que los padres actúen con prudencia, guiando a sus hijos hacia la madurez y la responsabilidad, en lugar de mantenerlos en un estado de dependencia infantil.

San Juan de la Cruz también nos ofrece una perspectiva valiosa cuando dice: “El amor verdadero no consiente en las debilidades, sino que las corrige y las fortalece con la gracia divina” (Cántico Espiritual, Estrofa 28). Este enfoque asegura que el amor de los padres sea firme y orientado hacia el crecimiento espiritual y moral de sus hijos, en lugar de perpetuar la fragilidad emocional.

Finalmente, el Papa Pío XII subraya la importancia de un amor fuerte y corregidor al decir: “El amor de los padres debe ser fuerte, capaz de corregir y guiar, para que los hijos crezcan en virtud y no en fragilidad” (Ad Caeli Reginam, n. 43). Este tipo de amor, arraigado en la caridad verdadera y guiado por la prudencia, es esencial para el desarrollo saludable de los hijos.

6. RECOMENDACIONES PARA EVITAR LA FORMACIÓN DE UNA “GENERACIÓN DE CRISTAL”: EL CAMINO DE LA VIRTUD

¿Qué pueden hacer los padres para evitar criar hijos frágiles y dependientes? La respuesta se encuentra en la educación en las virtudes cardinales, guiadas por la caridad y la prudencia. Aquí algunas recomendaciones fundamentales:

1. Cultivar la Prudencia:

La prudencia es esencial para que los padres puedan discernir lo que es mejor para sus hijos en cada situación. Deben aprender a equilibrar el deseo de proteger a sus hijos con la necesidad de permitirles enfrentar y superar dificultades. La prudencia les ayudará a saber cuándo intervenir y cuándo dejar que sus hijos aprendan por sí mismos.

Santo Tomás de Aquino afirma: “La prudencia es la virtud que dispone rectamente las acciones humanas, orientándolas hacia el bien” (Suma Teológica, II-II, q. 47, a. 6).

2. Practicar la Justicia:

La justicia exige que los padres traten a sus hijos con equidad, permitiéndoles asumir las responsabilidades que les corresponden. Esto significa no hacer por ellos lo que deberían hacer por sí mismos y permitir que enfrenten las consecuencias naturales de sus acciones.

San Juan Bosco enseña: “La justicia en la educación implica no solo el castigo justo, sino también la recompensa justa por el bien obrar” (Reglas para los Educadores, Cap. 4).

3. Desarrollar la Fortaleza:

Los padres deben enseñar a sus hijos a enfrentar el sufrimiento y las dificultades con coraje. La fortaleza se desarrolla a través del enfrentamiento con los desafíos de la vida, y es esencial para que los jóvenes puedan soportar y superar las dificultades que inevitablemente encontrarán.

San Ignacio de Loyola afirma: “La fortaleza es la virtud que nos capacita para resistir las dificultades sin perder la serenidad del alma” (Ejercicios Espirituales, n. 149).

4. Fomentar la Templanza:

La templanza enseña a los jóvenes a moderar sus deseos y a controlar sus pasiones. En un mundo que promueve el placer inmediato y la evitación del sufrimiento, la templanza es crucial para que los hijos aprendan a vivir de manera equilibrada y disciplinada.

San Francisco de Asís señala: “La templanza es la virtud que regula nuestros deseos, evitando que caigamos en los excesos que nos apartan de Dios” (Admoniciones, 6).

5. Ejercitar la Caridad:

La caridad debe guiar todas las acciones de los padres hacia sus hijos. Este amor verdadero no busca la comodidad a corto plazo, sino el bien eterno de los hijos. Los padres deben amar a sus hijos lo suficiente como para exigirles que se esfuercen, que enfrenten los desafíos de la vida y que busquen siempre el bien.

San Agustín recuerda: “No hay mayor caridad que guiar a los hijos por el camino de la virtud, pues este camino los lleva a la vida eterna” (Confesiones, Libro IX, Cap. 10).

7. CONCLUSIÓN: HACIA UNA GENERACIÓN DE VIRTUD

La “Generación de Cristal” y los “Padres de Algodón” son el resultado de una sociedad que ha perdido de vista la importancia de la virtud en la vida humana. Sin embargo, hay esperanza. Siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino y de la tradición católica, los padres pueden criar a sus hijos de manera que no sean frágiles como el cristal, sino fuertes como el acero, capaces de enfrentar las dificultades de la vida con virtud y sabiduría.

