martes, 23 de octubre de 2012

EL ANTICRISTO, EL HOMBRE DE PECADO

Dijo Cristo: “Yo vine en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere de su propia autoridad, a aquél le recibiréis” (Jn. 5, 43)

Se le representa repulsivo, pues se
intenta pintar su espíritu, mas
seguramente será una personalidad
atractiva en la vida real.
Aunque el Anticristo sea llamado el hombre de pecado, el hijo de perdición, no hay que creer que estará destinado al mal, fatal e irremisiblemente. Recibirá gracias, conocerá la verdad, tendrá un ángel custodio. Tendrá la oportunidad y los medios para alcanzar la salvación, y sólo se perderá por su propia culpa.

Sin embargo, San Juan Damasceno no duda en decir que desde su nacimiento será impuro, totalmente impregnado de los soplos de Satán. Es de creer que, desde el uso de razón, entrará en contacto tan constante e íntimo con el espíritu de las tinieblas, se inclinará al mal con tal obstinación, que no dejará penetrar en su alma ninguna luz sobrenatural, ninguna gracia de lo alto. Permanecerá inmutablemente rebelde a todo bien.

Eso le valdrá el nombre de hombre de pecado. Llevará el pecado hasta su colmo, no haciendo de toda su vida sino un largo acto de rebeldía contra Dios. Por esta constante aplicación al mal, alcanzará un refinamiento de impiedad al que no llegó jamás hombre alguno.

El calificativo de hijo de perdición, que le es común con Judas, quiere decir que su condenación eterna esta prevista por Dios, como castigo de su espantosa malicia, hasta el punto de que está inscrita en las Escrituras y como consignada de antemano. Es probable —y tal es el pensamiento de San Gregorio— que el monstruo conocerá, por una luz salida de los abismos del infierno, la suerte que le espera, que renunciará a toda esperanza para odiar a Dios más a su gusto, que se fijará desde esta vida en la obstinación irremediable de los condenados. Y así realizará en sí mismo el nombre terrible de hijo de perdición.

El hijo de perdición. Lo adorarán todos 
los que no están inscritos en el Libro
de la vida del Cordero. Apoc XIII,8.
De este modo será verdaderamente el Anticristo, es decir, las antípodas de Nuestro Señor. Jesucristo se encontraba fuera del alcance del pecado; él se pondrá fuera del alcance de la gracia, por un abandono de todo su ser al espíritu del mal. Jesucristo se orientaba a su Padre con todos los impulsos de una naturaleza divinizada y sustraída a las influencias del mal; él se orientará al mal con todos los impulsos de una naturaleza profundamente viciada y que renunciará incluso a la esperanza.

Siendo tan diametralmente opuesto a Nuestro Señor, realizará obras en oposición directa con las suyas. Será para Satán un órgano selecto, un instrumento de predilección.

Así como Dios, al enviar a su Hijo al mundo, lo revistió del poder de hacer milagros, e incluso de devolver la vida a los muertos, del mismo modo Satán, haciendo un pacto con el hombre de pecado, le comunicará el poder de hacer falsos milagros. Por eso dice San Pablo que “su advenimiento será según la operación de Satanás, con todo poder, señales y prodigios falsos”. Nuestro Señor sólo hizo milagros por bondad, y se negó a hacer milagros por pura ostentación; el Anticristo se complacerá en ellos, y los pueblos, por un justo juicio de Dios, se dejarán engañar por sus malabarismos.

Por lo que precede está claro que el Anticristo se presentará al mundo como el tipo más completo de estos falsos profetas que fanatizan a las masas, y que las conducen a todos los excesos bajo el pretexto de una reforma religiosa.

El drama del fin de los tiempos - R.P. Emmanuel - (mayo de 1885)
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