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El "Patriarca" Pérez, apostató de la Iglesia,
se hizo masón y creó un cisma que no
tuvo éxito ni seguidores. Al morir se
arrepintió y se reconcilió con la Iglesia |
Como preludio de la nueva gran ofensiva que se iba a lanzar contra la Iglesia Católica en México, intentó la Revolución fundar una iglesia mexicana independiente de Roma, una iglesia cismática. No obstante la intensa propaganda que se hizo a favor del cisma, visitando en algunos lugares parroquia por parroquia, haciendo halagadoras promesas y ofreciendo elevados salarios a los sacerdotes que se adhieran a la nueva iglesia, únicamente pudo contar para el intento con Joaquín Pérez y Budar, un viejo sacerdote que se afilió a la masonería, extravagante y mentalmente perturbado (de quien se sabe estuvo en contacto con Eduardo Sánchez Camacho, obispo de Tamaulipas que apostató de su fe para pasarse a la masonería y combatir la Iglesia Católica) y con el sacerdote español Manuel L. Monge.
La noche del 22 de febrero de 1925, un grupo de cien hombres asaltó y se apoderó de la parroquia de La Santa Cruz de la Soledad de la Ciudad de México, entregándosela a Pérez, nombrado “Patriarca de la Iglesia Mexicana”, y Monge, designado Cura Párroco de la misma. Pronto se difundió por el barrio la noticia del asalto, y al día siguiente, domingo, una multitud airada se congregó a las puertas de la parroquia, y al abrirse penetró tumultuariamente protestando de manera que, tanto Pérez como Monge, quien se disponía a celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, no obstante de estar protegidos por los mismos asaltantes, tuvieron que encerrarse en la sacristía para escapar a las iras de la multitud. Acudió la policía montada y los bomberos a sofocar el motín sin conseguirlo. Llegaron fuerzas armadas de refuerzo a las cuales también atacó la multitud que se encontraba fuera, valiéndose para ello de las piedras que levantó del pavimento de la calle. El pueblo se impuso a costa de un muerto y muchos heridos. El templo fue cerrado al culto.
Los capitalinos se dispusieron a la defensa de sus templos, fracasando los intentos de apoderarse de Santo Tomás, San Hipólito, Loreto, La Inmaculada Concepción, Santa Ana, San Pablo, Santa Catarina, y algunos otros.
La gloriosa A.C.J.M. (Asociación Católica de la Juventud Mexicana), con algunas armas se hizo cargo de la permanente custodia de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Ante una alarma se tocaron rebato las campanas, acudiendo en breves minutos una impresionante multitud armada de pistolas, cuchillos, garrotes y las más diversas armas.
También en la ciudad de Aguascalientes se intentó apoderarse del templo de San Marcos. La defensa del mismo se hizo a costa de varios muertos y numerosos heridos.
Según las previsiones de Mons. Ruíz y Flores, el pueblo cristiano se inquietó y comenzó a custodiar sus iglesias. Fué una movilización espontánea que nadie sabía a dónde podría conducir.
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Plutarco Elías Calles apoyó el cisma |
El presidente Calles -masón, que junto con Luis N. Morones, Secretario de Industria y Comercio, apoyaron la creación de una "Iglesia" Nacional Mexicana, dependiente del masónico gobierno revolucionario que pudiera sustituir a la Iglesia Católica dependiente de Roma- entregó a los cismáticos el templo de Corpus Christi en la avenida Juárez, el cual había sido expropiado mucho antes: Ahí inició el dizque "Patriarca" Pérez su "Iglesia" Cismática.
El 27 de febrero, Nahum Toquiantzi, en nombre de los católicos de Santa Chiautempan, escribía al Presidente de la República preguntándole si era cierto que el gobierno había tomado una iglesia y tenía el propósito de tomar la Basílica, es decir el santuario de la Virgen de Guadalupe. Le comunicaba que aquí ya se están preparando para defender los templos con armas de fuego muchas personas, ya cuento con más de 3,000 hombres y creo que de mujeres es el número más grande y por todos serían unos 7,000… primero muertos que dejar perseguir al clero.
«El Arzobispo de México Mons. José Mora y del Río, no podía pasar en silencio tan graves acontecimientos y, en memorable edicto del 25 de febrero, declaró al final:
‘No podemos callar ante el escándalo ni ocultar el dolor de nuestra alma ante la prevaricación de dos mal aconsejados sacerdotes, que desconociendo la suprema autoridad del Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la Tierra, apostatan precipitándose en el abismo del cisma y la herejía. Ni podemos permanecer mudos frente a la profanación de un templo, del que, apoderándose por la fuerza, arrojaron a su pastor legítimo y a los sacerdotes que le ayudaban en la administración parroquial.
‘No, no tememos al cisma, porque no dudamos ni un momento de la fidelidad y sumisión de todos los católicos mexicanos y de todo nuestro clero a la Silla de Pedro, al Supremo Pastor de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, una y santa. Y hasta creemos que este mismo triste acontecimiento servirá para encender más la inquebrantable adhesión al Romano Pontífice…’
«El día 28, es decir, a los tres días de publicado el edicto anterior, aparecieron en El Universal las declaraciones del Padre Monge, dando a conocer su repudio al movimiento separatista al que he cooperado desgraciadamente -decía- contra mis creencias y el gran respeto que guardo a su Santidad el Romano Pontífice. Terminaba protestando su completa adhesión a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
«Para evitar la venganza de los cismáticos, el padre Monge se ocultó en la ciudad hasta que, poco tiempo después, pudo embarcarse furtivamente para España.
«El epílogo de este drama tuvo lugar en una cama del hospital de la Cruz Roja, en la Ciudad de México, el día 9 de octubre de 1931, fecha en que falleció aquél infeliz que no tuvo sosiego en su vida pero que, a las puertas de la muerte, buscó y obtuvo la reconciliación de la Iglesia verdadera.
«Su retractación (del llamado “Patriarca Pérez”) firmada de su puño y letra, sellada con sus huellas digitales dice así:
‘Abjuro todos los errores en que he caído, sea contra la santa fe, sea contra la legítima autoridad de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, única verdadera. Me arrepiento de todos mis pecados y pido perdón a Dios, a mis prelados y a todos aquellos a quienes he escandalizado con mis errores y mi conducta. Protesto que quiero morir en el seno de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, confiando en la voluntad de Jesucristo N. S., y de mi Madre amorosa la Sma. Virgen de Guadalupe. Creo todo lo que la misma Santa Iglesia nos enseña y exhorto a todos no apartarse de ella, porque es la única arca de salvación. México, octubre 6 de 1931.’[*]
La ejemplar fidelidad del Episcopado y del clero mexicano a la Iglesia Católica, y la no menos ejemplar fidelidad y valiente y decidida actuación del pueblo, convirtieron el revolucionario intento de cisma en un rotundo fracaso.
Pero indignada la Revolución, siguió la más violenta y furiosa persecución que culminó con lo que se conoció como la Cristiada.
[*]Antonio Rius Facius, La juventud Católica y la Revolución Mexicana. Editorial Jus. 1963.
Fuente: Crónicas de un cristero y varias más.
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