Santo Tomás de Aquino nos enseña que la felicidad última, la bienaventuranza, se encuentra en la vida eterna, en la unión con Dios. Sin embargo, la felicidad en esta tierra, aunque imperfecta, se alcanza a través de la práctica de la virtud. La virtud es el camino que nos permite vivir de acuerdo con nuestra naturaleza racional, ordenando nuestras acciones hacia el bien y, por tanto, hacia una verdadera paz y satisfacción en esta vida.

Es fundamental comprender que la práctica de las virtudes no solo nos prepara para la vida eterna, sino que es en realidad la fuente de la auténtica felicidad en esta tierra. Al vivir una vida virtuosa, experimentamos la alegría que proviene de actuar conforme a la recta razón y de orientarnos hacia el bien común. Esta es la verdadera felicidad que podemos alcanzar en el mundo, una felicidad que nos fortalece y nos guía, incluso en medio de las adversidades.

Por lo tanto, los padres tienen la responsabilidad y el privilegio de guiar a sus hijos por este camino, asegurando que estén preparados para enfrentar la vida con la fuerza, el coraje y la sabiduría que solo la virtud puede proporcionar. No se trata solo de formar individuos exitosos en un sentido mundano, sino de cultivar almas santas que, viviendo en la virtud, experimenten la verdadera felicidad en esta vida y estén preparadas para alcanzar la bienaventuranza en la vida eterna.

Este es el verdadero objetivo de la crianza cristiana, y solo puede lograrse a través de un compromiso firme con la virtud y la verdad, tal como nos lo enseñan Santo Tomás de Aquino y los grandes santos de la Iglesia. La felicidad en esta tierra es, en su esencia, la práctica de las virtudes, y es este camino el que conduce a la bienaventuranza en la otra vida.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

 • Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II.

 • San Juan Crisóstomo, Homilías sobre Efesios.

 • Papa León XIII, Sapientiae Christianae.

 • San Agustín, Confesiones.

 • San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota.

 • Papa Pío XI, Divini Illius Magistri.

 • San Basilio el Grande, Reglas Morales.

 • San Juan Bosco, Mémoires de l’Oratoire.

 • Papa San Pío X, Acerbo Nimis.

 • San Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los Cantares.

 • San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales.

 • Papa León XIII, Rerum Novarum.

 • San Alfonso María de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo.

 • San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual.

 • Papa Pío XII, Ad Caeli Reginam.

 • San Francisco de Asís, Admoniciones.


miércoles, 4 de septiembre de 2024

LA BATALLA ETERNA DEL ALMA


El combate espiritual es la batalla invisible pero fundamental que cada alma está destinada a librar en su camino hacia la eternidad. San Bernardo de Claraval, con su incomparable sabiduría, describe este conflicto interior como la más noble de todas las luchas, una guerra donde el verdadero enemigo no es el hombre ni las circunstancias, sino el pecado, las pasiones desordenadas y las insidias del demonio. Esta batalla no se libra en los campos del mundo, sino en el corazón humano, y su objetivo final es alcanzar la unión con Dios.

Con una estructura perfecta y una claridad impresionante, San Bernardo nos guía a través de los pasos esenciales para vencer en esta lucha, invitándonos a conocer nuestras miserias, a armarnos con la humildad, y a recurrir sin cesar a la gracia divina, el único auxilio verdaderamente eficaz en este combate.

1. El Autoconocimiento: El Primer Acto de Coraje

San Bernardo señala que el primer campo de batalla está dentro del alma. Antes de enfrentar las tentaciones externas, el cristiano debe conocer a fondo sus propias debilidades. Este acto de autoconocimiento abre las puertas al verdadero combate, pues quien no conoce sus propias flaquezas se encuentra indefenso. “El alma que no se conoce a sí misma se expone al enemigo sin armas” (Sermón sobre el Cantar de los Cantares), nos dice San Bernardo, señalando que el primer acto de valor es enfrentar las verdades dolorosas sobre uno mismo.

Este es el punto donde el alma comienza a entender la gravedad de su situación y, con este conocimiento, prepara sus armas espirituales. Tal como enseña Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica, el alma debe tener una comprensión clara de las pasiones que la asaltan y conocer sus inclinaciones al mal. Solo entonces podrá estar preparada para resistir.

San Agustín, en sus Confesiones, describe su propio viaje de autoconocimiento: “Tú estabas dentro de mí, pero yo estaba fuera de mí y te buscaba en las cosas externas… y fue solo cuando miré hacia mi interior que te encontré”. Este giro hacia el interior es el primer paso en la lucha por la santidad.

2. La Humildad: Arma Invencible

San Bernardo, en su obra De gradibus humilitatis et superbiae, afirma que “la humildad es la madre de la salvación y el escudo contra las flechas del orgullo.” Para él, el orgullo es la raíz de todos los pecados, y solo la humildad puede desarmar al alma de sus peligrosas ilusiones de autosuficiencia. La humildad permite al alma reconocer que no puede combatir sola, sino que necesita la ayuda constante de la gracia divina. San Francisco de Sales refuerza esta verdad al afirmar: “La humildad es el cimiento sobre el cual se construyen todas las virtudes. Si no hay humildad, no hay virtud verdadera.”

San Bernardo subraya que la humildad no es un signo de debilidad, sino de sabiduría. “El alma que se humilla reconoce su lugar delante de Dios, y al hacerlo, se abre a la plenitud de Su gracia,” afirma (Sermón 11 sobre el Cantar de los Cantares). San Juan de la Cruz también destaca la importancia de esta virtud en la vida espiritual: “Para venir a ser todo, busca ser nada.”

3. La Oración: El Vínculo Indispensable con Dios

Para San Bernardo, la oración es el arma más poderosa en la batalla espiritual. “El alma que ora nunca está sola en el campo de batalla; Dios mismo pelea por ella” (Sermón 61 sobre el Cantar de los Cantares). Es la manera en que el alma se conecta con la fuente de todo poder: Dios mismo. Sin una vida de oración, el cristiano se encuentra desarmado y expuesto a las tentaciones del enemigo.

San Alfonso María de Ligorio, maestro en la oración, nos enseña: “Quien ora, se salva; quien no ora, se condena.” Esto refleja la urgencia que San Bernardo también enfatiza: la oración es la respiración del alma, el sustento diario que permite al alma mantenerse firme ante los ataques del maligno.

San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos enseña que la oración no solo es un refugio en tiempos de tentación, sino también una herramienta de discernimiento. “La oración hace que el alma sea sensible a los movimientos del Espíritu Santo y capaz de resistir los engaños del enemigo.” Es a través de este diálogo continuo con Dios que el alma adquiere fortaleza y dirección.

4. El Combate contra las Pasiones: La Guerra Interior

San Bernardo nos recuerda que la lucha espiritual se libra principalmente en el corazón, donde las pasiones desordenadas intentan arrastrar al alma lejos de Dios. “El enemigo más peligroso no es aquel que viene de fuera, sino el que habita en el corazón, disfrazado de deseos legítimos” (Sermón 5 sobre el Cantar de los Cantares). Las tentaciones no provienen solo del exterior; las pasiones internas –el orgullo, la avaricia, la lujuria, la envidia, la ira– son enemigos constantes que deben ser vencidos con disciplina y virtud.

Santo Tomás de Aquino, siguiendo la línea de San Bernardo, enseña que las pasiones deben ser gobernadas por la razón, iluminada por la gracia. San Bernardo nos llama a ser “señores de nuestras pasiones, no esclavos de ellas” (Sermón 46 sobre el Cantar de los Cantares), y esta lucha interna es donde se juega la verdadera libertad del alma.

San Luis María Grignion de Montfort nos ofrece una poderosa herramienta en esta lucha: la devoción a María. “La Virgen es la más temida por el demonio; quien se refugia en ella nunca será vencido.” Su intercesión, dice San Bernardo, es “un escudo impenetrable” en la batalla espiritual (Homilía en la Natividad de la Virgen).

5. Dependencia Absoluta de la Gracia Divina

San Bernardo es claro: ningún esfuerzo humano, por grande que sea, puede vencer en esta batalla sin la ayuda de la gracia divina. “Todo lo que hacemos es débil e inútil si no está acompañado por la gracia de Dios” (Sermón 84 sobre el Cantar de los Cantares). La gracia es el elemento esencial que transforma la debilidad humana en fortaleza. San Agustín, gran defensor de la doctrina de la gracia, escribe: “Sin Ti, nada puedo hacer; con Tu gracia, todas las cosas me son posibles.”

San Juan de la Cruz, al hablar de la “noche oscura del alma”, describe el proceso por el cual la gracia purifica completamente al alma, vaciándola de todo apego y deseo desordenado, para llenarla completamente de Dios. “En la oscuridad de la humildad y la dependencia total, el alma es iluminada por la luz de la gracia divina,” afirma San Juan.

6. El Auxilio de María y los Santos: Compañeros en la Batalla

La devoción a la Virgen María es central en el pensamiento de San Bernardo. “En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aparte de tus labios, que no se aleje de tu corazón” (Homilía en la Natividad de la Virgen). María es el refugio y la defensora del alma en medio de las tempestades espirituales. Su intercesión es un auxilio constante para quienes luchan contra el pecado.

San Luis María Grignion de Montfort afirma: “Por María comenzó la salvación del mundo, y por María debe completarse.” María, según San Bernardo, es “el camino más corto y seguro para llegar a Cristo” (Sermón 2 en la Asunción de María).

Los santos, como compañeros de armas en esta batalla, también nos sirven de ejemplo y ayuda. Ludovico de Granada, en su Guía del Pecador, nos recuerda: “Los santos, que ya han triunfado, interceden por nosotros, alentándonos a no abandonar la lucha.” San Bernardo subraya que los santos “lucharon con las mismas armas que nosotros, y ahora nos ofrecen su intercesión y su ejemplo” (Sermón 47 sobre el Cantar de los Cantares).

7. Perseverancia: La Virtud de los Santos

El combate espiritual no es una batalla de un solo día. Es una guerra constante que dura toda la vida. San Bernardo enseña que la perseverancia es el mayor signo de fidelidad a Dios. “Solo el que persevera hasta el final será coronado” (Sermón 67 sobre el Cantar de los Cantares). San Ignacio de Loyola también insiste en que la victoria final no pertenece al más fuerte, sino al que persevera en la gracia, incluso en los momentos más difíciles.

San Alfonso María de Ligorio asegura que “la verdadera fuerza del alma se revela en su capacidad de resistir, de levantarse después de cada caída y de seguir luchando hasta el final”. Esta perseverancia, alimentada por la gracia de Dios, es la clave para vencer en el combate espiritual. San Bernardo nos dice: “El alma que nunca deja de confiar en Dios, nunca será derrotada” (Sermón 18 sobre el Cantar de los Cantares).

Conclusión: El Camino de la Victoria

La batalla espiritual no es simplemente una cuestión de supervivencia del alma, sino una búsqueda ardiente por el Amor más grande, por el bien supremo que es Dios. Cada caída y cada levantamiento, cada oración susurrada en el silencio de la noche, cada acto de humildad y cada combate interior, son las armas invisibles que forjan al alma en su camino hacia la eternidad. Como lo han enseñado los santos y doctores, esta lucha no es otra cosa que el eco de la propia Pasión de Cristo, una participación en su victoria sobre el pecado y la muerte.

San Bernardo nos recuerda que esta batalla, aunque oculta a los ojos del mundo, es la más gloriosa de todas porque en ella el alma se transforma, se purifica, y finalmente, se une a Dios. No es la fuerza humana la que gana esta guerra, sino la total dependencia de la gracia divina. Como la Virgen María, cuya humildad abrió las puertas del cielo, el alma que confía plenamente en Dios y persevera hasta el final, será coronada en la gloria.

Este combate, si bien arduo y constante, es una invitación a participar en la misma vida de Dios. No es una batalla sin sentido, sino el único camino hacia la paz eterna. Cada victoria en esta guerra interior nos acerca a la plenitud de nuestro ser en Dios, y aunque las cicatrices del alma sean muchas, son las señales de una guerra bien peleada y de una vida entregada al servicio de la Verdad.

OMO

Bibliografía:

 • San Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los Cantares.

 • Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica.

 • San Agustín de Hipona, Confesiones, La Ciudad de Dios.

 • San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales.

 • San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota.

 • San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, La Noche Oscura del Alma.

 • San Alfonso María de Ligorio, La práctica del amor a Jesucristo.

 • San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen.

 • Ludovico de Granada, Guía del Pecador.

martes, 3 de septiembre de 2024

EN EL ANIVERSARIO DE SU CANONIZACIÓN NOS ACONSEJA

 

"Cuidad vuestra mirada ya que por lo ojos entran las funestas imaginaciones en la mente y los afectos perversos invaden el corazón. Preservad los oídos ya que a través de ellos el espíritu puede verse atrapado en sugestiones maliciosas. Igualmente mucha atención con la lengua, porque aquel que habla mucho no estará exento de culpa; y de forma especial tengamos sumo cuidado con nuestro enemigo más recalcitrante, el amor propio, que finge, seduce y engaña, valiéndose de mil maneras para no ser reconocido".

Card. Giuseppe Sarto (San Pío X)


lunes, 2 de septiembre de 2024

EL ABANDONO DE LOS VIEJOS DESDE UNA PERSPECTIVA CATÓLICA


1. Introducción: La Necesidad de Honrar a los Mayores

El mandamiento de honrar a nuestros mayores está profundamente enraizado en la fe cristiana, reflejando la dignidad y el valor intrínseco de cada persona. Este mandato no es solo una cuestión de cortesía, sino una obligación moral que surge del respeto hacia aquellos que han recorrido el camino antes que nosotros. En un mundo donde la juventud y la novedad son a menudo idolatradas, debemos recordar que el respeto hacia los mayores es un reflejo de nuestra fidelidad a Dios y a su orden natural.

2. El Fundamento del Deber de Honrar a los Mayores

La obligación de honrar a los mayores está inscrita en la ley natural y se refuerza por la revelación divina. Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, explica que la justicia demanda que honremos a quienes nos han dado la vida, la educación y la fe. Este deber es una expresión de la justicia misma de Dios, y negarlo es un acto de injusticia que desordena nuestras relaciones y nuestra sociedad.

La Sagrada Escritura nos ofrece una base sólida para este deber. En Levítico 19:32, se nos ordena: “Levántate en presencia de las canas, honra el rostro del anciano, y teme a tu Dios”. Este mandato vincula el respeto hacia los mayores con el temor a Dios, subrayando que honrar a los ancianos es una forma de reverencia hacia el Creador mismo. En el Éxodo 20:12, el mandamiento “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da”, nos recuerda que este respeto no solo tiene implicaciones morales, sino también promesas de bendición y longevidad.

Además, en Proverbios 16:31, se nos dice que “La cabeza canosa es una corona de gloria; se halla en el camino de la justicia”, enfatizando que la vejez es un signo de sabiduría y virtud que merece nuestro respeto y honra.

3. Ejemplos de Respeto y Veneración hacia los Mayores en la Tradición Católica

a) Ejemplos Bíblicos

La Santísima Virgen María: María es el modelo supremo de piedad filial. Su devoción hacia sus padres, San Joaquín y Santa Ana, es un testimonio de cómo el respeto y el amor hacia los mayores no solo son un deber, sino una manifestación del amor divino. En María, vemos cómo cada acto de cuidado es una expresión de su amor por Dios y su obediencia a Su voluntad. Como dice San Alfonso María de Ligorio, “María, en todo momento, mostró que el verdadero amor a Dios se refleja en el amor y respeto a nuestros padres”.

Tobías y su padre Tobías: La historia de Tobías, quien cuida y honra a su padre ciego con devoción, es un ejemplo claro de cómo el amor filial y la fe van de la mano. Tobías no solo cumple una tarea asignada; lo hace con una disposición de corazón que refleja su profundo respeto y amor por su padre. Este relato ilustra cómo el cuidado de los mayores es una manifestación concreta de la caridad cristiana. Como nos enseña San Ambrosio, “quien respeta a sus padres, se gana el favor de Dios”.

La enseñanza de Eclesiástico 3:12-14 refuerza esta devoción: “Hijo, ayuda a tu padre en su vejez, y no le causes tristeza mientras viva; aunque pierda el juicio, sé indulgente, y no le desprecies mientras esté en pleno vigor. Porque la piedad para con el padre no será olvidada, y te será tenida en cuenta para tu expiación”. Este pasaje nos recuerda la importancia de mantener el respeto y la devoción hacia los mayores, incluso en momentos difíciles.

b) Doctrina de los Padres de la Iglesia

San Agustín de Hipona: San Agustín nos enseña que honrar a los ancianos es honrar a Cristo en ellos. Esta enseñanza resuena con fuerza en una época donde los valores tradicionales están en peligro de ser olvidados. Para San Agustín, el respeto hacia los mayores no es solo una cuestión de justicia, sino una oportunidad de mostrar nuestra devoción a Dios a través del cuidado de quienes nos han precedido. San Agustín, en sus Confesiones, también recuerda cómo su madre, Santa Mónica, enseñó con su ejemplo a respetar a los mayores, mostrándole el camino de la piedad filial.

San Juan Crisóstomo: Con su elocuencia característica, San Juan Crisóstomo nos exhorta a ver en los ancianos una bendición y un tesoro de sabiduría. Él nos recuerda que cada persona mayor es un reflejo de la providencia divina, y que nuestro trato hacia ellos debe estar marcado por el respeto y el amor que Dios nos manda practicar. San Juan, en sus homilías, enfatiza: “Respetar a los ancianos es reverenciar la vida que Dios ha sostenido y bendecido a lo largo de los años”.

c) Ejemplos Históricos en la Iglesia

San Benito de Nursia: San Benito, en su Regla, establece que los monjes deben tratar a los ancianos con especial reverencia, reconociendo en ellos la luz que guía a la comunidad hacia Dios. Los ancianos, para San Benito, no son solo miembros respetados; son los pilares espirituales que sostienen la vida monástica con su experiencia y sabiduría. Como señala San Benito: “En la experiencia de los ancianos se halla el consejo prudente que guía a la comunidad hacia la santidad”.

San Martín de Tours: San Martín de Tours, conocido por su caridad, nos ofrece un ejemplo concreto de cómo la verdadera devoción cristiana se manifiesta en el cuidado de los mayores. Su vida de servicio a los ancianos y enfermos es un testimonio de la importancia de honrar a los mayores como una expresión de nuestra fe en acción. San Martín nos enseña que “el amor a los ancianos es un reflejo del amor de Cristo por toda la humanidad”.

4. La Problemática Actual: Falta de Caridad y Respeto en la Sociedad Moderna

La raíz del grave problema que enfrentamos en México radica en la falta de caridad hacia nuestros mayores. Esta carencia se manifiesta en diversas formas, desde el maltrato y abandono físico hasta el desprecio cotidiano que muchos ancianos sufren, donde son tratados como seres desechables, sin el respeto y la dignidad que merecen. La sociedad, especialmente la juventud, a menudo falla en reconocer el valor intrínseco de los mayores, ignorando su sabiduría y experiencia, y privándoles del reconocimiento y cuidado que son su derecho.

El maltrato hacia los mayores, ya sea físico, emocional o económico, es una señal de una crisis más profunda: la pérdida de la comprensión de nuestro deber hacia ellos. Esta falta de respeto no solo afecta a los individuos, sino que desordena toda la sociedad, alejándola de los valores que deben regir nuestras vidas.

El Deuteronomio 32:7 nos insta a recordar y respetar el conocimiento de las generaciones anteriores: “Acuérdate de los días antiguos, considera los años de muchas generaciones; pregunta a tu padre, y él te lo mostrará; a tus ancianos, y ellos te dirán”. Esta exhortación refuerza la necesidad de honrar la sabiduría acumulada por los mayores, y de reconocer que ignorar su experiencia es una pérdida para la sociedad.

5. La Magnitud del Problema: Estadísticas y Realidad Actual

Las estadísticas son un recordatorio doloroso de la gravedad de esta crisis. En México, aproximadamente 16% de las personas mayores han sido sometidas a alguna forma de abuso. A nivel mundial, la situación es igualmente preocupante. La pandemia de Covid-19 ha exacerbado esta problemática, dejando a los ancianos aún más vulnerables al maltrato y al abandono.

Estas cifras nos invitan a reflexionar no solo sobre la magnitud del problema, sino sobre nuestra responsabilidad como cristianos de abordar esta crisis con urgencia y con una verdadera comprensión de nuestro deber moral.

6. La Solución Católica: Restaurar el Deber de Honrar a los Mayores

Para abordar esta crisis, debemos volver a las virtudes cristianas fundamentales: la caridad, la justicia y la piedad. Honrar a los mayores no es solo una cuestión de cumplimiento de un deber, sino un acto que refleja nuestra fe y nuestra adhesión a los mandamientos de Dios.

El cuarto mandamiento nos llama a honrar a nuestros padres, y por extensión, a todos los mayores. Este deber no se limita a evitar el maltrato, sino que nos llama a activamente buscar el bien de los ancianos, protegiendo su dignidad y promoviendo su bienestar. La verdadera caridad cristiana se manifiesta en cómo tratamos a los más vulnerables entre nosotros, y los mayores ocupan un lugar especial en esta misión.

7. Conclusión: Un Imperativo Moral Basado en la Historia, la Razón y la Fe

La problemática del maltrato y abandono de los ancianos en México es una realidad alarmante que no podemos ignorar. Desde las formas más graves de abuso y soledad, hasta el trato cotidiano que desvaloriza y menosprecia a nuestros mayores, enfrentamos una crisis de respeto y dignidad. En muchas ocasiones, la juventud percibe a los ancianos como desechables, negándoles el reconocimiento que merecen como seres humanos valiosos y sabios. Este desprecio, que se manifiesta en actitudes diarias, es tan dañino como el abandono físico, pues destruye la base de nuestra convivencia y cohesión social.

Honrar a los mayores es, ante todo, un reconocimiento de su papel esencial como eslabones que nos conectan con las generaciones precedentes y como portadores de la tradición. Los ancianos son los custodios de la memoria colectiva, transmitiendo valores, conocimientos y prácticas que han sido forjados a lo largo de los siglos. Esta continuidad es vital para la identidad y cohesión de cualquier comunidad. Respetar a los ancianos es, por tanto, reconocer su contribución insustituible al mantenimiento de esa herencia cultural y espiritual que da forma a nuestra vida y a nuestra sociedad.

El respeto y la honra hacia los mayores es también un mandamiento de caridad calificada, subrayado por la ley divina. El cuarto mandamiento, “Honra a tu padre y a tu madre,” extiende su alcance a todos los mayores que han sido nuestros guías y protectores en la vida. No es una caridad general, sino una caridad destacada por la especial relación que existe entre generaciones. Esta caridad calificada reconoce no solo la dignidad intrínseca de los ancianos como criaturas de Dios, sino también su papel particular en la estructura familiar y social, lo que exige de nosotros un respeto y un cuidado aún mayores.

San Gregorio Magno nos recuerda que “el verdadero amor a Dios se demuestra en el respeto y cuidado hacia aquellos que han sido nuestros guías en la vida”. Este amor se traduce en una acción concreta: honrar a los mayores no solo como un deber moral, sino como una manifestación de nuestra fe y obediencia a los mandamientos divinos.

Lope de Vega expresaba con sabiduría: “El viejo es como un libro de gran valor: las páginas amarillas son las que encierran la verdadera sabiduría.” En cada anciano encontramos un compendio de experiencias y enseñanzas que nos guían y enriquecen. La fortaleza interior que han cultivado a lo largo de los años nos recuerda, como dijo Cervantes, que “El valor reside no en la fuerza del cuerpo, sino en la fuerza del alma.”

Al final de todo, debemos recordar que “El tiempo envejece rápido, pero la virtud y el honor son inmortales” (William Shakespeare, Antonio y Cleopatra). En los ancianos, no solo encontramos esa virtud y ese honor que trascienden el paso de los años, sino que también hallamos a los guardianes de la tradición de la fe, la cual nos ha sido legada a través de generaciones como una antorcha sagrada. Es en ellos donde reside la memoria viva de esa fe que ilumina nuestro camino hacia el fin último, hacia Dios. Honrarles es reconocer en sus vidas la transmisión de esta herencia divina, que no solo nos enseña a vivir con rectitud, sino que nos orienta hacia la salvación eterna. Al respetar y cuidar a los ancianos, reverenciamos esa tradición que no es mera historia, sino el eco de la voz de Dios que nos llama a través de los siglos, guiándonos con firmeza y amor hacia nuestro destino final.

OMO

Bibliografía

1. Sagrada Biblia. Passages: Levítico 19:32, Éxodo 20:12, Proverbios 16:31, Deuteronomio 32:7, Eclesiástico 3:12-14.

2. Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. Disponible en línea en el sitio web de la Biblioteca del Vaticano.

3. San Agustín de Hipona. Confesiones. Trad. Luis Vivés, Madrid: BAC, 2008.

4. San Juan Crisóstomo. Homilías sobre Mateo. Trad. Pablo Góngora, Madrid: BAC, 2010.

5. San Alfonso María de Ligorio. Las Glorias de María. Trad. Francisco Fernández, Madrid: Ediciones Palabra, 2005.

6. Regla de San Benito. Trad. José Abad, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1995.

7. Obras Completas de Lope de Vega. Volumen VII, Madrid: Real Academia Española, 1896.

8. Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha. Ed. Francisco Rico, Barcelona: Editorial Crítica, 1998.

9. William Shakespeare. Antonio y Cleopatra. Trad. Luis Astrana Marín, Madrid: Espasa-Calpe, 1921.